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PARA EL CAMINO
Para ser discípulos de Jesús debemos estar dispuestos a poner a Dios antes que a nuestra familia, a aceptar el sufrimiento a causa de Cristo y a renunciar a las cosas materiales que nos impiden entregarnos completamente a él.
Alguien dijo alguna vez: «Las cosas más importantes de la vida rara vez tienen precio, pero casi siempre valen muchísimo». O, como decía el cantautor argentino Facundo Cabral: «Lo importante no es el precio, sino el valor de las cosas». Y es que estoy seguro de que si alguien viniera y te ofreciera mucho dinero, más del que pudieras imaginarte, a cambio de lo más valioso de tu vida, digamos tu familia, tus hijos, tu salud, la vida misma, o lo que de verdad te importa, probablemente rechazarías la oferta. Porque hay cosas que tienen precio, y otras que tienen valor. Nadie, ni nada, puede comprar una amistad verdadera, y esto lo saben los ricos. Nadie, ni nada, puede comprar la felicidad verdadera, o la paz, o la esperanza. Hay cosas que ni siquiera el dinero puede comprar.
En el Evangelio para este domingo, Jesús nos habla de algo que ciertamente no tiene un precio, pero que de verdad cuesta muchísimo: me refiero a ser, o convertirse, en uno de sus discípulos. De hecho, Jesús menciona tres condiciones para que alguien, para que tú, o para que yo o cualquier persona, pueda ser un verdadero discípulo de Cristo. ¡Tres condiciones!
Comencemos con el verso 25 del capítulo 14, en el evangelio de Lucas, que dice lo siguiente: «Como grandes multitudes lo seguían, Jesús se volvió a ellos y les dijo:«Si alguno viene a mí, y no renuncia a su padre y a su madre, ni a su mujer y sus hijos, ni a sus hermanos y hermanas, y ni siquiera a su propia vida, no puede ser mi discípulo.»
Fíjense que el texto habla de que muchos —de hecho menciona a grandes multitudes— «lo seguían». Y esto me parece clave aquí. Seguidores de Cristo puede haber muchos, ¡millones en todo el mundo! Personas que dicen creer en Jesús o ser cristianos, pero una cosa es seguir a Cristo y otra cosa es ser un discípulo dispuesto a vivir estas tres condiciones de las que hablamos hoy.
Como ves, la primera tiene que ver con dejar los lazos familiares. Renunciar a la familia no tiene nada que ver con olvidarnos de ellos, porque la Biblia entera, y las palabras de Jesús, siempre nos hablan de amar a nuestras familias, en especial a nuestros padres, de entregarnos a nuestros prójimos, etcétera. ¡Así que de ninguna manera! ¡No te confundas! Jesús no te está pidiendo que borres a tu familia de tu vida, ni que te alejes de ellos. Lo que está diciendo es que lo pongas a Él primero. Solo amando a Dios y reconociendo que Él nos amó primero, es que podemos amar a los demás, y esto incluye a nuestros seres queridos.
Desde hace diez años he sido misionero y pastor en un país que no es el país donde nací, y por años me ha tocado estar lejos de mi familia. En mi trabajo pastoral me ha tocado hacer muchas bodas, muchos bautizos y muchos funerales, pero paradójicamente no he podido estar en las bodas de mis amigos, ni en los funerales de mis abuelos, ni en los bautizos de mi familia. Es difícil, pero poner a Dios primero es la decisión correcta. ¿Está Dios primero en tu vida? ¿Estás dispuesto a ponerlo a Él por encima de tus prioridades familiares? Pues es esa la primera condición para aquellos que quieren dejar de ser solo seguidores y quieren convertirse en discípulos de Jesús de Nazaret.
Ahora veamos la segunda condición. Vayamos al verso 27, donde Jesús dice: «Y el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.» Y la cruz es obviamente un símbolo de dolor y sufrimiento. En los tiempos del Señor, los crucificados eran los peores criminales, quienes eran castigados salvajemente en una cruz para que otros pudieran ver lo costoso de sus fechorías. Es decir: mejor pórtate bien, porque no querrás vivir la experiencia de una cruz. Ése era el mensaje que emanaba de la crucifixión por aquellos días.
Ahora bien, aquí la cruz no es tanto los sufrimientos como tales, porque a la larga en este mundo de pecado, las aflicciones, los problemas, las tormentas de la vida diaria, frecuentemente ocurren a cristianos y no cristianos por igual. Aquí no se trata solo de sufrir, sino más bien de sufrir a causa de Cristo.
El otro día acompañé a mi esposa al médico. Ella tuvo una operación muy importante hace poco, y tuvo muchos dolores en el proceso postoperatorio. Para sorpresa de nosotros, cuando mi esposa le dijo a su doctora sobre sus dolores, ella le dijo: ‘Es una buena noticia que te duela, porque ese dolor es bueno’. Indudablemente quedamos un poco confundidos con la respuesta, pero la doctora nos explicó en seguida que el dolor es bueno porque significa que los nervios internos se están reconectando y reconstruyendo, algo que causa dolor. Es decir, es un dolor fuerte, como de choques eléctricos, pero después de una cirugía como la de mi esposa, este dolor significaba que la herida interna estaba sanando.
El sufrimiento, o este ‘tomar la cruz’ del que habla Jesús, no es llorar por una tragedia o por un problema… es experimentar el dolor y las cosas terribles, y también sufrir, a causa de Jesús. Muchos han tenido que aprender a sobrellevar que los excluyan, que los traten mal, solo por ser cristianos y por querer compartir a Cristo. ¿Cuántas veces no nos han perseguido o rechazado o burlado, cuando estamos viviendo nuestra vida cristiana o estamos tratando de ser mejores discípulos? Pasa muchísimo, pero Jesús nos pide que tomemos la cruz, que tomemos el camino difícil, que hagamos lo que en verdad cuesta, lo que no se compra con dinero. Dijo San Pablo a los Filipenses: «Porque, por causa de Cristo, a ustedes les es concedido no sólo creer en él, sino también padecer por él» (Filipenses 1:29).
Y finalmente hay una tercera condición, pero antes repasemos: #1 Poner a Dios primero, antes que a nuestra familia, y #2 Aceptar el sufrimiento a causa de Cristo. Tercera condición: veamos el verso 33: «Así también, cualquiera de ustedes que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo.»
Muchos de ustedes tal vez recuerden aquél hombre rico que fue a Jesús y le preguntó qué necesitaba para ser salvo, y Jesús le dijo: Cumple los mandamientos. Y éste le contestó: Eso hago. Entonces —dice el texto en Marcos 10:21— Jesús lo miró, lo amó, y le dijo: ve, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. ¿Saben cómo termina la historia? El hombre se fue triste, porque tenía mucho y no estaba dispuesto a amar a Dios primero, especialmente amar a Jesús, antes que a sus posesiones.
Renunciar a lo material es otra condición muy difícil ¿no les parece? Especialmente en un mundo como el nuestro, en donde a menudo se trata de tener más, de querer más, y de adquirir sin parar, y en especial este deseo constante nuestro por acumular: la casa más grande, el carro más nuevo, el celular más moderno y más ceros en la cuenta bancaria.
¿Quieres ser un discípulo verdadero del Señor? Bueno, entonces todo eso que es material, y que no te servirá de nada en la eternidad, no puede estar antes que Dios. ¿Acaso viste a alguien que se muere y se lleva todo lo que aquí tiene? Hagamos tesoro en el cielo, dice el Maestro en Mateo 6:20.
Como ves, seguir a Cristo puede resultar muy costoso… y no estoy hablando de oro, plata, o diamantes … estoy hablando de que cuesta mucho poner de lado a la familia, y a Dios primero … cuesta mucho poner de lado la comodidad y la aceptación que deseamos, para tomar una cruz y aceptar el sufrimiento a causa de Jesús … cuesta mucho poner a un lado lo material, y poner a Dios primero en la lista. ¿Cuesta mucho, verdad? ¿Pero qué costó más? ¿Eso que tienes, o tu salvación? ¿Acaso no fue este Jesús el que dejó su trono como Hijo de Dios para hacerse hombre y venir al mundo para salvarte?
Jesús, en el amor y plan de Dios para redimirte y salvarte, vino al mundo por ti, para obtener para ti lo que tú no puedes lograr ni con todo el esfuerzo del mundo. Él se puso último, para ponerte primero en la lista de prioridades del Creador. ¿Acaso no fue este Jesús el que tomó una cruz verdadera para salvarte? Tu salvación no costó oro ni plata, sino el sufrimiento, el castigo, el dolor y lo terrible que Jesús vivió al tomar la pesada cruz, donde fue crucificado y vilmente asesinado, para ganar allí el perdón de pecados, la salvación y la vida eterna para todos los que en verdad le creen, y aquellos que más que seguidores, Él los lleva a hacerse sus discípulos.
¿Acaso no fue este Jesús el que dejó su palacio real y vino al mundo a vivir entre nosotros, no como un rico que todo lo tenía, sino como una persona normal? Entonces, ¿por qué te cuesta tanto reconocer que lo que aquí tienes vale muy poco porque son cosas que tienen precio, y muchas veces no valen nada?
Dijo Jesús en el versículo 34: «La sal es buena, pero si se vuelve insípida, ¿con qué puede recuperar su sabor?»
Mi amigo: Jesús le da sabor a tu vida cuando el pecado te quitó toda la sal. Dios te puso primero y te perdona inclusive por esas muchas veces en las que Él no está primero en tu lista… hoy quiero que sepas también que Él tomó el sufrimiento en tu lugar, porque sabía que sin ese sacrificio sería imposible para ti salvarte… y no solo eso, sino que te da todo lo que tienes, para que sepas que lo material tiene un precio, mientras que Él —que sigue teniendo bendiciones para ti y para tu vida— es lo más valioso que tienes aquí y ahora.
Yo no sé cuál de estas tres condiciones será la más difícil para ti, solo sé que Dios estará contigo y que Él te enseñará con su Palabra y te alimentará con sus Sacramentos, para hacer de ti un verdadero discípulo de Aquél que lo dio todo por ti. Amén.
Si quieres conocer más sobre Jesús y cómo ser un mejor discípulo cada día, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.