PARA EL CAMINO

  • Más allá del milagro

  • noviembre 7, 2021
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 1 Reyes 17:8-16
    Isaías 7, Sermons: 1

  • Las miserias que sufrimos son consecuencia de nuestro estado pecaminoso. Nada hemos hecho ni nada podemos hacer para mecercer el amor divino. Pero Dios, en su gracia, viene a producir un milagro que va más allá de todos los milagros.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Cuando volví a leer este pasaje sobre el profeta Elías y la viuda de Sarepta, me acordé de que mi abuela paterna había nacido en Sarepta. Claro, no era esta Sarepta cerca de Sidón en tierras palestinas, sino la pequeña aldea fundada por inmigrantes europeos que a fines del mil setecientos se radicaron en la Rusia occidental. Muchos de estos inmigrantes eran cristianos, por lo que fundaron aldeas y les asignaron nombres bíblicos.

    Había una razón para llamar Sarepta a esta aldea en Rusia. Sus habitantes estaban lejos de su patria, y ese nombre era un constante recordatorio de que, en este nuevo territorio, Dios siempre les iba a proveer aunque más no fuera con harina y aceite.

    La historia de inmigrantes es tan vieja como la creación del mundo. Y seguirá siéndolo hasta el fin del mundo, porque así es la naturaleza humana. Siempre hay motivos para migrar. Algunos lo hacen para encontrar refugio, otros para cambiar lugares violentos o extremadamente pobres a lugares con más oportunidades de desarrollo y bienestar. Otros huyen de la guerra, y aun otros van a la guerra. Hay también quienes migran para ir a ayudar a otros; a algunos de estos los llamamos misioneros. Este es el caso del profeta Elías.

    Seguramente durante su tiempo, y al momento de esta historia, muchas personas hubieran querido emigrar en busca de mejores condiciones de vida, pero ¡no había donde ir! La sequía que sufría Palestina era terrible y se había expandido mucho más allá de su territorio. En la narrativa del Evangelio de Lucas 4:25, Jesús mismo dice que, en la época de Elías, Dios cerró los cielos por tres años y seis meses. ¡Pobre gente! La forma en que se aseguraban el agua para todo el año era almacenando todo lo posible durante las lluvias de invierno. Pero sin lluvia, quedaban a la merced de Dios. El arroyo Querit, que abastecía de agua al profeta Elías, se había secado. Así que Dios manda a Elías a emigrar a un pequeño pueblo junto al mar de nombre Sarepta. Allí hay una viuda que le va a dar al profeta las provisiones necesarias para vivir.

    Cuando el profeta llega, la encuentra juntando leña. Le pide un vaso de agua y luego algo de pan para comer, y ahí viene la auto sentencia de una muerte cierta para ella, para su hijo y seguramente para el profeta y posiblemente para muchos de los que estaban alrededor. Solo un milagro los salvaría. «Solo me queda un poco de harina en la tinaja», dice la viuda, «y unas gotas de aceite en una vasija… Voy a cocer el último pan para mi hijo y para mí. Después de comerlo nos dejaremos morir» (v 12).

    Jesús dice que en la época de Elías había muchas viudas en Israel, que seguramente pasaron por situaciones sumamente angustiantes, pero que Dios había enviado a Elías a Sarepta, a territorio gentil. ¿Por qué? ¿No es esta viuda de Sarepta una pagana?

    Lo cierto es que la sequía vino como castigo divino por la crasa idolatría del rey Ajab y del pueblo de Israel. Este movimiento migratorio del profeta Elías es una clara señal de que Dios tiene interés en otras personas, no solamente en su pueblo elegido. En verdad, Dios aquí deja totalmente claro que nadie tiene privilegios especiales. Todos, tanto los israelitas como los paganos de los alrededores, son miserables traidores que abandonaron al verdadero Dios. ¡De alguna forma Dios los quiere hacer reaccionar! Ninguno de los habitantes de la tierra tiene el poder de hacer llover. Solo Dios puede abrir nuevamente las puertas del cielo y enviar alivio. No conozco a nadie que tenga poder para hacer llover, excepto Dios. Estamos todos a la merced de Dios.

    Esto irrita a algunos que ven con desesperación cómo se secan los plantíos que les dan de comer. Fácilmente nos irritamos porque no tenemos control sobre muchas situaciones en la vida. ¿Has tratado de controlar la conducta de tu hermano, de tus padres o de tus hijos? ¿Has tratado de controlar las injusticias en tu ciudad? ¿Has tratado de controlar a los gobiernos que dictan leyes opresoras? ¿Has tratado de controlar tu lengua para no decir cosas hirientes o falsas contra tu prójimo? ¿Has tratado de controlar un pecado recurrente en ti? ¿Has tratado de ayudar a todo el mundo a tu alrededor para que nadie tenga necesidad? ¿Lo has logrado?

    Cuando nos damos cuenta de que la respuesta a estas preguntas no nos lleva a ninguna parte, necesitamos ver el movimiento de Dios. Nuestro Padre celestial conoce muy bien nuestras situaciones, y de sobra sabe que no tenemos capacidad de hacer que la harina y el aceite sigan alimentándonos por días, semanas y años. Nuestro Padre sabe que nuestros pecados son una herida profunda y mortal en nuestra vida y que nosotros no tenemos control, y ni siquiera la iniciativa, de hacer un cambio para bien. Sin el milagro divino, la viuda y su hijo, Elías y muchos otros hubieran muerto de hambre. Sin la misericordia divina, ningún ser humano puede vivir eternamente con Dios.

    Pero Dios migra. Deja el cielo, lugar de alegría y santidad perfectas, para venir a un pueblito chiquito, perdido en la geografía de Palestina, y hacerse hombre en la persona de Jesucristo. Sin necesidad de controlar a Herodes, a Pilatos o a los romanos, Jesús luchó contra nuestro enemigo el diablo y lo venció en la cruz. Al tercer día resucitó victorioso de la muerte para hacer llover sobre nosotros abundante perdón, paz y alegría, y suficiente harina y aceite para que tengamos en plenitud por toda la eternidad.

    La viuda de Sarepta nos representa a todos. Estábamos lejos, apartados del pueblo de Dios, con la idea de que hay un Dios en alguna parte, pero sin tener una confianza plena en él. El futuro se veía lúgubre, sin esperanza, tanto en esta vida como en la eterna. Así es como nos desalienta el diablo aún hoy. Nos muestra nuestro pecado y nos dice que lo que hicimos, o no hicimos, no tiene perdón. El diablo intenta llevarnos a una vida árida para convencernos que Dios no tiene ningún interés en nosotros.

    Elías nos representa a todos los cristianos, a quienes Dios llama a migrar, a salir de nuestro lugar para ir a ver al vecino que perdió a un ser querido, a un compañero de trabajo que está gravemente enfermo, a un joven desorientado que nunca fue tratado con amor y que nunca experimentó el perdón y la misericordia. No hace falta tener un llamado especial ni un mapa del mundo para ir adonde las personas necesitan del amor de Dios. Están mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos, y a muchos de ellos se les está acabando la harina y el aceite. Así como con Elías vino el alivio mediante un milagro divino que se extendió por mucho tiempo, así hoy, con sus mensajeros, Dios sigue haciendo el milagro eterno de darnos vida para siempre.

    Dios quiere que miremos más allá del milagro de la alimentación diaria y de las curaciones inexplicables. Dios quiere que veamos al auténtico pan que satisface la necesidad de cada ser humano. Después de haber alimentado a más de cinco mil personas con unos pocos panes y pescados, Jesús anunció a la multitud que él tiene el pan milagroso que nos transporta a la eternidad. En el Evangelio de Juan, Jesús dice: «Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás» (6:35).

    Estimado oyente, ¿crees en estas palabras de Jesús? ¿Cuál es tu hambre en la vida? ¿De qué tienes sed? ¿Estás enfrentando una sequía, viviendo en un desierto árido donde no hay muchas alegrías y mucho menos esperanza? Tal vez pienses que no es para tanto, que ciertamente podrías estar mejor, pero que no lo estás pasando tan mal considerando las circunstancias y viendo a otros a tu alrededor que están mucho peor.

    Pero no se trata solamente de cómo estamos de salud o de trabajo o en las relaciones. Por encima de todo, se trata de nuestra relación con Dios. Porque los israelitas dejaron de lado al Dios que los había llamado a recibir su gracia, sufrieron esa sequía tan larga y devastadora. Dios no ha cambiado de método. Todas las miserias que sufrimos son consecuencia de nuestro estado pecaminoso. Es por ello que Dios viene para producir un milagro de largo alcance, un milagro eterno, y cada vez que escuchamos su Palabra nos alimenta con el pan de la vida: Jesucristo. Cada vez que venimos a su mesa y participamos de la Santa Cena recibimos en cuerpo y sangre al pan divino de la vida.

    La viuda de Sarepta no hizo nada para merecer el favor de Dios. Y tú y yo estamos iguales. Nada hemos hecho y nada podremos hacer para merecer el amor divino. Es solo por su gracia que él decide venir a ti y a mí y a todo el mundo para darnos vida nueva mediante el perdón de todos nuestros pecados.

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a encontrarte o a reencontrarte con Jesucristo, el verdadero pan de vida, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.