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PARA EL CAMINO
¿Estás sufriendo por alguna circunstancia adversa en tu vida? Escucha la voz de Dios que te llama a ponerte bajo sus alas. Allí encontrarás el refugio de su perdón y la tibieza de su paz, sentirás su protección y su amor, y crecerá en ti la esperanza de volar hasta los cielos cuando Jesucristo te llame a su presencia.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
La voz del capitán anuncia que ya estamos listos para levantar vuelo. Sentado más o menos en el medio del avión miro por la ventanilla, pero solo puedo ver el ala. Ya he experimentado eso antes: que cuando uno va sentado «sobre el ala» como decimos comúnmente, no se puede apreciar prácticamente nada del paisaje de abajo. Me fascina la ciencia y la tecnología que hace volar un avión que pesa cuatrocientas toneladas. ¡Con razón necesita una envergadura de ochenta metros en sus alas! ¿No es extraordinario que semejante aparato pueda poner a cuatrocientos pasajeros a una altura de once mil metros, mucho más allá de las nubes?
Las alas de Dios son mucho, mucho más grandes, y pueden volar mucho más allá de las nubes, hasta incluso entrar al mismo cielo, atravesando espacio y tiempo, y meterse en la eternidad.
Fue Jesús quien nos enseñó a mirar las alas de Dios. En el pasaje de hoy vemos a Jesús sumamente atareado en su camino a Jerusalén. Junto con sus seguidores, está atravesando el territorio gobernado por Herodes Antipas, Hijo de Herodes el Grande, el rey que había querido matar a Jesús cuando se enteró de su nacimiento a través de los sabios de oriente. La historia testifica que Herodes no pudo hacerlo, pero en su intento masacró a todos los niños varones menores de dos años en Belén y sus alrededores. Herodes el Grande fue un rey déspota, tirano, paranoico, persecutor y asesino. Su hijo, Herodes Antipas, había heredado la mano dura de su Padre y, según los fariseos, quería matar a Jesús. Este Herodes ya tenía antecedentes inescrupulosos. Por una tonta promesa hecha sin medir sus consecuencias, había hecho matar a Juan el Bautista, solo para no quedar mal ante sus amigos. Y fue este mismo Herodes quien, cuando llegó el tiempo designado por Dios, se unió a Poncio Pilato para condenar a muerte a Jesús.
En su camino a Jerusalén para cumplir con su misión de sacrificarse por el mundo pecador, Jesús está activamente enseñando sobre el reino de Dios, sanando a muchas personas de sus enfermedades y expulsando demonios. La amenaza de muerte que recibe a través de los fariseos no representa un impedimento para que Jesús siga su camino al lugar donde morirá voluntariamente. Jesús va a camino a Jerusalén porque allí es el lugar donde murieron los otros profetas de Dios asesinados brutalmente a manos de los líderes religiosos de Israel. Jesús sabe que las Escrituras tienen que cumplirse y que él debe morir en Jerusalén. Y al mencionar esta ciudad, Jesús llora en su interior por ella. Se lamenta porque conoce su pasado, su testarudez, su incapacidad de ver el amor y la gracia de Dios. Jerusalén se había convertido en un centro de negocios religiosos, en un centro de poder y de rebeldía. Los líderes religiosos estaban enojados con los romanos y hasta con Dios mismo porque no veían razón por su sufrimiento y cautividad. ¿Dónde está el Dios que nos eligió para ser sus hijos?, se preguntaban. Y Dios estaba, como siempre, hasta les había enviado un profeta llamado Juan para anunciar la llegada del Mesías, pero alguien decidió meterlo preso y después cortarle la cabeza. El panorama es desalentador.
Jesús no pierde el ánimo pero se lamenta, porque ama a su gente, al pueblo elegido y a todas las criaturas del mundo. Jesús ve sus miserias, sus dolores, su falta de esperanza, sus infructuosos esfuerzos por lograr algo en la vida que valga la pena. «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como junta la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!» (v 34).
Las alas de Dios no son solo para levantar vuelo y llevar pasajeros al cielo: las alas de Dios son para cobijar a sus hijos, brindarles calor, protección y seguridad. ¿No es triste, y hasta desolador, que Dios quiera y su pueblo no quiera? ¿No es patético que en lugar de seguir a Jesús la gente lo persiga? Jesús está sanando a personas como nunca nadie lo había hecho hasta entonces y librando a los que estaban hechizados por el diablo. ¡Jesús estaba haciendo el bien! Las personas volvían a sus casas alabando a Dios, encantados de la vida por los milagros que habían experimentado. Y ahora vienen estos que se siente incómodos con Jesús, que prefieren que el Maestro salga de su territorio. Los fariseos y otros líderes no quieren ser incomodados. Prefieren quedarse dónde y cómo están, aunque su situación sea incómoda de por sí, porque nadie vivía bien estando bajo el cautiverio romano. Es muy posible que no nos equivoquemos en pensar que los líderes no sabían lo que querían. Veían el bien, pero no querían ser tocados por el bien. «¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos debajo de mis alas, y no quisiste!», dijo Jesús.
Las cosas no han cambiado mucho; en todo caso han cambiado para peor, porque muchas sociedades han perdido hasta el temor a Dios. Muchos usan las alas mecánicas para ir de un lado al otro y así pasar la vida. Pero ¿y las alas de Dios? La buena noticia para ti es que las alas divinas todavía están disponibles. Dios sigue queriendo cobijarnos y protegernos bajo su gracia y su amor. Las alas de Dios todavía están tibias, son suaves y gigantes, y mucho más grandes que las de cualquier aparato humano que podamos fabricar.
Todavía recuerdo de mi niñez, el corral para gallinas que mis padres habían construido al fondo de nuestra casa. Y también recuerdo bien el proceso de crianza. La gallina ponía un huevo por día, y cuando tenía unos diez o quince, dejaba de poner y se sentaba sobre ellos por unas semanas, incubándolos hasta que uno a uno los pollitos rompían la cáscara y salían caminado del nido en busca de comida. También recuerdo cómo los pollitos corrían a refugiarse debajo de las alas de su mamá cuando algún gato vecino se aventuraba al gallinero.
Qué profundo dolor debe sentir nuestro Padre Dios cuando con toda buena disposición abre sus alas para recibir a sus criaturas, a sus hijos, a los que él mismo engendró por medio del Espíritu Santo y la Palabra, y sus hijos no quieren ponerse bajo su cuidado. Es muy triste cuando los hijos de Dios miramos para otro lado cuando Dios viene a nuestro encuentro.
Jesús sigue activo hoy, él está impidiendo que el diablo nos lastime y nos aleje de la fe. Jesús sigue mirándonos con compasión y ofreciéndonos el perdón de nuestros pecados para que podamos caminar con él por esta tierra y finalmente ser llevados por sus alas a la eternidad gloriosa. No importa cuántos hoy intentan sacar a Dios del medio. No importa que aun nosotros mismos persigamos a Dios con nuestros pedidos descabellados y nuestra prepotencia de demandar que Dios entre en acción para ayudarnos en alguna situación. Dios sigue mirándonos con amor y esperando con ansiedad que busquemos refugio debajo de sus alas.
Si tú eres un ser humano normal, como yo y como tantos otros que nos rodean todos los días, experimentarás los dolores de la vida como cada persona lo hace desde la caída en pecado al principio de la creación. Nadie escapa a los sinsabores, a las sorpresas que nos causan escalofríos, a los miedos que nos paralizan y nos dejan sin salida. Todos los seres humanos estamos contagiados desde nuestro nacimiento con el pecado que nos aleja de Dios, que lo persigue en vez de seguirle. Todos estamos bajo la condenación divina por haber desobedecido el santo criterio de Dios para la vida. Y ya no hay forma ahora de obedecer la ley de Dios a la perfección porque el pecado nos cortó las alas, y ahora caminamos casi arrastrados, a veces cargando culpas por cosas que hicimos, aun sin siquiera proponernos, pero que lastimaron a otros e incluso a nosotros mismos.
Pero ¿sabes qué? No me imagino a un pollito salir corriendo para cualquier lado cuando ve el peligro. No me lo imagino pasar de largo a su mamá, que está esperándolo con las alas desplegadas. El pollito no tiene conciencia, no se siente culpable de nada, solo reconoce el peligro. Pero nosotros somos un poco al revés. Nosotros tenemos conciencia y muchas veces esa conciencia nos recuerda pecados pasados y nos hace sentir incómodos. Nosotros muchas veces estamos ciegos al peligro que nos rodea. No reconocemos las artimañas del diablo que nos dice: «Una mentirita aquí te evitará un montón de problemas». La verdad es que una mentirita aquí o allá, o cualquier otro pecado en el que caemos, se convierte en un gran problema y en un generador de culpas que luego nos hace mirar para otro lado, evitando alzar la vista a la cruz donde el Hijo de Dios pagó para que podamos ir corriendo a buscar refugio bajo sus alas.
¿Tienes algo que te molesta en tu conciencia? ¿Tienes guardado algún rencor para hacerlo explotar en el momento oportuno? Sabemos que no hay momento oportuno para lastimarnos a nosotros mismos o a los demás con nuestras explosiones. El momento oportuno es mirar hoy a la cruz del Calvario y ver al Cristo desplegando sus alas para que podamos quedar bajo su cuidado. La cruz es un testigo que grita potentemente cuán grande es el poder del pecado. Nosotros no lo sentimos tanto porque Dios nos ahorró esa experiencia. Somos nosotros los que debiéramos padecer por las consecuencias de nuestra desobediencia, y no Jesús, el santo Hijo de Dios que nunca pecó. Sobre este tema, el autor de la Epístola a los Hebreos dice que Jesús, «Aunque era Hijo, aprendió a obedecer mediante el sufrimiento; y una vez que alcanzó la perfección llegó a ser el autor de la salvación eterna» (Hebreos 5:8-9).
¿Estás sufriendo la pérdida de un ser querido, o una enfermedad, o problemas en las relaciones o tienes recuerdos que no te dejan tranquilo o inestabilidad que te impide hacer planes para el futuro? Dios usará ese sufrimiento para llamarte a la obediencia, específicamente para que obedezcas su voz que te llama a ponerte bajo sus alas. Allí, encontrarás el refugio que solo el perdón de los pecados puede dar. Bajo las alas de Dios encontrarás la tibieza divina que te traerá la paz que sobrepasa todo entendimiento. Bajo sus alas sentirás su protección y su amor, y crecerá en ti la esperanza de volar hasta los cielos cuando Jesucristo te llame a su presencia. ¿A quién quisieras tener junto a ti bajo las alas de Dios? ¿A algún amigo? ¿A tu cónyuge? ¿A tus padres o tal vez tus hijos? Háblales de esta historia. Aún hay lugar bajo las inmensas alas de Dios.
Estimado oyente, si de alguna manera podemos ayudarte a ver el gran amor de Dios desplegado en la cruz y confirmado en la tumba vacía de Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.