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PARA EL CAMINO
El sermón se centra en Marcos 7, donde Jesús discute con líderes religiosos sobre las leyes de limpieza y pureza del Antiguo Testamento. Destaca que todos experimentamos una sensación de impureza y ansiamos la limpieza, pero los esfuerzos humanos no son suficientes. Jesús señala que la verdadera limpieza debe venir desde adentro. Concluye enfatizando que solo Jesús puede purificarnos, como lo muestra su sacrificio en la cruz.
Marcos 7 nos presenta una controversia entre Jesús y los líderes religiosos de su época sobre las leyes dietéticas y las regulaciones y rituales relacionados con la pureza. A primera vista, podría parecer que este tema es un tanto arcaico e irrelevante para nosotros hoy en día, pero no es así. En realidad, este texto trata sobre asuntos que son profundamente relevantes. Dividiré la explicación en tres partes. La primera es: todos tenemos una sensación de impureza, una sensación de que no estamos limpios.
1. Todos tenemos una sensación de impureza
Nuestro texto nos cuenta de una discusión de Jesús con los líderes religiosos acerca de las reglas de pureza y limpieza del Antiguo Testamento. Si alguien tocaba un cadáver, o padecía de una enfermedad de la piel, o estaba en contacto con moho en la ropa o la casa, o si tenía algún tipo de secreción como diarrea o una hemorragia, o comía alimentos de animales que se consideraban impuros (como el cerdo), se le consideraba impuro, contaminado, sucio. En consecuencia, esa persona era excluida de varias actividades, se le prohibía ir al templo, de unirse a la comunidad para adorar a Dios. Porque se le consideraba impura, necesitada de una limpieza.
Uno podría preguntarse: «¿De qué se trataba todo eso? ¿Qué significaba?» La respuesta no es tan extraña como puede parecer. Todas estas reglas servían como recordatorios simbólicos, como ayudas visuales para que la gente reconociera y no se olvidara de sus impurezas espirituales. Estas leyes mostraban que no se podía acercar a la presencia de Dios sin antes pasar por una purificación espiritual. Este concepto no es tan raro si pensamos en cómo nos preparamos para eventos sociales, limpiándonos bien para causar una buena impresión. Por ejemplo, si vas a ver a alguien que es realmente importante para ti, te arreglas. Te cepillas los dientes. Te lavas bien, tal vez pones perfume o una buena ropa. ¿Qué estás haciendo? Te estás quitando la suciedad. No quieres tener ni una mancha en tu ropa. No quieres oler mal. Dios dice: «Es lo mismo conmigo». Espiritualmente, si no estás limpio, no puedes estar cerca de Dios, que es santo.
Jesús apoya esta idea. Aunque no está de acuerdo con los líderes religiosos en muchas cosas, coincide en que la humanidad es naturalmente impura ante Dios. En eso ustedes tienen razón, dice Jesús. Su preocupación es legítima y la respaldo. Pero Jesús profundiza aún más la cuestión de la impureza. En los versículos 15 y 23, Jesús destaca que la impureza proviene de adentro de cada persona. Él dice que, en nuestro estado normal, no somos adecuados para estar cerca de Dios.
Es cierto que muchas personas hoy en día rechazan esta idea. Ven la naturaleza humana como esencialmente buena. Dicen que la noción de pecado es algo del pasado. Creen que eran los antiguos quienes siempre se sentían cargados de culpa y vergüenza, como Lady Macbeth, personaje de Shakespeare. La obra muestra un ejemplo clásico donde la conciencia culpable de alguien se manifiesta como impureza. Recuerda, ella ve sus manos… Es fascinante… Mira sus manos y piensa que ve sangre en ellas. No puede quitársela. Dice: «¡Fuera, maldita mancha!» Incluso Macbeth (su esposo) cuando intenta ayudar a su esposa con su culpa, le pide al médico: «¿No puedes limpiar el corazón de mi esposa de esta carga pesada?» «¡Límpiala! ¡Mi esposa necesita limpieza!»
Para algunas personas, la idea de sentirse impuro parece un tema del pasado. Sin embargo, si nos fijamos en lo que la gente y la cultura transmiten, esa sensación todavía está presente. Por ejemplo, la cantante Taylor Swift escribió una canción sobre dejar atrás el pasado y empezar de nuevo, y la llamó, — miren que interesante — «Clean», «limpia». Sí, todavía experimentamos fuertes sentimientos de no ser buenos y suficientes y el miedo a no estar a la altura. Esta persistente sensación de impureza se muestra de diferentes maneras. Nos esforzamos mucho, siempre tratando de alcanzar un éxito o aprobación que nunca parece llegar. Tenemos miedo de decepcionar a los demás y evitamos comprometernos para no ser rechazados. Estos comportamientos muestran una ansiedad más profunda sobre nuestro valor y aceptación, así como el deseo de presentarnos limpios y sin mancha frente a los demás.
Aunque uno no crea en el pecado, ni en nada religioso, de alguna manera, en lo más profundo de su ser, algo dice que no se está del todo limpio, que no se cumple con los estándares. Lo atribuyes a complejos. Dices cosas como: «Mis padres no me amaron lo suficiente». Lo analizas desde el punto de vista psicológico, pero ahí está, persistente. Todos tenemos esa sensación de no estar del todo limpios. Tratamos de ocultarlo, de suprimirlo, luchamos y sufrimos para manejarlo. Es algo que todos experimentamos, este sentimiento de no estar limpios.
2. Todos estamos tratando de limpiarnos
Lo segundo que aprendemos en Marcos 7 es que todos estamos intentando limpiarnos de alguna manera. Y Jesús dice que las maneras que el ser humano usa nunca funcionarán. El lugar donde Jesús dice esto está en los versículos 18 y 19: «¿No ven que nada de lo que entra en el hombre desde afuera puede hacerlo ‘impuro’? Pues no entra en su corazón sino en su estómago, y luego sale del cuerpo.» Luego, en el versículo 21, Jesús continúa: «Lo que realmente ensucia a una persona proviene de adentro, del corazón humano, donde surgen los malos pensamientos». Jesús está señalando algo simple pero profundo. ¿Cuál es el problema con nosotros? ¿Qué está mal en el mundo? ¿Por qué hay tanto conflicto? La respuesta está en el corazón humano y su tendencia a ser egocéntrico. Por más que intentemos limpiarnos mediante rituales, leyes dietéticas o buenos comportamientos, estamos tratando de abordar el problema desde afuera. Pero eso no funciona. Jesús nos dice que la tendencia de las personas es tratar de cambiar desde afuera hacia adentro, y de afuera hacia adentro no funciona. La verdadera limpieza, dice Jesús, tiene que ser dentro de nosotros, en el corazón.
Las palabras de Jesús siguen importantes hoy, para nosotros. No era solamente el pueblo del tiempo de Jesús que buscaba limpiarse. Todos los seres humanos, de todos los tiempos, nosotros incluso, seguimos lidiando con este problema. No podemos evitarlo. Es nuestra inclinación. Sabemos que algo está muy mal con nosotros, aunque mucho no entienden qué exactamente, y todos estamos intentando arreglárnoslas de alguna manera. Todos estamos tratando de limpiarnos. Puede que no estemos más lidiando con nuestra impureza con las leyes del Antiguo Testamento, pero seguimos trabajando desde afuera, con algo que no funciona. Puede ser alguna práctica religiosa moderna. Algún ritual que aprendimos a hacer, alguna tradición religiosa sin sentido que repetimos porque creemos que nos va a poner a bien con Dios. Muchas iglesias son muy exigentes con reglas y sacrificios. Puede ser con la política. A lo largo de los años, muchas ideologías políticas han prometido arreglar el mundo con cambios en las leyes. Pero como hemos visto en la historia, estos cambios no resuelven los problemas profundos del ser humano: el egoísmo y la maldad en el corazón. Incluso, si te das cuenta, la cultura popular contribuye a esta idea de la pureza, promoviendo imágenes de belleza y éxito como si fueran la clave para ser valiosos. El cuerpo perfecto, la educación perfecta, los perfiles perfectos en las redes sociales. Pero tratar de alcanzar esas imágenes solo nos hace sentir peor, porque nunca podemos ser perfectos.
De afuera hacia adentro no funciona. Cada ser humano está tratando de purificarse, ya sea consciente de ello o no, pero Jesús dice que nunca podremos purificarnos por nosotros mismos. Realmente no podremos sanar ese malestar del corazón por mucho que lo intentemos. Necesitamos de ayuda. Y este es el tercer punto.
3. Es Jesús quien puede limpiarnos
Bueno, entonces, ¿cuál es la solución? La respuesta es… la respuesta está en la segunda parte del versículo 19, dónde Marcos, el escritor, dice algo, como una nota editorial. Mira lo que dice. No lo pases por alto. «Al decir esto, Jesús declaró ‘limpios’ todos los alimentos.» Es una frase fuerte. Es más que «oye, señores, está todo bien, no hagan tanto alboroto por estos alimentos. Adelante. Cómanlos.» Jesús no dijo, «las leyes de limpieza fueron una mala idea, superemos esto ahora». Eso no es lo que Él dice. Jesús declaró, pronunció, dice Marcos. Es algo como: «a partir de ahora, hago estos alimentos limpios, a partir de ahora, las leyes de limpieza están siendo, nos deshechas, sino cumplidas. Cumplidas.»
¿Cómo pudo Jesús decir algo así? Creo que el Antiguo Testamento, Zacarías capítulo 3 nos puede echar una mano para comprender. ¿Qué estaba pasando en Zacarías capítulo 3? Una semana antes del Día de la Expiación, ese día anual en el que se buscaba el perdón de los pecados, el sumo sacerdote comenzaba a prepararse. Lo ponían en aislamiento para evitar cualquier contaminación accidental, le daban comida limpia y pasaba su tiempo lavándose y preparando su corazón. La noche anterior, ni dormía, se quedaba despierto orando y leyendo las Escrituras. Luego, en el día de la Expiación, se vestía con lino blanco puro, se bañaba de pies a cabeza y entraba en el Lugar Santísimo para sacrificar por sus propios pecados. Repetía este proceso tres veces, saliendo cada vez para bañarse y ponerse un lino blanco nuevo, sacrificando por los pecados del sacerdocio y finalmente por los pecados del pueblo. Todo esto ocurría en público, con la gente observando para asegurar la pureza, ya que él los representaba ante Dios.
Sin embargo, en Zacarías capítulo 3, a pesar de toda esta meticulosa preparación, el sacerdote es visto con vestiduras sucias ante Dios. Esta impactante visión ilustra que, a pesar de todos los esfuerzos humanos por ser puros, Dios ve el verdadero estado de nuestros corazones: llenos de inmundicia. Esto resalta lo inútil que resulta tratar de limpiarnos a través de medios externos. Toda nuestra moralidad y buenas obras no cambian realmente al corazón. Zacarías se dio cuenta de repente de que, hagamos lo que hagamos, no somos aptos para estar en la presencia de Dios. Y justo cuando estaba a punto de desesperarse, para su sorpresa, Dios dice esto: «Quítenle las ropas sucias». Luego le dijo al sumo sacerdote: «Como puedes ver, ya te he liberado de tu culpa; ahora voy a vestirte con ropas de gala… Escucha, y que lo oigan todos… Estoy por traer a mi siervo, estoy por traer al Renuevo… y ¡en un solo día borraré el pecado de esta tierra!» (Zacarías 3:4,8-9).
Zacarías probablemente no podía creer lo que oía. En lugar de que Dios matara al sumo sacerdote, dice: «Voy a quitarte el pecado. Voy a quitarte las vestiduras sucias y voy a vestirte con una justicia que no es la tuya. No solo a ti, enviaré a mi siervo, el Retoño, y él quitará todos los pecados del pueblo en un día».
Zacarías debió estar pensando: «Espera un momento. Durante años, hemos estado haciendo sacrificios y cumpliendo las leyes de pureza. Y nunca se pudo quitar el pecado definitivamente, nunca hemos podido eliminar por completo la impureza de nuestras vidas, de nuestra gente, de nuestra tierra, ¿qué está pasando aquí?». Lo que Dios está diciendo es: «Zacarías, esto es una profecía. Algún día lo haré. Algún día todo terminará. Espera, estoy por traer. Algún día el sacrificio se acabará. Algún día las leyes de pureza se acabarán». ¿Cómo? ¿Cuándo?
Creo que ustedes saben la respuesta: Siglos después, apareció otro sacerdote. El siervo de que Dios había hablado en la profecía: Jesús. Y él llevó a cabo el gran y definitivo día de la expiación de los pecados de toda la humanidad. Una semana antes de su muerte, una semana antes de su día de la expiación, Jesús comenzó a prepararse. La noche anterior, no se fue a dormir. En todos los demás aspectos, lo que le sucedió a Jesús fue exactamente lo contrario de lo que les sucedió a los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento, porque en lugar de una multitud de amigos animándolo, cada persona a la que amaba lo traicionó, abandonó o negó. Cuando se presentó ante Dios, en lugar de recibir palabras de aliento, el propio Padre lo abandonó. En lugar de ser vestido con ropas maravillosas, fue despojado de la única prenda que tenía. Fue golpeado y asesinado desnudo. No pudo bañarse, aunque fue bañado en saliva humana. ¿Por qué? Segunda de Corintios 5:21 nos dice: «Dios hizo que quien no tenía pecado fuera pecado por nosotros, para que en él pudiéramos ser hechos justicia de Dios». Dios lo vistió, por así decirlo, con nuestro pecado. Él tomó nuestro castigo. Él fue el verdadero Cordero de Dios que quitó los pecados del mundo para que nosotros fuéramos limpios, desde adentro, y para siempre.
En Apocalipsis 19, leemos esto: «Regocijémonos y alegrémonos… Ya ha llegado el día de las bodas del Cordero. Su novia se ha preparado y se le ha concedido vestirse de tela de lino fino, limpio y resplandeciente». ¿Lino fino, limpio para la novia de Cristo, para la iglesia? ¿De qué se trata eso? Se trata de que todos los que hemos sido bautizados, de Cristo nos revestimos, o sea, de la pura ropa limpia de Cristo, somos vestidos. Se trata de que podemos dejar de creer en nuestras propias obras para limpiarnos, pues hemos sido limpiados por Cristo. Este regalo es para usted y para mí. Jesucristo fue crucificado fuera de la puerta de la ciudad, en el basurero, en un lugar de absoluta impureza, para que pudiéramos ser limpios. Él nos ama, y por la gracia mediante la fe en Él somos hechos bellos y limpios por Dios desde el baño perfecto del bautismo. Limpios, por Cristo, desde adentro.
¿Alguien se identifica con Lady Macbeth? ¿Tienes algo en tu pasado por lo que te sientes realmente mal, sucio? ¿Te sientes culpable por ello? Tal vez fue algún tipo de fracaso y has pasado toda tu vida tratando de expiarlo, de quitarte la mancha, tratando de limpiarte con cosas de afuera. Oye el dulce antídoto una vez más.
Roca de la eternidad, Fuiste abierta para mí;
Sé mi escondedero fiel; Solo encuentro paz en Ti;
Eres puro manantial en el cual lavado fui.
Si de alguna manera podemos acompañarte en esta vida limpia por Cristo, a continuación, le diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.