PARA EL CAMINO

  • Las teorías conspiranoicas frente a la verdad divina

  • abril 10, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 22:1-6
    Lucas 22, Sermons: 1

  • Nuestro mundo caído está tan contaminado, que por sí mismo no puede ver la salvación. En ese mundo se metió Dios mediante su Hijo. Jesús se privó de su poder y de su autoridad divina para poder estar con nosotros y tocarnos, sanarnos y anunciarnos su amor eterno.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    Hace algunas semanas leí un titular en un periódico internacional que decía: «Las teorías conspiranoicas en Latinoamérica». Como me causó gracia la palabra conspiranoica, donde se mezclan la conspiración y la paranoia, leí el artículo. Al final, descubrí que entre la gente hay mucha paranoia, lo que casi inevitablemente desemboca en teorías conspirativas. La paranoia es una perturbación mental por la cual una persona se concentra en una idea y, sepultada en sus temores, no logra entrar en razones ni ver la perspectiva real. Entonces, como resultado, aparecen las conspiraciones, que son, en verdad, la única manera en que algunas personas pueden enfrentar sus miedos e inseguridades.

    Resulta muy interesante ver que cuando el evangelista Lucas comienza a describirnos la historia en los últimos días de Jesús, lo hace contando sobre la paranoia y las conspiraciones de los principales líderes religiosos judíos. Notemos que los principales sacerdotes y los escribas estaban listos para hacer desaparecer a Jesús, pero le tenían miedo al pueblo. Aunque los líderes religiosos tenían la idea fija de sacarse a Jesús del medio, el miedo a la gente que seguía a Jesús los detenía, y su paranoia aumentaba.

    Es entonces cuando entra en acción Satanás, quien es experto en usar la paranoia, los miedos y las conspiraciones para llevar a cabo su propósito, que es impedir la salvación de la humanidad. El mismo evangelista Lucas apunta que cuando al principio de su ministerio Jesús fue tentado, al final, «Cuando el diablo agotó sus intentos de ponerlo a prueba, se apartó de él por un tiempo» (Lucas 4:13). Unos tres años después, Satanás vio su oportunidad y aprovechó las conspiraciones de los líderes y la infidelidad de uno de los discípulos de Jesús, para entrar directamente en Judas y moverlo a tomar una acción. Entonces los miedos se convirtieron en rabia, haciendo nacer así un complot que terminará con la vida del Hijo de Dios en los días siguientes.

    Y como en toda buena conspiración, en esta también hay traición, secretos y abundante dinero para llevar adelante la tarea. Los líderes religiosos se alegraron y Judas, con su cuenta de banco llena, comenzó «a buscar el mejor momento de entregarles a Jesús sin que el pueblo lo supiera» (v 6).

    Una de las cosas que impactan en este relato es que Dios hace lo posible para venir y estar con su pueblo, y los líderes de su pueblo y aun uno de su círculo íntimo, se complotan para que eso no suceda. Es que si Jesús sigue a ese ritmo de popularidad, los líderes religiosos van a quedar desplazados, cuando en realidad quieren seguir siendo el centro de atención y tener el mando religioso y servir de guías espirituales al pueblo. Después de todo, ¿quién es este Jesús para meterse en sus vidas y en su organización? Los escribas y sacerdotes notaron que, aunque Jesús no buscaba popularidad, el pueblo lo seguía a él haciéndolo el centro del nuevo movimiento de sanidad y de toda otra clase de milagros que lo acompañaban.

    Podemos pensar que lo que estaba sucediendo en la última semana de vida de Jesús no era nada más que un movimiento de rutina. Los líderes religiosos siempre se encargaron de mantenerse en autoridad, sacándose de encima a los que no seguían su doctrina ni obedecían su liderazgo. Pero la verdad es que esta situación era mucho más que eso. El diablo no tenía ninguna intención de aliarse con Judas y los líderes religiosos solamente para ayudarles a ellos a salirse con la suya. El diablo sabía mejor que todos los que rodeaban a Jesús en esos días, que él era el Hijo de Dios y que venía a salvar a la humanidad del pecado, de la muerte, y del infierno. Eso significaba para Satanás su derrota definitiva. Aquí, hasta el diablo estaba paranoico, con la idea fija de que tenía que acabar con Jesús. Lo que el diablo no sabía era que el poder de Dios era muy superior al suyo o, si lo sabía, estaba en negación total. Lo que sí nos queda claro es que el diablo lo intentó todo, metiéndose en el círculo íntimo de Jesús a través de Judas para impedir la salvación eterna de humanidad.

    ¿Lo logró? Apenas unos días después, exactamente al domingo siguiente, Jesús demostró con su resurrección que el diablo fue aplastado, la muerte fue conquistada y la liberación eterna del pueblo de Dios estaba garantizada mediante el perdón de los pecados. Así nos anima el apóstol San Juan en su primera Epístola: «Mayor es el que está en ustedes que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4b). Aunque los líderes religiosos y el diablo quisieron sacarse a Jesús del medio, no lo lograron; él vive hoy en el corazón de los cristianos y está en medio de su iglesia.

    Notemos la ironía. Dios viene al mundo en forma humilde y simple. Unos treinta años antes de estos días que estamos rememorando hoy, Jesús nació de María y se metió en el mundo humano, ese mundo cargado de antagonismos, envidias, celos, peleas por poder, paranoias y toda otra clase de perturbaciones mentales, en fin, cargado de mucho pecado. Nuestro mundo caído está tan contaminado, que por sí mismo no puede ver la salvación. En ese mundo estamos nosotros, contaminados por el pecado que nos lleva a las formas más sofisticadas de apartarnos de lo bueno y seguir lo malo. En ese mundo se metió Dios mediante su Hijo. Jesús se privó de su poder y de su autoridad divina para poder estar con los seres humanos y tocarlos, sanarlos y anunciarles su amor eterno. Sobre todo en esta semana de pasión, Jesús se privó de su poder para dejarse crucificar y morir en medio de dos criminales. El diablo y los líderes pensaron que se salieron con la suya, se habían sacado a Jesús del medio. Pero… Jesús seguía en el medio, porque él es el centro de la vida, y nadie puede destruirlo.

    Esa trágica semana santa que muestra la corrupción humana en su más alta expresión, también muestra al mundo hoy que Dios llega hasta las últimas consecuencias para obrar la salvación de sus criaturas. La Biblia nos muestra claramente que Jesús no murió porque el diablo fue más fuerte o porque el complot criminal entre Judas y los líderes religiosos tuvo éxito, sino porque él voluntariamente se dejó llevar a la cruz, en silencio, sin protestar ni pelear por su vida. Jesús había llegado al mundo unos treinta años antes para anunciar el reino de Dios, la buena voluntad de Dios que quiere darles vida abundante y eterna a sus criaturas. Jesús no solo predicó, sino que hizo historia y marcó esa semana santa como la más crucial para el destino humano.

    Por nuestro pecado Dios cobraba un alto precio que de ninguna manera ni tú ni yo podíamos pagar. No teníamos la capacidad espiritual de negociar con Dios y salir ganando. El costo de nuestro pecado se puede ver en el sufrimiento de un juicio injusto, en el dolor de los clavos de la cruz y, sobre todo, en la vergüenza de tener que cargar con nuestros pecados para morir por ellos. Así se presentó Jesús ante su Padre, y mientras se desangraba, entre sus últimos suspiros alcanzó a clamar misericordia por quienes quisieron sacárselo del medio diciendo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34). Los soldados que crucificaron a Cristo y lo vigilaron hasta que murió, nos representan a todos. Ciertamente, cuando creemos que merecemos que Dios haga algo por nosotros, no sabemos lo que estamos haciendo. Muchas veces no sabemos siquiera lo que estamos pidiendo a Dios, porque no entendemos su sacrificio en la cruz y su regalo de vida eterna.

    Durante estos últimos trágicos días, Jesús se reunió con sus discípulos para comer la Pascua. En esa última cena terrenal, Jesús y sus discípulos recordaron el poder de Dios cuando liberó a su pueblo de la esclavitud en Egipto. Fue un poco un anticipo de lo que Jesús haría al día siguiente, cuando la sangre que él derramó en la cruz nos pintó a todos como el cordero pascual pintó los dinteles de la puerta de los israelitas para que el ángel de la muerte pasara de largo y los dejara con vida.

    La sangre de Jesús derramada en la cruz es la sangre que los cristianos recibimos en la Santa Cena. Es la sangre del cordero santo, inmaculado, que nunca cometió un pecado y que se dejó sacrificar voluntariamente para rescatarnos a todos nosotros, ovejas perdidas, o seres humanos desobedientes, o como quiera que prefiramos llamarnos. Por esa sangre de Jesús, el ángel de la muerte solo tiene un poder temporal, no eterno. En la Santa Cena se cumple literalmente que Cristo viene a vivir dentro de cada uno de nosotros. El evangelista Juan nos reafirma esta promesa citando al mismo Jesús quien, en su discurso de despedida, dijo: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará; y vendremos a él y haremos morada en él» (Juan 14:23 BJ). Y es justamente porque el Cristo resucitado vive en nosotros, que los creyentes no moriremos eternamente porque, aunque nuestro cuerpo se convierta en cenizas al fin de nuestra vida terrenal, cuando llegue el juicio final el Cristo que habita en nosotros nos levantará para estar con él para siempre compartiendo su gloria.

    La conspiración de Judas y de los líderes religiosos para sacarse a Jesús del medio sin que la gente lo supiera no dio resultado. Todo lo contrario. La muerte de Jesús, y su triunfal resurrección lo pusieron en el medio de la historia de la salvación y del centro de la vida de la iglesia. Y casi todo el mundo de esos tiempos, y aun de nuestros tiempos, se enteró. Las conspiraciones se pueden ocultar por un tiempo, pero la verdad divina sale a la luz en el momento oportuno para traer perdón de pecados, vida y salvación.

    El diablo sigue conspirando contra ti, contra mí, y contra todos los que han recibido el don de la fe. Por ese motivo, en esta semana santa necesitamos recordar el poder que Dios desplegó en la cruz, necesitamos recordar y reafirmarnos en la verdad de que Dios es más poderoso que todo lo maligno que nos rodea, y que al final nos hará correr la suerte que corrió Jesús ese domingo siguiente, y nos levantará de los muertos para siempre.

    Estimado oyente, comienza esta semana considerando el sacrificio de Jesús por ti, y si de alguna manera podemos ayudarte a reafirmar tu fe en la gracia y el amor de Dios por ti, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.