PARA EL CAMINO

  • La locura y la cordura de la cruz

  • junio 30, 2024
  • Rev. Laerte Tardelli Voss
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 1 Corintios 1:18-25 NVI
    1 Corintios 1, Sermons: 9

  • Para muchos, la cruz de Cristo es locura y escándalo. Pero quienes creemos en ella por el poder del Espíritu Santo la abrazamos con gratitud, porque ella es nuestra posesión más preciada y perfecta de perdón y bendición.

  • En 1857, los arqueólogos que excavaban en Roma desenterraron una casa que formaba parte del palacio del emperador Calígula, un hombre desagradable que reinó después que Jesús murió, resucitó y ascendió a los cielos. Irónicamente, la casa desenterrada pronto se hizo más conocida por un grafiti que se encontró en una de sus paredes, una especie de caricatura antigua que mostraba la imagen de un joven que miraba admirado la figura crucificada de un hombre con cabeza de asno. Debajo estaba escrito: «Alexámenos adora a su Dios».

    El diseño del hombre-burro crucificado puede estar en un museo hoy, pero no se trata de arte religioso. No señor. Los romanos colocaban a los condenados crucificados al mismo nivel que a los animales. El grafiti era una burla ante la nueva y extraña religión llamada cristianismo, una religión aparentemente ridícula que había comenzado en Jerusalén y que exigía a sus seguidores que adoraran a un Dios crucificado. Fue así en el principio. Ya fuera en Roma, Corinto o en otra parte del mundo donde llegaba el evangelio, «la palabra de la cruz es locura», dice Pablo. Por lo menos para los que se pierden, porque para los que son llamados por Dios, la cruz de Cristo no era ni es locura, sino sabiduría. Así es: en la cruz hay locura y sabiduría. ¿Qué quiso decir el apóstol Pablo? ¿Qué significa para nosotros el hecho de que la cruz posiciona al ser humano en la encrucijada entre la locura y la cordura, como dicen los poetas? Es lo que trataremos de descubrir. Empecemos con la locura.

    1. La locura de la cruz – Desde el principio, la visión más común de la cruz ha sido que es una locura. Pero el problema con esta perspectiva es que es sostenida por personas con un destino trágico. La cruz es locura, pero es locura para los que se pierden. Pablo no era sordo a las risas del mundo dirigidas a la cruz. Al contrario, escuchó con atención y tomó nota de su sonido. Detectó la carcajada hueca del moribundo que necesita ser salvado, pero se está condenando; el cacareo vacío de los que se creen sabios, pero han rechazado el poder de Dios para su salvación. Son los enfermos que se ríen de su médico cuando les ofrece una cura. Son los criminales acusados que rechazan la única buena defensa que su abogado puede ofrecerles. En otras palabras, esta perspectiva de la cruz, como locura, puede ser aceptada por muchos, pero son personas que caminan por la triste carretera rumbo a la perdición eterna.

    Al considerar a los que ven la cruz como locura, en los versículos 18 a 21, Pablo tiene la mirada puesta en los griegos. Pero cuando continúa su pensamiento en los versículos 22 a 25, incluye también a los judíos. Es como si la cruz fuera locura en más de un sentido. A los judíos, dice Pablo, les gusta las señales, es decir, los milagros. Los judíos condicionan su adherencia a Cristo a que les den algún tipo de prodigio. Parece que están viciados en esas experiencias sobrenaturales. No se satisfacen con la obra de Cristo en la cruz, porque la cruz no les parece poderosa. Además, la consideran una ofensa. Para los judíos había un obstáculo teológico en el camino, porque Deuteronomio 21:23 pronunciaba una maldición sobre cualquiera que fuera colgado en un madero, y los judíos entendían que esto incluía las ejecuciones en una cruz. ¿Cómo podía ser el Mesías prometido un crucificado? Imposible, para ellos que esperaban un Mesías poderoso, un revolucionario libertador por la fuerza. Les digo que Cristo es el Mesías anunciado en Isaías, en las profecías, que vendría para sufrir y curar nuestras enfermedades espirituales con su muerte, y ellos dicen… «nah. Eso es debilidad, vergüenza, eso es locura».

    Para los griegos, la cruz no parecía inteligente, era una señal de insensatez. La cruz sería, en su visión, incapaz de atraer a los influyentes y a los sofisticados. Los griegos, dice Pablo, quieren un mensaje ingenioso, tal vez una doctrina que sea como curiosa o medio misteriosa, o aun un sistema de principios que sea elocuente. Están viciados en novedades, en ser entretenidos con charlas intelectuales, o en ser inspirados por secretos especiales y reglas para vivir. «Denos algo erudito, bien escrito», demandan. Les digo que Cristo nos enseña muchas cosas, pero lo principal no es lo que nos enseña sobre cómo vivir, sino lo que Él hizo muriendo y resucitando para darnos el perdón … y los griegos dicen … «nah. Eso es tontería, locura. Lo mejor que podemos hacer con este mensaje es una caricatura para reírnos, como nos reímos de Alexámenos».

    El mensaje de la cruz de Cristo parecía y sigue pareciendo locura, en primer lugar, porque revela que el problema del ser humano era demasiado grande para que lo solucionara solo o para que lo solucionara con su sabiduría humana. A lo largo de los siglos, la sabiduría humana ha tenido muchos momentos brillantes y se ha utilizado de muchas maneras, aunque no siempre para el bien. Pero en cuestiones espirituales, en la búsqueda de la salvación, que es lo que más importa, este tipo de sabiduría es inútil. Una receta de 12 pasos no funcionaría. Una conferencia motivacional para potenciarnos o un libro de autoayuda no funcionarían. Nuestro problema es más grave. Tanto, que Dios tuvo que intervenir e involucrarse. Y no con acciones poderosas y milagrosas. Para la salvación del ser humano, Dios tuvo que volverse vulnerable, débil, al punto de sacrificarse muriendo en una cruz. Y esta verdad va completamente en contra de la obsesión del ser humano en auto justificarse, en solucionar su problema por sus propios logros, va completamente contra los esquemas de su orgullo. Por ese le parece locura.

    La cruz de Cristo también parece locura porque no solamente enseña que el camino para llegar a la salvación es al contrario de lo que el ser humano espera, sino que el camino de vivir la salvación, de caminar como un cristiano salvo por Cristo, es también al revés. Sí, al revés. Los últimos son los primeros. Se sube descendiendo. Se gana la vida entregándola. Según la perspectiva de la cruz, la forma de conseguir poder verdadero es renunciando a tu poder y siendo un siervo en este mundo. La forma de conseguir libertad verdadera es sometiéndose a la gracia y la voluntad de Dios, y unos a los otros. La forma de conseguir riqueza verdadera es compartiendo tu dinero generosamente. La manera de ser verdaderamente grande es haciéndose pequeño, humilde, gentil con los demás. La manera de conseguir una firme autoestima, de encontrar real seguridad en tu belleza y tu valor, es admitiendo que eras un pecador tan terriblemente perdido que alguien, Jesús, tuvo que venir y morir por ti. Esto contradice al ego de nuestra naturaleza pecadora. Y nos hace parecer locos para el mundo.

    Ser cristiano tiene un costo, y debemos contarlo. Porque lo que es cierto de Cristo y de la cruz también lo será para todos los que confían en esa cruz y la toman para su vida. Si el Evangelio que confesamos parece débil e insensato, entonces tú y yo también pareceremos débiles e insensatos. Y eso no es cómodo para nosotros. A veces es doloroso. No me gusta parecer débil o tonto. Imagino que a ti tampoco. Y tendremos la tentación de evitar una forma de vida, o una confesión de Cristo, que nos deje expuestos a la desaprobación o la burla de los demás. Pero es parte del plan de Dios que los cristianos parezcan tan tontos como tonto suena el evangelio. La locura de la cruz. Hablemos ahora del otro aspecto, la sabiduría, la cordura de la cruz.

    2. La cordura de la cruz – Como dice Pablo en el versículo 21, este supuesto mensaje sobre un Salvador en una cruz es, en realidad, exactamente lo que necesitamos. La muerte de Jesús es lo único que puede salvar a quienes ponen su fe en ella. Y cuando la gente descubre esto, se encuentra con el joven Alexámenos, mirando y admirando a Cristo en la cruz, reconociendo y adorando al Dios-hombre de la Biblia y no al hombre-burro del mundo burlón.

    Este descubrimiento de la cordura de la cruz, de su sentido, de su razón de ser, según Pablo, es un conocimiento al que llegamos por la gracia de Dios. Oíste bien: por la gracia de Dios. Cristo y su cruz se hacen sabiduría para aquellos a quienes Dios ha llamado. Sólo pasamos de la locura para la cordura por la obra del Espíritu Santo en nuestra vida. Es Él quien nos da esta fe en el bautismo y es Él quien alimenta esta fe por medio de la Palabra y de la Santa Cena.

    Ahora, ¿qué exactamente no enseña el Espíritu Santo sobre la cordura de la cruz? ¿De qué nos convence Dios con respecto a la sabiduría de la cruz? Tiene que ver con el versículo 21, dónde Pablo habla del «sabio designio de Dios». Pablo no está hablando de un sabio designio en términos generales o para asuntos abstractos. Él se está refiriendo al sabio designio de Dios con respecto a la salvación de la humanidad. El sabio designio de Dios es el plan inteligente, el santo proyecto, la forma perfecta que encontró Dios de pagar el justo precio que nuestros pecados merecían. Como dijimos, el ser humano tenía un gran problema en sus manos. Un problema mucho mayor que su capacidad de resolverlo. Su pecado, desde la caída de nuestros padres en el jardín del Edén, nuestro pecado, nos había puesto bajo el castigo temporal y eterno de Dios. La ira de Dios estaba en contra de nosotros y merecíamos morir. Dios tenía razón en juzgarnos y en juzgar todo el mal por el cual somos responsables. La maldad causada por las personas, la basura producida por los pecados cometidos desde Adán y Eva, no podía ser simplemente tirada debajo de la alfombra. Una vez que el mal entró en el mundo, no puede desaparecer por un chasquido de dedos o un memorándum celestial. Alguien tiene que pagar esta deuda. No sería justo contra Dios. No sería justo de parte de Dios, pues no sería justo con las víctimas. La idea de un Dios que cierra sus ojos a la maldad y el sufrimiento causado por el pecado puede sonar bien hoy día, en un primer momento, pero no se sustenta. Nos damos cuenta cuando alguien nos hace algún daño. No aceptamos que la persona se salga con la suya. Pedimos por la justicia de Dios. Pues para que la justicia de Dios sea una realidad, era necesario un sacrificio expiatorio, es decir, un sacrificio que pagara la deuda. Es la cordura de la cruz.

    Pero muchos se han molestado con eso a lo largo de los años. Dicen: «Dios mío, ¿aún creen en esto?» Citan, por ejemplo, historias como la Ilíada>/i>, donde Agamenón está tratando de navegar a Troya para atacar la gran ciudad y, para tranquilizar la ira de los dioses, tiene que hacer un sacrificio. ¿Conocen la historia? Agamenón mata a su hija y la ofrece como sacrificio para que los dioses le den buenos vientos y bendición. Muchos dicen: «Por favor… Los dioses estaban enfadados con Agamenón, así que por eso mata a su hija y la ofrece, ¿eso no es cosa de sociedades, divinidades primitivas? ¿Y tú quieres volver atrás en el tiempo? ¿Quieres tener un Dios así? ¿Crees en un Dios sanguinario como ese?»

    La cordura de la cruz, que comprendemos y creemos por obra del Espíritu Santo, es justamente la verdad de que el Dios de la Biblia no es como los dioses modernos que sólo guiñan el ojo ante la injusticia diciendo «no pasa nada». El Dios de la Biblia tampoco es como los antiguos dioses sedientos por justicia que decían: «quiero tu sangre», y luego tienes que venir con tu hijo y ofrecerlo. Oh, no. La sabiduría de la cruz es que Dios mismo es quien puso a su Hijo. Dios no te pide que ofrezcas a tu hijo. Dios no es sanguinario. Dios dice que el precio debe ser pagado. Pero, como leemos en Hechos 20 [28]: «Pastorea el rebaño de Dios que Dios compró con su propia sangre». Dios derramó su sangre. Dios nos compró con su sangre. Dios pagó la deuda de nuestro pecado y nos conquistó el perdón, y así, en su sabio designio, pudo cumplir tanto con las exigencias de su justicia, como con las exigencias de su gran amor por nosotros. La cordura, la lógica, la belleza y el poder de la cruz. Confiamos en ella, por obra de Espíritu Santo. Y la comprendemos perfectamente también, por obra del Espíritu Santo.

    Querido hermano: No caigas en la tentación de escandalizarte por la cruz, interpretándola como algo absurdo, como una locura. No caigas en la tentación de perder tu asombro y admiración ante ella, etiquetándola como algo irrelevante. Abrázala con ganas y con gratitud, porque ella es para ti. Para tu bendición. El Evangelio del perdón de los pecados por la muerte de Cristo es el poder de Dios, es nuestra posesión más preciada, es pura y perfecta cordura.

    Pablo estaba absolutamente convencido de eso. Por eso dice en el versículo 23: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado». No dijo, nosotros predicamos el Sermón de la Montaña, o los 10 Mandamientos. No dijo nosotros predicamos sobre la multiplicación de panes y peces y a los milagros de Jesús (aunque predicara sobre estas cosas también — su punto era destacar la prioridad). Y Pablo jamás diría: nosotros predicamos sobre la capacidad y la competencia y la cordura de ustedes. No, él dijo: «nosotros predicamos a la cordura de la cruz. Predicamos a Jesús en la cruz por ustedes. Su sacrificio por el pecado de ustedes. Sólo ahí existe sabiduría y poder de salvación». Cree en lo que el apóstol nos enseña y únete al desconocido Alexámenos y a todos los que miran, admiran y viven para el salvador Jesús colgado en la cruz. Aunque se burlen de ti.

    Y si de alguna manera podemos acompañarte en este camino de la cruz, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.