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PARA EL CAMINO
La libertad que Dios nos ofrece la recibimos a través de una relación de fe con él a través de su hijo Jesucristo.
¿Te acuerdas de la película «Corazón valiente»? Es una película muy intensa en la que William Wallace, un héroe nacional escocés representado por el actor Mel Gibson, lleva a su pueblo a luchar por la liberación de la tiranía y la injusticia. La lucha de Wallace era contra la cruel Inglaterra de esa época, gobernada por el Rey Eduardo I. Hacia el final de la película, Wallace es traicionado y capturado. En un principio, parecía que el Rey Eduardo I no sólo iba a obtener la victoria sobre su enemigo, sino que también iba a lograr someterlo obligándole, por medio de torturas físicas, a que le implorara misericordia como si fuera un esclavo y le aliviara el sufrimiento concediéndole una muerte rápida. En las escenas finales Wallace es llevado al patio, donde se encuentra una multitud de personas que comienzan a burlarse de él, a escupirle, y a agredirlo tirándole cosas. A continuación, el verdugo del Rey pasa a torturarlo con castigos físicos a la vez que le dice que, si implora misericordia, le concederá una muerte rápida.
El Rey Eduardo I, aunque viejo y tan enfermo que debía permanecer en cama, podía escuchar todo lo que estaba sucediendo. Su mayor anhelo era oír a su enemigo rogar que le tuvieran misericordia. Pero Wallace no le va a dar el gusto. Al ver que Wallace se esfuerza por decir algo, el verdugo hace callar a la multitud. Entonces, con la última bocanada de aire que le quedaba en sus pulmones, Wallace grita con todas sus fuerzas: ¡LIBERTAD!
Libertad… La lucha por la libertad anima los anales de la historia. Lo podemos ver en las antiguas batallas de Espartaco en Roma, en las que los trescientos guerreros espartanos no cedieron ante el rey Jerjes de Persia. También podemos verlo en historias más recientes, como la guerra de la Independencia o la Guerra Civil de los Estados Unidos. O incluso, más recientemente aún, quién no recuerda a los estudiantes parados frente a los tanques de guerra que se les venían encima en la Plaza de Tian’anmen en China, en 1989, o a las mujeres que finalmente pudieron votaron luego de la liberación de Irak. La libertad es más que un principio: la libertad está en el centro mismo de todo lo que implica ser un ser humano.
Pero el texto para hoy habla de una libertad aún mayor. Se trata de la libertad del pecado y la culpa. Es una libertad que viene de Dios, y que es para las cosas de Dios. Es una libertad que nos hace libres en su gracia y por su amor. Ya no para llamar la atención del verdugo, sino invitando a la celebración de la victoria de Jesucristo en la cruz por todas las personas, el apóstol Pablo nos dice hoy a nosotros: «Cristo nos liberó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud».
Hoy somos llamados a vivir esa libertad que nos da la fe en servicio al prójimo, porque Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento liberador de la vida y la salvación que se encuentran en él. Piensa en lo siguiente: al creer en Jesús tenemos lo único que todo el mundo quiere tener: ¡verdadera libertad!
Ahora, en nuestro texto de hoy, tal libertad es muy específica. No es un término genérico ni es algo que podemos adecuar a nuestro entendimiento o aspiraciones, sino que es un regalo que Dios nos hace bajo sus términos. Nunca debemos olvidar esto… la libertad duradera tiene una fuente eterna que se basa en la verdad de la Palabra de Dios. Esta libertad duradera es fundamental para todos: es la libertad que recibimos cuando nuestra vida está en armonía con Dios. Y esa armonía, a su vez, nos llega a través de la vida y obra de Jesús, el Mesías. De hecho, todo lo que hablamos en la iglesia cristiana sobre el perdón y la salvación, en realidad no es más que hablar en fe sobre la libertad verdadera y duradera que tenemos en Dios.
Podemos decir que somos «libres en la fe», porque esa libertad se logra únicamente por medio de una relación de fe con Dios a través de Cristo. Es por esa libertad que tú y yo fuimos declarados libres. Pero, lamentablemente, esa libertad muchas veces es desvalorizada, rechazada, tomada a la ligera y desechada. ¿Por qué? Porque como seres humanos pecadores que somos, nuestra primera respuesta a quien con tanto amor nos creó y nos reconcilió consigo mismo, es de rechazo. Como pecadores que somos, pensamos que somos auto suficientes, que no necesitamos de nadie, y que somos los únicos dueños y señores de nuestra vida. Irónicamente, esta falsa «emancipación» es la que termina destruyendo toda posibilidad personal de ser realmente libres.
Trágicamente, las personas no sólo rechazan la libertad de Cristo. Muchos hoy día arrogantemente ejercitan sus músculos de falsa libertad y se lo refriegan en la cara a Dios. Vivimos bajo el mando de gobiernos que gastan miles de millones de dólares tratando de demostrar que podemos resolver los males de la humanidad por nuestra propia cuenta. Gastamos cantidades infinitas de dinero tratando de descubrir una solución científica o medicinal para cada enfermedad que nos aqueja. Nos reconfortamos con la falsa esperanza que, de alguna manera, una excelente educación nos salvará o una relación casual con una persona satisfará el anhelo de nuestro espíritu, o creemos que los calmantes, las drogas, el juego o el alcohol saciarán la inquietud y llenarán el vacío que sólo la libertad en Cristo puede satisfacer y llenar.
Pablo advirtió a los primeros cristianos, y nos advierte también a nosotros hoy, que cualquier sistema o programa que promete libertad aparte de Dios, nunca va a dar una libertad verdadera, sino otra clase de esclavitud. Dichas esclavitudes, disfrazadas de libertades, pueden ser tanto seculares como religiosas. Es por ello que Pablo nos advierte que, si la libertad que buscamos no está basada en el perdón y la reconciliación que Cristo trae, sólo nos va a servir en forma pasajera.
En algún momento todos protestamos cuando Dios nos llama a ser libres sólo por fe en Cristo. Pero, si somos honestos, en el fondo de nuestro corazón sabemos que la esclavitud que sufrimos es el resultado de nuestros pecados y culpas, de nuestras ineptitudes, de nuestra emancipación «hipócrita» de Dios. Nuestra esclavitud es más preocupante que cualquier otro tipo de esclavitud a la que alguien pudiera someternos, ya que nos aleja de la gracia y el amor de Dios en Cristo. Vivir sin arrepentimiento y sin fe en lo que el Hijo de Dios hizo por ti y por mí, es vivir en una esclavitud eterna que ningún esfuerzo humano podrá jamás eliminar.
Una vez, conversando con otro pastor, me contó la lucha que tuvo con una persona de su iglesia a quien trataba de explicarle acerca de la libertad que recibimos cuando somos perdonados por Dios. Resulta que Julio, uno de sus fieles, le había dicho que él no creía en el perdón total. Él decía que Dios jamás iba a perdonarlo; que quizás le podría perdonar un setenta por ciento de sus pecados, pero no todos. El pastor trató de explicarle a Julio que, al morir en la cruz, Jesús había pagado el precio por la culpa de TODOS… el cien por ciento de los pecados del mundo, y que por fe recibimos ese perdón total. Pero, aún así, Julio seguía sin poder aceptarlo. Finalmente, le dijo al pastor: «Es que usted no sabe lo que yo he hecho». Y luego procedió a contarle la siguiente historia:
«Diecinueve años atrás, un hombre se llevó a mi esposa. Mientras mi vida se hacía pedazos, ellos se casaron y comenzaron una vida nueva. Luego que fui arrestado por agredir a un policía, ese hombre asistió a todas mis audiencias, mirándome siempre con una sonrisa de burla. Hace diecinueve años que lo odio. Pastor, la semana que viene él va a venir por aquí, así que tengo una pistola atada a mi tobillo. Cuando lo vea, ¡lo mataré! Ya he pensado en todo. Tengo sesenta y tres años de edad. Seguramente me van a dar cadena perpetua, pero también me van a dar atención médica y dental gratuita. Además, voy a tener asegurada una cama y tres comidas al día. En realidad, todo el resentimiento y la amargura que tengo se sienten muy bien. Es por ello que todo lo que me dice sobre el perdón me parece irreal».
El pastor pensó por un momento. Julio tenía razón en una cosa: el perdón muchas veces parece ser algo irreal. ¿Qué decirle? Luego de una larga pausa, el pastor aclaró su garganta y le dijo: «Bueno, supongo que no importa si te mandan a la cárcel, porque ya estás en una. El hombre que te robó a tu esposa y sonrió en tu audiencia, él no está en una cárcel, pero tú sí. Tú eres prisionero de tu propio odio… y te estás suicidando lentamente. Y, a menos que perdones, a menos que entregues a ese hombre a la justicia y misericordia de Dios, seguirás atrapado por el resto de tu vida, sea que estés aquí, o detrás de las rejas». Una semana después, Julio llamó al pastor, y le dijo: «Pastor, estuve pensando en lo que me dijo, y decidí dejar a un lado el arma. No quiero pasar el resto de mi vida en una cárcel, o esclavo de mi propio odio. ¿Podría orar por mí para que Jesús me libere?»
Eso es exactamente lo que Pablo nos está diciendo en el texto para hoy: que Jesús nos liberó. De hecho, eso es también lo que Jesús nos dice en los versículos 35 y 36 del capítulo 8 del Evangelio de Juan: «Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado. Ahora bien, el esclavo no se queda para siempre en la familia; pero el hijo sí se queda en ella para siempre. Así que si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres».
Quizás, así como Julio, tú también están siendo víctima de alguna injusticia. Tal vez has tratado de tomar el tema de la libertad en tus manos, pero sólo has logrado ser más esclavo que antes. Las buenas nuevas del Evangelio no ofrecen una mera libertad genérica ni una esperanza imaginaria o inalcanzable, como la que ofrece el mundo. No, la libertad del Evangelio se basa en la justicia eterna de Dios. Cuando nosotros perdonamos no estamos perdonando el pecado; eso le corresponde a Dios. Cuando nosotros perdonamos, estamos tratando a los demás de la misma forma en que Jesús nos trata a nosotros… o sea, con la gracia y la misericordia que él ganó en la cruz para nosotros.
Entonces, ¿en qué situación te encuentras tú hoy delante de Cristo? ¿Estás esclavizado por el pecado, o estás viviendo en la libertad que él te da de pura gracia, a través de la fe? «Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud».
La libertad en Cristo es para todos. Es una libertad nacida del amor de Dios en acción, una libertad que «nos hace libres» gracias a su vida, muerte y resurrección en lugar nuestro. Pablo proclama esto para todos nosotros hoy, pero también quiere que aprendamos a vivir esa libertad en servicio a los demás. Que vivamos libres de pecado y de culpa ¡sí!, pero también libres para amar a otros en el nombre de Jesús.
Tener fe en Jesucristo es confiar plenamente en lo que él ha hecho por ti. Pero también es confiar en que él pone a tu disposición suficiente amor para que vivas tu vida en servicio hacia los demás. Cuando nos conectamos con Cristo a través de su Palabra, a través del Bautismo, y a través de su cuerpo y sangre en la Santa Comunión, nos hacemos uno con él, afianzando así nuestra libertad para servir a los demás en su nombre con amor verdadero.
Sé que las cometas no sienten, pero si una cometa pudiera hablar, se me ocurre que diría lo placentero que es dejarse llevar por la suave brisa, sabiendo que está siendo sujetada por manos expertas. También diría que ni siquiera se le ocurriría intentar volar sola porque, sin manos expertas que lao sujeten, si se rompiera el hilo se precipitaría inevitablemente al suelo. La cometa sabe que las manos expertas la ponen a salvo cuando soplan vientos fuertes, la guían por los cielos abiertos, y que, una vez que ha levantado vuelo, seguirá elevándose cada vez más.
Así es la vida de las personas que ponen su confianza en las manos de nuestro amado Dios: cuando estamos bien sujetos a él no hay esclavitud, sino libertad. Sólo quienes están amarrados al Señor pueden volar de verdad. Así que, la próxima vez que veas volar una cometa, piensa en la libertad que tenemos cuando estamos conectados a Jesús.
Cuando estamos unidos a Dios somos libres para amar y libres para ser. Pero todavía hay más. Nuestra vida de libertad en la fe alcanza su máxima expresión cuando servimos a otros en el nombre de Jesucristo. En «La libertad del cristiano», Martín Lutero dijo: «Esta es la verdadera vida cristiana, esta es la verdadera fe movida por amor: cuando una persona se dedica de propia voluntad con alegría y amor a servir a otros sin recibir nada a cambio, estando ella ya completamente satisfecha en la plenitud y riquezas de su propia fe…».
Esta es una libertad que podemos comenzar a disfrutar ya mismo. Cuando somos libres en Cristo por el poder de su Espíritu, tenemos herramientas nuevas que nos permiten amar a nuestros amigos, a nuestros vecinos, e incluso a nuestros enemigos. Pablo se refiere a ellas diciendo que son los «frutos del espíritu»… cosas como el amor, el gozo, la paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y autocontrol. Este es el amor con el que Jesús «nos ama». Este es amor que, en Cristo, podemos compartir con otros.
Cuando un cristiano sirve a otro libremente, tal como Jesús nos sirve a nosotros, puede producirse un cambio real en la vida de la otra persona… En su libro «El tambor diferente», M. Scott Peck cuenta la historia de un monasterio que estaba a punto de cerrar sus puertas. Lo que una vez había sido un lugar bullicioso y lleno de fe, se había ido apagando hasta que sólo habían quedado cinco monjes que todo lo que hacían era preguntarse cuándo llegaría el fin de todo. Un día, cuando uno de ellos visitaba a otro monje de la ciudad, éste le dijo: «No sé si algo habrá de cambiar en ti, en mí, o en nuestra ciudad, pero una cosa sí sé, y es que ¡el Mesías, el Salvador, está entre ustedes, y con ustedes!»
Cuando el monje anciano regresó al monasterio y compartió esas palabras con sus compañeros, todos se pusieron a reflexionar. ¿Podría ser cierto que Cristo, el Mesías, estuviera entre ellos? De ser así, ¿cuál de ellos sería: el fraile David, Mateo, Juan, Pedro, o Pablo? Por las dudas, empezaron a tratarse con más respeto y a ser más serviciales… porque seguramente estaban sirviendo a Jesucristo.
La gente del pueblo pronto se dio cuenta que había algo diferente. Sintiéndose atraídos por el respeto y amor que brotaba de los monjes, muchos ya no sólo «pasaban» por el monasterio como era costumbre, sino que se quedaban para aprender de ellos, y algunos jóvenes hasta pidieron unirse al grupo.
Esta historia ilustra lo que puede suceder cuando actuamos como si Jesús estuviera en medio nuestro. ¿Qué sucedería si compartiéramos el amor de un Jesús que realmente está entre nosotros? ¿Qué sucedería si comenzáramos a tratar a los demás como Jesús nos trata a nosotros? ¿Qué te parece si, a partir de hoy, actúas como si Jesús realmente estuviera contigo en tu casa, en tu trabajo, en tu dormitorio, en tu vecindario? ¿Qué sería diferente?
Te invito a que hagas la prueba. Recuerda que cuentas con el poder de la fe en el Señor Jesús, que prometió: «He aquí que yo estoy con ustedes siempre».
RESUMEN
Libertad por medio de la fe en Jesús. Perdón y vida verdadera en un Señor verdadero, con amor verdadero y libertad para ti. Todas estas cosas están disponibles cuando Jesús es el Señor y Salvador de tu vida. Cuando vivimos en él y por él… Cuando vivimos libres por medio de la fe en Jesús, sean cuales sean las circunstancias, cada día se convierte en una oportunidad para ejercer la libertad eterna capaz de cambiar vidas.
Feliz Día de la Independencia, y que Dios los bendiga a todos. Amén.
Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.