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PARA EL CAMINO
En el bautismo Dios nos ungió con el Espíritu Santo para que, en vez de vivir en la desgracia, vivamos en la gracia de Dios. ¿No te parece extraordinario que Dios no haya cambiado de plan? Él siempre insiste con su gracia. La gracia de Dios no pasa de moda ni se acomoda a nuestros caprichos o expectativas. Es que Dios no tiene otro plan, nunca lo tuvo. Es solo por gracia que nos trae de nuevo a la vida y nos ofrece la vida eterna.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
¡Pueblos en desgracia! Eso es lo que pienso cuando veo a tantos miles de migrantes que abandonan un país en busca de un lugar mejor para vivir, un lugar con menos peligros, con más oportunidades de estar en paz y de hacer algún progreso educativo o económico. No es un caso único de nuestros tiempos. Escuchamos todos los días de tantos que cruzan los mares clandestinamente para llegar a algún puerto seguro. Y si no es clandestinamente es como refugiados, y algunos obligados, como cuando el régimen de esclavitud estaba en su apogeo. Abolida ahora la esclavitud, todavía hoy vivimos las consecuencias de lo devastador que fue esa experiencia.
Hay pueblos en desgracia por decisión propia. No les va bien en la vida porque su falta de amor por el prójimo, su vanidad y ambición los ciega y hacen lo que sea necesario para conseguir lo que quieren. Les comento esto, estimados oyentes, no para abatirlos aún más o para quitarles toda esperanza. Al contrario, es para que veamos con mayor claridad que, por encima de toda desgracia, sobresale la gracia de Dios. Su gracia es la que contrarresta la desgracia.
Vayamos a nuestro texto. Israel, el pueblo de Dios elegido solo por gracia y que fuera receptor de la gracia divina más que ningún otro pueblo en el mundo, estaba en desgracia. ¿Cómo es posible? Al leer su historia vemos cómo la mano de Dios lo guió con cariño y cuidado, como el buen pastor que Dios es y cómo les dio una tierra de promisión donde fluían la leche, la miel y mucho más. Sí, mucho más, porque les dio también lo más importante en la vida: Su presencia. Israel tenía la presencia del Dios verdadero. ¡Ninguna otra nación había sido bendecida así! Sin embargo, el pueblo estaba siempre desconforme. Querían más y mejor. Un solo Dios no les alcanzaba. Y así buscaban y se volvían a otros dioses una y otra vez, desdeñando la gracia, el amor y el cuidado del Dios verdadero.
Un día se volvieron tan vanidosos que se separaron, formando dos reinos, uno al norte y el otro al sur, en flagrante contravención a la voluntad de Dios. Entonces Dios reaccionó como ellos nunca se imaginaron que lo haría. El Reino del Norte fue destruido y sus habitantes fueron llevados cautivos a servir como esclavos a imperios extranjeros. Lo mismo pasó con el Reino del Sur: casi no quedó piedra sobre piedra ni en Jerusalén ni en su templo, y el pueblo fue llevado cautivo a Babilonia. Pasaron muchos años y la gran mayoría de los hebreos se acomodó a las circunstancias, apartándose definitivamente de Dios. Isaías dice en el capítulo 59 (:2) «Son las iniquidades de ustedes las que han creado una división entre ustedes y su Dios. Son sus pecados los que le han llevado a volverles la espalda para no escucharlos». Imagínate: Dios le dio la espalda a su pueblo, escondió su rostro de ellos y se negó a escucharlos. Eso es lo más devastador que pueda existir en el mundo: no tener más adónde ni a quién ir.
Pero la gracia de Dios seguía activa. El Padre en los cielos había retenido para sí una parte de su pueblo. La Biblia lo llama el remanente. Ese grupo no había despreciado la gracia divina y todavía tenía esperanza en el Dios que los había llamado para concretar el plan de salvación para toda la humanidad. A ese grupo están dirigidas las palabras de Isaías que estudiamos hoy. Son palabras de ánimo y de gracia, porque la gracia sigue siendo el elemento número uno en esta vida. La gracia es la manifestación más hermosa de Dios hacia su criatura. La gracia es la única manera de estar satisfecho en la vida, no hay otra, ni tampoco hay otra manera de vivir en paz ni otra manera de pasar de la muerte a la vida eterna, sino por la gracia de Dios. Y esa gracia está a punto de ponerse en acción.
En el pasaje de hoy Isaías nos dice quién será el que va a poner esa gracia en acción y cuáles serán los beneficios de esa gracia. Observemos la elección de palabras que tiene el profeta aquí: «proclamar buenas noticias, vendar a los quebrantados de corazón, anunciar libertad a los cautivos, consolar a los que están tristes, alegrar a los afligidos». Y como si todo esto fuera poco regalo, Isaías dice que Dios va a adornar a los suyos «con diadema y perfumes de gozo y los va a cubrir con manto de alegría». En resumen, Isaías proclama «el año de la buena voluntad del Señor».
Los israelitas sabían lo que era el año de la buena voluntad de Dios. Lo llamaban ‘el año de jubileo’. Dios había pedido a su pueblo que trabajara la tierra seis años y al séptimo la dejaran descansar. Y así hacían: cada siete años vivían de la gracia, de lo que Dios les había permitido producir y cosechar los seis años anteriores. Y cuando se cumplían siete períodos de siete años descansaban dos años: el año cuarenta y nueve y el año cincuenta. Ese año era el «año de jubileo» donde, además de no trabajar la tierra, había grandes cambios sociales y económicos: los esclavos quedaban libres y los animales y las tierras prestadas volvían a sus dueños. Era un buen año, era borrón y cuenta nueva.
No fue por casualidad que este pasaje de Isaías fuera el que Jesús leyó en su primera visita a una sinagoga después de su bautismo. Poco tiempo antes de volver a Nazaret, el pueblo donde se había criado, Jesús había sido bautizado en el Jordán por Juan el bautista y el Espíritu Santo lo había ungido para la obra para la cual Dios lo había enviado. Jesús era la persona a la que Isaías se refería. Jesús era quien había sido enviado a proclamar el año de la buena voluntad del Señor, año en el que los esclavos al pecado serán liberados, año en el que Dios derramará perfume santo sobre sus hijos y los cubrirá con un manto de alegría.
En Nazaret, ante la presencia de todos los que lo conocían desde pequeño, Jesús lee esta porción de Isaías y le dice a su audiencia: «Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de ustedes.» ¡Qué privilegio! El año de la buena voluntad del Señor se ponía en marcha con uno de los suyos, ¡uno de su propio pueblo! Pero no lo escucharon. Le dieron la espalda a Dios. Entonces Jesús se va a otras regiones a hacer lo que el Padre celestial le había encomendado: dar vista a los ciegos, sanar a los enfermos, vendar a los de corazón lastimado y sobre todo a perdonar pecados, que es el elemento central de la gracia de Dios.
¿Cómo es posible que un pueblo que tenía a Dios a su lado se dejara arrastrar por sus pensamientos mezquinos y torcidos y terminara separado de Dios? Dios tenía un plan, pero el pueblo tenía sus propias expectativas. Ellos querían ser lo más grande del mundo, producir los mejores aceites y los mejores vinos y tener sirvientes y manipular al resto de las naciones para que estuvieran a su servicio. Expectativas completamente diferentes a las que Dios tenía para ellos.
El año de la buena voluntad del Señor estaba en marcha. Jesús, cargado con el poder del Espíritu Santo, proclamó la gracia de Dios a todas las personas de su región. No importaba lo que hubieran hecho, no importaba cuán alejados estaban de Dios y cuán dolidos estaban por sus conciencias cargadas de culpa. A ellos Jesús les anunció el favor de Dios. Pero hizo mucho más que eso: no solo anunció, sino que se hizo cargo de pagar el precio del manto de alegría con el cual Dios los cubrió a ellos y nos cubre también a nosotros. Jesús se hizo cargo de pagar las consecuencias de mi esclavitud al pecado para dejarme libre. Con su sangre derramada en la cruz Jesús compró el perfume costoso con el que ahora me unge para tapar mis malos olores. Y no lo hizo solo por mí: lo hizo por todas las personas del mundo, y eso te incluye también a ti, estimado oyente. Este es un año de gracia para toda la humanidad, porque el amor de Jesús quiere abarcar a todas las personas.
En este mismo momento hay alguien con el corazón quebrantado que necesita ser cubierto con la venda de la gracia divina. Hay alguien que necesita consuelo ante el vacío enorme que le ha dejado la muerte de un ser querido. Hay alguien que está en la cárcel y necesita saber que para él también hay un futuro. Hay alguien internado con una enfermedad terminal que necesita escuchar que la muerte no es más que el principio de la vida eterna. En este momento hay alguien que tiene una tormenta enorme en su conciencia por pecados que lo cargan con una culpa tan pesada que no puede dormir, que está inquieto y que hasta trata a los demás con una mala actitud. En todo momento hay alguien que sufre las consecuencias del pecado. Para esos alguien, entre quienes nos encontramos tú y yo, es el mensaje de hoy, porque el año de la buena voluntad del Señor ha comenzado para nosotros.
El Ungido de Dios, el Cristo que murió en la cruz a causa de nuestros pecados y que resucitó victorioso venciendo a la muerte, el más temible enemigo, está aquí hoy. Ese Cristo se hace presente en su Palabra y en la Cena celestial que celebramos en nuestras reuniones de cristianos, donde nos da a comer su cuerpo y a beber su sangre para que la gracia de Dios nos sostenga, para asegurarnos que nuestros pecados son perdonados, para recordarnos que él mismo está preparando un lugar para que habitemos con él para siempre en su gloria eterna después de nuestra resurrección.
Dios nos ungió con el Espíritu Santo el día que fuimos bautizados. Lo hizo para que, en vez de vivir en la desgracia, vivamos en la gracia de Dios. ¿No te parece extraordinario que Dios no haya cambiado de plan? Él siempre insiste con su gracia. La gracia de Dios no pasa de moda ni se acomoda a nuestros caprichos o expectativas. Dios no tiene otro plan, nunca lo tuvo. Es solo por gracia que nos trae de nuevo a la vida y nos ofrece la vida eterna.
Hay una cosa más que quiero compartir contigo en este mensaje. Isaías dice que el ungido de Dios proclama «el año de la buena voluntad del Señor, y el día de la venganza de nuestro Dios». ¿Te has dado cuenta de la diferencia en el tiempo? La buena voluntad del Señor dura todo un año, la venganza solo un día. Si lees el capítulo cuatro del Evangelio de Lucas, donde Jesús lee esta sección de Isaías, Jesús no incluyó el día de la venganza. Terminó su lectura con el año de la buena voluntad del Señor. ¿Por qué? El evangelista nos da la respuesta en Juan 3:17: «Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él». Jesús sabía muy bien a qué había sido enviado. Su Padre ya se encargará de tomar venganza el último día. Cristo se encarga de proveernos la salvación, que está abierta para todo el mundo hasta el final de los tiempos.
Apreciado oyente, es mi oración que en este tiempo de la buena voluntad del Señor puedas vivir plenamente bajo el manto de alegría que Jesús tejió para ti, y puedas encontrar alivio, consuelo y esperanza en la gracia de Dios.
Si esta meditación ha despertado inquietudes en tu corazón y quieres aprender más sobre la gracia divina, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.