PARA EL CAMINO

  • La última palabra

  • enero 5, 2014
  • Rev. Carlos Velazquez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 2 Timoteo 4:6-8

  • En este amanecer de un nuevo año, Dios nos anima a seguir el ejemplo del apóstol Pablo y vivir con determinación, paciencia y fe, hasta alcanzar la meta final y recibir la corona de justicia lograda para nosotros por Cristo.

  • ¡Feliz año nuevo! Hemos dado vuelta la última hoja del calendario, hemos vivido el último día del año, y ahora estamos prontos para empezar a vivir, quizás con muchas expectativas, este nuevo año.

    El primer día del año es el día en que la mayoría de nosotros nos ponemos a recordar las cosas que pasaron o terminaron, y pensamos en las cosas que van a comenzar o que van a suceder. Hoy es el día perfecto para encarar el pasado y movernos hacia el futuro. Y aquí es donde nos encontramos con este texto escrito por el apóstol Pablo.

    La diferencia es que, cuando Pablo escribió las palabras que acabamos de leer, no se encontraba al fin de un año y al comienzo de otro, como nosotros hoy. No, Pablo las escribió cuando se encontraba al fin de su vida, esperando la muerte por causa de su fe cristiana, ya que Nerón, el emperador romano de ese momento, había decidido culpar a los cristianos por todos sus problemas… Parece que la política no ha cambiado mucho en los últimos 2.000 años, ¿no es cierto?

    Es por ello, entonces, que Pablo se encuentra esperando la muerte… pero con miras a la eternidad. ¿Cómo es posible esto? Porque Pablo confesaba a Jesucristo crucificado y se aferraba a su promesa de salvación y vida eterna. Me pregunto, entonces: ¿será que este mensaje de Pablo, pronunciado poco antes de morir, todavía puede ser de bendición para nosotros hoy? ¿Será que esa simple pero poderosa proclamación que dice que ‘Jesús crucificado y resucitado está en control de todas las cosas’ puede darnos seguridad para nuestra vida hoy? ¿Será que el conocerlo y depositar en él nuestra fe es la respuesta que Dios nos da para que podamos enfrentar, e incluso vencer, todas las cosas que nos afligen en la vida?

    En este amanecer de un nuevo año, la respuesta a tales preguntas se hace difícil… porque cada vez vivimos con más ansiedad, hasta con más miedo. Sólo basta con mirar las noticias en la televisión o leer los periódicos, para darnos cuenta que, en realidad, los seres humanos no tenemos el control de nada. Cada respuesta que damos crea mayores problemas. Cada solución que encontramos es sólo pasajera. La pregunta que muchas personas se hacen hoy no es: ‘¿Qué cosas buenas me van a suceder?’, sino: ‘¿Cuántas cosas malas más voy a poder soportar?’

    En este día de decisiones y resoluciones, la esperanza que Pablo tiene en Cristo para todas las cosas no sólo nos plantea un desafío, sino que nos da la única esperanza de vida y salvación ahora, y para siempre.

    El otro día en la radio un predicador estaba hablando sobre la única cosa que realmente importa. Para ilustrarlo, contó una historia sobre el encuentro del evangelista Ford, cuñado de Billy Graham, con una señora mayor, cuando iban en un avión. Ford había entrado primero al avión y se había instalado cómodamente en su asiento, con la intención de descansar durante el vuelo. El asiento a su lado estaba vacío, y Ford esperaba que nadie se sentara allí, así podría ponerse más cómodo. Pero sus expectativas no se iban a cumplir. Justo antes que cerraran la puerta del avión, la azafata le pidió si podía ayudarla a acomodar en ese asiento a una señora de 96 años.

    Ford ayudó con gusto. Después de todo, no cualquiera llega a los 96 años. Cuando el avión comenzó a rodar por la pista, Ford trató de entablar una conversación con ella, preguntándole:

    ‘¿Es cierto que tiene 96 años?’

    A lo que ella le contestó que sí.

    Luego le preguntó si había viajado mucho en su vida, y la señora otra vez le contestó que sí.

    Ford otra vez le preguntó: ‘Imagino que, habiendo vivido tantos años, usted debe saber unas cuantas cosas, ¿no es cierto?’

    Y la señora otra vez le contestó que sí.

    Viendo que lo único que recibía como respuesta era un ‘sí’, Ford le preguntó: ‘¿Cuál es la cosa más importante en su vida?’

    A lo que ella contestó: ‘Lo más importante en mi vida es Jesucristo.’

    ¡Increíble! Esa sí que había sido una respuesta bien directa, pensó Ford. Entonces decidió hacer de ‘abogado del diablo’, y le preguntó: ‘¿Y por qué es tan importante conocer a Jesucristo? ¿Qué tiene él de especial?’ Entonces sí, con todas sus energías, la anciana lo miró a los ojos y le dijo: «Mi Jesús hizo el sol, la luna y las estrellas. Él creó todo lo que existe. Jesús es mi Señor y Salvador. Él es quien controla todo, y si eso no fuera cierto, yo no estaría en estos momentos sentada aquí en este avión.»

    A esa altura Ford estaba tan emocionado por su profesión de fe, que no pudo menos que confesarle que él también creía en Jesús, así como ella. De hecho, le dijo que era un evangelista, así como su cuñado, Billy Graham. ‘¿Sabe quién es Billy Graham?’, le preguntó. ‘No’, le respondió ella. ‘¡Usted no conoce a Billy Graham, que ha predicado delante de millones de personas, y hecho campañas evangelísticas por todo el mundo?’, le dijo Ford. ‘No’, fue nuevamente su respuesta. Unos días después, cuando Ford le comentó esto a Billy Graham, este le respondió: ‘¿No es maravilloso saber que hay millones de personas que no saben quiénes somos nosotros, pero que sí saben quién es Jesucristo?’

    De la misma forma, yo tampoco sé qué cosas te ocurrieron a ti en el año que acaba de terminar, y tampoco sé las cosas que te esperan en el año que acaba de comenzar. Pero sí sé que, en todas las preguntas, decisiones y desafíos del pasado, del presente, y del futuro, hay una cosa que permanece constante, que da consuelo en medio del dolor, que da aliento en las luchas, y que inspira a celebrar la vida en todo momento: es el conocer a Jesucristo como Señor y Salvador personal, y el saber que él es el único que tendrá la última palabra en tu vida.

    Como dice Pablo en 2 Timoteo 4:7-8: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, que en aquel día me dará el Señor, el juez justo.» Es mi oración que estas palabras de Pablo sean también tus palabras.

    Ahora quiero hacerte una pregunta: cuando miras hacia atrás al año que recién ha terminado, ¿estás de acuerdo conmigo en decir que hay muchas cosas en la vida que están fuera de nuestro control? Algunas cosas simplemente son demasiado grandes para que una persona las pueda manejar. Los problemas económicos sufridos el año pasado en los Estados Unidos y Europa son una clara muestra de ello. Pero todavía hay más. En general, nuestra sociedad está viviendo fuera de control. El pecado, la codicia, la inmoralidad, incluso la crueldad que experimentamos a diario, así lo demuestran. A veces hasta las buenas intenciones terminan mal. Todo esto nos demuestra que hay cosas que están más allá de nuestro control. El pecado, el diablo y la muerte son enemigos de la vida y, como tales, requieren la intervención de Dios. Ni nuestras mejores intenciones ni nuestros esfuerzos colectivos son suficientes para vencerlos. Y la vida misma, en definitiva, depende también de Dios: de su gracia, su misericordia, y su amor.

    Lo que Pablo nos quiere enseñar hoy es que, aún en medio de un mundo cada vez más hostil, el mensaje de la Biblia sigue teniendo sentido. Sea que estemos lidiando con los obstáculos y problemas del año pasado o de este nuevo año, la verdad es siempre la misma: la fe en Jesucristo es la única respuesta a nuestra vida ahora y por la eternidad. Porque Jesucristo es quien ha enderezado nuestros caminos, tomando sobre sí mismo el castigo por nuestros errores y pecados. Él es el único que nos ofrece una nueva forma de vida, y el único que tendrá la última palabra al final de nuestra vida y al final de los tiempos. Con fe en él podemos encarar este nuevo año con alegría, optimismo, esperanza, y confianza.

    Esa confianza con que lo esperamos durante el Adviento, y esa misma confianza con que lo recibimos en la Navidad… cuando Dios se hizo carne, involucrándose así en la historia de la humanidad como nunca antes. Esa confianza con la que caminamos durante la Cuaresma hasta el Viernes Santo, cuando el Hijo de Dios entrega su vida en la cruz para rescatarnos del pecado y la muerte, y la misma confianza con que esperamos el amanecer del Domingo de Resurrección, cuando encontramos su tumba vacía. Porque Dios se enfrentó con las mismas fuerzas del mal que hoy nos acucian y las venció, concediéndonos así su vida.

    Gracias a esa confianza en Jesús es que Pablo no tuvo miedo de la incertidumbre del momento… y nosotros tampoco debemos tenerlo. La obra de Jesucristo en la cruz fue su fuente de fortaleza y confianza. Cuando depositamos nuestra vida en manos de Jesús, pase lo que pase estamos seguros. Para los cristianos la cruz no es un simple símbolo, sino la expresión del mensaje de nuestra fe. Con la cruz proclamamos que todos los pecados van a ser castigados. Con la cruz reconocemos que hay cosas que debemos dejar a sus pies porque, si no lo hacemos, nos van a hacer caer de rodillas. La cruz de Cristo es el cartel eterno de Dios que nos dice cuánto nos ama… es el signo ‘más’, el signo positivo, en un mundo tremendamente negativo. Es la resolución de año nuevo del Dios eterno de ofrecer perdón y vida nueva cada día a todos los que se arrepienten.

    A menudo me pregunto por qué tenemos por costumbre proponernos hacer cambios al principio del año nuevo, si la mayoría de las veces no los cumplimos. Y se me ocurre que la razón es porque, de alguna manera, eso nos da un falso sentido de control, aunque más no sea un control temporario. Es como que por un tiempo pensamos que vamos a poder manejar las cosas a nuestra manera. ¡No nos engañemos! ¡No nos dejemos llevar por ese sentimiento pasajero!

    Hemos sido llamados a vivir con fe y sin miedo, incluso frente a la muerte. Hemos sido llamados a vivir vidas plenas, incluso en medio de los problemas y las dificultades. Hemos sido llamados a vivir vidas eternas, en un mundo pasajero. Suena imposible, ¿no es cierto? ¿No tener miedo de ser discípulos fieles en un mundo que da miedo? ¡Sí! Porque gracias a Cristo, el fuego del juicio ha sido vencido, la incertidumbre que experimentamos en esta vida es solamente temporaria, y el milagro de la resurrección nos garantiza la vida eterna. ¡Es como vencer al fuego con fuego!

    Hace apenas unos meses que mi familia y yo nos mudamos de California a Missouri, y ya estoy extrañando unas cuántas cosas. Pero si hay algo que nunca voy a extrañar, son los incendios. La zona donde vivíamos era muy propensa a los incendios. Una noche yo estaba regresando a California en avión cuando, al mirar hacia afuera antes de aterrizar, parecía que cada colina que se veía estaba ardiendo. Tal era la magnitud del incendio, que iluminaba el cielo. Era realmente aterrador.

    La forma en que finalmente los bomberos lograron vencer esos incendios, que infructuosamente habían tratado de apagar con agua y otros químicos, fue iniciando un contrafuego. Cuando nada logra apagar un incendio, la estrategia que queda es quemar todo lo combustible que está en el camino del incendio, así, cuando el fuego llega a esa zona y no encuentra nada que lo alimente, se extingue.

    Lo que Jesús hizo en la cruz fue, literalmente, encender el contrafuego de la gracia de Dios. Jesús recibió el fuego del juicio del Padre por tu pecado y el mío, para que así pudiera haber un lugar nuevo para ti y para mí junto a Dios, un lugar eterno de gracia, salvación y vida. Ese lugar nuevo lo tenemos todos los que depositamos nuestra fe en Cristo Jesús.

    Por lo tanto, aún en medio de los problemas, las dificultades, y el sufrimiento, los cristianos podemos vivir sin miedo, firmes en el ‘contrafuego’ de la gracia, sabiendo que nuestro Salvador tendrá la última palabra en nuestra vida porque él es el Señor de la vida y de la muerte. Como dice Pablo, ‘él es quien me dará la corona de justicia’. Y podemos estar seguros que, si peleamos la buena batalla y guardamos nuestra fe hasta el final, esa corona de justicia será nuestra. Esto nos da más motivo aún para vivir la vida con fe, para tener valor, y para vivir cada día del nuevo año con esperanza.

    Vamos a jugar con la imaginación por unos momentos. ¿Qué harías si alguien te dijera hoy que vas a ser el mejor jugador de la Copa Mundial de Fútbol del 2014? O, ¿qué harías si alguien te dijera que vas a ganar una medalla de oro en las Olimpíadas que se van a llevar a cabo en julio de este año en Londres? Comenzarías a entrenarte y prepararte, ¿no es cierto? Empezarías a entrenar rigurosamente tu cuerpo, y comerías una dieta apropiada. ¿Cómo reaccionarías ante las lesiones, las dificultades de los entrenamientos, alguna enfermedad, o incluso una tragedia? ¿No es cierto que el saber que vas a triunfar no sólo te motivaría, sino que también te alentaría y te daría fuerzas para seguir adelante, hasta terminar, a pesar de todos los contratiempos y sufrimientos? La corona de la victoria, el trofeo dorado, la cinta del final de la carrera, la medalla de oro… a través de los años, todo eso ha motivado a miles de personas a sacrificar todo lo que tenían y esforzarse al máximo.

    En las Olimpíadas de Montreal en 1976, Shun Fujimoto, formaba parte del equipo de gimnasia japonés. Durante los ejercicios de piso, Shun se quebró la rodilla derecha. Era obvio para todos los espectadores que no iba a tener más remedio que retirarse de la competición. Sin embargo, al día siguiente Shun compitió en los anillos, el aparato que era su fuerte. Fue llevando a cabo su rutina en forma perfecta, pero todos sabían que la prueba de fuego iba a ser la salida final. Cuando llegó ese momento, sin dudarlo Shun terminó con un salto triple. Luego de un breve silencio en que el público contuvo el aliento, Shun cayó parado sobre sus dos pies, como si nunca le hubiera pasado nada a su rodilla, ante lo cual la multitud estalló en un vibrante aplauso. Más tarde, los periodistas le preguntaron a Shun qué sintió en ese momento, a lo que respondió: «Fue como si me hubieran clavado un cuchillo. Me dolió tanto, que se me llenaron los ojos de lágrimas. Pero ahora el dolor se me pasó, y tengo la medalla de oro.»

    Pablo dice que todos los que creen en Jesús, todos los que corren fielmente la carrera de la vida, no van a recibir una medalla de oro, sino la corona eterna de la bendición de Dios en Cristo.

    En un día en que acostumbramos prometernos cambiar para mejor, es bueno recordar que la fe tiene poder para ayudarnos a vivir con confianza y esperanza hasta la vida eterna. Porque nosotros no tenemos control de la vida verdadera… quien lo tiene es Jesús. Por lo tanto, no dejemos que los desafíos o los miedos nos aparten de la confianza que nos da la fe en Jesús. Después de todo, ¡él va a ser quien tenga la última palabra en nuestra vida!

    Permitamos que nuestro Salvador nos guíe y nos consuele en este primer día del año, y cada día de nuestra vida. Digámosle que sí hoy a Cristo, y recibamos poder para mirar nuestro pasado con la alegría de saber que él lo ha perdonado. Digámosle que sí hoy a Cristo, y recibamos poder para mirar nuestro futuro con la confianza de la resurrección, sabiendo que la última palabra le pertenece a él. Que este año podamos decir, junto a Pablo, que en Cristo vamos a «pelear la buena batalla, y guardar la fe».

    Demos gracias a Dios porque el amor eterno que nos ha mostrado en Jesús sigue siendo nuestro también en este nuevo año. Amén.