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PARA EL CAMINO
¿Cuál es tu historia? ¿Qué parte ha tenido Dios, en Cristo, en tu vida? ¿Cómo ves tu futuro? Cualesquiera sean tus pesares, tus miedos, tus angustias y tus dolores, Jesús vino a encargarse de ellos. Más que eso, el vino a encargarse de ti.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
«Cuatro ojos ven más que dos», decimos comúnmente cuando estamos ante alguna cosa importante y queremos la opinión de una persona con experiencia. Eso de tener otros ojos que nos ayuden a ver o de tener personas a nuestro lado que compartan su perspectiva de las situaciones que estamos viviendo, nos puede ser muy útil. Una persona joven tiene una perspectiva futurista de la vida porque mira mucho hacia adelante, hacia las posibilidades que existen para la concreción de sus sueños. Desde su perspectiva, un joven tiene más vida por delante de la que ha vivido hasta el momento. Por su parte, una persona mayor tiene una perspectiva más histórica de la vida por el simple hecho de que ha vivido más años y reconoce mejor sus limitaciones y sus posibilidades. Generalmente, un cambio de perspectiva ante cualquier situación puede arrojar un haz de luz que ilumine nuestras ideas.
Los seres humanos tenemos tantas perspectivas diferentes como personas hay en el mundo. Es increíble lo creativos que podemos ser cuando damos rienda suelta a nuestras ilusiones, ideas, y sueños. Pero en algún momento nuestra perspectiva de la vida se traba, se queda atascada en un problema, y es ahí donde tomamos resoluciones que no son siempre las mejores. Para tener una perspectiva diferente de cómo encarar una situación difícil hay que recibirla de otro. Tiene que venir alguien con la sabiduría suficiente para darnos una perspectiva más clara de la que nosotros vemos en ese momento.
Eso es más o menos lo que le pasó a José, el prometido de María. El evangelista Mateo nos dice que José era un hombre justo que estaba comprometido para casarse con una jovencita de Nazaret. ¡Vaya sorpresa cuando se enteró de que su amada prometida estaba embarazada! Desde su perspectiva, José sabía que sólo hay una forma en que una mujer quede embarazada, y él no había tenido nada que ver con ese embarazo. Él no era el papá de ese bebé. ¿Qué hacer? José tenía todo el derecho de llevarla a juicio por adulterio, pero eso le costaría la vida a María. Toma la decisión, entonces, de no hacer ningún escándalo público y deshacer el compromiso matrimonial en secreto. Desde su perspectiva, eso era lo mejor que podía hacer, tanto por él como por María.
Pero cuatro ojos ven mejor que dos, y alguien de más edad y de mucha sabiduría puede cambiar la situación para bien. Los ojos de Dios, que todo lo ven desde una perspectiva más grande y más sabia, proponen un plan mucho más amplio que el que tenía José. Las perspectivas divinas de nuestras situaciones son absolutamente fuera de serie. José no había contemplado qué planes podría tener Dios con él y con su prometida. José se parece mucho a nosotros, que cuando somos seriamente defraudados por una persona que queremos mucho sólo nos quedamos mirando a la desilusión, y tomamos decisiones lamentables.
El enviado de Dios que le habla a José en sueños, le pone otra dimensión a esta historia de María y José que, literalmente, ¡es fuera de este mundo! ¿A quién se le hubiera ocurrido que María tenía en su vientre al propio Hijo de Dios? Hasta nosotros, que ya conocemos algo más a partir de las Escrituras de los planes de Dios, nos preguntamos: ¿Cómo es eso de que Dios va a nacer?
El bebé en el vientre de María, que trae al Hijo eterno de Dios al mundo, es parte cardinal del plan de Dios para salvar a la raza humana de la perdición eterna. Prestemos atención a los elementos que esta historia bíblica nos provee: Dios es el que se moviliza, el que busca. Nosotros somos los que nos paralizamos o en todo caso, huimos. Cuántas veces habremos dicho: ¡Que me trague la tierra! Cuántas veces queremos desaparecer cuando hay situaciones que nos avergüenzan. Y otras veces huimos. Abandonamos el estudio o el trabajo o la pareja o nuestros amigos, y hasta nos mudamos, pensando que poniendo tierra de por medio entre nuestras situaciones y nosotros, nos traerá alivio y tal vez una vida mucho mejor.
Lo que nos pasa es que los seres humanos tenemos una perspectiva muy pequeña y en muchos casos muy ingenua de la vida. Es que sólo tenemos dos ojos, y podemos ver las situaciones con una visión muy limitada, y por eso a veces tomamos decisiones que no son las mejores y que nos pueden afectar toda la vida. Más que cortos de vista, somos ciegos para ver nuestra condición de pecadores. ¡Hasta eso nos tuvo que ser revelado! Dios, que tiene ojos que penetran lo más íntimo de nuestro ser puede decir: «Pero todos se han desviado; todos a una se han corrompido. No hay nadie que haga el bien; ¡ni siquiera hay uno solo!» (Salmo 14:3). ¿Qué significa eso? Significa que a menos que Dios intervenga y nos busque, todos seremos condenados a estar separados de Dios por toda la eternidad. En este sentido, ¡la perspectiva de Dios es fulminante!
Pero la historia de José y del embarazo de María nos muestra otra faceta de la perspectiva divina. Dios, quien se mueve y nos busca, quiere estar con nosotros a pesar de todo. Dios mismo, eterno, enorme, infinito, quiere habitar entre nosotros. Dios no se disfrazó de hombre para entrar en nuestra vida, sino que se hizo hombre. En Jesús, Dios realmente nació como ser humano. Como tal, como Dios y hombre, Jesús estuvo físicamente entre los seres humanos y vivió y murió en Palestina hace unos dos mil años.
Jesús no fue un accidente, no fue un descuido en la vida de María, y aunque fue un embarazo no planeado por María y José, sí fue planeado por Dios desde el mismo principio de la creación. Unos siete siglos antes del nacimiento de Jesús, el profeta Isaías anunció lo que dice el pasaje bíblico que estudiamos hoy: «Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Emanuel, que significa: ‘Dios está con nosotros'» (v 23).
Dios vio nuestra condición de condenados e hizo algo al respecto. Dios tomó cartas en el asunto, y lo hizo en forma personal. Él mismo se encargó de elaborar un plan que, desde su perspectiva eterna, incluye absolutamente a todos los seres humanos del mundo, desde Adán y Eva hasta el último ser humano que nazca en esta vida temporal. Y esto te incluye a ti, estimado oyente. En su decisión de abandonar a María para no avergonzarla, José no te tuvo en cuenta a ti. Pero Dios sí te tuvo en cuenta. En Jesús, Dios asumió en carne propia la vergüenza de conocer el pecado de todos los hombres. Nuestro pecado le dolió a Jesús y lo mató en una cruz. Ese plan de Dios, de enviar a su propio Hijo para sufrir lo que nos correspondía sufrir a nosotros, fue parte de su perspectiva amorosa. Dios castiga el pecado, sí, pero en su misericordia, prefirió sufrir él mismo la agonía del juicio y los azotes y la muerte para que nosotros pudiéramos ser liberados de la condenación eterna. Y el resto, es historia.
¿Cuál es tu historia, estimado oyente? ¿Qué parte ha tenido Dios, en Cristo, en tu vida? ¿Cómo ves tu futuro? Cualesquiera sean tus pesares, tus miedos, tus angustias y tus dolores, Jesús vino a encargarse de ellos. Más que eso, él vino a encargarse de ti. Él se encarnó para venir a buscarte, donde sea que estés en este momento, y darte el perdón de tus pecados, liberarte de la condenación eterna, y entrarte, solo por gracia, al cielo para que compartas con él, y con todos los salvados, su gloria eterna.
Piensa en el anuncio del profeta Isaías: «Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Emanuel, que significa: ‘Dios está con nosotros'» (v 23). Dios siempre estuvo presente en su creación, acompañando a su pueblo de muchas formas. Se apareció a Moisés en una sarza ardiendo (Éxodo 3:1-4), guio al pueblo de Israel mediante una nube durante el día y mediante fuego durante la noche mientras atravesaron un desierto durante cuarenta años. Les habló en sueños a los profetas. Produjo visiones en algunos de ellos para que vieran cómo Dios puede hacer maravillas. Al profeta Ezequiel le mostró cómo Dios puede hacer de un valle de huesos secos un ejército viviente y conquistador (Ezequiel 37). Pero un día Dios vino a estar con nosotros en carne propia.
El bebé de María fue nombrado Jesús, porque él salvaría a la humanidad de sus pecados. Ese bebé creció, predicó entre el pueblo la voluntad de Dios, anunció la buena noticia del perdón de los pecados, y se dejó atrapar por los romanos, quienes lo hicieron sufrir hasta matarlo. Pero eso no detuvo a Dios. Su perspectiva es eterna y de triunfo. Jesús resucitó victorioso y ascendió a los cielos. Hoy, él sigue estando con nosotros cada día mediante su Palabra santa, el Bautismo y la Santa Cena. Jesús viene por esos medios para perdonar nuestros pecados, para calmar nuestras ansiedades, para cambiarnos la perspectiva de este mundo y de nuestra propia vida. Podemos mirar mucho más lejos ahora gracias a que, en Jesús, Dios está con nosotros.
Cuando José despertó del sueño hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y al recién nacido le puso por nombre Jesús. Estimado amigo, ¿de qué sueño necesitas despertarte? ¿Qué perspectiva de tu vida necesita ser cambiada por la perspectiva divina? Recuerda que el Hijo encarnado de Dios se llama Jesús porque él salva de los pecados. Jesús nos protege, nos cuida, nos guía mediante el Espíritu Santo, nos contiene en los momentos difíciles, nos da esperanza certera en los días de desesperación y está con nosotros aun cuando pensamos que no merecemos su amor. Eso es cierto, no lo merecemos, pero eso hace del amor de Dios en Jesús, lo más grande y hermoso del mundo.
Estimado oyente, si en esta época navideña podemos servirte de alguna manera, o si podemos ayudarte a encontrar una iglesia donde puedas escuchar la palabra de Dios, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.