PARA EL CAMINO

  • La cruz es un símbolo de amor

  • agosto 30, 2020
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 16:21-28
    Mateo 16, Sermons: 3

  • ¿Qué habrán pensado los primeros cristianos con respecto a las palabras de Jesús de cargar la cruz? Ellos, al igual que nosotros, ya conocían la historia de cómo Jesús fue violenta y cruelmente crucificado. ¿Qué significa para nosotros cargar nuestra cruz?

  • «Vamos a edificar una ciudad, y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámonos de renombre por si llegamos a ser esparcidos por toda la tierra» (Génesis 11:4). Así pensaron los primeros habitantes de este planeta después de haber salido del arca que los salvó del diluvio. «¡Una torre que llegue hasta el cielo!» ¡Qué locura! El miedo a otro diluvio y la arrogancia de pensar que podían llegar a alturas que les dieran renombre los llevó a pensar así. Y, por supuesto, fracasaron, como bien sabemos cuando leemos la historia de la Torre de Babel. Siempre fracasaremos cuando las alturas que buscamos no son las alturas de las cosas de Dios.

    Observemos el mundo a nuestro alrededor. Muchas ciudades construyen los rascacielos más altos en busca de una característica que les dé renombre. Muchas personas se ponen como meta escalar bien alto en su trabajo, en su profesión con el solo propósito de mirar a los demás desde arriba. Nuestra vanidad y arrogancia no tienen límites y nuestro entendimiento de la voluntad de Dios es más bien escaso. De eso se trata la historia que nos ocupa hoy. La solemne frase de Jesús a Pedro: «¡Tú no piensas en las cosas de Dios, sino en cuestiones humanas!», resume lo que Jesús enseña en el Sermón del Monte: «No acumulen ustedes tesoros en la tierra… Por el contrario, acumulen tesoros en el cielo… Pues donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mateo 6:19-21).

    Momentos antes de este diálogo, Jesús les había preguntado a sus seguidores: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro tomó la voz por todos y respondió con absoluta convicción: «¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!» (Mateo 16:15-16). Entonces Jesús sigue enseñando a los discípulos los misterios de Dios, y les dice «que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho a manos de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y morir, y resucitar al tercer día». Y Pedro, que pensaba que ya sabía cómo manejar las cosas de Dios, se interpone, interrumpe a Jesús, lo lleva aparte para hablarle a solas, como haría un buen amigo que quiere lo mejor para los demás. Pero Pedro no sabe nada. No se da cuenta que está siendo usado por el diablo para apartar a Jesús del plan de salvación ideado por Dios mismo desde la eternidad. Pedro se convierte, así, en un tropiezo para Jesús.

    Pedro no es el único que piensa que sabe más que Dios. Está en nuestra naturaleza humana pecaminosa querer saber más que todos y que Dios mismo. Vivimos en medio de una sociedad que piensa que sabe más que Dios, que alguna fuerza desconocida creó el mundo. Ya no le cree a Dios de que él tuvo el poder y la buena voluntad de crear este universo, y envía satélites a las alturas para «descubrir» nuestros orígenes. Es que tener un Dios molesta. No queremos reglas que nos digan que el matrimonio es solo y exclusivamente entre un hombre y una mujer y que es para toda la vida. Queremos hacer lo que queremos, entonces nos proponemos saber más que Dios. Y con ese pensamiento buscamos escalar nuestras propias alturas y hacernos un nombre que, en definitiva, termina en una tumba. Aun los que somos hijos redimidos de Dios, debido a nuestro pecado, podemos ser un estorbo en el plan de salvación de Dios.

    El pasaje bíblico que estamos considerando nos asegura que, a pesar de los estorbos, Dios no se da por vencido con nosotros. Jesús explica su plan: ir a Jerusalén, sufrir, morir y resucitar. El plan de Jesús no era permanecer para siempre en esta tierra sanando enfermos y alimentando multitudes. Esas cosas eran solamente señales del amor de Dios que se manifestaría en toda su plenitud en la pasión de Jesús: en su cruz, en su muerte y en su resurrección. Los azotes y la cruz fueron el castigo por nuestros pecados. Jesús era inocente. La muerte fue la consecuencia de nuestros pecados. Jesús era inocente. Su resurrección fue cuando el inocente Jesús desenterró el tesoro de los bienes eternos para nosotros.

    ¿Y ahora qué? Jesús nos llama a dejar de buscar nuestros propios tesoros, a dejar de escalar nuestras propias alturas. «Niéguese a sí mismo», pide el Señor. Ahora tiene que haber un cambio de mente, ahora no tenemos que pensar en cuestiones humanas sino en las cosas de Dios. Ahora estamos llamados a cargar nuestra cruz. ¿Qué habrán pensado los discípulos cuando Jesús les habló de cargar la cruz? ¿Qué habrán pensado los primeros cristianos, cuando escucharon la lectura de este evangelio, que tenían que cargar su cruz? Ellos ya conocían la historia de cómo Jesús fue violenta y cruelmente crucificado. Nosotros también la conocemos.

    ¿Qué significa para nosotros tomar nuestra cruz? En primer lugar, no significa ser crucificado. No hace falta que paguemos por nuestros pecados en la cruz, Jesús ya hizo eso. Así fue como nos demostró su amor. En segundo lugar, tomar nuestra cruz es aceptar todos los cambios que Dios propone para nuestra vida. Que dejemos de pensar en nosotros mismos y pensemos en las cosas de Dios, los tesoros del cielo, que están disponibles para todos los habitantes de esta tierra, pero que la mayoría no lo sabe. Ahí es donde entramos tú y yo. Tomar la cruz es aceptar el sufrimiento que implica ser cristiano fiel en una sociedad incrédula que es una piedra de tropiezo al plan amoroso de Dios.

    Es posible que, como Pedro, tratemos de saber más que Dios e intentemos que el camino del sufrimiento no sea el camino a la vida eterna. Eso es lo que nuestro instinto, contaminado profundamente por el pecado, intenta hacer. Jesús nos dice otra cosa. En Juan 16:33, Jesús reafirma a sus discípulos diciéndoles: «En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo.» Años más tarde, los misioneros Pablo y Bernabé «infundían ánimo a los discípulos y los alentaban a mantener la fe. Les decían: Para entrar en el reino de Dios nos es necesario pasar por muchas tribulaciones» (Hechos 14:22). Nuestro sufrimiento por ser fieles al Señor y a sus enseñanzas en una sociedad que nos empuja para el otro lado son nuestra cruz. Evitar el camino de la cruz fue considerado satánico por Jesús.

    Tenemos que aprender que la cruz, el sufrimiento, es un elemento primordial de la fe cristiana. La cruz que llevamos no es por masoquismo o para hacernos las víctimas, sino porque es el único camino a nuestra propia resurrección temporal, a nuestro cambio radical de vida. Resucitados a una nueva vida, ya no pensamos en cuestiones humanas sino en las cosas de Dios; ya dejamos de buscar nuestras propias alturas y dejamos que Dios nos eleve a una vida diferente, donde el sufrimiento nos hace sensibles para perdonar, consolar, animar y buscar la reconciliación con nuestro prójimo.

    Tal vez, como Pedro, te preguntes: ¿por qué eligió Dios el camino del sufrimiento cuando Él es el ser más poderoso en el mundo? Es posible que sea porque el poder no muestra amor. El poder destruye la libertad y anima a la vanidad y al atropello. Sufrir en lugar de otro, hasta el extremo de dejarse llevar a la cruz para morir como un vulgar criminal con el propósito de dejar libre al pecador, es la mayor muestra de amor que Dios nos pueda dar.

    En este discurso Jesús nos pone un contraste entre lo vanidoso y temporal, y lo glorioso y eterno. Jesús nos pregunta: «¿De qué le sirve a uno ganarse todo el mundo, si pierde su alma?» Enfoquémonos. Concentrémonos en lo que Dios nos da, en lugar de en lo que nosotros intentamos lograr. Miremos a Jesús en su sufrimiento, en su muerte y en su resurrección. Veamos cómo su cruz pagó por nuestros pecados, cómo su sufrimiento quitó nuestras culpas delante de Dios, cómo su muerte aplastó a Satanás y cómo en su resurrección desenterró los tesoros celestiales y eternos.

    Si de alguna manera te podemos ayudar a ver en el sufrimiento y la cruz la compasión de Dios por ti y por tu prójimo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.