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PARA EL CAMINO
Cuando Jesús vivió en este mundo, dijo: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lucas 18:8). ¿Qué le responderías?
Todo tiempo pasado fue mejor. Si hay algo que puede enervar a las personas, es cuando alguien se pone a hablar sobre el pasado, y a decir que antes las cosas eran mejor que ahora. Hace unos años les estaba contando a unos pastores en Pennsylvania acerca de la vez que estaba yendo por una autopista durante una tormenta de nieve. Apenas había comenzado a contar mi historia, cuando un pastor jubilado se paró y me interrumpió para contar algo que recordaba de su pasado.
Dijo algo así como: «Si usted cree que esa fue una tormenta, no tiene idea de lo que son las tormentas. Cuando yo era chico sí que sufríamos el tiempo. Solía ser tan frío, que una vez se me partió un diente tomando sopa. Cuando ordeñábamos las vacas hacía tanto frío, que sacábamos helado. Los políticos hablaban con las manos en los bolsillos. Cuando uno abría la ducha, salía granizo. Pero nunca se cancelaban las clases en la escuela. Caminábamos 37 kilómetros, y siempre era cuesta arriba, tanto a la ida, como a la vuelta. ¿Dije que íbamos caminando? No. No íbamos caminando. Algunos niños eran tan pobres, que no tenían zapatos. Nosotros éramos tan pobres, que no teníamos pies, así que íbamos gateando… 37 kilómetros. Sí, esos fueron buenos tiempos.»
Hoy yo soy el abuelo que pone a sus nietos en el auto y les abrocha el cinturón de seguridad y, ya que no pueden escapar a ningún lado, les hablo de mis buenos tiempos, de cuando no había televisión, penicilina, comida congelada, fotocopiadoras, lentes de contacto, y la píldora. Los buenos tiempos en los que no se conocían las tarjetas de crédito, el aire acondicionado, el lavaplatos, los secarropas, y los teléfonos celulares. Ésta es otra manera de decir que ‘los tiempos cambian, y que el mundo en el cual nuestros niños van a vivir, va a ser muy diferente del nuestro.’
Pero, ¿qué clase de mundo va a ser? Se me ocurre que no necesariamente bueno. Cuando Jesús vivió en el mundo, dijo: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lucas 18:8). Hace cuarenta años yo pensaba que esa pregunta era retórica. Pero hoy, sabiendo que Norteamérica es el único continente donde el cristianismo no está creciendo, donde menos del 18% de la población va regularmente a la iglesia, donde el 85% de las iglesias han dejado de crecer o se han reducido, y donde sólo el 12% de los niños criados en la iglesia permanecen en ella cuando crecen, estoy seguro que Jesús lo dijo muy en serio.
De eso estoy seguro porque, siendo el Hijo de Dios que todo lo sabe y todo lo ve, Jesús podía ver que tanto el entusiasmo exagerado, como la falta del mismo, iban a ser una piedra de tropiezo para los futuros creyentes que les impedirían conocer al Señor y a su Hijo, que había venido al mundo a dar su vida como pago para rescatarles.
En la época de Jesús, el problema era el entusiasmo exagerado de parte de los fariseos, un grupo de hombres que tenían en alta estima y gran respeto a la Ley de Dios. Si Dios había dicho que no debían hacer tal o cual cosa ellos lo cumplían, pero además construían sus propias leyes para proteger la ley original de Dios. Y luego, para asegurarse que lo hacían bien, agregaban más leyes todavía. Esa era la manera en que se sentían seguros que, cuando les llegara el día del juicio final, podrían mirar a Dios en la cara, y decirle: ‘Señor, me porté bien. Perdón que te lo diga, pero me porté tan bien, que casi diría que mi conducta fue perfecta.’
Es bueno respetar y cumplir la ley de Dios. El problema es que los fariseos fueron unos exagerados y, para aumentar sus chances de llegar al cielo, crearon muchísimas leyes más y pretendieron que el pueblo las cumpliera al pie de la letra, como si fueran tan buenas como las leyes dadas por Dios. Pero en realidad se entusiasmaron demasiado, porque nadie, ni siquiera ellos mismos, podían cumplir perfectamente la ley de Dios porque, al igual que tú y yo, eran pecadores. ¿Cómo sé que soy pecador? Porque mi conciencia continuamente me muestra mis fallas, mis errores, mi desobediencia, en fin, me muestra todo lo que hago en contra de Dios.
En cambio Jesús, el Hijo de Dios, sí sabía lo que Dios realmente quería. En el capítulo siete del Evangelio de Marcos, Jesús condena a los fariseos. Citando al profeta Isaías, dice: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. No tiene sentido que me honren, si sus enseñanzas son mandamientos humanos» (vs. 6-7). Jesús quería que entendieran que, si iban a ser salvos, iba a ser sólo porque Dios les había dado fe en él, su Hijo, quien había venido al mundo para ofrecerse como rescate por el pecado de toda la humanidad. Que sus pecados iban a ser lavados sólo con su sangre, de tal forma que pudieran presentarse delante de Dios limpios y perdonados, y así ser recibidos en el hogar celestial.
Con el correr de los siglos, los tiempos fueron cambiando. Hoy en día, el entusiasmo exagerado de los fariseos de antaño ha sido remplazado por una falta de entusiasmo generalizada por las leyes y los planes de Dios. Si Dios condena el pecado, y por cierto que lo hace, la gente dice: ‘Eso era antes, ahora ya pasó de moda.’ Si el Señor dice: ‘Quienes hagan tal o cual cosa no entrarán en el reino de los cielos’, la gente dice: ‘No, Dios no quiere decir realmente eso.’ Cuando Jesús dice: ‘Yo soy el único camino al cielo; para tener vida eterna debes creer en mí’, la gente dice: ‘Él nunca dijo eso. Esas palabras las agregaron más tarde.’
Hoy en día, las leyes de Dios son apenas sugerencias; su condenación no es más que una recomendación, y el sacrificio de su Hijo es degradado y menospreciado. No es de extrañar entonces que Jesús, viendo lo que se venía, profetizara: «Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que, de ser posible, engañarán incluso a los elegidos» (Mateo 24:24). Pablo dijo algo similar cuando, guiado por el Espíritu Santo, le escribió a su amigo Timoteo: «Porque vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que aun teniendo comezón de oír se amontonarán maestros conforme a sus propios malos deseos, y apartarán de la verdad sus oídos y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio» (2 Timoteo 4:3-5).
La pregunta de Jesús: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?», entonces, no es una pregunta retórica, y su respuesta no está garantizada. Entendamos bien: Jesús no está preguntando si cuando regrese va a encontrar iglesias, porque iglesias y templos hay y habrá por todos lados y para todos los gustos. Tampoco está preguntando si cuando regrese va a encontrar pastores, predicadores, o sacerdotes, porque ya sabemos que siempre los va a haber. Lo que él está preguntando es si los hombres van a tener fe en él. Porque en el mundo operan fuerzas que nos hacen cuestionar la respuesta a esa pregunta.
En mi biblioteca tengo un libro que alguien me regaló. Si bien no voy a decir su título, es un libro ampliamente conocido. Una de las reseñas dice: «Este es un libro único y fascinante. Luego de explicar cómo hacer para fabricar tu propia estatua (de arcilla) y de leer una de las meditaciones, si no obtienes los resultados que buscabas, pones la estatua en remojo en agua caliente durante la noche, y al día siguiente fabricas una nueva.» Como ven, para muchos Dios ha dejado de ser la única fuente de verdad y sabiduría.
Jesús quiere saber si, cuando regrese, va a encontrar fe. Mientras tanto, en los programas de televisión a los padres de familia cristianos se los presenta como personas tontas e ingenuas, a las madres las muestran como si estuvieran perturbadas y deprimidas, y a los pastores los representan como personas aburridas, apagadas, y santurronas. Todos los dioses, si es que hay un dios, son lo mismo, y todas las religiones y verdades son iguales. Es como que hubiera un buffet teológico donde uno puede ir a elegir y servirse la religión que más le gusta. Los productores de comerciales hacen todo lo posible por enseñarles al público las diferencias que hay entre los distintos calzados deportivos, o entre los distintos tipos de desodorantes o detergentes para ropa. Pero en lo que tiene que ver con la religión, todas son lo mismo y todos los caminos llevan a donde uno cree que deben llevar.
¿Será que Jesús va a hallar fe en la tierra? Pregunta válida cuando uno ve cuánto están trabajando las fuerzas del mal, inundando de pornografía el internet e infiltrando drogas entre los más vulnerables de la sociedad. ¿Será que Jesús va a hallar fe en la tierra? Los comediantes se burlan de Dios públicamente, las universidades se aseguran de quitarlo de la historia, de la ciencia, y de sus instituciones. Las fuerzas del mal están decididas a convencer al mundo de que hay un camino fácil, un camino ancho.
Mientras tanto, Jesús espera y se pregunta si cuando regrese encontrará fe en la tierra. Si su pueblo se alzará contra quienes desacreditan y niegan la Palabra de Dios, y remplazará el sacrificio del Salvador con sus propios deseos. La vida en los Estados Unidos cambió drásticamente a partir del 11 de septiembre del 2001. Ya no nos podemos considerar inmunes al alcance de los grupos terroristas. Ya no podemos subir a un avión sin antes tener que pasar por un sinfín de medidas de seguridad. Quienes nos despiden o esperan de un viaje ya no pueden llegar más hasta la puerta de embarque. Por causa de esos terroristas, ya no podemos estacionar cerca de los monumentos nacionales o de los edificios públicos. El compromiso de esos terroristas con su causa nos recuerda a nosotros, los cristianos, de algo que nunca deberíamos haber olvidado: que unas pocas personas, comprometidas con una causa, pueden cambiar al mundo.
Entonces, cuando el pueblo de Dios, comprometido con la causa de Cristo, actúa en nombre de la fe, pueden suceder cosas maravillosas. En la Biblia encontramos muchas historias que lo corroboran. Recordemos algunas de ellas. Cuando el mundo estaba sumergido en el pecado, Dios le dio a Noé una causa, diciéndole: ‘construye un arca para salvar a la humanidad.’ Noé obedeció en fe, y el mundo cambió. Siglos más tarde, cuando el pueblo hebreo estaba cautivo, Dios llamó a un asesino exiliado, un pastor de ovejas del desierto de Sinaí, para que los liberara. Comprometido con la causa de Dios, Moisés obró en fe y cambió el mundo. A pesar de lo increíble e incomprensible de la situación, luego que el ángel le anunciara a María que iba a quedar embarazada con el Hijo de Dios ella obedeció en fe, y el mundo cambió. En las riberas del río Jordán muchos escucharon a Juan el Bautista actuando en fe, diciendo: «He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo», refiriéndose al Cristo que habría de venir después de él a cambiar el mundo.
En el Monte de la Ascensión Jesús les dijo a un cobrador de impuestos, a algunos pescadores, y a un activista político que, por el poder del Espíritu Santo, iban a comenzar una cosecha que habría de cambiar al mundo: que debían llevar luz allí donde había oscuridad, y sanidad y esperanza allí donde sólo había desolación y desesperanza. Tú estás escuchando hoy este mensaje, y las iglesias de tu vecindario existen hoy, porque esos pocos hombres obedecieron y actuaron en fe, permitiendo así que Dios los usara para cambiar al mundo.
El obedecer y actuar en fe no es algo para cobardes, sino para quienes tienen coraje, para quienes están comprometidos y tienen confianza. La causa de Cristo no puede ser llevada a cabo en la retirada o a la defensiva, y el mundo no puede ser cambiado si los obreros de Dios están sumidos en la derrota, la frustración, y la indecisión. ¿Dejaremos que quienes reinterpretan la salvación de Dios tengan la última palabra? ¿Abandonaremos el campo de batalla, en donde lo que está en juego son las almas de las personas, sin siquiera pelear contra el enemigo? ¡Dios no permita que así sea! Al contrario, que Dios bendiga a todos los que están dispuestos a unirse para luchar por su causa.
Así hicieron los amigos de Herman, quien vivía en el estado de Nebraska. Según me dijeron, hace unos años Herman compró un campo y construyó allí un granero. Todo fue bien hasta que un arroyo cercano se desbordó e inundó el granero, cubriéndolo con setenta y cinco centímetros de agua. Luego de inspeccionarlo, Herman comentó con su familia, en forma de broma, que si tuvieran suficientes personas probablemente podrían levantar el granero y moverlo a tierra seca. Mike, uno de sus hijos, tomó en serio lo que su padre había dicho y, con la ayuda de una calculadora, estimó que, para poder hacerlo, necesitarían 344 personas que pudieran levantar 25 kilos cada una.
344 personas le pareció un número factible, así que se puso a construir un armazón de tubos de acero que luego clavó y soldó tanto por fuera como por dentro del granero. Llegado el día fijado, las 344 personas estuvieron prontas para hacer su parte. Luego de haber tomado cada una su puesto, Herman gritó: «¡Uno, dos, tres… levanten!» Y para sorpresa de todos, el granero se levantó. Entonces, moviéndose al unísono, caminaron 143 metros cuesta arriba y, tres minutos más tarde, lo pusieron sobre la nueva base que lo estaba esperando. Unas cuantas personas, comprometidas con una causa, obrando en fe, hicieron un cambio.
Estoy convencido que el mismo cambio puede suceder en el corazón de los hombres cuando el pueblo de Dios se compromete públicamente con la causa de Cristo y la historia de la salvación. Porque cuando el Salvador es proclamado con nuestras palabras y acciones, los pecadores son perdonados, los pecados son lavados, y las almas son salvadas. No puedo prometer que nuestras acciones tengan el mismo éxito, porque el resultado no está en nuestras manos, sino en las del Espíritu Santo. Pero sí sé que, cuando regrese, Jesús quiere encontrar fe en el mundo. Nuestra tarea es hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que así sea, y confiar los resultados al Señor.
Estando en el nuevo mundo en el año 1943, Cristóbal Colón lanzó al agua una botella con un mensaje destinado a la Reina Isabel de España, con la esperanza de que las corrientes marinas la llevaran hasta la costa de ese país. De más está decir que ese mensaje nunca llegó a manos de la Reina. Sin embargo, fue encontrado por el capitán de un barco americano y entregado a la Reina Isabel II de España, 359 años después. De la misma forma, nosotros tampoco tenemos ninguna garantía de que lo que iniciamos hoy va a dar el resultado que queremos en el momento que esperamos. Nuestra tarea es compartir el mensaje de salvación y la Palabra de Dios con todas las personas que nos rodean, para que ese mensaje siga siendo transmitido de generación en generación. Así podremos confiar en que, cuando Jesús regrese, encontrará fe en el mundo.
Si podemos ayudarte a encontrar o conocer mejor a este Jesús que habrá de regresar, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.