PARA EL CAMINO

  • La historia no termina allí

  • octubre 25, 2009
  • Prof. Marcos Kempff
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 14:12-17
    Marcos 14, Sermons: 2

  • A través de un personaje, cuya historia poco conocida se narra en la Biblia, vemos cómo Dios obra a través de su Hijo Jesucristo para traer perdón y reconciliación a nuestras vidas dañadas y sin esperanza.

  • Todo comenzó cuando Jesús pidió a dos de sus discípulos a que fueran a la ciudad de Jerusalén para preparar el lugar y la cena especial para celebrar cuando el pueblo de Dios había sido liberado por Moisés de la esclavitud de Egipto. Cada año los judíos conmemoraban ese evento con una fiesta especial, llamada la Pascua. Jesús aprovechó ese evento para celebrar una última cena con sus discípulos. Hoy ese día es conocido como Jueves Santo.

    Como parte de las instrucciones, los dos discípulos tenían que seguir a un hombre cargando un cántaro con agua (Marcos 14:12-17). No era común ver algo así, y probablemente significaba que el hombre era sirviente de una familia adinerada y con cierta posición social. En esa casa vivía una mujer conocida como María de Jerusalén (Hechos 12:12) y su joven hijo. Este joven es nuestro personaje poco conocido.

    Los discípulos siguieron las instrucciones de Jesús, y prepararon todo para conmemorar la Pascua. Luego Jesús y el resto de los discípulos se reunieron en el aposento alto de la casa de María de Jerusalén, para celebrar juntos la cena. Allí, durante esa comida, Jesús instituyó la Santa Cena, donde declaró que el pan era su cuerpo y el vino su sangre, dados para el perdón de todos nuestros pecados. Hasta el día de hoy, cada vez que celebramos la Santa Cena, estamos tomando el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo para nuestra salvación por medio del perdón de todos nuestros pecados.

    Es posible que el joven de la hogar se haya sentido muy emocionado al tener a tan distinguido huésped en su hogar juntamente con todos sus discípulos. Pero pronto esa emoción se convirtió en curiosidad, lo que motivó al joven a actuar precipitadamente sin pensar claramente en lo que iba a hacer.

    Luego de concluir la comida, Jesús llevó a sus discípulos afuera de la ciudad para orar, a una colina cercana donde había un huerto, llamado el Jardín de Getsemaní. Sin pensarlo dos veces, el hijo de María de Jerusalén decidió seguirlos. Al llegar al Jardín, Jesús pidió a sus discípulos que oraran con Él. Pero a ellos les sobrevino mucho sueño, y se quedaron dormidos.

    Mientras Jesús oraba intensamente, apareció una multitud de personas guiada por Judas Iscariote, uno de los discípulos de Jesús. En un acto de traición, Judas dirigió a una multitud enardecida para arrestar a Jesús. Cuando apresaron a Jesús, todos los discípulos, incluyendo el joven, salieron corriendo. A diferencia de los demás, el joven escapó y regresó a casa desnudo, porque solamente se había cubierto con una sábana (Marcos 14:51-52). ¡Imagínense la vergüenza de tener que volver a su casa desnudo, corriendo a escondidas, ya tarde de noche, por las calles de Jerusalén!

    Pero la historia no termina allí.

    En los días que siguieron, la ciudad de Jerusalén se vio convulsionada por el arresto, juicio, condenación, crucifixión y muerte de Jesús. Y más aún se convulsionó cuando al tercer día se corrió la voz que Jesús había resucitado de entre los muertos, y que muchos de sus seguidores lo habían visto vivo.

    Estos acontecimientos forman parte de la centralidad de la fe de todo creyente, porque en ellos se da a conocer el gran amor de Dios al enviar a su propio Hijo para morir por nosotros y nuestros pecados para luego resucitar, venciendo para siempre el pecado, la muerte y el enemigo: el diablo.

    Un tiempo más tarde, luego que Jesús había ascendido al cielo, los seguidores de Jesús emprendieron el trabajo de anunciar el mensaje de Jesucristo como el Salvador del mundo. El movimiento naciente de creyentes en Cristo comenzó a recibir resistencia por parte de las autoridades religiosas, y varios de ellos fueron arrestados en varias ocasiones y echados en la cárcel para callarlos.

    En una de esas circunstancias, estando Pedro preso, Dios hizo un milagro al enviar un ángel para liberarlo del calabozo. Una vez en la calle, libre, dando gracias a Dios, Pedro fue a la casa de María, porque era conocido por ella y su familia. Recuerden que en esta casa fue donde Jesús había celebrado al última Cena con sus discípulos. Al llegar Pedro a la casa, había un grupo de creyentes reunidos orando (Hechos 12:6-17). Seguramente el impacto del milagro de la libertad de Pedro de alguna manera impresionó al joven hijo de María.

    El siguiente episodio relacionado con nuestro joven misterioso, ocurrió cuando un familiar, llamado José, de la isla de Chipre (Hechos 4:36) estaba de visita. El primo José, quien había vendido un terreno y entregado el dinero a los apóstoles, se había unido a ellos y los demás creyentes, y ahora estaba de visita en la ciudad de Jerusalén con el muy conocido Saulo.

    Este Saulo era quien antes había perseguido a los creyentes, hasta que fue llamado por Jesús para que le siguiera. Más tarde llegó a ser conocido como el apóstol Pablo. José también era conocido como Bernabé, un sobrenombre que significa «hijo de consolación».

    Tanto Bernabé como Saulo habían venido de la ciudad de Antioquia trayendo una ofrenda a los creyentes en la provincia de Judea y la ciudad de Jerusalén (Hechos 11:29-30) porque había mucha hambre en la región. Al hacer sus planes para regresar a Antioquia, Bernabé invitó al hijo de María, en efecto su primo (Colosenses 4:10), a acompañarle a él y a Saulo. ¡Imagínense la emoción de tener esta oportunidad de viajar, y no sólo eso, sino de ir con Bernabé y Saulo a Antioquia, donde los creyentes por primera vez fueron llamados ‘cristianos’ (Hechos 11:26). Nuestro joven misterioso preparó su maleta y, ¡a viajar se ha dicho! (Hechos 12:24-25)

    Una vez en Antioquia, Bernabé y Pablo continuaron la labor que desempeñaban en la iglesia. Seguramente el joven también se involucró. Un día, mientras se celebraba un culto de adoración a Dios, unos hombres líderes de la congregación, movidos por el Espíritu Santo, declararon que Bernabé y Saulo deberían iniciar la tarea de llevar el mensaje de Jesucristo a otros pueblos y naciones. Luego se les dio una bendición especial, fueron encomendados a esta nueva misión, y los despidieron (Hechos 13:1-3).

    Movidos por el Espíritu Santo, Bernabé y Saulo comenzaron su viaje yendo en barco a la isla de Chipre, llevando consigo al joven como ayudante (Hechos 13:5). ¡Qué extraordinaria experiencia; qué aventura! Sin duda, para nuestro joven, un sueño hecho realidad.

    Pero la emoción duró poco tiempo. El relato en el libro de los Hechos señala que nuestro joven misterioso abruptamente abandona a Bernabé y Saulo y regresa a su casa (Hechos 13:13). No sabemos por qué, pues no se nos dan explicaciones, pero lo cierto es que «tiró la toalla» y no seguir el viaje. Esta ya es la segunda vez que este joven abandona algo y regresa a casa como un fracasado, sufriendo la vergüenza de haber comenzado algo con entusiasmo, sin poder terminarlo.

    Pero la historia no termina allí.

    Luego que Pablo y Bernabé regresaron exitosamente de su primer viaje misionero, parece que ya habían hecho planes para realizar un segundo viaje. Bernabé trató de incluir nuevamente a su primo, nuestro joven misterioso, en ese viaje. Pero la idea suscitó un desacuerdo tal entre Pablo y Bernabé, que terminaron separándose. Pablo seleccionó como compañero de viaje a Silas, y Bernabé a su joven primo, con quien viajaron a Chipre (Hechos 15:36-40). A partir de ese momento, no escuchamos más acerca de Bernabé.

    ¡Imagínense! ¡Por culpa de nuestro personaje joven se dividió uno de los equipos misioneros más famosos que el mundo conoció, y dos colegas, Pablo y Bernabé, dejaron de trabajar juntos! Cualquiera diría que este joven es un problema donde sea que anda. Este joven representa el fracaso.

    Pero la historia no termina allí.

    Después de la separación de Pablo y Bernabé, aparentemente nuestro joven llegó a ser un «hijo espiritual» del Apóstol Pedro. En una de sus cartas, Pedro lo llama «mi hijo» (1 Pedro 5:13). Y años más tarde, el mismo Apóstol Pablo se refiere a nuestro joven misterioso con palabras tales como: «si va a visitarlos, recíbanlo bien» (Colosenses 4:10), y: «búscalo y tráelo contigo, porque puede ser una ayuda para mí en el trabajo» (2 Timoteo 4:11). El caso es que, después de diversas situaciones complicadas en su vida, por la gracia de Dios nuestro joven desconocido pudo retornar a las actividades de la naciente y creciente iglesia de Cristo.

    Pero la historia no termina allí.

    De acuerdo a lo que dicen distintos comentarios sobre la historia de la iglesia, parece ser que nuestro joven, que a esa altura ya era bastante conocido, llegó a ser secretario personal del Apóstol Pedro. Entre las cosas que escribió, se encuentra uno de los cuatro Evangelios que tenemos en el Nuevo Testamento. No hay por qué dudar que haya utilizado recuerdos de la predicación de Pedro, aunque la lectura del Evangelio evidencia también el uso de otros materiales que solamente alguien como este joven pudo haber vivido y oído de personas allegadas a él, y de experiencias vividas con Jesús. Se piensa que el lugar de composición pudo haber sido Roma o Antioquia. En cuanto a la fecha, se suelen proponer los años 64 a 67 después de Cristo, años en los que el emperador romano Nerón perseguía a los cristianos. Quizás lo sencillo y directo del Evangelio es un indicio que, como autor, nuestro personaje misterioso estaba preparando a los que iban a leer o escuchar la lectura de ese Evangelio, a conocer y a confiar en Jesucristo ante el sufrimiento que los cristianos estaban viviendo e iban a vivir en las persecuciones.

    Además, este Evangelio está escrito en un ambiente multicultural, donde las experiencias de la misión de la iglesia naciente señalan la importancia de la persona de Jesucristo y sus enseñanzas. Así lo afirma Jesús al final del Evangelio, cuando dice: «Vayan por todo el mundo y anuncien a todos este mensaje de salvación. El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado» (Marcos 16:16). Quizás por eso, cuando se da inicio a un proyecto de traducción del Nuevo Testamento en un nuevo idioma o dialecto, se escoge este Evangelio por su sencillez, claridad y mensaje directo.

    Pero la historia no termina allí.

    Dos historiadores de los primeros siglos, Papías y Eusebio, señalan que nuestro personaje fue uno de los fundadores de la Iglesia Cristiana en Alejandría, Egipto, y que llegó a ser el primer Obispo de esa iglesia. Pero durante el octavo año del reinado del emperador romano Nerón, fue apresado y amarrado a una estaca en una hoguera en la plaza pública de aquella ciudad para ser quemado, queriendo dar así el mensaje que todos los cristianos debían abandonar su fe en Jesucristo. Cuando declaró su fe en Jesucristo y sólo en Él con una confesión de fe clara y audible: «Jesu Kirie» «Jesús, Señor», los verdugos prendieron la hoguera y Juan Marcos murió como mártir. Ya no corrió asustado tratando de esconderse, sino que declaró con firmeza su fe en Cristo. Ya no abandonó la misión de llevar el nombre de Cristo a las naciones, sino dijo claramente que Cristo era el Señor. Ya no fue causa de división y separación, sino que, con su testimonio, anunció al mundo que hay un solo Salvador: ¡Jesucristo! (Marcos 15:39).

    Así es, nuestro personaje del Nuevo Testamento es Juan Marcos. De verdad tuvo situaciones inquietantes en su juventud. Tuvo sus propios fracasos, y fue causa de los fracasos de otros. Tuvo sus momentos de fragilidad e incertidumbre. Pero su vida es un testimonio de cómo Dios obra en nuestras vidas, y muestra que el perdón de Dios nos restaura y nos levanta para vivir con propósito y compromiso.

    Quizás ninguno de nosotros tiene una vida como la de Juan Marcos, pero sí hay similitudes. A veces corremos «desnudos» por la vida debido a nuestros pecados, porque éstos son obvios y están a la vista de todos. O a veces andamos por la vida cansados, cargados, preocupados, sin darnos cuenta de la gravedad de nuestros errores. Otras veces somos la causa de conflictos, malentendidos y complicaciones que resultan en relaciones lastimadas con quienes más amamos. Huimos de nuestras responsabilidades, o simplemente ignoramos la gravedad de nuestro incumplimiento como personas, unos con otros y especialmente con Dios.

    Pero la historia de Juan Marcos es mucho más que una historia acerca de una persona fracasada que llegó a tener éxito. Esta historia no tiene la intención de enaltecer a Juan Marcos ni de mostrar sus grandes logros al final de su vida. Esta historia está en la Biblia para dar a conocer el gran amor de Dios, para darnos ejemplos concretos de cómo Dios obra a través de su hijo Jesucristo para traer perdón y reconciliación a nuestra condición humana dañada y moribunda.

    La historia de Juan Marcos es una razón más para que meditemos en Jesucristo, a fin de darnos cuenta que en Él hay esperanza y una renovada certeza que tenemos paz con Dios. Si Dios obra en alguien con tantos problemas como los que tuvo Juan Marcos sin rechazarlo y sin dejar de quererlo, cuanto más es vigente el amor de Dios para nosotros hoy.

    Juan Marcos ya no es un desconocido. Ahora lo conocemos como alguien que se parece a todos nosotros, con nuestras fragilidades, equivocaciones, ideas erradas, complicaciones, relaciones dañadas y mucho más. Pero más aún, la historia de Juan Marcos nos da la oportunidad de conocer cómo Dios trabaja y transforma nuestras debilidades humanas para que seamos sus instrumentos para anunciar las buenas noticias de Su amor todos los días de nuestra vida.

    Como el mismo Apóstol San Pablo afirma: «Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor» (Romanos 8:37-39).
    En el nombre de Cristo. Amén.

    Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.