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PARA EL CAMINO
Dios cumple lo que promete. Nos prometió un Salvador, y éste vino en la persona de Jesucristo a entregar su vida por nosotros en la cruz. Es este mismo Jesús el que ha prometido volver por nosotros para darnos la vida que no tiene fin y la oportunidad de reinar a su lado por toda la eternidad. Estemos listos para lo mejor.
El otro día estaba leyendo sobre las muchas y muy variadas tradiciones que existen en el mundo para despedir el año viejo y recibir el nuevo. En Grecia, por ejemplo, acostumbran colgar cebollas en las puertas y otros lugares de las casas como un símbolo de regeneración o renacimiento. En algunos poblados de Alemania, Holanda y Dinamarca, las personas estrellan platos contra las puertas de sus casas, supuestamente para atraer la buena fortuna, mientras que en Puerto Rico algunos prefieren lanzar agua por las ventanas de sus casas, creyendo que así ahuyentarán a los malos espíritus.
Muchas familias latinoamericanas se han vuelto expertas en tradiciones de fin de año, siendo las más comunes la práctica de comer doce uvas poco antes de la medianoche para que te vaya bien en el nuevo año, una por cada mes; o aquella de salir a la calle con una maleta vacía para viajar mucho en el año que comienza. Honestamente, y no es que quiera arruinarles la fiesta, creo que estas cosas no funcionan, como tampoco funciona depender de la suerte y la fortuna. Sin embargo, pueden ser formas divertidas y curiosas de alistarnos para un nuevo ciclo.
Nunca faltan las resoluciones de año nuevo. Seguro ya habrán escuchado aquello de que «este año sí voy a adelgazar y comenzar la dieta». O el famoso «voy a dejar de hacer esto o esto otro», y la repetida frase del que dice: «ahora sí voy a cambiar.» Sin duda, en muchos casos el año viejo se va lleno de promesas rotas, y el nuevo a veces comienza con las mismas promesas de siempre.
En todo caso, creo que lo más importante en esta fecha es agradecer a Dios por lo que tenemos, por el regalo de la fe, la familia, la salud, las bendiciones y por todo lo lindo que celebramos en el tiempo de Navidad, inclusive su presencia en nuestras vidas cuando andamos en sufrimiento y prueba. Y recordar también que debemos estar preparados para lo que venga en el año nuevo, siempre listos para enfrentar los desafíos de la vida diaria y, como dice el evangelio de este domingo, con la ropa ajustada y las lámparas encendidas. No tenemos ni idea de lo que pasará, pero es mejor estar preparados. Como también es importante, probablemente mucho más importante que todo lo que hemos conversado hasta ahora, estar preparado para la venida de nuestro Señor, y de esto trata el texto bíblico de este día.
A diferencia de la llegada del año nuevo, que todos sabemos que comienza el primero de enero, prepararnos para la venida de Cristo pudiera ser algo más complicado, especialmente porque no sabemos cuándo ocurrirá esto. Es por eso que Jesús nos invita a estar listos desde ya, y a vivir nuestras vidas en una constante preparación, porque su venida es inminente. Nos dice en esta parábola: «Sean como los siervos que están pendientes de que su señor regrese de una fiesta de bodas: en cuanto su señor llega y llama, ellos le abren enseguida. ¡Dichosos los siervos a los que su señor encuentra pendientes de su regreso!» (Lucas 12:36-37a).
Las bodas judías eran celebraciones que podían durar varios días y noches. Todos sabían cuándo comenzaban, pero pocos sabían cuándo acabarían. Es por eso que los siervos debían estar preparados siempre, hasta que el amo regresara a casa. Nadie quería que el amo llegara y encontrara a todos dormidos o poco preparados. Es por eso que la invitación de Jesús en esta enseñanza, de que estemos listos y preparados para su venida, tiene mucho sentido en la vida de todo creyente. A menudo nos ocupamos y distraemos mucho en los avatares del día a día, y dedicamos muy poco tiempo a Dios, sus cosas y su retorno. Cuando en realidad lo que el Señor quiere es que estemos pendientes de Él, en espera de Él, y con la mente, el alma y el corazón puestos en Él.
Dios quiere que le creas cuando te dice que volverá. Noé le creyó a Dios sobre el diluvio, y se preparó para ello. Por eso construyó el arca, alistó a su familia y advirtió a aquellos que se burlaban de él. Lo mismo pasó con los hebreos en el tiempo del Éxodo: a pesar de sus dudas y temores, se prepararon para escapar de la opresión de los egipcios, tal y como Dios se los anunció a través de Moisés. Uno tras otro, los profetas del Antiguo Testamento anunciaron que vendría el Mesías, el Salvador, y cuando menos lo esperaban llegó Jesús a cumplir la promesa de Dios y toda profecía bíblica que hablaba de su venida.
Dios siempre cumple lo que promete, en sus tiempos y de acuerdo a su voluntad, y cuando nos dice que debemos estar preparados para su regreso, es porque en verdad tenemos que prepararnos, especialmente porque nadie sabe el día o la hora cuando esto ocurrirá.
Algunos osados predicadores y falsos maestros han engañado a montones de personas a lo largo de la historia con supuestas fechas de la venida de Jesús y del fin del mundo. Muchos han creído estos cuentos, aun cuando la Biblia es muy clara de que nadie sabe el día, ni la hora, en la que vendrá Jesús. Dice el verso 40: «También ustedes deben estar preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá cuando ustedes menos lo esperen.» No sabemos el cuándo. Nadie lo sabe. Lo que sí sabemos es que tenemos que estar listos y atentos a las señales.
Ningún país espera a que se desate una guerra para comenzar a organizar sus ejércitos y ninguna empresa espera a que explote una crisis financiera para entonces prepararse para enfrentarla. Así como estamos acostumbrados a prepararnos para el año nuevo, para celebrar los momentos alegres y enfrentar los difíciles, también necesitamos estar listos para lo bueno, lo mejor, lo extraordinario que significa estar frente a frente con el Señor.
Recuerdo que hace muchos años, especialmente con la explosión de las iglesias cristianas en América Latina, comenzamos a ver grandes anuncios en las carreteras y en las paredes de las ciudades y poblados de nuestras naciones, que decían: «Cristo viene». Algunos venían acompañados con la pregunta: «¿Estás preparado?» Ese mensaje todavía sigue vigente hoy. Cada vez que pensemos en la venida de Jesucristo, en el fin de los tiempos, o en el día del juicio final, es válido que meditemos en esta pregunta. ¿En verdad estoy listo para encontrarme cara a cara con Cristo?
La pregunta que le sigue es: ¿cómo se prepara uno para algo así? Imagínate que esto ocurra mañana, o quizás esta misma noche. ¿Estás listo? ¿Qué estás haciendo para alistarte? Lo primero que debes saber es que no debes tener miedo. Durante mis años como pastor, siempre me ha llamado la atención que muchos creyentes tienen temor de leer y estudiar el libro del Apocalipsis, como si el juicio del fin del mundo fuera nuestro propio fin. Por el contrario, nosotros allí recordamos a Jesús quien no vino a juzgarnos sino a salvarnos, y confiamos plenamente en sus promesas de vida eterna, perdón y salvación para todos aquellos que le creen. Él prometió también estar a nuestro lado siempre, hasta el final de los tiempos, y es por eso que estos eventos no deben llenarnos de terror, sino de esperanza y alegría por el encuentro que vamos a tener con Dios y con aquellos que partieron antes de nosotros confiando en estas promesas. Así que, si quieres estar verdaderamente listo, lo primero es dejar de lado de todo miedo y temor, y aferrarte a la esperanza y las promesas del Creador.
En segundo lugar, los cristianos nos preparamos meditando sobre la Palabra de Dios. Solo así podremos saber lo que Dios quiere revelarnos y enseñarnos. Y es que la Palabra es lámpara a nuestros pies y fuente de fe para todos nosotros. Cuando despreciamos la Palabra, bien sea dejando de leer la Biblia o no asistiendo con frecuencia a la iglesia, obviamente que llenamos con temores y dudas esos espacios de nuestra vida donde debería haber fe y la presencia de Jesús. Pero cuando abrimos la Escritura, la leemos y meditamos en ella, entonces sabremos que es Dios mismo quien nos prepara para Él, que Él es el autor de la fe, que Él no nos deja solos, y que está con nosotros al principio y final de cada año, al principio y final de nuestras vidas, que camina con nosotros en esta vida y en la que viene. No hay lámpara más encendida que una Biblia abierta.
Y por último, todo creyente se prepara para la venida de Cristo participando activamente de los sacramentos. En el Bautismo, Dios mismo nos hace hijos suyos y herederos de su reino que no tiene fin, mientras que en la Santa Cena nosotros podemos participar en un abreboca de lo que será el banquete celestial en el que estaremos en la mesa con Jesús. Perdonados, redimidos, confiados en Dios, con los ojos puestos en Cristo, así es como de verdad tendremos la ropa bien ajustada y las lámparas encendidas para cuando regrese nuestro Señor. De igual manera, todo creyente debe continuamente confesar sus faltas y abrazar con gozo y esperanza las palabras de perdón en la absolución.
Mis queridos amigos. Dios cumple lo que promete. Nos prometió un Salvador, y éste vino en la persona de Jesucristo a entregar su vida por nosotros en la cruz. Jesús vino y cumplió cada profecía, desde antes de nacer hasta el día de su resurrección, y es este mismo Jesús el que ha prometido volver por nosotros para darnos la vida que no tiene fin, el perdón que no se agota y la oportunidad de reinar a su lado por toda la eternidad. Pero tenemos que estar listos, con la ropa ajustada y la lámpara encendida.
Él ha hecho espacio para ti. La Biblia nos recuerda de su amor, los sacramentos lo acercan a nosotros, y en el perdón que Él nos da Él mismo nos prepara para recibirle. No sabemos cuándo, pero sí sabemos que esto pasará, y que con Él no habrá más llanto, ni más dolor, sino la eterna alegría de estar con Dios para siempre.
¿Qué tal si en nuestras resoluciones de año nuevo incluimos estar listos para recibir a Cristo? Espero y oro que te prepares para lo mejor. ¡Ánimo! ¡Cristo viene!
Si quieres conocer más de Jesús y de lo que hace, ha hecho y quiere hacer en tu vida, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.