PARA EL CAMINO

  • Los mandamientos divinos

  • agosto 29, 2021
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Deuteronomio 4:1-2, 6-9
    Deuteronomio 4, Sermons: 1

  • Dios nos dio su ley por amor y para nuestro bien, pero su mayor acto de amor fue enviar a su propio Hijo, Jesús, para que él cumpliera la ley a la perfección y nosotros recibiéramos los beneficios.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Estimado oyente, te planteo esta pregunta: ¿Tienes alguna idea de cuántas leyes debes obedecer cada día para que todo vaya más o menos bien y esté en orden en tu casa, en tu trabajo o en la escuela? Pensemos un poco. Un cartel de STOP o PARE en la calle es una señal que no habla pero que está vigente siempre, no importa si alguien está vigilando o no.

    Desde pequeño, mis padres me enseñaron a seguir ciertas reglas diarias, como lavarme las manos antes de comer, no molestar a mis hermanitos, no contestar en forma indebida a mis mayores y no quitarle el juguete al vecino. A medida que fui creciendo, tuve que aprender a obedecer más reglamentos. Cuando comencé la escuela aprendí a llegar a horario para no ser castigado con una llegada tarde y a levantar la mano si quería hablar en la clase. Muy pronto en la vida aprendí que muchas de esas leyes tenían un castigo escondido que se aplicaba si no se las seguía al pie de la letra. Y así, poco a poco fui descubriendo que en la sociedad en la que vivo tengo que seguir muchas leyes si quiero que las cosas funcionen bien, tanto para mí como para los demás.

    En todas las sociedades hay leyes, algunas escritas y otras que se convirtieron en leyes porque son tradiciones y rutinas que siempre seguimos. Tuve curiosidad por averiguar cuántas leyes tenemos en los Estados Unidos de América, por ejemplo, y lo que descubrí me dejó asombrado. Sabía que podían ser muchas, pero que solamente en el mes de enero de 2021 hayan entrado en vigencia alrededor de cuarenta mil nuevas leyes federales, estatales y municipales, superó mi expectativa. Y si quieren un dato más, aquí tenemos este: en 1982 ya había al menos veintitrés mil páginas de legislación federal solamente en el campo penal, sin incluir las regulaciones, las leyes no penales, las leyes civiles y las miles de leyes estatales y locales.

    ¿Por qué tantas leyes? Porque necesitamos vivir en orden para mantener la paz y el bienestar social. ¿Se imaginan como sería la vida y la sociedad si no hubiera leyes? Cualquiera podría entrar en mi casa y sacar lo que necesita o tiene ganas, porque no habría ley sobre la propiedad privada. Cualquiera podría dañarme y hasta matarme porque no habría ley que defienda la vida. Las leyes son necesarias. Este es el motivo por el cual Dios puso en nuestra conciencia una ley natural que nos indica lo que hay que hacer o dejar de hacer. Nuestra conciencia está regida por el instinto de vida con el cual Dios nos creó. Sabemos lo que tenemos que hacer para cuidarnos y para cuidar a nuestro prójimo sin que nadie nos lo diga. Por ejemplo, por instinto corremos para salvar la vida de un niño que cruza la calle sin mirar.

    Pero nuestra conciencia se ensució con el pecado y ya no funciona muy bien. Por eso algunas veces, si no hay nadie que nos vigile, seguimos de largo en vez de parar cuando hay un cartel de STOP, y hacemos otras cosas que no corresponden al plan divino original. Por ese motivo Dios escribió su Ley, la cual resumió en los Diez Mandamientos. Quizás te preguntes si siguen vigentes esos mandamientos que son casi tan antiguos como la civilización misma. Por supuesto que sí, porque el propósito de Dios contigo, conmigo y con todas las personas en el mundo, es cuidarnos y mantenernos en una vida ordenada y fructífera.

    El texto para hoy nos ilustra ese propósito divino en forma magistral, en el momento en que el pueblo de Israel se prepara para entrar a vivir en la Tierra Prometida. Durante los cuarenta años que pasaron deambulado por el desierto, recibieron los Diez Mandamientos que Moisés escribió siguiendo las directivas divinas. Ahora, asentados temporariamente en un valle al otro lado de la frontera de Canaán, Moisés repasa con ellos todo el libro de la Ley de Dios y les da amplias explicaciones de cómo usar esa ley, y lo más importante, ¡para qué sirve esa ley!

    A veces tenemos la costumbre de interpretar la ley a nuestra manera, y de esa forma la torcemos para nuestro beneficio. Moisés es claro: «No agregarás ni quitarás nada de lo que está escrito en la ley». La ley de Dios es sagrada, justamente porque es de Dios. No tenemos ningún derecho a hacerle los cambios que a nosotros nos parece que encajarían mejor con la sociedad moderna. Si Dios dice que no debemos hablar mal de nuestro prójimo, o mentir respecto de él, entonces eso es lo que hay que hacer. Pero hay mucho más.

    Dios dio la ley para que la escuchemos, la tengamos en cuenta y la apliquemos en cada cosa que hacemos todos los días de nuestra vida. Los mandamientos no son ningún adorno, sino reglas claras que tenemos que seguir. Y Dios tiene un motivo muy especial por el cual espera que cumplamos su ley: a través de ella, Dios quiere cuidarnos de las tentaciones que existen a nuestro alrededor. El pueblo de Israel estaba a punto de entrar en terreno desconocido. Dado que habían nacido en el desierto, la gran mayoría de los israelitas no conocía otras sociedades. Ellos conocían su propia corrupción, pero posiblemente no se imaginaban hasta dónde podían llegar los pecados de aquellos que no conocían al Dios verdadero. Las comunidades cananeas vecinas se habían inventado dioses a quienes servían con sacrificios humanos, prostitución y otras tantas vejaciones. En sus religiones no había nada de santidad. Entonces, al darles la ley de Dios a los israelitas e insistirles a que la tuvieran siempre presente, Moisés los estaba cuidando de caer en las tentaciones cananeas. En la actualidad, sabemos de sobra cuántas tentaciones nos ofrece nuestra sociedad incrédula. Tenemos acceso a ellas con solo apretar una tecla en la computadora o el teléfono. Dios conoce esos peligros que pueden pervertirnos.

    Dios tiene además otro motivo al darnos su ley: protegernos entre nosotros y proteger a todo ser humano, incluso a su creación entera. El mandamiento «Honra a tu padre y a tu madre» está dado para que respetemos a quienes nos dieron la vida y los cuidemos, especialmente cuando ellos ya no tengan la capacidad de hacerlo por sí mismos. Dios no quiere que abandonemos a nuestro prójimo que no puede sustentarse por sí mismo. Esa es la forma de honrarlo. El mandamiento «No mates» es para proteger al prójimo de algún daño que le podamos causar, y para protegernos a nosotros del daño que otros puedan causarnos. La ley nos protege; lo hace cuando tenemos en cuenta más que nada los primeros mandamientos que nos instan a permanecer fieles a nuestro Dios y a su Palabra.

    Hay otro motivo por el cual Dios nos insta a cumplir su ley. Así les dice Moisés a los israelitas: «Cumplan [los mandamientos], pónganlos por obra, porque ésta es su sabiduría y su inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos y dirán: ‘Ciertamente, éste es un pueblo sabio y entendido; es una gran nación'». Así que, cumpliendo los mandamientos, le damos a la sociedad una muestra de la excelencia del orden divino. Esto quiere decir que, cuando vivimos de acuerdo con la voluntad del reino de Dios, estamos mostrando a los demás qué clase de Dios tenemos. Entonces, aquí vienen las preguntas de rigor: ¿Qué clase de Dios estamos mostrando a la sociedad que nos rodea? ¿Un Dios enojado? ¿Un Dios desinteresado en sus criaturas? ¿Un Dios que nos aplasta cuando no cumplimos bien sus mandamientos?

    Y aquí viene el motivo principal por el cual todavía estudiamos y seguimos los Diez Mandamientos: porque nos muestran nuestra total incapacidad de cumplirlos perfectamente y la misericordia de Dios cuando no lo hacemos. De sobra sabemos que no es posible para nosotros llegar a ser buenos hijos de Dios por cumplir al pie de la letra los mandamientos. Seguramente lo hemos intentado y está bien que sigamos intentando cumplir la voluntad divina, porque así nos protegemos mutuamente y así damos testimonio de que tenemos un Dios misericordioso. Eso es lo que los mandamientos hacen, nos muestran nuestra necesidad de Jesús. Él fue el único ser humano que cumplió a la perfección la ley divina, aunque le costó sangre, y la vida.

    Dios sabe que, aunque los mandamientos rigen nuestra vida de santidad y protegen al prójimo y a nosotros mismos, no pueden darnos vida eterna. Los mandamientos son demasiado exigentes para eso. Necesitamos que alguien nos auxilie no solo para obedecerlos, sino para pagar el precio de nuestro incumplimiento. La Escritura Sagrada es clara: el que no cumple la ley de Dios a la perfección debe morir, así lo exige la santidad divina. La ley protege, pero no da vida eterna. La vida nueva, abundante y eterna, la recibimos como regalo de Dios cuando él perdona nuestro incumplimiento a causa de Cristo.

    Dios nos dio su ley por amor y para nuestro bien, pero su mayor acto de amor fue enviar a su propio Hijo, Jesús, para que él cumpliera la ley a la perfección y nosotros recibiéramos los beneficios. Eso es lo que hace la fe. Por fe recibimos el perdón de los pecados que la muerte inocente y la resurrección triunfante de Cristo logró por nosotros. Entonces ahora cumplimos la ley para honrar la obra de Cristo, y para dar testimonio del Dios que perdona nuestra desobediencia a la sociedad que, ciertamente, tiene sus ojos en nosotros. Porque el que no es de Cristo, todavía está en sus pecados, sufriendo la incertidumbre de su vida temporal y eterna. ¡Mira que privilegio! Que Dios se digne a usar nuestra vida para mostrar su amor al mundo.

    Estimado oyente, si la ley de Dios te frustra porque te hace ver tu incapacidad para cumplirla, en Cristo tienes a tu Salvador. Él viene constantemente en su Palabra y en la Santa Comunión para reiterarte cuánto te ama y se preocupa por ti. Y si nosotros, de alguna manera te podemos ayudar a fortalecer tu fe en las promesas divinas, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.