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PARA EL CAMINO
El sermón sobre las bienaventuranzas inicia con el contexto de esta enseñanza de Jesús, enlazando con el Antiguo Testamento y el Sermón del Monte. Se explora el contenido de las bienaventuranzas, destacando las actitudes de los que forman parte del reino y las bendiciones prometidas. Finalmente, se revela la clave: Jesús cumple la Ley en favor del ser humano haciéndonos dichosos para Dios.
1. El lugar de las bienaventuranzas
Mateo 5, las llamadas bienaventuranzas, el comienzo del famoso Sermón del Monte de Jesús. Ese es el lugar que se encuentra nuestro texto y vale la pena una reflexión para situarnos y apreciarlo mejor. Empecemos así. Echemos un vistazo.
El texto nos transporta a un monte, donde Jesús sube y se sienta, preparándose para un discurso que entró para la historia de la humanidad. Es la primera vez que tiene la oportunidad de dirigirse a una multitud tan numerosa y es también la predicación más extensa registrada de Jesús. Por primera vez, Jesús aborda de manera práctica el Reino de Dios. Habla sobre el tipo de vida y actitud que Dios nos llama a adoptar como sus discípulos. No cabe duda de que fue un momento verdaderamente especial.
La serie The Chosen también capturó la importancia de ese día, imaginando a Jesús meditando cuidadosamente sobre las palabras que usaría, como si estuviera ensayando su discurso, y los discípulos preparándose para recibir a la multitud, actuando como anfitriones de una conferencia. Aunque no sabemos si fue realmente así, podemos visualizar un ambiente cargado de expectativa. La multitud se reúne, la atmósfera está impregnada de ilusión, todos los ojos están fijos en el escenario, ansiosos por las palabras del profesor que está cautivando a tantos.
Es significativo que este evento tenga lugar en una montaña. En el Antiguo Testamento, Moisés recibió los Diez Mandamientos también en una montaña. Ahora, en el Nuevo Testamento, Jesús comienza a enseñar sobre ellos, como su hubiera elegido el lugar a propósito. En una montaña, al igual que Moisés. Pero Jesús no está allí para repetir exactamente lo que hizo Moisés. Su mensaje es, en cierta medida, nuevo. No se trata de que Jesús modifique los mandamientos — sabemos que no lo hizo — sino de una profundización de la Ley de Dios. Y la prueba de eso es que Jesús empieza su sermón con las bienaventuranzas, con estas promesas de Dios para su pueblo. Cuando miras las bienaventuranzas, ves que vienen antes de que Jesús explique la ley. Es como una señal. Antes de enseñarles cuan amplia es la ley, cuán santo el llamado, cuan profunda la ética, cuán hermosa es la vida, déjame hablarles cuan dichosos son ustedes, déjame decirles qué bendición es tener al Reino de Dios en la vida de ustedes. Las bienaventuranzas vienen primero porque funcionan como la base de todo el sermón, cómo el combustible que permite comprender y apreciar las enseñanzas que vendrán después.
2. El mensaje de las bienaventuranzas
Muy bien. Así es como comienzan las bienaventuranzas. Para comprender cada una de ellas, es útil considerar el conjunto en su totalidad. En inglés, hay un dicho que nos advierte sobre la importancia de no perdernos en los detalles menores y perder de vista el panorama general: «No ver el bosque por los árboles». Lo mismo ocurre con las bienaventuranzas. Podemos examinar cada una con atención, pero hay que cuidar para ver más allá de la punta de la nariz.
Si tienes la Biblia abierta, nota la estructura. Las bienaventuranzas comienzan en el versículo 3 y se extienden hasta el versículo 10. Aunque el versículo 11 podría considerarse una novena bienaventuranza, en realidad es una repetición de la octava, que está en el versículo 10. Lo más interesante es que Jesús comienza y termina con las mismas palabras, ofreciendo una garantía: el Reino de los cielos les pertenece. En el versículo 3, Jesús declara que son dichosos aquellos que reconocen su pobreza espiritual pues tienen el reino y en el versículo 10 reafirma que aquellos que son perseguidos por hacer la voluntad de Dios también tienen, escuchen, el reino de Dios como suyo. El reino de los cielos les pertenece.
Las declaraciones de Jesús en los versículos 3 y 10 funcionan como las dos rebanadas de pan en un sándwich. Explico: Jesús comienza diciendo: El reino de los cielos es de ustedes (la rebanada de pan de abajo del sándwich). Al final, repite: El reino de los cielos es de ustedes (ahí está la de arriba del pan). ¿Y qué hay en medio de ese sándwich? ¿Cuál es el relleno? El relleno está compuesto por las seis bienaventuranzas restantes, que son promesas distintas para el futuro. Así la garantía de que el Reino es nuestro actúa como las dos rebanadas de pan, mientras que las promesas son el relleno del sándwich. Promesas para aquellos que ya forman parte del Reino.
Aquí hay dos lecciones importantes para nosotros: Primero: Jesús está diciendo que las promesas de consuelo (v.4), satisfacción (v.6), misericordia (v.7), y ser llamados hijos de Dios (v.9) son bendiciones destinadas a quienes pertenecen al Reino de Dios, por medio de la fe en Cristo. Las personas que no tienen a Jesús no reciben estos beneficios. Nosotros los recibimos porque estamos unidos a Él desde nuestro bautismo. La segunda lección tiene que ver con la cuestión del presente y el futuro en las palabras de Jesús. Por un lado, el Reino de Dios ya es nuestro hoy, en el presente. Por otro lado, las bendiciones se experimentarán de manera completa cuando Jesús regrese y establezca su Reino de manera definitiva. Como sus seguidores ya podemos disfrutar de un anticipo de este Reino aquí y ahora. Sin embargo, la experiencia plena de la vida en el Reino de Dios aún se realizará cuando comience la vida eterna para nosotros. Este es el bosque. El sentido general de las bienaventuranzas. Ahora, cada uno de los árboles. En primer lugar:
Los pobres de espíritu. ¿Qué significa ser pobre en espíritu? Es una persona que admite: «He tratado de ganarme mi vida espiritual y no puedo hacerlo». Por eso, al comienzo de nuestros servicios de adoración, confesamos nuestro pecado, reconocemos que hemos fallado ante Dios, que merecemos muy justamente su castigo y que necesitamos de su gracia y perdón. Cuando vivimos con una actitud de autosuficiencia, «tengo eso, tengo aquello, soy bueno, valgo algo», no estamos siendo pobres de espíritu. Si creemos que valemos algo, no valemos nada. Lo que Dios trabaja en nosotros, en primer lugar, es este reconocimiento de que necesitamos su ayuda.
De ahí a las personas que lloran. ¿De qué está hablando Dios aquí? Este llanto puede manifestarse de varias maneras. Puede ser el llanto que sentimos cuando cargamos con el peso de la culpa por nuestros errores, cuando nos damos cuenta del daño que hemos causado a Dios y a otros. Estas son lágrimas de contrición, fruto del verdadero arrepentimiento. Ese llanto nos conduce al perdón de Dios. Además, también puede ser el llanto por algún sufrimiento de la vida, como una pérdida, una decepción, un miedo o una injusticia. Dios está especialmente cercano de las personas que sufren. Tiene un amor muy especial para quienes están sufriendo. Y a estos, y a nosotros cuando estamos así, podemos estar seguros de que la promesa de esta bienaventuranza es cierta. Dios no permitirá que suframos sin esperanza. Seremos consolados.
La humildad es una característica esencial que no podía faltar. Jesús, siendo la encarnación de la humildad, nos muestra el verdadero significado de esta virtud al descender del cielo y convertirse en ser humano. Es natural que Jesús nos invite a cultivar la humildad en nuestras vidas. Practicar la humildad puede tomar muchas formas. La humildad es cuando no te jactas de quién eres, de lo que tienes, de dónde has llegado, es cuando le das toda la gloria a Dios. Aunque la sociedad suele interpretar la humildad como debilidad y valora al más fuerte, en el Reino de Dios es diferente. Dios dice: «Mi poder se perfecciona en tu debilidad, en tu humildad». Pablo también confiesa: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte». Somos humildes o mansos cuando no buscamos venganza, cuando retrocedemos, cuándo evitamos conflictos innecesarios, cuando dejamos que Dios sea nuestra defensa. Es cuando nos volvemos más moderados, más accesibles y abiertos a la corrección. La humildad ama aprender. Dios promete que aquellos que viven en humildad serán recompensados. Heredarán todo lo que Él ha creado: la tierra, el cielo y todas las cosas. Mientras disfrutamos ya de algunas de estas bendiciones, otras aún están por venir.
El versículo 6 dice que Dios colmará de satisfacción a quienes tienen hambre y sed de justicia. Cuántas personas conocemos que tienen ansias insaciables. Inquietos, buscando satisfacción en placeres que se evaporan. Conocemos bien ese sentimiento de buscar satisfacción en cosas que se convierten en polvo. El camino de la lujuria que nos deja culpables y solos. El camino de las drogas y el alcohol que no evitan que enfrentemos las consecuencias al día siguiente. Las compras que después de un tiempo están olvidadas en un rincón. Como dice el profeta, «bebemos de cisternas rotas y comemos del pan que no satisface». Solo la justicia de Dios puede saciar nuestra sed y hambre. Martín Lutero encontró esta satisfacción cuando estudió Romanos 1:17. «Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela…» Lutero se dio cuenta que la esencia del cristianismo no es que nosotros aportemos justicia a Dios, sino que recibimos justicia de Él. Esto es precisamente lo que Jesucristo vino a ofrecer.
A seguir, Jesús dice: Dichoso los que tienen misericordia de los demás, porque Dios tendrá misericordia de ellos. Recuerdan el buen samaritano. Tener misericordia significa no cerrar los ojos ante las desgracias que nos rodean, sino reaccionar y esforzarse por encontrar una solución. La misericordia puede manifestarse en actos como abrir nuestra casa para ofrecer hospitalidad, hacer una llamada a alguien que está atravesando problemas o acudir con amor a alguien que ha caído en tentación. Somos misericordiosos cuando nuestra religión no es una rutina, cuando nuestro amor no son solo palabras. Somos misericordiosos cuando acogemos a las personas que son diferentes o que no son dignas de aceptación, así como nosotros fuimos acogidos por Dios.
Dichosos son también las personas que trabajan por la paz, pues Dios las tratará como sus hijos. ¿Cómo funciona esto en la práctica? Claro que podríamos hablar de movimientos de lucha por la paz a nivel mundial. Pero Jesús está hablando de algo mucho más profundo aquí. Ser un pacificador en nuestras relaciones cotidianas. Piensa en esa persona que te trata mal, ese colega que pone obstáculos en tu camino, ese vecino que se queja del ruido, o ese amigo que dejó de hablarte tras una discusión. Jesús nos llama a ejercer la pacificación incluso con ellos. Trabajar por la paz es construir puentes. Es no dejar que el resentimiento tome control. Se trata de desear la reconciliación y la armonía. A veces, esto significa orar en secreto por alguien. «Si es posible, en lo que dependa de ustedes — dice Pablo a los Romanos — vivan en paz unos con otros.» Incluso con los que nos persiguen, dice Jesús al final. Porque ser mal comprendido, criticado y atacado por seguir a Jesús y hacer su voluntad es parte del reino. No necesitamos odiar tales personas. Esta es la meta del pacificador. Trabajamos por la paz porque nuestro Dios es un Dios de Paz, que hizo todo, incluso entregar a su Hijo Jesús, el Príncipe de Paz, para reconciliarse con nosotros. Este es el mensaje de las bienaventuranzas.
La clave de las bienaventuranzas
Para concluir, una clave en las bienaventuranzas. Justo después de dar las bienaventuranzas, Jesús dijo algo muy revelador que nos ayuda a entender lo que estaba enseñando. Jesucristo dijo algo que ningún otro maestro o líder religioso ha dicho jamás. «No piensen que he venido a anular la Ley o los Profetas; no he venido a anularlos, sino a darles cumplimiento». Él pudo haber dicho, «no vine a anular la Ley de Dios, sino a explicarla», porque lo hizo, pero no fue lo que dijo. Él pudo haber dicho «he venido a mostrar el camino para obedecer a la ley», porque lo hizo, pero tampoco fue lo que dijo. Lo que dijo fue: «Yo no he venido a anular o a explicar o a dar un ejemplo de cómo se obedece a la ley, yo he venido para cumplirla, en el lugar de ustedes. Yo vine para ser la persona que ustedes deberían ser para que puedan recibir todas estas bendiciones y bienaventuranzas como un regalo». Esta es la clave.
Porque Jesús se hizo completamente pobre en espíritu, tú eres rico. Porque Él lloró inconsolablemente, tú eres consolado. Porque Él fue completamente humilde, tú heredarás la tierra. Porque Él tuvo una sed absoluta (recuerdan cuando clamó en la cruz: «Tengo sed»), nosotros somos saciados. Porque Jesús no recibió misericordia, nosotros recibimos misericordia. Porque Él no pudo ver a Dios cuando estaba en la cruz, (recuerdan: «Padre mío, Padre mío, ¿dónde estás? No puedo verte.), tú corazón ha sido perdonado completamente. Por lo que hizo el Hijo de Dios, porque cumplió la ley, somos dichosos y bienaventurados, todos los días y para siempre. ¡Ese es tu valor para Dios! ¡Es así cuánto te ama! Él te trata como si fueras tan heroico como Jesús. Él te ama como si fueras tan atractivo como Jesús.
Queridos hermanos… hemos llegado al final. Estas son las bienaventuranzas. Son, en primer lugar, un retrato de nosotros cristianos. Es un dibujo de la vida que vivimos dentro del reino de Dios: Siendo pobres en espíritu y reconociendo nuestra necesidad espiritual. Llorando, ya sea por nuestro pecado o por algún sufrimiento. Siendo humildes y entregando toda nuestra vida en las manos de Dios. Teniendo hambre y sed de hacer la voluntad de Dios. Siendo misericordiosos y ayudando a los demás. Siendo pacificadores y amando al prójimo. Y hasta siendo perseguidos y enfrentando hostilidad por causa de nuestra fe. Podemos tener altibajos en los intentos de hacer lo correcto, pero sigamos adelante, siempre contando con la gracia de Dios. Porque todas estas cosas no vienen de nosotros, sino que es Dios reinando y obrando por el Espíritu Santo en nuestra vida.
Podemos seguir adelante, porque estas bienaventuranzas son en primer lugar un retrato de la obra de Cristo por nosotros. Por causa de Cristo, Dios te dice y no hay duda: el Reino de Dios es tuyo, te hago mi hijo… te consuelo… tengo misericordia de ti… te satisfago… te recompenso… ¡te daré todo, todo, un día! ¡Dichosos! ¡Bendecidos! Son ustedes. ¡Somos nosotros y todos los que caminamos con Cristo! El Reino de Dios es nuestro y sus bendiciones también lo son.
Y si el tema de hoy ha despertado tu interés en saber más sobre el Señor Jesús, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.