PARA EL CAMINO

  • La declaración de un hombre

  • junio 20, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 8:38-39
    Lucas 8, Sermons: 2

  • Mientras Jesús llevaba a cabo su ministerio aquí en la tierra, las fuerzas del mal lo reconocieron con mucha más facilidad que sus propios seguidores. Hasta un hombre de quien había expulsado demonios le rogó que lo llevara con él. ¿Por qué?

  • Hoy es el Día del Padre. La primera vez que prediqué un mensaje para el Día del Padre recibí una cantidad considerable de cartas de protesta. En mi familia siempre habíamos festejado el Día del Padre, y lo hacíamos con alegría, pues habíamos sido bendecidos con un padre muy bueno, un padre que fue una bendición. Hace poco se cumplieron 20 años desde que él falleció, pero aún lo respetamos, lo honramos, y lo recordamos con mucho amor no sólo a él, sino también a la influencia positiva que fue en nuestras vidas. Por eso es que no se me había ocurrido que no es así para todos. Una de las cartas que recibí como reacción a ese mensaje, decía: «Mi padre siempre me decía: ‘Hijo, eres un perdedor, y siempre vas a serlo’. Cuando no terminaba rápido las tareas; cuando no me sacaba las mejores calificaciones; cuando no gané la beca de estudios; cuando me pusieron una multa; cuando no me dieron el ascenso que tanto esperaba…».

    La carta continuaba diciendo, con todo detalle, cómo ese padre parecía deleitarse en hacer profecías negativas acerca del futuro de su hijo. Hoy ese padre está muerto, y el hijo es un hombre. Un hombre que trabaja día y noche; que tiene poca paciencia cuando alguien cuestiona lo que hace; que es demasiado exigente con sus propios hijos. Él sabe todas estas cosas, pero se cree incapaz de escapar de la predicción de su padre de que siempre va a ser un perdedor.

    Ese fue uno de los muchos que me escribieron para pedirme que no predicara sobre los padres en el Día del Padre. Una señora escribió: «Mi hermana y yo fuimos abusadas sexualmente por nuestro padre desde que teníamos diez años. No quiero saber nada del Día del Padre… hasta me cuesta decir: ‘Padre nuestro que estás en los cielos'». Pero comparar a Dios con el padre que tuvimos o tenemos, es injusto para nuestro Señor. Desde la primera vez que recibí una de esas cartas ha sido mi esperanza y mi oración que el Señor proteja a los niños de toda crueldad que pueda proceder del hombre que Dios ha puesto como su protector, proveedor y padre.

    Hoy es el Día del Padre. Si bien esas cartas fueron muy dolorosas y emotivas, estaría mal pensar que todas las personas sienten lo mismo por sus padres, pues muchos de nosotros hemos sido formados por padres sensibles, cariñosos, y que se sacrificaron para darnos lo mejor. Como el Dr. Littleford. Estoy casi seguro que ustedes no lo conocen, así es que les voy a contar su historia. El Dr. Littleford fue en un viaje de pesca a Alaska junto con dos amigos y su hijo Marcos. Acuatizaron en un lugar remoto que resultó ser perfecto para pescar.

    Al final del día, después de haber pescado a lo grande, al regresar al avión se encontraron con que la corriente lo había dejado a ocho metros fuera del agua, por lo que no les quedó más remedio que comer pescado y dormir en el hidroavión. Cuando despertaron en la mañana, el avión estaba flotando nuevamente, así es que prendieron el motor, y emprendieron el regreso. Lo que no sabían era que uno de los flotadores del hidroavión se había agujereado, y lentamente se había ido llenando de agua. Apenas hubo levantado vuelo, el peso extra del agua hizo que el avión cayera, chocando contra el agua. Todos ellos sobrevivieron, pero aún no estaban fuera de peligro. Al no tener otra cosa, tuvieron que usar sus botas de pescadores para mantenerse a flote en el agua helada.

    Los dos hombres que habían ido con el Dr. Littleford de a poco lograron nadar hasta la costa. Para su hijo, en cambio, que sólo tenía 12 años de edad, la corriente le era demasiado fuerte. El doctor se vio, entonces, ante la disyuntiva de salvarse a sí mismo nadando hasta la costa, o quedarse con su hijo y juntos tratar de vencer la muerte. Quienes lo conocían al doctor, dijeron que estaban seguros que para él no hubo nunca ninguna duda sobre lo que iba a hacer. Los amigos que habían llegado a la costa dijeron que vieron cómo la corriente los había llevado mar adentro a los dos abrazados. Según los Guardacostas, no podrían haber sobrevivido más de una hora en el mar helado. La hipotermia se habría llevado primero al hijo, cuyo cuerpo era más pequeño, quien se habrá dormido y muerto en los brazos de su padre. Yo creo que hombres como el Dr. Littleford deben ser honrados en un día como hoy… así como todos los hombres que, en el nombre de Jesús, son compasivos, cariñosos, y consistentes en su tarea de ayudar a sus niños a crecer como siervos del Salvador.

    Hoy es el Día del Padre… pero también es el Día del Señor, y ningún ministro cristiano digno de serlo sustituiría la devoción y adoración que le corresponden al Padre celestial, con la alabanza de los padres terrenales. Entonces, ¿qué hacemos? En realidad, sólo hay una cosa para hacer, y es abrir la Biblia y dejar que ella nos hable. En la Iglesia Luterana del Sínodo de Missouri, la denominación de la cual soy pastor, tenemos lecturas bíblicas sugeridas para cada domingo. Una de las lecturas para este domingo se encuentra en el capítulo ocho del Evangelio de Lucas. Les cuento de qué se trata.

    El ministerio de Jesús iba ‘viento en popa’. Grandes multitudes iban a escucharlo predicar. Se lo pasaba curando enfermos, tanto de cuerpo como de alma, y siempre aparecían más. Pero Jesús estaba exhausto, por lo que decidieron subirse a la barca e irse al otro lado del Mar de Galilea. Mientras lo hacían, Jesús se durmió en la parte de atrás de la barca. Tan dormido estaba, que no se dio cuenta cuando se desató una tremenda tormenta. Tan tremenda, que hasta los mismos discípulos, que por ser pescadores tenían mucha experiencia en el mar, tuvieron tanto miedo que decidieron despertarlo para que los ayudara. Y así lo hizo. Nos dice la Biblia: «Él se levantó y reprendió al viento y a las olas; la tormenta se apaciguó y todo quedó tranquilo» (Lucas 8:24b). Y así llegaron sanos y salvos a la costa, a la región de los gerasenos.

    Si el objetivo de este viaje era darle un tiempo de descanso a Jesús, lejos estuvo de ser alcanzado, pues tan pronto como bajaron de la barca, Jesús fue confrontado por un endemoniado. Hay quienes quieren creer que la palabra «endemoniado» se refiere a alguien que tiene una enfermedad mental, y no a alguien que ha sido poseído por un demonio. Sin embargo, eso no es lo que la Biblia dice. Si me preguntan a mí si creo que una persona puede ser poseída por un demonio, digo que ‘sí’. Como dijo el famoso escritor C.S.Lewis: ‘Satanás quiere que las personas crean dos cosas sobre él: 1) que él no existe, ó 2) que él está en todas partes y controla todo’.

    Ése era el caso de este hombre: él estaba totalmente controlado y dominado por Satanás. Qué lo había llevado a eso, la Biblia no lo dice. Lo que sí nos dice, es cómo se manifestaba. Primero, y debido a su naturaleza violenta, ese hombre ya no vivía más en su casa con su familia, ni con amigos, ni en contacto con otros seres humanos, pues era muy peligroso, e impredecible. No. Ese hombre vivía en el cementerio, rodeado por los muertos, cómodo en la oscuridad que lo rodeaba. Allí pasaba sus días alejado de todo contacto humano. Es cierto que hubo intentos de capturarlo, encadenarlo, y llevarlo a la cárcel, con el fin de quitarlo del medio y hacer más segura la comunidad… incluso quizás prevenir que se lastimara a sí mismo. Pero cuando lograban encadenarlo, rompía las cadenas, y cuando le ponían esposas en las muñecas, se las arrancaba. ¿Era un hombre malo? ¡Por supuesto que era malo! Era malo por dentro y por fuera. Cuando estaba libre andaba desnudo, era violento, y se auto-castigaba.

    Así fue hasta que la barca llegó a la orilla, y Jesús y sus discípulos bajaron de ella. Si alguien duda de que los ‘opuestos se atraen’, lo que sucedió enseguida lo comprueba: «Cuando vio a Jesús desde lejos, corrió y se postró delante de él» (Marcos 5:6). Me imagino que los discípulos se deben haber asustado, pero Jesús no. Jesús no se ocultó, si salió corriendo, ni ordenó a sus discípulos que sacaran sus espadas y lo defendieran de ese posible atacante. No. Jesús se mantuvo firme. Asombrosamente, en vez de atacar al Salvador, el endemoniado le pidió clemencia, diciendo: «¿Por qué te entrometes, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?-gritó con fuerza-. ¡Te ruego por Dios que no me atormentes!» (Marcos 5:7).

    Siempre me llamó la atención que, mientras Jesús llevaba a cabo su ministerio aquí en la tierra, las fuerzas del mal lo reconocieron con mucha más facilidad y precisión que sus propios seguidores. Después de su crucifixión, después que hubiera dado su vida como pago para redimir y rescatar a todos los pecadores del mundo, los discípulos fueron y ¡se encerraron! Para ellos, la historia de Jesús había llegado a su capítulo final. Por su parte el Sanedrín, la Corte Suprema judía, recordaba que Jesús había prometido que se levantaría de la muerte. Para mantener a Jesús en el sepulcro es que habían puesto a un guardia a vigilar la entrada a la tumba, y la habían hecho sellar. Tres días después de su muerte, cuando Jesús resucitó, cuando le mostró a todo el mundo que su sacrificio había sido aceptado por el Padre y que la muerte había sido vencida para siempre, los gobernantes judíos ni siquiera pestañearon al enterarse. Fue a los propios discípulos de Jesús a quienes les costó tremendamente creer que Jesús estaba vivo. Ellos necesitaron verlo, hablar con él, tocarle las manos y poner los dedos en la herida que la lanza romana le había dejado en el costado.

    Siempre me llamó la atención que así fuera, pero nunca me sorprendió, como tampoco me sorprende que el hombre endemoniado de nuestra historia haya reconocido a Jesús como el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. No me sorprende que haya sucedido en ese entonces, y tampoco me sorprende que siga sucediendo todavía hoy. El cristianismo predica un mensaje de paz y salvación a través del sacrificio del Salvador. En el mensaje que predicamos no hay ningún dejo de violencia. Sin embargo, otras religiones y grupos se empeñan en perseguir a los cristianos. ¿Por qué? Porque reconocen que Jesús puede hacer por las personas lo que ellos no pueden hacer. Jesús dio su vida como pago para rescatarnos del pecado, de la muerte, y del diablo. Por lo tanto, todos los que creen en Jesús como Salvador de sus vidas, son perdonados y salvados. ¿Qué otra religión puede ofrecer esa poderosa verdad? ¡Ninguna! Todo lo que las demás religiones hacen es hablar mal, criticar, y perseguir a los seguidores de Jesús. Para ello crean leyes que prohíben a los cristianos predicar a Cristo crucificado y resucitado, o invocarlo en oración diciendo: «Señor, ten compasión de mí, pobre pecador».

    «Señor, ten compasión de mí, pobre pecador». Pero eso NO es lo que el endemoniado le dijo a Jesús. Siendo un ángel caído, alguien que había seguido a Satanás en su rebelión en contra del Creador, y que sabía que para él no había esperanza sino que su destino eran los fuegos eternos del infierno, lo único que podía pedir era que su sentencia fuera postergada… que Jesús lo dejara allí donde estaba, atormentando a un hombre que ya no podía volver a vivir con su familia. ¿Qué fue lo que hizo Jesús en cambio? Sacó fuera del hombre los demonios, y los mandó a una manada de cerdos que terminó precipitándose y ahogándose en el lago.

    Ése debería haber sido el fin de la historia, pero no lo fue. Quienes vieron a Jesús expulsando demonios, y a los cerdos ahogándose en el lago, fueron a contarle a la gente del pueblo lo que había sucedido. Entonces, dice la Biblia en Mateo 8:34: «cuando lo vieron [a Jesús], le suplicaron que se alejara de esa región».

    Y Jesús así se dispuso a hacerlo. Pero, cuando estaba subiendo a la barca, se le acercó el hombre de quien había expulsado el demonio, y le rogó que lo llevara con él. Es que cuando uno se acerca lo suficiente a Jesús como para verlo como él realmente es, se encuentra con alguien muy especial y diferente de lo que dice la opinión popular. La mayoría de las personas de hoy día tienen la imagen de un Jesús suave, dulce, dócil, manso y sumiso. Y es cierto, Jesús era todas esas cosas; pero también era capaz de mantenerle la mirada al mismísimo demonio. Era capaz de alzar a los niños en sus brazos y bendecirlos, pero también era capaz de echar a latigazos a los que corrompían el templo con sus negocios y estafas. Era capaz de restaurar almas y vidas con palabras de perdón y de paz, pero también era capaz de gritarle a una tormenta para que se calmara.

    Ese era el Jesús que el ex-endemoniado había visto y que quería seguir. Él estaba dispuesto a seguir a un Salvador que iba a dar su vida en sacrificio perfecto para poder conquistar la muerte. Un Salvador lleno de coraje y compromiso, de autoridad y poder, de dedicación y determinación. Ése es el estilo de vida que todos los cristianos se esfuerzan por imitar, y por ello damos gracias al Señor.

    Cuando Jesucristo echa fuera los demonios que nos dominan y reemplaza con su luz la oscuridad que nos envuelve, somos libres para amar, para servir, y para bendecir a otros en nombre del Salvador.

    Eso es lo que queremos lograr a través de este programa. Por ello es que, si el Espíritu Santo nos ha usado para bendecirle a usted hoy, o si desea saber más acerca del Señor de la vida, permítanos que le ayudemos. Comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.