PARA EL CAMINO

  • Nada

  • enero 9, 2011
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Romanos 8:35-39
    Romanos 8, Sermons: 4

  • El miedo, la incertidumbre o la angustia, nos pueden deprimir. Pero la Biblia nos dice claramente que ‘nada podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús’.

  • Excepciones. Hoy vamos a hablar sobre las excepciones. Vivimos en un mundo lleno de reglas, pero, como dice el refrán: ‘Hecha la ley, hecha la trampa’. Todos creemos que las leyes de la vida tienen excepciones y exoneraciones. Sólo hace falta que alguien se tome el tiempo suficiente para encontrarla. Esa es la razón por la que tanto las empresas, como las personas, e incluso países enteros, contratan abogados para que se dediquen a encontrar y corregir esas excepciones y exoneraciones. Se cuenta la historia de un abogado de fines del 1800 a quien, al ir atravesando Pennsylvania en tren y pasar por un campo lleno de ovejas, el hombre que iba sentado al lado suyo le dijo: ‘Lindo rebaño de ovejas. Parece que acaban de ser esquiladas’. Ante dicho comentario, el abogado, que se pasaba la vida tratando de encontrar ‘el pelo en la sopa’, le respondió: ‘Sí, acaban de ser esquiladas, al menos de este lado’.

    Debo confesar que para mí leer los trabajos de los abogados, con todos los términos técnicos que utilizan, es una de las cosas más aburridas que pueda existir. Pero aún así, hay un abogado que demostró una claridad de pensamiento tan grande, que lo aprecio mucho. El nombre de ese abogado es Pablo, y a pesar de que no se graduó de ninguna universidad de renombre mundial, fue instruido por Gamaliel, uno de los rabinos judíos más sabios y respetados de su época.

    Como opositor implacable de Jesucristo que había sido en un principio, Pablo se había dedicado a perseguir a quienes profesaban su fe en el Cristo que, de acuerdo a las profecías antiguas, había resucitado de la muerte. Pablo estuvo presente cuando Esteban, el primer mártir cristiano, fue apedreado, y hasta recibió cartas de extradición para poder erradicar la herejía cristiana de ciudades lejanas como Jerusalén y Damasco.

    Mientras viajaba para esta última ciudad, enceguecido por la idea de preservar intactas las creencias antiguas y la fe que había estudiado durante tanto tiempo, Pablo fue confrontado por esa misma persona cuyos seguidores estaba tratando de destruir. Luego de tener una visión que lo dejó ciego por un tiempo, Pablo se encontró cara a cara con una profunda realidad: la resurrección de Jesucristo no había sido fabricada o inventada; el Señor viviente no era un mito ni el producto de la imaginación de unos pescadores galileos incultos. Después de haber visto a Jesús, y de que éste le hubiera hablado directamente, Pablo ya no podía negar o rechazar la realidad de que Cristo había resucitado.

    Indudablemente que, cuando se repuso del choque inicial, la mente de Pablo volvió a funcionar otra vez como la del abogado que era, evaluando los hechos en forma objetiva y crítica. Pero después de examinar toda la evidencia que tenía desde todo ángulo y perspectiva, no pudo más que concluir que no había ninguna excepción ni exoneración en la siguiente verdad: que Jesucristo, que había sufrido bajo Poncio Pilato, que había sido crucificado por un escuadrón de soldados romanos, y que, de acuerdo al plan establecido por Dios, había resucitado de entre los muertos. A partir de ese momento, Pablo habría de pasar el resto de su vida compartiendo la historia de salvación de Jesucristo con los hombres. El resto de su vida lo dedicaría a utilizar su mente brillante para contestar las preguntas y calmar a los muchos que, como antes él, sinceramente dudaban de la veracidad del Salvador.

    Es cierto que no todo lo que Pablo dijo o escribió es fácil de comprender. Hay veces en que su entrenamiento de abogado se muestra claramente en el lenguaje y las expresiones que utiliza. Pero aún así, hay un pasaje en especial, al menos para mí, en el que su testimonio sobre la resurrección y el inquebrantable poder del amor de Dios, son increíblemente reconfortantes. Permítanme leerles esas palabras. A la iglesia en Roma, y a todos los cristianos de todos los tiempos y lugares, Pablo escribió:

    «¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? … Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor» (Romanos 8:34-35, 37-39).

    Si las maravillosas palabras dichas por el ángel: «¡Jesucristo ha resucitado!», cambiaron el mundo y nuestros destinos eternos para siempre, entonces estas palabras de Pablo, inspiradas por el Espíritu Santo, dan aplicación práctica a todos los que creen en el Salvador resucitado. Fíjese cómo Pablo les dice a quienes están preocupados, heridos, desalentados, deprimidos, con problemas o con miedos que, por más difícil y dura que sea la situación por la que están pasando, por más cuesta arriba que se les esté haciendo la vida, el Dios Trino sigue estando en control. Pablo dice que no hay ningún pecado tan grave que sea inmune a la sangre de Jesús, y ningún camino tan peligroso que no pueda ser sorteado con la ayuda de Cristo. Pero todavía hay más. Pablo también nos dice que no hay nada, NADA que pueda separar a los creyentes del amor de Dios que es nuestro a través de la fe en Cristo Jesús, nuestro Señor.

    Es claro que, cuando escuchamos o leemos estas palabras, asumimos que tiene que haber alguna excepción, ¿no es cierto? Después de todo, la experiencia nos ha enseñando que las relaciones humanas no duran para siempre. Sin embargo, y por más que nos cueste creerlo, debemos recordar que estamos hablando de Dios, y con Dios las cosas son diferentes. Dios mostró su deseo de recuperarnos como hijos cuando envió a su propio Hijo a nuestro mundo a entregar su vida por nosotros. A él no le importó que las personas que vino a salvar lo rechazaran, ni que creyeran que no necesitaban un salvador. Jesucristo vino a este mundo a rescatarnos del pecado, la muerte, el diablo, y de nosotros mismos. Para ello, vivió una vida sin pecado, resistiendo todas y cada una de las tentaciones que el diablo le puso en su camino, y soportó la incomprensión, el desprecio, y el rechazo de sus contemporáneos.

    Aún así, Jesús no se apartó del camino que lo llevaría a ser traicionado y juzgado injustamente, y ni siquiera en esos momentos abrió la boca para defenderse de quienes lo trataban con tanta crueldad. Al contrario, sin poner ninguna resistencia permitió que lo llevaran a su destino en la cruz donde, luego de sufrir y agonizar por el castigo de todos nuestros pecados, el Hijo de Dios entregó su vida. Con su vida, muerte, y resurrección, Jesucristo triunfó sobre el pecado, venció la muerte, y nos abrió las puertas del cielo.

    Estos fueron los hechos que Pablo proclamó cuando dijo que ‘nada puede separarnos del amor de Dios que tenemos a través de la vida, muerte, y resurrección de Jesús’. Pensemos por un momento en la palabra ‘nada’. Si un día su cónyuge le dice que ya no siente ‘nada’ por usted, usted se va a sentir terriblemente mal, ¿verdad? Si lo llaman del banco para avisarle que en su cuenta no le queda ‘nada’ de dinero, también se va a poner muy mal. Si el médico le dice que ya ‘no hay nada más que pueda hacer’ por usted o por un ser querido, probablemente se apoderen de usted el miedo, la incertidumbre, la angustia o la ira. Pero cuando Pablo dice que ‘nada podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús’, está diciendo que ninguna de todas esas cosas nos va a apartar del amor de Dios.

    Nada podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús. Es muy probable que alguien esté pensando que esto suena demasiado bueno para ser cierto, o que seguramente debe haber alguna excepción, como hay excepciones en todas las reglas que conocemos. Y es comprensible que haya quienes piensan así. Después de todo, nacemos, crecemos y vivimos en un mundo lleno de promesas falsas. Ni bien los padres le compran el juguete que tanto quería, el niño se da cuenta que no hace exactamente lo mismo que mostraban en los comerciales en la televisión. Los más grandes sabemos que, por más que usemos el mejor dentífrico, no tenemos garantizada una dentadura blanca de por vida, y también sabemos que el beber cierta marca de gaseosa no nos va a hacer más populares, ni más inteligentes, ni tampoco va a hacer que nuestra vida sea mejor. A través de los años hemos entrenado la vista para encontrar y leer la letra pequeña que aparece por unos pocos segundos al final de los comerciales con ofertas casi increíbles. Nuestros oídos se han acostumbrado a prestar atención a TODO lo que se dice cuando se promociona un nuevo medicamento, incluyendo los efectos secundarios que el mismo puede producir.

    Como las cosas han sido así desde que el mundo es mundo, San Pablo supuso que su frase ‘nada podrá separarnos del amor de Dios’, iba a ser cuestionada. Es por ello que se tomó el tiempo de explicarla tanto como pudo, diciéndonos que no hay ningún pecado que sea tan malo, ni ningún error que manche tanto el alma, ni ninguna herida espiritual tan profunda, que la sangre de Jesucristo no pueda borrar. Y para asegurarse de aclarar todas nuestras dudas, como buen abogado que era preparó una lista de cosas que fácilmente pueden interponerse con nuestra fe.

    Comienza hablando de la muerte. Cuando nos llegue el momento en que el médico ya no pueda hacer nada más por nosotros, San Pablo dice que la muerte no nos separará del amor de Dios. Y sin lugar a dudas, la muerte sólo puede acercarnos a nuestro Salvador. Pero para algunas personas el enemigo más temible no es la muerte, sino la vida. Una vez escuché una conversación entre dos señoras. Una de ellas había sufrido una gran tragedia; llevaba tantos años cargando con el peso de su sufrimiento, que en vez de rezar y dar gracias a Dios, lo único que hacía era quejarse continuamente. Sintiéndose totalmente agobiada por la vida, dijo: «Ojalá nunca me hubieran hecho». A lo que su amiga, con mucha simpleza, le respondió: «¡Ay, querida amiga, todavía estás siendo hecha, y te estás quejando de la manera que Dios lo está haciendo!» Dios promete que ni siquiera lo peor que nos pueda suceder en esta vida nos va a separar de su amor.

    Ahora supongamos que no le tenemos miedo ni a la muerte ni a la vida pero, ¿qué de las fuerzas del mal que nos rodean? ¿Qué de los ángeles, los demonios, y los poderes? Aun cuando no lo digamos en voz alta, dentro nuestro tenemos el presentimiento (o tal vez la convicción) que estas cosas son muy reales. Pablo reconoce la existencia de esas fuerzas, pero también descarta su poder. Ni siquiera el diablo, con sus increíbles engaños y artimañas, puede separar al creyente de su Dios. ¿Le teme usted al tiempo? ¿Acaso el inexorable paso de los años, o el recuerdo de un pecado cometido en el pasado es lo que le preocupa? Una vez más puede quedarse tranquilo, porque el Dios eterno, que trasciende todo tiempo, ha perdonado esos pecados y prometido un lugar en el cielo para sus hijos donde ya no serán afectados por el paso del tiempo.

    Muchas personas no se preocupan por el pasado, pero sí se preocupan por el futuro. No saben si van a mantener el trabajo o si lo van a perder, si van a tener suficiente dinero para jubilarse o no, si se van a quedar solos en la vejez, si se van a enfermar, etc. Si esta clase de pensamientos ocupa su mente y su corazón, San Pablo le dice que, más allá de lo que le espere en el futuro, más allá de que tenga una vida larga o corta, nada podrá separarlo del amor de Dios que recibe a través de Jesús. También dice que, si usted estuviera en la cima de la montaña más alta del mundo, o si viajara al lugar más remoto del espacio, aún allí Dios y su amor estarían con usted. Y si usted descendiera a las profundidades del océano o de una mina de carbón, Dios también estaría allí con usted ofreciéndole su amor.

    Aunque parezca increíble, aún después de todo esto, la lista de Pablo aún no estaba completa. Todavía tenía una cosa más para agregar. Por si alguien encontraba alguna vez una excepción que a él se le hubiera pasado por algo, Pablo agrega: «… ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor». Es como si estuviera diciendo: ‘traté de cubrir todas las posibilidades, pero quizás no pensé en su problema, miedo o sufrimiento personal; si es así, quiero que sepa que nada que le pueda pasar a usted podrá separarle del amor de Dios’.

    Pablo sabía de qué hablaba. Lo decía por experiencia propia. Su vida estuvo lejos de poder ser llamada idílica, o perfecta, o encantadora. Pablo sufrió naufragios, castigos, golpes, traiciones, cárcel… y la lista sigue. Pero al recordar todas las adversidades por las cuales la vida lo llevó, no pudo menos que dar gracias al Señor que siempre había estado a su lado. Pablo había aprendido a estar conforme en toda circunstancia, aun en medio de las más difíciles, porque sabía que Dios estaba con él. ¿Dije que había aprendido a estar ‘conforme’? En realidad, mucho más que conforme. Pablo se alegraba en sus adversidades, porque sabía que tenía el amor de Dios a través de Jesucristo.

    Sería negligente de mi parte si no dijera que esa misma presencia divina que conformaba, consolaba, alegraba y llenaba de amor la vida de Pablo -aun en medio de todas las adversidades- también puede ser suya. La impersonalidad de la radio o del Internet no me permite saber cuáles son las circunstancias por las que usted está pasando en estos momentos. No tengo ni idea de lo que el diablo está haciendo en su vida, ni de las armas y estrategias que está utilizando en su contra. El arsenal con que cuenta es muy grande y muy variado: odio, tristeza, celos, pérdidas, enfermedad, pobreza, desempleo, divorcio, peleas, adicciones, engaños, desaliento… No sé cuál de todas estas cosas está utilizando con usted en estos momentos, pero sí sé que ninguna de ellas, repito… ninguna de ellas va a lograr su objetivo, si usted deposita su confianza en el amor que Dios le ofrece a través de Jesucristo.

    Hubo una vez un hombre que vivió una juventud totalmente descarriada. Eventualmente, conoció al Salvador. Al poco tiempo se encontró con un amigo de andanzas de la juventud quien, al enterarse de cómo había cambiado luego de haberse encontrado con Dios, se burló de él. Este ‘nuevo’ cristiano le dijo: «¿Sabes qué? Cuando miro a mi pasado, todo lo que veo es oscuridad. Pero cuando miro hacia adelante veo luz, porque Jesús siempre va al frente, disipando la oscuridad de mi futuro».

    Estimado oyente, es nuestro deseo y oración que Jesús sea la luz que disipe la oscuridad en el camino de su vida. Si de alguna manera podemos ayudarle a seguirle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.