PARA EL CAMINO

  • Los tropiezos son inevitables

  • octubre 3, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 17:1-10
    Lucas 17, Sermons: 7

  • En un mundo en el que hasta los niños son víctimas de los ataques del diablo, Jesucristo nos pide que dejemos de lado la apatía, y nos unamos a él en defensa de los indefensos.

  • Ni la forma en que fui criado ni la excelente educación que recibí en el Seminario, me habían preparado para las experiencias que viví en la primera parroquia que serví en Dakota del Sur. Cuando mi esposa y yo llegamos a la ciudad, y estoy hablando de hace más de 35 años, la mayoría de sus habitantes se ganaba la vida en alguna de las siguientes tres formas. Unos tenían campo donde criaban ovejas y vacas y, aunque hoy el cine nos hace creer algo diferente, no andaban a los tiros entre ellos. El segundo grupo estaba formado por quienes trabajan en el ferrocarril. De acuerdo a la ley, los trabajadores ferroviarios podían trabajar sólo cierta cantidad de horas por día, por lo que los trenes de carga con 100 vagones de carbón que salían del estado de Wyoming, paraban para cambiar de conductores justamente allí donde nosotros vivíamos. El tercer grupo estaba formado por los comerciantes, los banqueros, los maestros, en fin, todos los que mantenían funcionando el pueblo.

    Muy poco tiempo nos llevó darnos cuenta que esas personas eran sumamente amigables y compasivas. Por ejemplo, cuando el presidente de la congregación se enteró que nuestros muebles se habían retrasado y no iban a llegar por tres semanas, hizo algunas llamadas y, al cabo de unas horas se apareció en casa una procesión de personas llevando desde camas hasta cubiertos y platos. Realmente nos quedamos asombrados con las expresiones de cariño y compasión que recibimos de parte de personas para quienes, apenas unas horas antes, habíamos sido totalmente desconocidos. Ese día aprendimos que Dios había puesto en nuestro camino personas magníficas, y nuestra opinión no ha cambiado hasta el día de hoy.

    Pero esa no fue la única cualidad que aprendimos a apreciar de las personas de esa congregación. La otra cualidad que también apreciamos enormemente fue que siempre estaban dispuestos a responder a nuestras preguntas… aun cuando nosotros, viniendo de la ciudad, teníamos miles de preguntas. Así aprendimos acerca de las alegrías y las penas de la vida de los rancheros en un tiempo en que el precio del ganado era casi tan imprevisible como el clima, y también aprendimos cómo cuidarnos de las víboras de cascabel. Sí, esas personas eran muy pacientes… y sumamente sabias.

    En el capítulo 17 del Evangelio de Lucas, Jesús dice: «Los tropiezos son inevitables, pero ¡ay de aquel que los ocasiona! Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino atada al cuello, que servir de tropiezo a uno solo de estos pequeños. Así que, ¡cuídense!» Estas palabras suenan bastante fuerte, especialmente saliendo de la boca de nuestro Redentor. Muchas personas piensan que el Hijo de Dios siempre trató a los demás en forma suave y dócil, y que siempre fue compasivo y amoroso, por lo que les cuesta creer que Jesús esté hablando en serio, o que haya sido realmente él quien dijera estas palabras.

    Si usted piensa así, lamento decirle que está equivocado. Es que, si bien el Salvador era un hombre compasivo y amoroso que trataba a los demás en forma suave y dócil, también es cierto que él no tenía paciencia con las personas que pecaban conscientemente y en forma deliberada. Es por ello que se ponía especialmente furioso con los pecadores que trataban de que otras personas se unieran a sus prácticas pecaminosas. ‘Pero yo pensaba que todos los pecados son iguales’, dicen algunos. No. No es cierto. La Biblia dice claramente que hay algunos pecados que son peores que otros. Por ejemplo, pensemos en el momento en que Jesús es llevado ante el procurador romano Poncio Pilato para ser enjuiciado. A pesar que Pilato no encontró ninguna culpa en Jesús, igual mandó que lo castigaran a latigazos, para aplacar así a la muchedumbre.

    Lastimar a un hombre inocente es algo terrible, pero Pilato era un político tremendamente práctico, por lo que, si con el sufrimiento de Jesús lograba mantener la paz y salvarse a sí mismo, no le importaba ordenar que el Salvador fuera castigado y lacerado. Pero cuando esa acción injusta no calmó la furia de la muchedumbre, Pilato decidió interrogar una vez más a Jesús. Ni siquiera esto logró aliviar su conciencia. Al contrario, el procurador se convenció todavía más de que Jesús era inocente de los cargos que se habían hecho en su contra. En San Juan 19:11 encontramos la respuesta de Jesús al interrogatorio de Pilato. Jesús le dice: «No tendrías ningún poder sobre mí si no se te hubiera dado de arriba. Por eso el que me puso en tus manos es culpable de un pecado más grande.»

    ¿Escuchó bien? Jesús dice: «…el que me puso en tus manos es culpable de un pecado más grande». ¿Por qué era el pecado del Sanedrín, o sea, de la Corte Suprema judía, más grande que el de Pilato? Muy simple. Porque el pecado del Sanedrín era intencional. Los líderes religiosos conocían muy bien las Escrituras. Ellos las habían leído, incluso habían aprendido de memoria muchas de las profecías del Antiguo Testamento con respecto al Mesías prometido por Dios. Sabían que el Mesías habría de nacer en Belén, así como Jesús lo había hecho. Sabían que el Mesías habría de hacer milagros, así como Jesús los había hecho. Sin lugar a dudas, cada marca por la cual el Redentor podía ser identificado, se cumplía en Jesús. Pero, aún así, con una premeditación fría y cruel, se habían puesto de acuerdo con el sumo sacerdote y habían declarado, según dice en Juan 11:50: «… que les conviene más que muera un solo hombre por el pueblo, y no que perezca toda la nación». Los sacerdotes sabían lo que estaban haciendo, por lo que sus acciones fueron premeditadas y a propósito. Por otro lado, Pilato traicionó tanto a Jesús como a la justicia, pero él pecó debido a su tonta ignorancia. Es por ello que Jesús dijo: «…el que me puso en tus manos es culpable de un pecado más grande». Sí, algunos pecados son peores que otros… y entre los peores se encuentra el hacer caer en tentación a los niños.

    Al comienzo de este mensaje compartí con ustedes algunas de nuestras experiencias con la gente de Dakota del Sur. Uno de esos rancheros que criaba ovejas era un cristiano ejemplar que vivía su fe en todo momento, y en quien el amor de Jesucristo se veía reflejado en cada cosa que hacía. Un domingo llegó tarde a la iglesia, cosa sumamente extraña en él. Extraña también era la forma en que lucía. Se notaba que algo había sucedido, porque no estaba con el humor alegre que lo caracterizaba. Después del servicio fui a saludarlo y le pregunté si todo estaba bien. Luego de conversar un poco, finalmente me dijo que había tenido un problema en uno de sus campos. Resulta que, durante la noche, unos coyotes y perros salvajes habían atacado a sus rebaños y matado 40 de sus mejores corderitos, lo que significaba que no sabía si iba a poder terminar el año sin deudas. Tratando de mostrarme comprensivo, y recuerden que yo había vivido toda mi vida en la ciudad, le dije: «Lamento que le hayan matado 40 corderitos. ¿Y cuántas ovejas le mataron?» Ni bien terminé de hablar, la cara del ranchero me dio a entender que había hecho una pregunta equivocada. Aún así, su respuesta fue amable y profunda. Me dijo: «Pastor, los coyotes y los perros salvajes nunca, nunca van a atacar a una oveja adulta cuando tienen a su disposición pequeños corderos».

    La gran verdad que dijo ese ranchero acerca de los coyotes y los corderitos, se aplica también al diablo y los niños. Es que para el diablo, los niños, que por naturaleza son totalmente confiados y aceptan a cualquiera, son absolutamente irresistibles. Él sabe muy bien que, si puede ganarse el alma de una persona desde pequeña, lo más probable es que la haya ganado para siempre. Es por ello que, para lograrlo, recluta a la mayor cantidad de adultos que puede para que lo ayuden. Usted sabe a quiénes me refiero; usted los conoce; o al menos debiera conocerlos. Son los que aparecen en los sitios pornográficos en las pantallas de las computadoras, incitando la curiosidad de los jóvenes. Cualquier policía le puede contar historias de rufianes que reclutan sus víctimas entre los menores de edad, chicas y varones, que tienen problemas en sus hogares o que no encuentran su lugar en la vida. Vaya a cualquier juzgado y verá a los traficantes de drogas que se especializan en vender sus productos ilegales y perjudiciales a los niños en las escuelas de su comunidad. Si lee el periódico va a encontrar casos de pervertidos sexuales que atacan niños porque encuentran más satisfacción molestando a menores que teniendo una relación normal con un adulto. Fíjese en las películas de cine que salen al mercado: en vez de presentar historias que ayuden a apuntalar los valores morales y éticos, la gran mayoría de los productores de cine prefiere optar por el camino fácil de la violencia, el crimen, y el sexo.

    A todos ellos, y a muchos otros aquí no mencionados, el Señor Jesús les dice: «Los tropiezos son inevitables, pero ¡ay de aquel que los ocasiona! Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino atada al cuello, que servir de tropiezo a uno solo de estos pequeños. Así que, ¡cuídense!» Jesús no estaba hablando en broma. Va a llegar el día en que esa persona ‘que sirvió de tropiezo a uno de estos pequeños’, va a clamar a gritos que lo liberen del fuego interminable del infierno en el que ha ido a parar como castigo eterno.

    El diablo siempre anda al acecho de los niños. El Señor Jesús ya lo sabía, por ello es que los bendijo; por ello es que nació en Belén; por ello es que se convirtió en uno de nosotros. Habiendo nacido como verdadero Hombre y verdadero Dios, Jesús vivió la vida perfecta que nosotros no podíamos vivir. Él resistió todas las tentaciones ante las cuales nosotros sucumbimos, y cumplió todos los mandamientos de Dios que nosotros desobedecemos. Jesús cumplió todos los deseos de su Padre celestial.

    Nosotros somos incapaces de borrar las cosas malas que hemos hecho; pero el sacrificio, sufrimiento, y muerte de Jesús en la cruz, ha pagado el precio exigido por nuestro rescate. Todos los que, por el poder del Espíritu Santo, creen en Jesucristo como Señor y Salvador de sus vidas, ya no están más sujetos al pecado, la muerte y el diablo, sino que son perdonados del pasado y reciben la promesa de la vida eterna en el cielo.

    Jesús es portador de buenas noticias para la humanidad. Él es lo mejor que le pudo haber pasado a una humanidad que estaba perdida y condenada eternamente. ¿Buenas noticias? Jesús es la mejor noticia de todos los tiempos. Él es la Persona más importante que un padre o adulto puede presentarle a un niño. La historia de la salvación es la historia más importante a compartir. El amor del Salvador es el regalo más importante que alguien puede dar.

    Lamentablemente, demasiado a menudo los padres no hacen nada de esto: ni presentan a Jesús a sus hijos, ni les cuentan su historia, ni comparten el gran regalo de Dios a la humanidad. Veo a muchos padres que religiosamente ajustan los cinturones de seguridad de sus niños cuando suben a sus automóviles para llevarlos a muchos lugares, pero nunca los llevan a la iglesia. Veo a muchos padres que religiosamente llevan a sus hijos al pediatra para que reciban las vacunas que protegen su salud física, pero no se ocupan para nada de proteger su salud espiritual. Veo a muchos padres que religiosamente les leen cuentos e historias a sus niños, pero nunca les leen la historia del Salvador, o les cuentan acerca de lo que Dios hizo por ellos. Veo a muchos padres que se ocupan mucho por enseñarles a sus hijos buenos modales, pero no se ocupan por compartir con ellos el amor de Jesús. Veo muchos padres que hacen lo imposible por cuidar a sus hijos de toda clase de peligros físicos, pero no hacen nada por cuidar sus almas.

    Demasiado a menudo he escuchado padres que, con la mejor intención, han dicho: «No vamos a obligar a nuestros hijos a optar por ninguna religión. Preferimos dejar que ellos decidan cuando sean grandes qué van a creer». Estas opiniones suenan bien modernas, y nos parecen ser producto de mentes abiertas. Perdónenme si les parezco rudo, pero, en realidad, no son nada de eso. Porque ningún padre responsable permite que su niño juegue con fuego, o con los remedios del abuelo. Ningún padre responsable permite que su niño salga corriendo a la calle, o que vaya a nadar solo en el río. Ningún padre responsable permite que su niño se junte con personas desconocidas o extrañas. Ningún padre responsable permite que su niño mire una película pornográfica. Entonces, ¿por qué es que esos mismos padres, que se ocupan tanto por la salud mental y física de sus niños, hacen todo lo contrario cuando se trata de su salud espiritual?

    ¿Acaso será posible que las fuerzas del mal sean menos temibles que las enfermedades del cuerpo, o la falta de educación de la mente? ¡Por supuesto que no! Nada puede estar más lejos que eso de la verdad. Que uno pierda a su niño al pecado, la muerte y el diablo, puede fácilmente significar que ese niño se pierda para siempre. Padres, los insto a que no se atrevan jamás, sea por pasividad, ignorancia, o silencio, a convertirse en ayuda involuntaria de las tentaciones que el diablo pone en la vida de sus niños. También los insto a que no OBLIGUEN a sus niños a creer en algo… al contrario, compartan con ellos la maravillosa historia de amor del Salvador que trae consigo perdón, vida, y esperanza.

    De la misma manera en que como adultos estaríamos dispuestos a sacrificar nuestra vida para salvar la vida de nuestros niños, así también debemos comprometernos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para preservar sus almas. Es cierto que van a sufrir tentaciones, pero nuestro deber y privilegio es proteger esas pequeñas almas que Dios ha encargado a nuestro cuidado por un tiempo. Sin lugar a dudas, esa es la tarea más importante que tenemos para cumplir. El Señor nos ha reclutado para que les enseñemos a nuestros niños a resistir las tentaciones y a mantenerse siempre al lado del Salvador resucitado que dio su vida para que, tanto ellos como nosotros, podamos vivir para siempre.

    Queridos amigos, los coyotes y los perros salvajes andan al acecho, en busca de sus niños. Ustedes son la defensa que Dios ha designado contra esos predadores. Los aliento, junto con todas las huestes celestiales, a que se mantengan firmes en la fe por esos pequeños, haciendo siempre lo que es correcto y no lo que está de moda. Cuéntenles acerca del Salvador; léanles las historias de Jesús que se encuentran en los Evangelios; díganles lo que Jesucristo significa para sus vidas; háganles ver que Jesucristo es real.

    Y si de alguna forma podemos ayudarle, no dude en comunicarse con nosotros en Cristo para Todas Las Naciones. Amén.