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PARA EL CAMINO
Hoy la Iglesia celebra el nacimiento de Juan el Bautista, el precursor de Jesús, quien dijera a los fariseos de su tiempo: «…todo árbol que no produzca buen fruto será cortado y arrojado al fuego» (Mateo 3:10). Palabras muy fuertes de alguien cuyo nombre significa: «Dios es misericordioso».
Recuerdo vívidamente las celebraciones que se hacían en mi pueblo para «la noche de San Juan». Mi pueblo era uno más de los cientos de pueblos y ciudades que, el 24 de junio de cada año, celebraba «la noche de San Juan» con una gran fogarata. Nunca supe por qué se hacía una fogarata en la calle, y las familias se reunían alrededor a conversar y a tirar leña al fuego. Así que ahora me puse a investigar, y esto es lo que encontré: en «la noche de San Juan» se celebra el nacimiento de Juan el Bautista.
Es un caso excepcional, porque la norma es que a los héroes, próceres, y mártires, se los recuerde en el día de su muerte. Sin embargo, con Juan el Bautista la cosa es diferente. La celebración de su nacimiento, el 24 de junio de cada año, data del siglo quinto. ¿Por qué se eligió esa fecha? Aparentemente, porque está conectada con la otra gran celebración cristiana del 24 de diciembre. La iglesia cristiana celebra el nacimiento de Jesús el día 24 de diciembre ya desde el siglo cuarto. Así, entre el nacimiento de Juan el Bautista y el nacimiento de Jesús, hay seis meses exactos. La Biblia registra que cuando Elisabet, la mamá de Juan el Bautista, estaba embarazada de tres meses, la virgen María concibió a Jesús.
Estas dos fechas también tienen que ver con celebraciones seculares, en alguna medida paganas y hasta supersticiosas, pero que indudablemente le agregan mucho significado a ‘la noche de San Juan’, y a la Navidad, ya que coinciden con los solsticios de verano y de invierno en el hemisferio norte respectivamente.
En los países del norte de Europa se hacían actividades especiales para conmemorar los cambios de estación. En el hemisferio norte, el 21 de junio no sólo es el día en que comienza el verano, sino que también es cuando los días comienzan a acortarse y las noches a hacerse más largas. De ahí la costumbre de hacer grandes fogaratas esa noche de junio, con la esperanza de darle más fuerza al sol. Con el tiempo, la fiesta del solsticio de verano se combinó con la celebración del nacimiento de Juan el Bautista. Pero hay algo más, algo mucho más significativo, en esta combinación de los solsticios con las celebraciones del nacimiento de Jesús y de Juan el Bautista.
En uno de sus mensajes, y refiriéndose al ministerio de Jesús y a su propio ministerio, Juan el Bautista dijo: «Es necesario que él crezca, y que yo decrezca» (Juan 3:30). Juan surgió como el más grande de los profetas. En Mateo 11:11, Jesús dijo acerca de él: «De cierto les digo que, entre los que nacen de mujer, no ha surgido nadie mayor que Juan el Bautista». Sin embargo, Juan entendió que su misión en la tierra era preparar a las personas para que recibieran al Mesías prometido. Juan sabía que había venido al mundo para señalar a otro mucho más importante que él… por eso era necesario que él decreciera y Jesús creciera.
La iglesia de los primeros siglos, entonces, utilizó estos pensamientos de Juan el Bautista para fijar la fecha de los nacimientos de Jesús y de Juan. Así como a partir del solsticio de verano en el hemisferio norte los días comienzan a acortarse, así Juan el Bautista comienza a decrecer en su ministerio para dar paso a que Jesús crezca en su ministerio así como los días comienzan a alargarse a partir del 21 de diciembre.
El nacimiento de Juan el Bautista estuvo impregnado de misterio y de milagros. En el siglo cuatro, San Agustín, considerado el más grande de los padres de la iglesia, escribió en un sermón:
«Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una joven virgen. El futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento, y se queda mudo; la Virgen sí cree el del nacimiento de Cristo, y lo concibe por fe. Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: ‘La ley y los profetas llegaron hasta Juan.’ Por tanto, él es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo es que nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea.»
Entonces, ¿qué significado tiene todo esto hoy para ti y para mí? ¿Cómo nos afecta el nacimiento de Juan el Bautista? ¿Qué mensaje de esperanza y alivio puede traer a nuestra complicada y sufrida existencia? La respuesta está en su nombre: Juan. Vayamos por partes.
El contexto que rodea el nacimiento de Juan el Bautista es único. El evangelista Lucas describe con muchos detalles lo que sucedió. Hay que recordar que Lucas «investigó con esmero desde su origen» (Lucas 1:3) los acontecimientos que rodearon la vida y el ministerio de Jesús. Zacarías y su esposa Elisabet fueron catalogados por Lucas como dos personas «rectas e intachables delante de Dios». Sólo dos personas más en el evangelio de Lucas reciben esta designación: Simeón, quien tuvo al niño Jesús en brazos cuando fue llevado al templo, y José de Arimatea, quien bajó de la cruz el cuerpo sin vida de Jesús para ponerlo en su tumba.
Zacarías era un sacerdote que había sido elegido por sorteo para quemar incienso ante el lugar santísimo. Eso fue algo muy importante para él, porque algunos sacerdotes esperaban toda la vida para poder quemar incienso en el santuario, que era el lugar que se encontraba justo ante el lugar santísimo. A algunos sacerdotes no les tocaba nunca.
Pobre Zacarías, ¡qué susto se debe haber llevado! Muy solemnemente iba a hacer la liturgia de su vida y, cuando está en medio de ella, se le aparece un ángel con un anuncio extraordinario. Lucas dice que cuando Zacarías vio al ángel: «se echó a temblar, lleno de miedo». Entre otras cosas, el mensajero de Dios le dice: «No tengas miedo, Zacarías. Dios ha escuchado tu oración, y tu mujer Elisabet te dará un hijo, al que llamarás Juan… Él hará que muchos de los hijos de Israel se vuelvan al Señor su Dios, y lo precederá con el espíritu y el poder de Elías, para hacer que los padres se reconcilien con sus hijos, y para llevar a los desobedientes a obtener la sabiduría de los justos» (Lucas 1:13, 16-17).
No sé si puedo decir que el ángel anuncia que el hijo de Zacarías iba a tener una tarea muy linda por delante. Pero sí creo no equivocarme al decir que iba a ser importante. Porque cualquier tarea que tenga que ver con la reconciliación entre los miembros de una familia, y con vivir con una conciencia tranquila, es la tarea más importante del mundo.
¿Se te apareció alguna vez un ángel para decirte que a través tuyo iban a ocurrir cosas ‘imposibles-de-suceder’? Eso es lo que le sucedió a Zacarías, que no entendía nada de lo que estaba pasando. ¿Cómo él, un viejito, y su esposa, «de edad avanzada» y estéril, iban a concebir un hijo? Y como era tan ‘imposible’ para su mente humana que no lo pudo creer, el ángel lo enmudeció ‘hasta que todo eso sucediera’.
Pienso en las personas que estaban fuera del santuario, esperando la bendición que Zacarías no pudo dar. Pienso en Elisabet, que trataba de entenderle a su marido que venía sacudido internamente por la visita del ángel y su anuncio, y por su mudez. Pienso en cómo se las habrá arreglado Zacarías para explicarle a su mujer que tenían que hacer cumplir las palabras del ángel: ¡había que concebir un hijo!
Zacarías estaba mudo. Qué notable que Dios haya castigado así a un hombre «recto e intachable». Algunos sugieren que, en realidad, Dios no quería que Zacarías hablara acerca de esas cosas hasta que ‘todo eso sucediera’. Dios estaba guardando misteriosamente, en secreto, lo que estaba pasando. También hay que notar que, después que Elisabet quedó embarazada, ella se ocultó, quedó recluida, por cinco meses.
Y entonces llega el momento del nacimiento, y aquí el misterio, lo que Dios venía gestando casi en secreto, comienza a hacerse público. Zacarías pide una tabla y escribe: «su nombre es Juan», y toda la parentela y los vecinos quedan perplejos… porque no había nadie en la familia con ese nombre, o tal vez porque Zacarías recuperó el habla inmediatamente, o tal vez por el significado del nombre Juan. Porque Juan quiere decir: ‘Dios es misericordioso’.
Mi esposa y yo tenemos cuatro nietos. El último nació hace pocas semanas, es varón y es el primero en llevar mi apellido. Me hace sentir muy especial que mi apellido se continúe en la historia. Para Zacarías y Elisabet, y los parientes y vecinos, tiene que haber sido frustrante cortar con la tradición de llamar al niño con otro nombre. Pero Dios tenía un propósito. Aquí no importaban las tradiciones familiares y las normas que dictaban la cultura de ese tiempo y de ese pueblo. Lo que importaba era lo que Dios tenía en mente: «Tendrás un hijo», anunció el ángel, «y lo llamarás Juan».
Dios es misericordioso: esta afirmación no tiene mucho sentido para los que están cómodos en sus pecados. En los días de Juan el Bautista había muchas personas que vivían cómodos en sus pecados. Por ejemplo, permanecer en sus pecados les producía grandes ganancias a algunos cobradores de impuestos. Permanecer en pecado le dio al rey Herodes el poder de gobernar a su pueblo en forma muy dura, con acciones sin misericordia. Tan malo era Herodes con su pueblo, que la Escritura dice que «agregó una cosa más a sus fechorías, echó a Juan en la cárcel», y después le mandó a cortar la cabeza, sin misericordia. Es interesante que Juan, cuyo nombre establecía que Dios es misericordioso, fue tratado sin misericordia.
Tal vez estos casos que mencioné de personas que vivían cómodas en sus pecados fueron casos extraordinarios, pero había muchos otros en la misma situación. ¿Cómo iba Juan a relacionar el significado de su nombre con esa gente? ¿Cómo podía abrirles los ojos, los oídos, y el corazón? Con un mensaje bien simple. El evangelista Mateo registra lo que Juan dijo en cierta ocasión cuando la gente fue a escucharlo: «El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no produzca buen fruto será cortado y arrojado al fuego» (Mateo 3:10). ¡Qué mensaje de parte de alguien cuyo nombre significa «Dios es misericordioso»! Si tú te sientes cómodo en tus pecados, piensa en estas palabras. Aquí Juan termina con tus excusas. Ninguna excusa es válida. El hacha viene bajando.
Parece contradictorio que Dios, que es misericordioso, venga con un hacha. Pero es que Dios no puede ver el pecado, ese pecado que nos lastima, que nos hace infructuosos, que nos hace desconfiados, que nos llena de miedo al punto que nos hace temblar. Dios aborrece el pecado que nos separa de él, que nos vuelve egoístas, insensibles, atropelladores, e ingratos. Dios aborrece el pecado que nos lastima y que nos mata y que, si no es quitado, termina arrojándonos para siempre fuera de la presencia de Dios, al infierno.
En Juan 1:29, Juan el Bautista expresa a viva voz otro mensaje cuando ve a Jesús. Dice: «¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» Esta afirmación del Bautista completa su mensaje. Primero nos concientiza de nuestro pecado, de nuestra condición de perdidos y luego nos presenta a Aquél que fue enviado por Dios para perdonarnos, para quitarnos el veneno mortal del pecado. Juan presenta a Jesús, la misericordia encarnada de Dios, la misericordia de Dios en cuerpo y alma. Juan había entendido que Jesús tenía que ser exaltado y que él, Juan, debía decrecer.
El nacimiento de Juan el Bautista causó conmoción en su familia, entre los parientes y vecinos y, como dice el evangelista Lucas, en «toda la región montañosa de Judea». La gente se preguntaba: «¿Qué va a ser de este niño?», y Lucas añade: «Porque era evidente que el Señor estaba con él.» Sin duda, Dios estuvo con Juan desde el momento de su concepción y hasta el día de su muerte.
Pero debemos entender qué significó esto de que «el Señor estaba con él». Esto no significó que nada le iba a ser adverso. Juan terminó injustamente encarcelado y decapitado por la estupidez de un gobernante inescrupuloso y el capricho de una adolescente bailarina y el de su madre adúltera. No sé si pudo haber habido alguna vez una muerte tan injusta. Bueno, seguramente sí, hay muchas cosas injustas. Nos pasan a nosotros todos los días. A pesar que como cristianos sabemos que Dios está con nosotros, las injusticias de la vida arruinan nuestros planes y abortan nuestros sueños.
El mundo está lleno de injusticias, la mayor de las cuales ocurrió justamente por la época de Juan el Bautista. La mayor injusticia de la historia ocurrió cuando tu pecado y el mío mataron a Jesús. Fueron nuestros pecados los que colgaron de una cruz a Aquél que no sólo estaba con Dios, sino que era Dios mismo y, por lo tanto, inocente, limpio, y misericordioso. Jesús no mereció ese maltrato ni esa muerte. Pero así hizo carne el nombre y el mensaje de Juan el Bautista de que Dios es misericordioso.
Sin embargo, la injusticia de nuestro pecado no pudo retener a Jesús en la muerte. Dios lo resucitó con poder para que Jesús pudiera seguir siendo misericordioso con nosotros. Y el nacimiento de Juan el Bautista nos recuerda estas cosas. Zacarías, mudo por nueve meses, recobra milagrosamente el habla para expresar lo que su corazón siente y lo que aprendió de la palabra de Dios. En forma poética anuncia a todos los presentes: ‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a redimir a su pueblo… Y a ti, niño, te llamarán «Profeta del Altísimo», porque irás precediendo al Señor para preparar sus caminos. Darás a conocer a su pueblo la salvación y el perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia de nuestro Dios. La aurora nos visitó desde lo alto, para alumbrar a los que viven en tinieblas y en medio de sombras de muerte; para encaminarnos por la senda de la paz’ (Lucas 1:68, 76-79).
No conozco a nadie que no necesite la misericordia de Dios. No conozco a nadie que ande por la vida sin sentirse a veces perdido en la tiniebla de la amargura o el dolor, y no conozco a nadie que no tenga que enfrentarse a las sombras de la muerte. Yo estoy incluido entre aquéllos que necesitan de la misericordia de Dios, y estoy muy agradecido porque el Padre en los cielos, por su bondad, me mostró su misericordia a través de la muerte y resurrección de su Hijo, Jesús.
Estimado oyente, no me cabe duda que en tu vida has pasado y pasas por experiencias de oscuridad, injusticias, y vergüenza. Juan el Bautista te llama a ser sincero contigo mismo, a verte tal cual eres, y tal cual Dios te ve: como pecador condenado. Pero como Dios no es injusto, envió a su Hijo Jesús a ocupar tu lugar en el justo juicio divino y liberarte para siempre, perdonando tu sentencia, perdonando tu pecado. Dios es misericordioso contigo. Dios quiere estar contigo desde ahora y para siempre para que, a pesar de las injusticias de la vida, disfrutes de su paz y de la esperanza en la vida eterna.
Si de alguna manera podemos ayudarte a ver la misericordia de Dios, comunicate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.