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PARA EL CAMINO
Actuar como personas perfectas ante los demás es pretender declararse justos delante de Dios. Y esto es una pérdida de tiempo, pues Dios dice que todos hemos pecado y estamos destituídos de Su gloria. ¿Qué podemos hacer? Volvernos a Dios con corazón humilde y arrepentido.
Son fuertes palabras las que hemos escuchado en este pasaje de parte de Jesús. Esto es notable porque si observamos con atención el texto de los evangelios, podemos apreciar que son pocas las ocasiones donde la enseñanza de nuestro Señor es hecha de forma personal y dirigida a un grupo social en específico.
Los fariseos y los escribas a menudo hacían preguntas complicadas para encontrar en error o en herejía el ministerio del Señor. Fueron ellos los que acordaron la traición de Jesús junto con Judas, y ahora son ellos objeto de su enseñanza central. ¿Qué quiere Dios que conozcamos de Cristo a través de ellos? Vale aclarar que tanto los fariseos como los escribas ostentaban una posición de mucho respeto en la sociedad judía del siglo uno. Los primeros eran los encargados de enseñar e interpretar la ley dada por Dios a Moisés. Su proceso de educación ocurría en Jerusalén y estaba a cargo de maestros que los formaban dentro de un riguroso proceso. Los escribas, por su parte, eran los responsables de preservar la integridad de las Sagradas Escrituras. Su labor consistía en transcribir con fidelidad absoluta letra por letra y tilde por tilde de un rollo a otro, los textos que hoy conocemos como el Antiguo Testamento. Era tal la devoción que dedicaban a esta tarea, que antes de comenzar a escribir debían someterse a un proceso de limpieza y purificación corporal.
Sin duda ambas tareas eran importantes. El problema es que estos personajes pronto separaron el ejercicio de su profesión de su estilo de vida. Es decir, como creyentes aparentaban piedad, pero en la práctica se olvidaban de ella. Esta disonancia de comportamiento no excluye a los cristianos del siglo XXI. Los seguidores de Jesús hoy podemos confesar una fe, podemos conocer y estudiar las Escrituras, podemos tener como hábito ir a la iglesia cada domingo, incluso podemos ser voluntarios o trabajar para la iglesia. Sin embargo, la manera de actuar, de pensar o de hablar de algunos creyentes a veces dista mucho de la vida a la que Cristo nos llama a vivir.
Por eso ahora la Escritura le pregunta a usted, ¿se ha jactado del conocimiento adquirido en los libros? ¿Se ha sentido excesivamente orgulloso de las «grandes hazañas» hechas en años de ministerio? La realidad es que la naturaleza humana nos seduce y la arrogancia afecta nuestra percepción de la clase de personas en que nos hemos convertido. Corremos el peligro de pensar que solo nosotros tenemos la razón, convencidos de que todos los demás que no siguen nuestros pasos cometen un grave error.
Lastimosamente, los mismos cristianos podemos criticar sin miramiento alguno, juzgamos a otros por considerarlos paganos, herejes o personas que no tienen suficiente tiempo en la fe cristiana. Juzgamos al «escaso o erróneo» conocimiento que otros tienen de la doctrina bíblica, e invertimos poco o nada de tiempo para conocer a detalle a las personas objeto de nuestro juicio. Pasamos poco tiempo en oración con Dios y consideramos con indiferencia servir a otros en necesidad. Incluso los miembros de nuestra familia no podrían hablar amablemente de la eficacia de nuestro testimonio. Tristemente aun entre los líderes existe una separación de la vida como creyentes frente a los demás y el estilo de vida real que los más cercanos reconocen de nosotros. ¿Se siente identificado?
En el texto bíblico para hoy, Jesús nos pide que hagamos caso a las enseñanzas de Moisés, pero también nos enseña que no sigamos el ejemplo de los fariseos y los escribas, quienes con sus palabras quizá convencían a observar la ley de Dios, pero con su ejemplo arrastraban hacia un lugar distinto. Sin razón, estos llamados maestros de la ley imponían al pueblo cargas morales que ellos mismos no podían cumplir. Eran conocidos por hacer alarde de la apariencia piadosa y moral de sus vestimentas y les agradaba ocupar los lugares de mayor honor en las reuniones. Estos personajes se convirtieron en buscadores incesantes de la adulación personal y el reconocimiento público. Se hicieron guardianes de las puertas del cielo, pues con sus dichos redujeron el reino de Dios a un simple club elitista donde solo algunos tenían cabida.
Ante todo esto, la Biblia dice: «¿quién te hace superior? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no te lo hubieran dado?»
Esta descripción humana de arrogancia y soberbia aun en el cuerpo de Cristo sigue siendo tristemente aplicable entre nosotros hoy. Existen personas que apoyadas en una profesión u oficio ignoran, denigran y critican a otros para mantener sus privilegios. Esto parecería el guión de una película de Hollywood pero desafortunadamente no lo es. Ha pasado y es posible que siga ocurriendo. Hay individuos que hasta han perdido la fe en el cristianismo por culpa de ellos.
Ante tal panorama nuestro Señor Jesucristo nos exhorta con paciencia en la primera carta a los Corintios capítulo cuatro : «No juzguen ustedes nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a la luz lo que esté escondido y pondrá al descubierto las intenciones de los corazones».
Dios nos pide que analicemos nuestro testimonio y que no desechemos lo que la ley de Moisés nos enseña. Esta Ley, dada por el Dios Todopoderoso a Moisés y al pueblo de Israel en el Monte Sinaí, se resume en el texto de Éxodo capítulo veinte:
1) No tengas otros dioses aparte de mí.
2) No usarás el nombre de tu Dios en vano.
3) Santificarás el día de reposo.
4) Honrarás a tu padre y a tu madre.
5) No matarás.
6) No cometerás adulterio.
7) No robarás.
8) No hablarás falso testimonio contra tu prójimo.
9) No codiciarás la casa de tu prójimo.
10) No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, criada, ganado ni cosa alguna de su pertenencia.
Duras palabras de escuchar son estas, ¿no cree? Seguramente en más de una ocasión usted y yo nos hemos visto reflejados en el incumplimiento de alguno de estos mandatos. Al respecto, el Pastor Martin Lutero escribe en su Catecismo Menor: «Dios amenaza castigar a todos los que traspasan estos preceptos. Por lo tanto, debemos temer su ira y no actuar en contra de ellos. En cambio, él promete gracia y todo género de bienes a todos los que los cumplen. Así que debemos amarlo y confiar en él y actuar gustosos conforme a sus mandamientos.»
Entonces no podemos despreciar la ley dada a Moisés, pues Dios no toma en poco su cumplimiento. Al contrario, en su Carta a los Romanos, el apóstol Pablo dice que por medio de la ley es que conocemos las conductas que no honran a Dios, llamadas pecado. Por lo tanto, cada día debemos acercarnos a Dios con un espíritu de humildad y arrepentimiento, reflexionando sobre lo ocurrido en la jornada, y pedirle su gracia por medio de Jesús, quien murió en la cruz para que nosotros podamos recibir perdón por nuestros pecados. Lo hacemos recordando el día de nuestro bautismo y nuestra identidad como hijos de Dios y su llamado a seguir su ejemplo en todo momento.
Nuestro texto de hoy, hermanos, nos invita a no buscar refugio en el mero conocimiento intelectual de Dios y a confiar únicamente en el razonamiento humano para distinguir lo bueno de lo malo. Esta aparente habilidad, conocida como libre albedrío, es engañosa pues está sujeta a nuestra naturaleza corrupta que, si somos honestos, no siempre hace lo que Dios espera sino más bien hace lo que a nuestra carne le satisface. Actuar como personas autoproclamadas rectas y perfectas ante los demás es pretender declararse justos delante de Dios. Y esto es una pérdida de tiempo, pues como dice Romanos, capítulo tres: «Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios.» Nadie puede cumplir las obras que la ley demanda a cabalidad.
Entonces, si nuestra razón nos ha extraviado y no podemos fiarnos ciegamente en nuestros conocimientos intelectuales, ¿en qué podemos confiar? La realidad es que Dios quiere que nos volvamos a Él. El Creador eterno que nos dio aliento de vida nos ama y quiere que reconozcamos nuestros errores para saber de dónde hemos caído y así arrepentirnos y ser salvados de la muerte.
Quizá haya escuchado hablar del Instituto Tuskegee, un importante colegio fundado en 1881 en Alabama. Este colegio fue fundado por Booker T. Washington con la finalidad de brindar oportunidades de educación superior a la comunidad afroamericana, después de que la esclavitud fuera abolida por decreto del Presidente Abraham Lincoln. Poco después de asumir como presidente del Instituto Tuskegee en Alabama, el profesor Booker T. Washington estaba caminando en una sección exclusiva de la ciudad, cuando una mujer rica lo detuvo. Sin reconocerlo, le preguntó si le gustaría ganar unos dólares cortando leña para ella.
Como no tenía asuntos urgentes en ese momento, el Sr. Washington sonrió, se arremangó y procedió a hacer la humilde tarea que ella le había pedido. Cuando terminó, llevó los troncos a la casa y los apiló junto a la chimenea, donde una niña lo reconoció y luego reveló su identidad a la señora. A la mañana siguiente, la mujer avergonzada fue a ver al Sr. Washington en su oficina en el Instituto y se disculpó profusamente. «Está perfectamente bien, señora», le respondió. «De vez en cuando disfruto de un poco de trabajo manual. Además, siempre es un placer hacer algo por un amiga». Ella le estrechó la mano y le aseguró cálidamente que su actitud dócil y amable la había hecho apreciarlo a él y a su trabajo de corazón. No mucho tiempo después mostró su admiración al persuadir a algunos conocidos adinerados para que se unieran a ella en la donación de miles de dólares al Instituto Tuskegee.
Considerando la historia del profesor Washington, apartémonos pues de la hipocresía y escuchemos con humilde atención las Palabras de Jesús, el Hijo de Dios, el único que cumplió cada mandamiento de la ley. El único con autoridad para guiarnos por el camino correcto, pues él mismo es el camino.
Hay un texto en el capítulo 3 de Proverbios que es uno de mis favoritos y que escuché por primera vez cuando era adolescente. Dice así: «Confía en el Señor de todo corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus sendas. No seas sabio en tu propia opinión; teme al Señor y apártate del mal. Él será la medicina de tu cuerpo; ¡infundirá alivio a tus huesos!»
¿Cómo te sientes al saber cuánto te ama Dios? ¿Eres consciente de lo que le costó a Jesús reconciliarte con él?
El mensaje del Señor es claro. Él no quiere que tengamos un concepto de nosotros mismos más alto del que debemos tener. El Reino de Dios en la tierra no es un museo del salón de la fama basado en los méritos de cada uno de nosotros, sino más bien un hospital para pecadores que buscan ser sanados y transformados a la imagen de Jesús. No olvidemos nunca que es solo por su gracia que Dios nos ha salvado por medio de la fe en Cristo. Ésta como dice Pablo a los Efesios: «no nació de ustedes, sino que es un don de Dios; ni es resultado de las obras, para que nadie se vanaglorie.»
No debemos olvidar que «somos hechura suya; hemos sido creados en Cristo Jesús para realizar buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos de acuerdo con ellas.» Caminemos como hijos suyos, sin condenación, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.
Si quieres aprender más sobre Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.
Para la gloria de Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo. Amen.