PARA EL CAMINO

  • Libres de nuevo

  • octubre 31, 2021
  • Dr. Leopoldo Sánchez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 8:31-36
    Juan 8, Sermons: 4

  • ¿Qué significa ser libre? Según el designio divino, somos libres no para vivir solos o aislados o para nosotros mismos, sino para vivir en gozosa comunión con Dios y en relación recta con nuestro prójimo. Ser libre, entonces, es vivir según la palabra de Dios que nos llama a amar a Dios y al prójimo.

  • ¿En qué consiste la libertad? De norte a sur, de este a oeste, a través de todo el continente americano, es común celebrar las fiestas patrias. Chile celebra su independencia de España el 18 de septiembre. En Estados Unidos, el día de la independencia de Inglaterra se festeja el 4 de julio. En Panamá, todo el mes de noviembre se denomina mes de la patria, e incluye la conmemoración y celebración de todo tipo de gestas independentistas y luchas por la soberanía de la nación a través de su historia. Durante estas fiestas, que vienen acompañadas de desfiles de bandas y actos oficiales por doquier, se nos recuerda desde la niñez la importancia de honrar a los próceres de la patria, aquellas figuras que lucharon y dieron sus vidas por la libertad de nuestros pueblos. La libertad se entiende como la independencia de la tiranía del yugo opresor de poderes colonialistas y dictatoriales.

    Hoy en día, sin embargo, cuando pensamos en el concepto de libertad, lo entendemos de forma más individualista, ya no tanto de forma colectiva como un contrato que compartimos como nación y bajo sus leyes para forjar un futuro en conjunto que beneficie a todos. Hasta cierto punto, se ha perdido esta visión más comunitaria de la libertad como un compromiso o contrato social. La ha reemplazado el concepto de la libertad del individuo y su independencia personal de toda norma, regla o ley que lo comprometa. En otras palabras, ser libre hoy en día es hacer lo que me da la gana sin tener que dar cuentas a nadie—ser libre por ser libre como un fin en sí mismo. La libertad ya no es ser libre de toda tiranía opresora para luego trabajar por el bien común, sino ser libre de toda norma y responsabilidad que me comprometa a una relación con otros o de servicio a otros.

    En una reflexión acerca del relato de la creación en el libro de Génesis, el teólogo Dietrich Bonhoeffer comenta que el ser humano fue creado para ser libre. Explica esto de la siguiente manera: Dios es libre en relación a su creación. O sea que Dios crea no por necesidad u obligación, sino libremente. Dios nos crea para establecer una relación con nosotros, no por necesidad sino por puro amor. Como el hombre y la mujer fueron creados a la imagen de Dios, ellos entonces reflejan en sus propias vidas esta libertad de su Creador para entrar en relación con otros. ¿Qué significa entonces ser libre? Según el designio divino, somos libres no para vivir solos o aislados, o para vivir para nosotros mismos, sino todo lo contrario. Fuimos creados para vivir en gozosa comunión con Dios y en relación recta con nuestro prójimo. Y en la creación del Génesis, esta relación no se experimenta como una obligación, sino como una libre relación con el Creador y su creación. No es algo forzado sino algo natural. Es una relación de confianza y amor, como la de un hijo o hija con su padre o madre. Se trata de un vínculo que nos llama y orienta a vivir en comunión con Dios como sus hijos, y también con los demás.

    A su manera, los intelectuales de la historia reconocen la dimensión social y comunitaria del ser humano. El filósofo Aristóteles, por ejemplo, nos dice que «el hombre es por naturaleza un animal social». Y el poeta John Donne reconoce que «ningún hombre es una isla, completo por sí mismo». Esta visión social o relacional del ser humano se fundamenta ya en el relato de Génesis. Allí vemos que en el plan de Dios «no está bien que el hombre esté solo», y por eso Dios promete que le dará «una ayuda a su medida» o idónea que lo complemente (Génesis 2:18). En el jardín del Edén también vemos que Adán y Eva fueron creados para vivir en relación a su Creador. Esta relación se caracteriza por el hecho de que el hombre y la mujer reciben y obedecen gozosamente la palabra que Dios les comunica en el jardín. Podríamos decir que Adán y Eva permanecen en la palabra. Viven de ella, son guiados por ella. Por su palabra Dios crea y preserva a su creación, dándole todo lo que necesita para vivir, y el ser humano vive bajo y depende de esa palabra de vida que procede del Creador.

    Es interesante que Dios le habla a Adán, conversa con él en el Edén, le dice lo que debe hacer y lo que no debe hacer. Dios le dice que puede comer «de todo árbol del huerto» y también que no debe comer «del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque el día que comas de él ciertamente morirás» (Génesis 2:16-17). Para Adán, ser libre no significa entonces vivir independientemente de Dios o de su palabra, sino vivir para amar a Dios y también a Eva, su prójimo más cercano. Esta palabra de Dios se resume en el gran mandamiento que Jesús mismo enseña en el Nuevo Testamento: «Amarás al Señor tu Dios con todo corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente», y «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:37, 39). Adán vive según esa palabra divina.

    En esto consiste la libertad que nos enseña la narrativa bíblica: ser libre es vivir según la palabra de Dios que nos llama a amar a Dios y al prójimo. Esta libertad no se entiende como algo que le pertenece al ser humano (no es su posesión), sino como una relación que Dios establece con su criatura. ¿Pero qué pasa en el Edén? Decide el ser humano, por la seducción de la serpiente diabólica, irse en contra de la palabra de Dios. Decide independizarse de Dios y de su mandato. Quiere vivir según su propia palabra. Quiere librarse de Dios, en vez de ser libre para Dios. Y en esto consiste el pecado en el jardín: que el ser humano ya no quiere usar su libertad para entrar en una relación que lo orienta a amar a Dios y su prójimo, sino que ahora quiere reclamar la libertad para sí mismo como su propia posesión. Ya no quiere ser libre para Dios, sino que quiere ser libre a su manera. Se ha vuelto su propio dios.

    Esta libertad que Adán y Eva reclaman para sí mismos los aísla del Creador. Es la libertad entendida como pecado porque quebranta la relación o comunión con Dios. Esta libertad hace de Adán un esclavo del pecado que lo separa del Creador y de su palabra. Y todos los seres humanos hemos heredado de Adán esta esclavitud al pecado que es lo opuesto de la gozosa y libre comunión con Dios. ¿Cómo tratar con esta proclividad al pecado, este deseo de querer vivir para uno mismo, aparte del Dios que nos creó para sí? Solo Dios puede librar al ser humano de esta esclavitud. Solo Dios puede orientar al pecador a vivir como vivió Adán en el Edén antes de caer en pecado. Solo Dios puede hacer que el pecador viva nuevamente en fidelidad a él y su palabra de vida.

    El evangelio según San Juan nos muestra la manera en que Dios libra al pecador de su independencia de él y lo restaura nuevamente para vivir en relación a él. Se trata de una nueva creación que Dios lleva a cabo por medio de su Hijo Jesús y sus palabras. El comienzo del evangelio según San Juan nos presenta a Jesús como el Verbo o la Palabra de Dios que en el principio estaba con Dios y era Dios, y por medio de quien fueron hechas todas las cosas (Juan 1:1-3). Así como Dios es Creador y fuente de vida en el Génesis de la creación, Jesús es Creador y fuente de vida eterna en la nueva creación. En el centro del jardín de la creación estaba el árbol de la vida que nos recuerda cómo Dios y su palabra son la fuente de la vida de Adán y Eva (véase Génesis 2:8). Al separar al ser humano del Dios de la vida y de su palabra vivificante, el pecado lleva al hombre a la muerte. Pero por medio del Hijo, el que oye su palabra y cree en él ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24). No morirá en sus pecados (véase Juan 8:24). De forma similar al árbol de vida en el Edén, Cristo es la vid en la nueva creación y el que permanece en él y en sus palabras da fruto (Juan 15:5-7). Conectados a la vid, los pámpanos (es decir, sus discípulos) viven según la palabra de Jesús: «Este es mi mandamiento: Que se amen unos a otros, como yo los he amado» (Juan 15:12).

    Cristo es el camino de vuelta al Dios de la vida. En Juan 8:21, Jesús les dice a los que creyeron en él: «Si ustedes permanecen en mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres». Reflexionemos acerca de este texto. En primer lugar, notemos que a diferencia de Adán, quien fue infiel y desobedeció la palabra de Dios en el jardín del Edén, aquellos que por la fe en Jesús permanecen en su palabra son sus fieles discípulos. Jesús, la vid verdadera, pasa a ser el centro vivificante de sus vidas, así como lo fue el árbol de la vida en el Génesis. Sus palabras nos dan vida eterna (véase Juan 6:63).

    En segundo lugar, los que permanecen en la palabra conocen la verdad. En el evangelio de Juan, Jesús dice que él es la verdad que conduce a Dios (Juan 14:6). Entonces conocer la verdad no es más que conocer a Jesús. Conocer la verdad es pasar de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz, de la incredulidad a la fe. Es por medio de la fe en Jesús, quien es «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6), que nuestra relación con Dios Padre es restaurada, hecha nueva.

    Finalmente, Jesús les proclama a sus discípulos estas célebres palabras: «la verdad los hará libres». Aquel que está en Cristo pasa a ser una nueva criatura, restaurada a la imagen de Dios, y pasa a ser libre de nuevo, como lo fuera Adán en el Edén. Pasa a ser libre de nuevo para vivir en amor a su Creador y con amor para con su prójimo. Ya no vive libre para sí mismo, independiente de Dios y aparte de su palabra, sino que ahora es libre para vivir según la palabra de Jesús que lleva al Padre. Esa es la verdadera libertad.

    Como dijimos anteriormente, hoy en día mucha gente piensa en la libertad no como un contrato social que nos compromete a servir el bien común, sino como la libertad del individuo y su independencia de toda norma, regla o ley que lo comprometa. No sentimos que tenemos que ser librados de nada ni nadie porque ya somos libres. ¿Entonces de qué nos va a librar Jesús? Las palabras de Jesús nos confunden, como confundieron también a sus oyentes que, a su manera, se sentían libres y no esclavizados. Por eso, los judíos que creyeron en Jesús le preguntaron: «Nosotros somos descendientes de Abrahán, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir: ‘Ustedes serán libres’?» (Juan 8:33). Entonces Jesús les respondió: «De cierto, de cierto les digo, que todo aquel que comete pecado, esclavo es del pecado» (v. 34). La enseñanza de Jesús trata de un profundo problema humano. No importa que uno se sienta libre. El ser humano sigue siendo pecador o esclavo al pecado. Todos pecamos de pensamiento, palabra y obra. Es así desde los días de Adán.

    Los judíos que habían creído en la palabra de Jesús pensaban que por ser hijos de Abrahán eran libres de pecado. Pero Jesús les recuerda que Abrahán no los puede librar del pecado. Solo el Hijo los puede librar del pecado que, bajo la seducción del diablo, llevó a Adán y a Eva a separarse de Dios y su palabra (véase Juan 8:44). Solamente el que pone su confianza en el Hijo enviado del Padre es librado del pecado y la seducción del diablo, y así pasa de ser esclavo al pecado a ser un hijo o hija del único Dios y Padre (Juan 8:36).

    Ser esclavos del pecado representa la vulnerabilidad de no tener un padre que nos cuide de la seducción del pecado que lleva a la muerte, a la separación de Dios. Pero ser hijos o hijas de Dios representa el gozo de vivir bajo el cuidado y la protección del Padre bondadoso que nos ama por medio de su Hijo. Por medio de la fe en el Hijo, pasamos a ser sus discípulos e hijos de su Padre. Libres de la esclavitud al pecado, los hijos pasan a ser libres para Dios. Ya no vive el hijo para sí mismo, ya no usa su libertad para ser independiente, sino que vive bajo la palabra de Dios Padre que lo llama a amarle y servirle. Ahora vive como el hijo que vive en la casa de su Padre, es decir, en feliz comunión con él.

    Hoy Jesús nos dice: «La verdad los hará libres». O sea, «yo los haré libres.» ¿Libres de qué? Del pecado que nos separa de Dios, de su palabra de vida y de nuestro prójimo. Del pecado que nos separa del árbol y la vid. ¿Libres para qué? Para vivir en comunión con el Padre, así como Adán vivió en el jardín, viviendo bajo su palabra de vida. En Cristo somos nuevas criaturas, somos libres de nuevo. ¿Libres para qué? Para vivir por la fe en el Hijo como sus discípulos, permaneciendo en su palabra, recibiendo su vida eterna, reflejando en nuestras vidas su amor por el Padre y el prójimo.

    Si necesitas ayuda para comprender esta libertad que nos hace verdaderamente libres, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.