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PARA EL CAMINO
TEXTO: 2 Corintios 12:7-10
2 Corintios 12, Sermons: 2
De la realidad de nuestra vida nos damos cuenta que hay algo que no está bien. Los buenos momentos son apenas fugaces y escurridizos. Pero Pablo nos da buenas noticias no sólo para los días buenos de la vida, sino también para los momentos de debilidad, de tristeza, y de desesperación.
Una de mis actrices favoritas es Meg Ryan. Me encantan las películas que hizo en los años 80 y 90. Era la ‘rompecorazones’ del momento. De hecho, parecía que todo lo que tocaba se convertía en oro. Con esa cálida sonrisa y esa risa tierna, hizo películas que nos hacían sentir bien con nosotros mismos. Estoy seguro que si alguien le hubiera preguntado a ella cómo se sentía, hubiera respondido: «¡Me siento fantástica!»
Porque sentirse bien es algo fantástico, ¿no es cierto? Nadie quiere sentirse mal. Nadie se levanta en la mañana esperando un día terrible. Ningún conductor sale a la calle esperando encontrarse con una riña por el tránsito en la carretera. No creo que haya un representante de servicio al cliente que espere recibir todo el día llamadas de clientes enojados. No. Las personas quieren sentirse bien. Tú quieres sentirte bien, ¿no es cierto?
Pero seamos realistas. ¿Es posible sentirnos bien todo el tiempo?
El mundo trata de convencernos de que, si realmente nos esforzamos, podemos lograrlo. Si compras la marca de ropa que está de moda, si usas el perfume más caro, si comes la comida y tomas las bebidas correctas, y si usas la tecnología de última, te vas a sentir muy bien.
Otra solución es volviéndote famoso. Eso con toda seguridad te hará sentir muy bien. Si te conviertes en estrella de cine, o en un as de los deportes, con los excelentes salarios que vienen junto con la fama, te sentirías muy bien, ¿no es cierto?
Hace poco leí que en la actualidad, Meg Ryan tiene una perspectiva diferente. En una entrevista que le hicieron, ella dijo que toda la fama y la fortuna que le fueron conferidas como estrella, no eran más que algo vacío. Sus palabras textuales fueron: «El mundo material es, en realidad, como el algodón de azúcar: al principio te da mucha energía, pero luego te deja desinflado».
Pienso que todos podemos identificarnos con ese pedacito de sabiduría. La vida es más que sentirnos bien todo el tiempo. Puedes sentirte muy bien por un momento. Pero ese sentimiento no va a durar para siempre. La ropa de marca se desgasta. Los perfumes se terminan. La tecnología se vuelve obsoleta. La fama se desvanece. El dinero no dura para siempre.
Pero nuestra cultura insiste en tratar de convencernos que la meta de la vida es sentirnos bien. Así que todos los días nos enfrentamos con la tentación de asegurarnos una nueva y rápida solución para que así sea. Todos los días hay otra cosa que ‘tenemos’ que comprar, otra cosa que ‘tenemos’ que probar, otra cosa que ‘tenemos’ que hacer. Pero el vacío que sentimos nunca se llena, y así vamos en un círculo vicioso que nunca termina. No es mi intención que te deprimas. No estoy a favor del pesimismo. Simplemente, estoy dando una descripción de la realidad de la vida.
Sin embargo, bien dentro nuestro nos damos cuenta que hay algo que no está bien en nuestra vida, y sabemos que existe algo más que las tentaciones y las presiones sociales. Algunas veces nos sentimos bien y la vida va bien. Pero parece que esos momentos son fugaces, incluso escurridizos. Tarde o temprano aprendemos que no podemos sentirnos bien todo el tiempo, que somos imperfectos, que vivimos en un mundo arruinado y pecador, y que el estrés puede ser extenuante y descorazonador.
Es por eso que Pablo habla acerca de buenas noticias no sólo para los días buenos de la vida, sino también para los momentos de debilidad, de tristeza, y de desesperación. Pablo da testimonio de que el poder de la vida de fe en Jesús no es algo tan efímero como sentirse bien todo el tiempo, sino vivir en la salvación, la fortaleza, y la esperanza que Dios mismo provee ¡más allá de las circunstancias por las que nos toque pasar en esta vida!
Pablo nos recuerda a todos: «Pero él me ha dicho: ‘Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.’ Por eso, con mucho gusto habré de jactarme en mis debilidades, para que el poder de Cristo repose en mí.»
Mientras preparaba este mensaje, me encontré con otro artículo con noticias que dan qué pensar. Era sobre el estado físico y el envejecimiento. Lo leí mientras trataba de deshacerme de esos kilos de más que no se sabe de dónde vienen cuando comenzamos a envejecer. El artículo decía que, de acuerdo a un estudio realizado, por cada década después de los 40 años de edad, la capacidad física del cuerpo disminuye por lo menos un diez por ciento. Tu caminata a los 35 años no será igual de fácil ni rápida a los 65.
Pero, como dice Pablo, todavía no tires la toalla. Es cierto que gemimos en la debilidad. Es cierto que el sentirse bien es algo transitorio. Y es cierto que la fama y la fortuna que todos parecen buscar en estos tiempos son pasajeras. Pero en su Palabra Dios nos dice que en los momentos en que estamos más débiles es cuando él puede hacer su mejor trabajo en nosotros. Porque vivir no es aferrarnos a lo que el mundo nos ofrece, cueste lo que cueste, sino recibir el regalo de la vida que Dios nos da ahora y por la eternidad a través de su Hijo Jesús.
Pablo nos reafirma, especialmente cuando nos sentimos débiles y vencidos, que la gracia de Dios nos es suficiente para todo. De hecho, la debilidad y el conflicto pueden tener algunos beneficios en nuestro caminar con Dios y en nuestro servicio mutuo en amor.
Ahora, la verdad sea dicha, Pablo tuvo sus momentos muy buenos. En 2 Corintios capítulo 12, habla de las visiones y revelaciones directas que tuvo del Señor. Esas experiencias fueron gloriosas, ¡literalmente celestiales! Pablo vio y oyó cosas indescriptibles. Tal cercanía con Dios debe ser impresionante.
Pero Pablo continúa diciendo: «Y para que no me exaltara demasiado por la grandeza de las revelaciones, se me clavó un aguijón en el cuerpo, un mensajero de Satanás, para que me abofetee y no deje que yo me enaltezca. Tres veces le he rogado al Señor que me lo quite» (vs 7-8).
Las visiones y revelaciones eran maravillosas. El conocimiento íntimo de Dios era algo indescriptible. Pero la debilidad de Pablo también tenía un propósito. No sabemos cuál era el ‘aguijón en la carne’, pero para él era un constante recordatorio de cómo es la vida sin Dios. Dios no nos cobra las cuentas ni nos hace pagar en este mundo. Son el diablo, el mundo, y nuestra naturaleza pecadora los que nos traen debilidad y dolor. Así es que ese ‘aguijón en la carne’ le ayudó a Pablo a recordar lo que Dios había hecho en su vida.
Pablo confiesa sus conflictos y debilidad para mostrarte a dónde volverte cuando no sepas qué hacer ni a dónde ir en busca de ayuda. Él habla de un regalo que solamente Dios puede dar, un regalo que él espera que toda persona posea. Un regalo que permanece aún en medio del dolor, la injusticia, y la desigualdad de este mundo. Escucha nuevamente lo que Jesús le dijo a Pablo… y nos dice a nosotros: «… pero él [el Señor] me ha dicho: ‘Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.’ Por eso, con mucho gusto habré de jactarme en mis debilidades, para que el poder de Cristo repose en mí… porque mi debilidad es mi fuerza» (vs 9-10).
Pablo no sintió alivio sólo porque se sintió bien. Encontró alivio al ser fortalecido por la gracia de Dios. Tampoco encontró descanso escapando, sino que recibió ayuda a través del regalo de la fortaleza y la gracia de Dios. Por eso es que pudo decir: «Sé vivir con limitaciones, y también sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, tanto para estar satisfecho como para tener hambre, lo mismo para tener abundancia que para sufrir necesidad; ¡todo lo puedo en Cristo que me fortalece!» (Filipenses 4:12-13).
Creer en Jesús es saber que no hay nada en este mundo que te pueda separar del amor y la gracia de Dios. No hay nada en este mundo que pueda atravesarse en tu camino como hijo de Dios a través del arrepentimiento que viene por la fe. Ese es el mensaje especial de la Biblia. La respuesta a tu conflicto más profundo no es tratar de sentirte bien a tu manera, sino recibir el regalo del Salvador, vivir con la fuerza que sólo Jesucristo te puede dar y, por fe en él, saber que aún los conflictos pasajeros pueden tener un propósito y significado eternos.
George llegó a descubrir eso. Nació en una familia de agricultores a los que les iba muy bien con las cosechas, por lo que George fue bendecido con una vida muy cómoda. Pero, como bien sabemos, muchas veces las comodidades de la vida se desvanecen con facilidad. Cuando tenía apenas 12 años, el padre de George murió. La muerte de su padre cambió radicalmente y para siempre el curso de su vida. Debido a la inestabilidad de la vida familiar y la insuficiencia de los ingresos, su educación se interrumpió. Así es que, ni bien terminó la escuela primaria, George se enlistó en el ejército.
Allí vio mucha acción y aprendió mucho de sus mentores militares. Su complexión grande y atlética le ayudó a destacarse como un trabajador duro y un líder incansable. Esto fue por el 1700, cuando la mayoría de los hombres eran más bajos que él. A los 20 años se enfermó de viruela y malaria. La medicación le causó severos problemas dentales que le produjeron dolor por el resto de su vida. Pero, aunque vivía con dolor, llegó a ser un agricultor exitoso, un militar respetado, y un líder comunitario del estado de Virginia, donde sirvió como miembro del poder legislativo.
Un día, George se enamoró de una viuda muy cortés y amorosa. Ambos tenían algo más de veinte años, así que se casaron y, además de criar a los dos hijos del matrimonio anterior de ella, esperaban comenzar su propia familia. Pero una vez más la tristeza apareció: no pudieron tener hijos-probablemente como resultado, una vez más, de la medicación que él había tomado cuando había estado enfermo. En su rostro George llevaba las cicatrices de la viruela, y en su corazón las heridas de la infertilidad.
Al pasar los años, la nación se conmocionó. George defendió los derechos coloniales desde el primer Congreso Continental entre las colonias crecientes de América. El 14 de junio de 1775, George fue designado como Comandante en Jefe del Ejército Continental. Pero no tuvo mucho éxito. Dos años más tarde, en el año 1777, debido a que su ejército sufrió derrota tras derrota contra el ejército británico, George casi fue relevado de su cargo como Comandante. Sin embargo, habiéndose salvado de ser destituido, alcanzó victorias claves en lo que conocemos hoy como la Guerra Revolucionaria. Finalmente, y por más que hubiera preferido retirarse a su granja después de su largo y difícil servicio, aceptó el llamado a convertirse en el primer presidente de los Estados Unidos de América en el año 1789.
Tú sabes de quién estoy hablando. ¿Su nombre? George Washington.
Acabamos de celebrar otro aniversario de la Independencia de los Estados Unidos. ¿No te resulta asombroso que George Washington, el padre de esta nación, tan a menudo no se sintiera bien? Su vida no fue nada fácil. Al contrario, estuvo llena de desafíos. ¿Cómo logró superarlos? Él dijo: «La bendición y protección del cielo son necesarias en todo tiempo, pero especialmente en tiempos de angustia y peligro públicos.»
Cuando la vida no iba bien, Washington sabía que había algo más permanente, algo más alentador, algo con poder más estable que los sentimientos efímeros. Él tenía fe en la fortaleza de Dios, y esa fe literalmente le dio fuerzas para hacer grandes sacrificios y así muchos otros pudieran conocer la libertad y la paz.
Muchos que conocieron personalmente al famoso general, atestiguan que lo veían todas las mañanas y todas las noches de rodillas leyendo las Escrituras y orando. El padre de los Estados Unidos no dejaba que pasara ni siquiera un día sin buscar y recibir la fortaleza de Dios.
¿Cómo estás tú? ¿Necesitas buscar y recibir la fortaleza de Dios? ¿Estás cansado de esforzarte por verte y sentirte bien? ¿Estás cansado de manejar tu vida por tu cuenta? ¿Te encuentras en un callejón sin salida, luchando solo y cansado de confiar en las promesas falsas que siempre te dejan vacío por dentro? ¿Necesitas algo más?
Si es así, tengo buenas noticias para darte: para eso vino Jesús. Jesús dejó la gloria y perfección del cielo para venir a nuestro mundo oscuro, sucio y pecador a sacrificarse y dar su vida por tus pecados y los míos. Él lo dio todo para que tú y yo podamos recibir su fortaleza, su perdón, y su vida eterna. Filipenses capítulo 2 nos dice: «Que haya en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, quien, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:5-8).
Jesús renunció al sentimiento de grandeza para llevar tus debilidades a la cruz. Jesús renunció a la realidad de su comodidad eterna para que tú pudieras tener el verdadero poder de Dios para la salvación ahora, y por la eternidad. Él sufrió el dolor de tu imperfección y el castigo de tu pecado, y murió en tu lugar. ¿Por qué lo hizo? Para que tú pudieras caminar en la permanente fortaleza de la gracia, el amor y el perdón de Dios.
La fe vive de la fortaleza de las acciones de Dios, de sus promesas, de sus declaraciones para todos en Cristo.
Dios nos dice: «No te dejaré ni te desampararé» (Josué 1:5b).
Jesús nos dice: «Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20b).
El Salmo 28:7 nos dice: «Tú, Señor, eres mi escudo y mi fuerza; en ti confía mi corazón, pues recibo tu ayuda».
El Salmo 118:13-14 nos dice: «Me empujan con violencia, para hacerme caer, pero el Señor me sostendrá. El Señor es mi fuerza, y a él dedico mi canto porque en él he hallado salvación».
Por lo tanto, bautizados en su nombre y confiando sólo en él, caminamos con él por un camino nuevo. Ya no salimos corriendo detrás de lo primero que se nos aparece y nos hace sentir bien por un momento, porque tenemos la fuerza de Dios en nosotros. Porque con Pablo, ahora podemos decir: «Por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en las afrentas, en las necesidades, en las persecuciones y en las angustias; porque mi debilidad es mi fuerza» (2 Corintios 12:10).
George Washington, el padre de los Estados Unidos, dio el siguiente consejo: «Hacen bien en querer aprender nuestras artes y forma de vida y, por encima de todo, la religión de Jesucristo. Éstas les harán mejores y más felices.»
La fama, las riquezas, el poder y la grandeza mundana, se desvanecen en un abrir y cerrar de ojos. Pero las promesas y la fortaleza de Dios permanecen para siempre. ¿Cuál es el fundamento de tu vida? ¿Qué es lo que buscas? ¿Estás tratando de sentirte bien a tu manera? Hoy Dios te dice que puedes tener más, mucho más. A través de la fe puedes tener el poder de Dios para vivir una vida plena y abundante en su nombre. A causa de la muerte de Jesús en tu lugar, y de su resurrección de la tumba, Dios te ofrece su fortaleza ahora y para siempre.
Si podemos ayudarte a encontrar la fortaleza eterna de Dios, comunícate con nosotros. Amén.