PARA EL CAMINO

  • La perspectiva correcta

  • octubre 7, 2012
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 10:13-16
    Marcos 10, Sermons: 13

  • Jesús les dijo a sus discípulos: «De cierto les digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.» Pero, ¿qué tiene un niño que los adultos no tenemos?

  • Niños. No a todas, pero a la mayoría de las personas le gustan los niños. A veces es difícil no quererlos. Después de todo, por lo general son lindos… simpáticos… inocentes… honestos… al menos la mayoría de ellos, la mayor parte del tiempo. Ya hace muchos años que una maestra de primer grado de una de nuestras escuelas luteranas compartió su colección de oraciones memorables hechas por sus pequeños alumnos. Uno de ellos, cuyo nombre ya no me acuerdo, dijo: «Querido Dios, la maestra nos cuenta todas las cosas que haces cada día. Pero, ¿quién hace todo eso cuando tú te vas de vacaciones?» Raquel, por su parte, le habló a Dios sobre algo que le pesaba en el corazón. Dijo: «Querido Señor, ¿es cierto que mi papá no va a ir al cielo si utiliza en casa las palabras que usa en la cancha de fútbol?» La pregunta de Sara, en cambio, fue un poco más general. Ella dijo: «Querido Dios, cuando hiciste a las jirafas, ¿querías que fueran así como son, o te salieron mal?» Mario, a quien hacía pocos días se le había muerto su abuelo, habló por muchos de nosotros cuando dijo: «Querido Señor, en vez de permitir que las personas se mueran y tener que hacer nuevas, ¿por qué no dejas que las que están vivas sigan viviendo?»

    Robertito sabía que Jesús había dicho algo que tenía que ver con hacerles algo a los demás. Pero su pregunta demuestra que no lo había entendido correctamente. «Querido Jesús,» dijo, «¿de veras quieres que tratemos a los demás así como ellos nos tratan a nosotros? Porque si es así, a mi hermano le voy a dar una piña.» Muchos de nosotros podemos entender la oración de Alicia, quien dijo: «Querido Dios, gracias por mi hermanito. Pero en realidad yo te pedí un perro, no un hermano.» Quizás la oración favorita de la maestra fue la de una niña llamada Elisa, quien dijo: «Jesús, ¿te resulta difícil amar a todo el mundo? A mí me parece que debe serlo, porque en mi familia somos solamente cuatro, y a veces me cuesta mucho amarlos a todos.»

    Ahora, estoy seguro que el Señor Jesús ama a toda la familia de Elisa, porque Jesús vino a este mundo para salvar a todas las personas, tanto niños como grandes. En el texto para hoy Jesús les dice a sus discípulos: «Dejen que los niños se acerquen a mí. No se lo impidan, porque el reino de Dios es de los que son como ellos. De cierto les digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Entonces Jesús tomó a los niños en sus brazos, puso sus manos sobre ellos, y los bendijo» (Marcos 10:14-15). A través de los siglos, innumerables artistas han pintado esta escena. Hasta yo mismo, si supiera dibujar, lo haría. La imagen de Jesús bendiciendo a los niños se ha vuelto tan familiar, tan común, tan aceptada, que la mayoría de las personas da por sentadas sus palabras, sin reflexionar en la profundidad de su significado.

    Fíjate que Jesús no dijo: ‘Toleren a los niños que se acercan a mí’, o: ‘Tengan paciencia con los niños que se me acercan’, o: ‘No se enojen con los niños que quieran estar a mi lado.’ ¿Te sorprende? ¡Por supuesto que no! El Salvador jamás diría algo así. Tú lo sabes bien porque vives en el siglo 21, en una sociedad y cultura que valoriza la juventud. Pero no siempre ha sido así. En muchas culturas y civilizaciones, las cualidades más respetadas fueron siempre la edad y la sabiduría. ¿Y los niños? Los niños no sólo tenían que sobrevivir los peligros de la niñez, sino que también debían demostrar que eran dignos de ser respetados. Es por ello que lo que Jesús les dice a sus discípulos los toma por sorpresa. Porque, en otras palabras, les estaba diciendo que tenían que tratar a los niños con la misma consideración y cuidado que reservaban para un miembro respetado de la comunidad, o un invitado de honor. Entonces, Jesús les estaba diciendo a sus seguidores que recibieran con brazos abiertos a los más pequeños y olvidados de la sociedad.

    Luego de haberles explicado cómo debían actuar con los niños, Jesús se los mostró con el ejemplo, alzando a los niños en sus brazos y bendiciéndoles. Lamento mucho que los Evangelios no registren las palabras que Jesús utilizó para bendecir a los niños, pero sí sabemos lo que dijo inmediatamente antes de hacerlo. Sus palabras fueron: «De cierto les digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»

    Pero, ¿qué quiso decir exactamente Jesús con esas palabras? ¿Las explica un poco mejor? ¿Nos da más información? ¿Nos dice qué cosas tiene un niño que los adultos no tenemos? Si te estás haciendo estas preguntas, voy a tratar de contestarte. Empecemos por la más fácil: ¿nos da Jesús alguna explicación o aclaración de lo que significan sus palabras? La respuesta es: no, el Salvador no nos aclara nada. Aparentemente, quiere que lo descubramos por nosotros mismos.

    Esto nos lleva a la siguiente pregunta, que es un poco más difícil que la anterior: ¿qué tiene mi hijo, u otro niño, que yo no tenga? Para tratar de contestar esta respuesta leí libros, hablé con mis amigos eruditos, y les pregunté a padres y madres. Recibí muchas y muy variadas respuestas. Algunas personas respondieron que los niños son más confiados que los adultos. Al principio me pareció una respuesta razonable. Después de todo, para que nuestros pecados sean perdonados y seamos miembros del reino de Dios, necesitamos tener fe en Jesús como el Salvador. Pero, por otro lado, también me pregunté si acaso la confianza es algo que abunda en los niños y escasea en los adultos, y llegué a la conclusión que no siempre es así, así que esa no podía ser la respuesta.

    Una madre dijo que lo que Jesús había querido decir era que debemos ser ‘inocentes’ como los niños. Al principio me gustó esa respuesta, pero luego recordé al pequeño que, a medida que su pedido de juguetes a los Reyes Magos iba aumentando, sintió la necesidad de explicar por qué los merecía. Entonces, escribió: «Queridos Reyes Magos: Ya hace seis meses que me estoy portando bien.» Pero luego de pensar un momento borró la última frase, y escribió: «Ya hace dos semanas que me estoy portando bien.» No estando satisfecho todavía con su argumento, volvió a pensar. Esta vez se levantó de la mesa, fue a donde estaba el pesebre, tomó la figura de María, y se la puso en el bolsillo. Entonces se volvió a sentar, y escribió: «Queridos Reyes Magos: si quieren que María vuelva a estar con su familia, esto es lo que quiero que me traigan de regalo…» No, no creo que los niños sean tan inocentes.

    Muchos otros atributos fueron recibidos y rechazados: cortesía, amabilidad, bondad y compasión, al igual que estar en paz, tener la conciencia limpia, y hacer lo que se les dice. Puedo concordar en que algunos niños tienen esas cualidades, pero lo mismo se puede decir de algunos adultos. Y, así como algunos adultos no poseen esas cualidades, algunos niños tampoco. Así es que seguía sin obtener respuesta a la pregunta: ¿qué tienen los niños que yo no tenga, que les permite entrar al reino de Dios?

    A pesar que me llevó mucho tiempo, creo haber encontrado la respuesta: lo que los niños tienen, y a los adultos nos falta, es perspectiva. En otras palabras, los niños ven las cosas desde la perspectiva correcta. Me explico. Cuando yo era niño, mi padre era muy alto, muy inteligente, muy fuerte, y sabía hacer de todo. Si el televisor no funcionaba, él lo arreglaba. Si teníamos que ir al centro de la ciudad de Chicago, él sabía cuál tren teníamos que tomar. También sabía cómo mezclar la pintura, y conocía la marca y el modelo de cada automóvil que andaba por la calle. Ah, además, sabía hablar en alemán, sabía leer música y cantar, y hasta sabía preparar el desayuno-aunque mamá decía que siempre dejaba todo sucio. Mi padre sabía cómo se debía lanzar la pelota de béisbol para que girara en el aire, y también cómo batearla. Sabía resolver mis problemas de matemáticas, y también sabía si una cosecha de maíz estaba sana o enferma. Nunca se me ocurrió pensar que hubiera algo que mi padre no supiera o no pudiera hacer. Para mí él era todopoderoso. Esa era la perspectiva que tenía de mi padre cuando yo era niño.

    Pero con el correr del tiempo las cosas cambiaron. No puedo decir cómo ni cuándo sucedió, pero sí que sucedió. A medida que fui creciendo, las cosas comenzaron a hacerse más pequeñas. No me llevó mucho tiempo darme cuenta que mi padre no era un gigante. En realidad, cuando empecé la escuela secundaria, ya era más alto que él. A mitad de mi adolescencia ya había encontrado mis propias respuestas a la vida, mientras que mi padre seguía con sus mismas ideas de siempre. Los años me habían dado una nueva perspectiva. Ahora podía ver lo anticuado que era mi padre: se había quedado estancado en el tiempo. Así que empecé a escuchar más a mis amigos, y menos a mi padre. Cuando él trataba de enseñarme algo, no le prestaba atención.

    Ahora, no comparto esto porque me sienta orgulloso de haberlo hecho, porque en realidad no lo estoy. Al contrario. Lo comparto porque se me ocurre que tu historia no es muy diferente de la mía y porque, si queremos madurar y crecer, tarde o temprano tenemos que cortar la dependencia de nuestros padres, y pensar por nosotros mismos. Pero cuando lo hacemos, nos damos cuenta que hasta nuestros padres tienen sus defectos y errores, al igual que cualquier otra persona. Porque hasta la mente más brillante a veces se equivoca; hasta el mejor de los atletas a veces se tropieza y cae; hasta el mejor jefe a veces se enoja, y hasta el rostro más bello tiene algún defecto. Es por ello que muchos se decepcionan y terminan pensando que lo único que les queda por hacer es confiar en sí mismos.

    Entonces, si es difícil aceptar el cambio en la perspectiva de los hijos hacia los padres, cuánto más difícil será cuando eso sucede con la relación con Dios. Me explico. Al principio tu perspectiva decía que Dios era Dios, y tú no, y que si ibas a ir al cielo, y no al infierno, era gracias al sacrificio de Jesús, porque Dios te ama tanto que puso en práctica un plan para rescatarte del diablo, del mundo, y de ti mismo.

    Pero luego sucedió algo que cambió tu perspectiva. Quizás leíste un libro, o viste un programa en la televisión, o conversaste con alguien que no creía como tú. Quizás perdiste a un ser querido o algún amigo tuyo sufrió una tragedia, y te preguntaste: ‘Si Dios es tan bueno y misericordioso, ¿cómo es posible que permita que haya tanto sufrimiento en el mundo?’ O: ‘Si Dios es verdaderamente bueno, ¿cómo permite que caigamos en el pecado?’ O: ‘Si Dios nos ama tanto, ¿cómo es posible que tengamos que sufrir y morir?’

    En algún momento, y lo más probable es que no recuerdes cómo ni cuándo, tu perspectiva y tu relación con el Señor comenzó a cambiar. Quizás alguien que decía ser cristiano, pero que no actuaba como tal, te lastimó o decepcionó. Tu perspectiva cambió, y lo hizo en forma radical. Dios ya no te iba a juzgar más… ahora eras tú quien ibas a juzgarle a él. Te convenciste que tú sabías más que Dios y que, si a él no le gustaba, era problema de él. Tú tenías que hacer lo que sentías que estaba bien. Habías encontrado una nueva perspectiva, una perspectiva que decía que ahora tú eras dios, y Dios no lo era más. Lamento decirte que tal perspectiva no sólo es pésima, sino también insostenible.

    Te explico por qué digo que es pésima. Es cierto que hay veces en que la vida parece ser injusta. Pero si esa es la razón que te separó del Señor, ¡échale la culpa al pecado, y no a quien envió a su Hijo a salvarte de ese pecado! Si tienes preguntas que te hacen cuestionar tu fe por cosas que te han sucedido, no asumas que no hay respuestas. Lee la Biblia, o habla con un pastor o un cristiano maduro en su fe, y vas a encontrarlas. Si te has encontrado con cristianos desagradables, ten presente que es un error juzgar al Salvador del mundo de acuerdo al comportamiento de las personas a quienes él vino a salvar.

    Y te digo que tal perspectiva es insostenible porque va a llegar un día en que te verás entre la espada y la pared. Quizás sea cuando el médico te diga: ‘No podemos hacer nada más por su hijo.’ O quizás sea cuando tu amigo íntimo te traicione, o un ser querido te abandone. Cualquiera sea la situación, va a llegar un momento en que tu seguridad y auto confianza se van a derrumbar y no te van a poder sostener más. En ese momento, si eres honesto, vas a clamar al Señor desde lo profundo de tu corazón, porque sabes que es el único que de veras puede ayudarte. Ese día te vas a presentar ante él con una nueva perspectiva, con la misma perspectiva que cientos de millones de personas antes que tú han tenido. Ese día le vas a rogar al Señor: «Señor, ten misericordia de mí, que soy pecador.» Y cuando lo hagas te sentirás aliviado, porque el Señor que envió a su Hijo a salvarte de tus pecados, va a tener misericordia de ti.

    Todavía recuerdo el día en que, aún creyéndome sabelotodo, fui a pedirle ayuda a mi padre. ¡Cuánto me costó hacerlo! Tantas veces lo había desairado, que estaba seguro que mi padre me iba a sacar corriendo. Sin embargo, no lo hizo. Luego de pedirle perdón, y después que él me ayudara, le dije: «Papá, gracias por estar dispuesto a ayudarme. No tenía a nadie más que pudiera hacerlo.» Al escucharme decir eso, mi padre se dio vuelta, me miró a los ojos, y me dijo: «Bienvenido a casa, hijo. Me alegra saber que finalmente te has dado cuenta que soy tu mejor amigo, y no una reliquia del pasado. Bienvenido a casa. Te estaba esperando.»

    Querido oyente, te aseguro que si permites que el Espíritu Santo te lleve de regreso al Señor y Salvador, y si estás dispuesto a decirle a Dios: ‘Perdóname por creer que sabía más que tú, que era más inteligente que tú, y que podía manejar mi vida mejor que tú. Perdóname por creer que podía confiar más en mi limitado conocimiento que en tu Santa Palabra», el Señor te va a decir: «Bienvenido a casa. Me alegra saber que finalmente te has dado cuenta que soy tu mayor aliado, y que mi Hijo es tu Salvador. Bienvenido a casa. Te estaba esperando.»

    Esa es la perspectiva correcta que los niños tienen de Dios y que nosotros, los adultos, tantas veces perdemos de vista. Si la has perdido, ten la seguridad que Dios te está esperando, dispuesto a ayudarte a regresar. Él quiere que estés en su casa con él.

    Si de alguna manera podemos ayudarte a encontrar la perspectiva correcta, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.