PARA EL CAMINO

  • La misericordia de Dios nos sale al encuentro

  • octubre 9, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 17:11-19
    Lucas 17, Sermons: 7

  • ¿Qué males te aquejan? Si eres como yo, sabemos que no hay palabras que puedan expresar todo lo que nos pasa. Pero Jesús nos ve, reconoce nuestra miseria, ve lo profundo de nuestro dolor, de nuestra angustia y desesperanza y escucha nuestro ruego: «Ten compasión de nosotros.»

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    «¿Con qué nos iremos a encontrar?» Como respuesta a esta pregunta solo obtuvo silencio. Se escuchaba el ruido de los pies sobre el camino; a paso largo iban los diez. La ansiedad les salía del cuerpo en forma de sudor, sus ojos iban bien abiertos, sus manos temblaban un poco, y sus piernas casi no tenían más fuerzas para aguantar el cuerpo. Y la pregunta repicaba en el corazón de cada uno de ellos. «¿Con qué nos vamos a encontrar?»

    ¿Cómo será un encuentro entre diez leprosos desesperados, a medio morir, sentenciados al confinamiento y a la miseria de ver el avance inexorable de su enfermedad mortal, con el único sano en el mundo? Un samaritano y nueve israelitas encontraron un denominador común: su desgracia. Aunque desde tiempos antiguos había antagonismo entre judíos y samaritanos, la enfermedad los había unido. A pesar de sus diferencias religiosas y culturales, la necesidad los había acercado.

    Los judíos consideraban la lepra, más que ninguna otra enfermedad, como una señal del desagrado divino. Tal vez estos leprosos se consideraban culpables por lo que les sucedía. De seguro, y por la experiencia de otros leprosos, ellos sabían cuál era su inminente final. Obligados a vivir en colonias de leprosos, estos diez se dirigieron hasta el límite de sus posibilidades y se acercaron lo suficiente como para que Jesús los viera y los escuchara. Y Jesús los vio y los escuchó. Los diez no explicaron nada de su situación, no rogaron otra cosa que la compasión de Dios. Es indudable que, para llegar a este momento, ellos habían escuchado de los poderes y de la buena voluntad del nuevo maestro que circulaba por Israel. Valía la pena intentarlo.

    Notemos que no hay una conversación profunda sobre las necesidades humanas o sobre la voluntad de Dios o sobre los orígenes del mal entre los hombres. No hay ningún ¿por qué me pasa esto a mí? Solo hay gritos que piden compasión y hay una respuesta de parte de Jesús que no evidencia sanación, pero muestra interés y conocimiento de lo que hay que hacer. Jesús simplemente los envía a mostrarse a los sacerdotes ¡cómo si ya estuvieran curados de su enfermedad!

    El mostrarse a los sacerdotes era el requisito de todo enfermo contagioso, para que el sacerdote corroborara que el enfermo estaba bien y que podía volver a la vida pública. Los diez obedecieron la orden de Jesús sin preguntas ni comentarios. Ahí fueron, y cuando estaban de camino la enfermedad les quedó atrás, ya no era parte de ellos, ¡estaban curados! Inmediatamente el samaritano se volvió y se postró a los pies de Jesús para alabarlo a voz en cuello. No se quedó con la boca abierta sin saber qué decir. Expresó su alegría y su alabanza y su agradecimiento con cuerpo y alma, porque ahora cuerpo y alma estaban sanados. «Levántate y vete», dijo Jesús, «tu fe te ha salvado».

    Y así termina una historia más, una de las tantas en las que la miseria humana se encuentra con la misericordia de Dios.

    Pero habían sido diez los que pidieron compasión. Y eran diez los que habían sido sanados. No soy yo quien pregunta: ¿Dónde están los otros nueve? Es Jesús quien lo hace. El samaritano no responde. No sabe qué sucede con los otros nueve. Él sabe lo que sucedió con él. Al volver a Jesús para alabarlo se encontró todavía con más gracia y se llevó en su corazón la bendición divina de la salvación.

    En nuestros días, la buena noticia es que la lepra se cura. Pero la miseria humana sigue, y parece que sigue en aumento. Hoy lo que enferma a nuestra sociedad no está recluido en una colonia. Todos somos libres para andar donde queremos, llevando nuestras miserias a todas partes, contagiando nuestros malos humores y nuestro mal ejemplo. Nuestra sociedad sufre enfermedades mortales, contagiosas. Las malas compañías son agentes trasmisores de maldad que terminan alejando a las personas de Dios cada vez más. Nuestra sociedad está pervertida, es maligna de corazón y no obedece la voz de Dios ni mucho menos se vuelve a él. Centrados en sí mismos, los hombres hoy buscan la sanidad de las miserias del mundo en forma incompetente e inoperante, sobre todo porque no reconocen la causa de nuestros males. ¿De dónde salen los males? ¿De dónde sale la lepra? Según las investigaciones médicas, que comienzan a registrarse en el siglo seis antes de Cristo, la lepra tiene su origen en dos bacterias que afectan la piel. ¿De dónde salen las bacterias patógenas o bacterias que enferman? Todavía estamos esperando respuesta.

    ¿De dónde salen todos los males que nos aquejan hoy? ¿Dónde se origina la mala conducta, la desobediencia, el escepticismo con respecto a Dios? ¿Dónde se origina la desesperanza y lo trágico y las enfermedades y la muerte? Aquí tenemos un diagnóstico firme. No hay que especular ni buscar respuestas en curanderos del cuerpo o de las emociones o del alma. El médico divino hizo el diagnóstico de lo que nos pasa y pronosticó sus consecuencias. El capítulo tres del libro de Génesis, versos 17 y 19, lo explica claramente: «Puesto… que comiste del árbol del que te ordené que no comieras, maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida… hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado; porque polvo eres, y al polvo volverás». Aquí está el diagnóstico: ‘Porque comiste lo que no debías’ La desobediencia de Adán y Eva se transmitió como enfermedad contagiosa y mortal en cada ser humano que vino a este mundo. ¿Cómo se manifiesta esa enfermedad? ‘Con dolor comerás de los frutos de la tierra todos los días’. ¿Todos los días? Así es, y si hay días sin dolor en nuestra vida es solo por la generosidad de la gracia divina.

    Algunos nos damos cuenta de que no es posible vivir en la negación de que nada malo pasa a nuestro alrededor. El dolor nos persigue, los fracasos nos sacuden y la muerte es segura. Es cierto que todavía hay personas y organizaciones que buscan recrear un mundo nuevo, más pacífico y menos doloroso. Apreciamos su esfuerzo, pero lamentablemente vemos que no hay resultados concretos ni mucho menos eternos. Nadie ha encontrado una cura para la muerte, y nadie tiene verdadero consuelo ante la pérdida si no ha caído antes a los pies del Salvador.

    ¿Cuáles son tus males, estimado oyente? No te preocupes en contestarme, es una pregunta retórica, porque no tengo intención de que hagamos una lista de lo que nos aqueja. De sobra sabemos que no hay palabras que puedan expresar todo lo que nos pasa en el corazón.

    Y aquí, donde sea que nos encontremos hoy en el camino de la vida, Jesús está en camino y se deja ver como lo hizo aquella vez en la frontera entre Galilea y Samaria, y nos ve a su vez, y reconoce nuestra miseria, ve lo profundo de nuestro dolor y de nuestra angustia y desesperanza y escucha nuestro ruego: «Ten compasión de nosotros.» Ese es el mejor grito que podemos elevar a nuestro Dios. Él sabe muy bien lo que nos sucede. Él conoce nuestras falencias físicas, emocionales y espirituales, y desborda de misericordia para alcanzarnos con su perdón y su paz.

    No hay otra salida, no hay otro médico que nos conozca tan bien como Jesucristo, quien, llegado el momento, se hizo hombre como nosotros naciendo de la virgen María, aunque sin la enfermedad mortal del pecado. Jesús nos ve con compasión porque sabe de nuestra derrota, de nuestros actos perversos y de las culpas que anidamos en nuestro corazón. La ley de Dios nos dice claramente que somos pecadores. En el salmo 14 el rey David dice: «Dentro de sí dicen los necios: ‘Dios no existe.’ Corrompidos están. Sus hechos son repugnantes. No hay nadie que haga el bien.» Ah, pero no solo los necios están corrompidos; en el mismo salmo David proporciona un diagnóstico universal: «Pero todos se han desviado; todos a una se han corrompido. No hay nadie que haga el bien; ¡ni siquiera hay uno solo!» (vv 1, 3). Esta verdad bíblica sigue vigente hoy, así como sigue vigente la muerte que vemos todos los días.

    El amor de Dios por su criatura se hizo presente en Jesucristo, y está también vigente hoy. Jesús vino a buscarnos para rescatarnos de la colonia de la muerte y transportarnos a su reino celestial. Jesús viene a nuestro encuentro y nos extiende su misericordia. Hoy es el tiempo de que volvamos a él, como lo hizo el samaritano al reconocer que Jesús lo había curado.

    Los nueve restantes, ¿dónde están? Están sanados, pero estar sanado del cuerpo no significa estar bien completamente. Al no volver a Dios para reconocerlo como el Señor de la salud y la salvación, se perdieron la mejor parte, la única que nunca les podría ser quitada, que se resume en estas palabras de Jesús: «Levántate y vete. Tu fe te ha salvado.»

    Jesús misericordioso sigue caminando entre su pueblo hoy, en todo momento, a toda hora, situación y lugar. Jesús está en su Palabra predicada, en la Santa Cena. Hoy nos llama a reconocer nuestro pecado, a ver nuestra absoluta necesidad de él. Así, postrados ante su presencia magnífica recibimos la más grande de sus misericordias: el perdón de nuestros pecados y la seguridad absoluta de la resurrección de los muertos para vida eterna.

    Querido oyente, ¿cuántas veces has vuelto al Señor para reconocer sus beneficios? Sigue haciéndolo, porque él sigue en el mismo lugar, esperando que tú y yo nos acerquemos a recibir más de su gracia. En un mundo enfermo y condenado a la muerte eterna, Jesús sigue viniendo para ti y para mí y para todas las personas del mundo. Tal vez puedes traer a alguien contigo a la presencia de Dios para que comparta la alegría y la alabanza al Dios de toda gracia.

    Y si tienes preguntas respecto del amor y del poder de Jesús, o si quieres aprender sobre la Palabra de Dios, y si podemos ayudarte a encontrar una iglesia donde puedes escuchar la palabra de Cristo, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.