PARA EL CAMINO

  • La lluvia es mi fiesta

  • febrero 4, 2024
  • Dr. Leopoldo Sánchez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Isaías 55:10-13
    Isaías 55, Sermons: 4

  • La lluvia del cielo es la palabra de Dios que anuncia buenas nuevas al pecador sediento. Es la promesa de que llegará el día en que Dios revelará su brazo salvador a todas las naciones, salvándolos del poder del pecado, el diablo y la muerte. La lluvia del cielo es la razón de la celebración del pueblo de Dios.

  • «La lluvia no daña mi fiesta» —dice un famoso coro musical de música caribeña. Se trata de una persona que ha sido invitada a una fiesta. Cuando el día del gran evento llega, el entusiasta invitado practica sus pasos de baile, se pone su mejor ropa y va al salón del peluquero para que le arreglen el cabello. De repente dice la canción, «¡cuando ya estaba peinadito llegó el aguacero y me mojó ay!». Sin embargo, la actitud del bailarín ante la lluvia no es negativa. Al contrario, el cantante sigue diciendo: «Me gusta la lluvia, me gusta la mar y me gusta el barco para navegar». Algunos se molestan cuando llueve porque les puede mojar la ropa o echar a perder el peinado. La lluvia les daña la fiesta. Pero otras personas aprecian la lluvia, y al fin de cuentas no la ven como un obstáculo para vivir con alegría: «La lluvia no daña mi fiesta».

    En la Biblia, la lluvia puede ser un símbolo del juicio divino contra el pecado. El diluvio en los días de Noé es un ejemplo claro. La lluvia, el aguacero, el diluvio le dañó la fiesta a todos los incrédulos que se burlaron de Noé y su mensaje, a los que no escucharon la palabra de Dios. Pero la lluvia también puede ser un símbolo de bendición divina. Dios salvó a Noé y su familia mediante un arca, permitiendo que las aguas del diluvio sirvieran como salvoconducto y no como instrumento de muerte. La lluvia no dañó su fiesta.

    Otro ejemplo del uso de las aguas como instrumento de juicio y bendición lo vemos en el Éxodo. Cuando el faraón y los egipcios persiguen al pueblo de Dios hasta el Mar Rojo para atacarlos, Dios por medio de Moisés abre el mar y permite que Israel pase por las aguas hasta que lleguen a tierra firme. Las mismas aguas que salvan a Israel luego destruyen a los egipcios que quieren pasar por ellas. Las aguas del mar le dañaron la fiesta al faraón y sus egipcios, y las mismas aguas fueron bendición para el pueblo de Israel dándoles paso seguro a la tierra que Dios les había prometido.

    El texto del profeta Isaías se enfoca en la lluvia como símbolo de la poderosa palabra de Dios, mediante la cual él promete bendecir a su pueblo. Lo que Dios dice, Dios hace. Su palabra da fruto en nuestras vidas. Así como la lluvia cae de los cielos y no vuelve allá vacía, sino que riega la tierra para que dé fruto, así también la palabra que viene de nuestro Padre en los cielos no vuelve a él vacía, sino que lleva a cabo sus propósitos en nosotros (paráfrasis de Isaías 55:10-11). Por eso le dice Dios a su pueblo en Isaías 55:1a: «Todos ustedes, los que tienen sed: Vengan a las aguas«. Y también les dice en el versículo 3a: «Inclinen su oído, y vengan a mí; escuchen y vivirán«. Por ser vivificante, la palabra de Dios es como el agua. El profeta nos quiere decir: regocíjense cuando la lluvia del cielo los moje y empape, cuando Dios les dé aguas de vida eterna para saciar su sed espiritual, cuando Dios les abra los oídos para recibir y crecer en su palabra vivificante.

    En la canción caribeña «La lluvia no daña la fiesta», la lluvia no es obstáculo para la felicidad. Pero en la narrativa bíblica aprendemos una verdad más profunda y transformadora. La lluvia del cielo es en realidad la razón de la fiesta, de nuestro gozo. Es la razón de la celebración del pueblo de Dios. Esa lluvia celestial es la palabra de Dios que anuncia buenas nuevas al pecador sediento. Es la promesa que proclama la llegada de un nuevo éxodo para el pueblo de Israel. Así como Dios reveló su salvación al liberar a Israel de los egipcios, así también llegará el día en que Dios revelará su brazo salvador a todas las naciones, salvándolas del poder del pecado, el diablo y la muerte.

    El texto de Isaías se refiere a este gran evento de salvación como «un pacto eterno» que Dios llevará a cabo a favor de su pueblo: «Inclinen su oído, y vengan a mí; escuchen y vivirán. Yo haré con ustedes un pacto eterno, que es el de mi invariable misericordia por David» (v. 3). Así como Dios se apiadó de David y le proclamó su perdón mediante su profeta Natán, Dios también proclamará su misericordia al pueblo que desciende de David. Dios llamará a su pueblo pecador al arrepentimiento y les dará su perdón. Y por medio del testimonio de su pueblo Dios también llamará a todos los pueblos a volverse a él y recibir su perdón, como nos dice en los versículos 6 y 7: «Busquen al Señor mientras pueda ser hallado; llámenlo mientras se encuentre cerca. ¡Que dejen los impíos su camino, y los malvados sus malos pensamientos! ¡Que se vuelvan al Señor, nuestro Dios, y él tendrá misericordia de ellos, pues él sabe perdonar con generosidad!»

    Sin arrepentimiento y perdón no puede haber gozo en el Señor, solamente distanciamiento entre Dios y el pecador. Sin lluvia, no hay fiesta. La lluvia celestial tiene que caer sobre la tierra para así hacerla fértil. La palabra de Dios debe empapar nuestros corazones secos para suavizarlos y hacerlos receptivos a sus propósitos. El texto sirve como advertencia a aquellos que quieren buscar la felicidad sin la palabra de Dios, que quieren fiesta sin lluvia, que no quieren anclar su vida y encontrar gozo duradero en la palabra de Dios. Pero el texto también sirve como buena nueva a todos aquellos que sienten que, por las dificultades y tragedias de la vida, o por los ataques del maligno, Dios los ha abandonado. A ellos Dios les asegura que todos los que ponen su confianza en Él y escuchan su palabra, son el pueblo de su pacto y por ende objeto de su inagotable misericordia. Dios les promete a sus hijos que en su palabra encontrarán un gozo que sobrepasa todo entendimiento, un gozo en su salvación que se mantendrá firme aun en medio de las luchas y los sufrimientos que les depare la vida.

    Proclama Isaías que llegará el día del gran éxodo cuando el Señor revelará su salvación a Israel y, por medio de su pueblo, a todas las naciones. Ese día ha llegado con la venida de Cristo, descendiente de David y representante de Israel, al mundo. Por medio de Cristo, Dios salvará del poder del pecado, el diablo y la muerte a todas las naciones. Mediante su palabra, Dios Padre nos lleva a la fe en su Hijo y nos adopta como sus hijos e hijas en un nuevo pacto. Así nos da el gozo de la salvación. El profeta Isaías describe este gozo como un tipo de fiesta. Cuando llegue el día de la salvación, nos dice en el versículo 12a, «ustedes saldrán con alegría, y volverán en paz«. Así como Israel salió de Egipto y llegó con bien a la tierra prometida, así también todas las naciones que ponen su fe en Cristo saldrán de su cautiverio al pecado con alegría y volverán en paz a los brazos de Dios para vivir en comunión con él por toda la eternidad. Y luego el profeta continúa, ilustrando este éxodo y retorno del pueblo de Dios con imágenes de celebración en la que participa toda la creación, diciendo: «. . . los montes y las colinas cantarán el paso de ustedes, y todos los árboles del campo aplaudirán«. La lluvia ha llegado. Es tiempo de fiesta.

    Y los frutos de la lluvia serán visibles. La palabra producirá su fruto en nosotros. Los que han recibido el perdón del Señor, los que han bebido de sus aguas de vida, los que han sido empapados con su lluvia, cosecharán frutos de justicia. Vivirán justamente ante Dios por la fe y ante los demás por amor. Como bien lo dice Isaías en el versículo 13: «En lugar de zarzas, crecerán cipreses; en lugar de ortigas, crecerán arrayanes«. O como lo dice el reformador Lutero, Dios nos hace «árboles frutales, espléndidos y nobles», es decir, Dios nos hace cristianos (LW 17:259, traducción mía). Y el fruto de Su palabra en nuestras vidas también nos hará testigos de su misericordia ante otros, y así glorificará su nombre ante todos los pueblos (v. 13b). O dicho en el lenguaje del apóstol Juan, todos aquellos que por la palabra de vida han puesto su fe en el Hijo permanecen unidos a él y producen buen fruto, como los pámpanos unidos a la vid. Dice Juan 15:3-5: «Ustedes ya están limpios, por la palabra que les he hablado. Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Así como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí ustedes nada pueden hacer«.

    Demos gracias a nuestro Padre celestial quien, por medio de su Hijo Jesucristo, nos ha empapado de bendición con la lluvia de su palabra, ha renovado su pacto con nosotros haciéndonos su pueblo mediante las aguas salvíficas del bautismo, nos ha dado el gozo de la salvación y aún sigue produciendo en nosotros buen fruto para gloria de su Hijo y beneficio de nuestros prójimos. «La lluvia no daña mi fiesta,» dice el cantante. Pero nosotros decimos, «la lluvia es mi fiesta». En Cristo y su palabra, tenemos gozo verdadero y duradero. ¡Celebremos porque el Señor es bueno y para siempre es su misericordia!

    Si de alguna manera podemos afirmarte en la celebración de la fiesta que Dios nos ofrece, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.