PARA EL CAMINO

  • Necios

  • agosto 1, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 12:13-21
    Lucas 12, Sermons: 6

  • Dios invita a todas las personas a tener fe en Jesús como el Salvador. Si usted aún no cree en él, no permita que el temor o el orgullo le impidan acercarse a verlo. Venga, arrepiéntase, crea, y sea salvo.

  • El hablarle a una audiencia ‘invisible’ tiene sus pros y sus contras. Una de las grandes ventajas de no ver a mi audiencia, es que no me entero si usted está aburrido de escucharme, o si a la vez que me escucha también está leyendo el diario o dormitando. Tampoco sé si usted está en la cocina de su casa o conduciendo su coche; si está resfriado o con gripe; si está comiendo o fumando. Y tampoco sé cuando digo algo que le gusta o le hace sentir bien, o cuando critica o está en desacuerdo con uno de mis comentarios. En fin, son muchas las ventajas que tengo al no poder ver a mi audiencia. Pero también hay desventajas. ¿Se pregunta cuáles? Por ejemplo: si yo pudiera ver que usted se está aburriendo de escucharme, o que a la vez que me escucha está leyendo el diario o dormitando, le podría decir: ‘No lo haga; preste atención a lo que estoy diciendo; ya va a tener tiempo más tarde para tomar una siesta o leer el periódico». Es que, si lo pensamos bien, la lista de desventajas puede llegar a ser muy parecido a la de las ventajas.

    Recuerdo cuando le predicaba a mi congregación desde el púlpito. Desde ya le digo que, si alguna vez tuvo, o todavía tiene alguna duda, la respuesta es ‘sí’, desde el púlpito se puede ver todo lo que sucede en la iglesia. Por ejemplo, se puede ver cuando una persona primero se queda mirando fijo y luego comienza a cabecear. El problema es que no sólo el predicador es quien lo ve: también lo ven los adolescentes que están sentados más atrás y que se tientan de tal forma, que no hay cómo mantenerles la atención en el mensaje. También se ve cuando las esposas le dan un codazo al marido para asegurarse que hayan entendido que lo que recién fue dicho les cae como anillo al dedo. También podemos ver cuando ustedes, los más jovencitos, están hablando bajito o pasándose notas, cuando critican la forma en que alguien está vestido, y cuando se pasan chismes sobre quién anda con quién.

    Sí, desde el púlpito podemos ver todo eso… y mucho más. Podemos ver cuando un papá sale de la iglesia porque el niño está llorando, y también cuando regresan, y sabemos bien que no lleva quince minutos cambiarle el pañal. Podemos ver cuando alguien se da vuelta para reprender con la mirada a un niño que no sabe cómo comportarse en la iglesia. Podemos ver cuando alguien comienza a ponerse impaciente porque, si el sermón no termina pronto, se le va a hacer tarde para el partido de fútbol, o para tener todo listo antes que lleguen los invitados a su casa. Sí, podemos ver muy bien cuando alguien no está prestando atención.

    Pero esto no es nada nuevo. La Biblia nos cuenta de varias ocasiones en las que hubo personas que no prestaron atención a quienes estaban predicando. El libro de Hechos, por ejemplo, habla de un hombre joven llamado Eutico. Eutico estaba sentado en una ventana escuchando al Apóstol Pablo quien, dado que al día siguiente se iba de la ciudad, tenía muchas cosas que decirle al pueblo de Dios en Troas. Tanto habló Pablo que, la Biblia dice en Hechos 20:9-10, que Eutico «se quedó profundamente dormido, se cayó desde el tercer piso y lo recogieron muerto». Pero la historia tiene un final feliz, porque Pablo lo resucitó, y Eutico es una de las muy pocas personas en el mundo que puede decir legítimamente que un sermón lo aburrió hasta la muerte.

    Hubo otra instancia en la cual alguien no prestó atención a un mensaje. Fijémonos en el capítulo 12 del Evangelio de Lucas. Allí se nos dice que Jesús les estaba predicando a millares de personas, hablándoles acerca de la hipocresía, la persecución, el pecado contra el Espíritu Santo, y de cuánto valemos las personas para Dios. Entonces de pronto, sin tener nada que ver con lo que Jesús estaba diciendo, un hombre que estaba entre la multitud le grita: «Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo» (Lucas 12:13). ¿Qué? ¿Qué tiene esto que ver con lo que Jesús estaba predicando? ¿De dónde salió esa pregunta? Sencillamente, salió de un hombre que no estaba prestando atención a lo que Jesús estaba diciendo acerca de la vida eterna. Y la razón por la cual no estaba prestando atención a Jesús, era porque sus pensamientos estaban completamente centrados en recibir lo que él creía que le correspondía. «Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo», le dijo a Jesús, y Jesús le respondió: «Hombre, ¿quién me nombró a mí juez o árbitro entre ustedes?», y luego expandió lo que había dicho para incluir a toda la multitud. «¡Tengan cuidado!, advirtió a la gente. Absténganse de toda avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes» (Lucas 12:15).

    Y Jesús procedió entonces a contarles una historia. Les dijo que había una vez un granjero inteligente, recto, sumamente trabajador, y muy apreciado por sus vecinos. Este hombre no sólo era un buen trabajador, sin que también había sido bendecido por Dios en gran manera. Cuando sus campos necesitaban agua, Dios enviaba lluvia; cuando les hacía falta calor, el sol brillaba. La lluvia nunca era ni demasiada ni muy poca, sino la cantidad justa, y lo mismo sucedía con el calor del sol. Un año, el granjero se dio cuenta que tenía un problema… si es que lo podemos llamar de ‘problema’. El Señor lo había bendecido tanto, que sus cosechas iban a sobrepasar la capacidad de sus graneros. Así es que, después de hacer algunos cálculos, decidió que lo mejor iba a ser tirar abajo los graneros que tenía y construir otros más grandes. Una vez que estuvieran prontos los llenaría con lo cosechado, cerraría sus puertas, se buscaría una cerveza, prendería el televisor para mirar el partido de béisbol, y viviría feliz para siempre.

    Ese era su plan, y era un plan excelente, pero no era perfecto. Es que al hacer sus planes para el futuro, el granjero se olvidó de algo muy importante: si iba a vivir feliz para siempre, no iba a ser aquí en la tierra. Las personas no viven felices para siempre en este mundo. Aquí se enferman o sufren un accidente, y se mueren. La muerte aparece en muy diversas formas, pero tarde o temprano aparece. Y eso sucedió con nuestro granjero: esa misma noche se murió. Cuando pensó que había conseguido todo lo que necesitaba para vivir feliz para siempre, se murió. Dios le dijo: «¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la vida. ¿Y quién se quedará con lo que has acumulado?» (Lucas 12:20).

    Cada vez que leo esta historia no puedo dejar de pensar en que tengo un Dios, un Padre, que es amor. Hace mucho tiempo, sabiendo cuán impotente iba yo a ser para salvarme a mí mismo, ese Dios envió a su propio Hijo a salvarme. Y lo mismo es con usted, porque usted es un pecador al igual que yo. Y al igual que yo, usted no puede salvarse a sí mismo. Usted necesita alguien que le ayude y le rescate. Usted necesita un Salvador. De acuerdo a lo prometido y profetizado siglos antes de su llegada, Jesús nació en Belén. De acuerdo a lo prometido y profetizado siglos antes, Jesús creció e hizo todas las cosas que el Padre había demandado que hiciera.

    Ahora, yo digo esto último muy fácilmente, pero Jesús vivió el cumplimiento de esas palabras con sufrimiento, muchísimo dolor, y muerte. Mientras Jesús ejerció su ministerio en nuestro mundo, fueron muchas las personas que continuamente trataron de hacerlo aparecer como si fuera un tonto. Casi siempre había alguien que torcía las palabras que él decía, y algunas instituciones hasta enviaron representantes especiales para cuestionarlo y entrevistarlo, para ver si podían encontrar algo, cualquier cosa que lo hiciera desaparecer o lo desacreditara. Aun cuando fracasaron en sus intentos y la popularidad de Jesús siguió creciendo, eventualmente la mayoría decidió que Jesús tenía que ‘desaparecer’.

    Pero, teniendo en cuenta que Jesús nunca había hecho nada malo, eso no era nada fácil. Jesús había curado personas enfermas, había hablado apasionadamente del reino de los cielos, y les había dicho a los pecadores arrepentidos que eran salvos. Y por todo eso fue que decidieron llevarlo a la cruz donde, de voluntad propia, y a pesar de su inocencia, Jesús entregó su vida. Jesús murió cargando la culpa de mis pecados, los suyos, y los de todo el mundo. Y, después de hacer todo lo que debía hacer, al tercer día resucitó de la muerte. ¡Maravilloso! ¡Increíble! Jesús vive, y porque él vive, usted, yo, y todos los creyentes, también vamos a vivir. La fe en Jesús como Salvador es, en realidad, la definición correcta de ‘vivir feliz para siempre’.

    Lamentablemente, ese es un concepto que el granjero de la historia de Jesús nunca hubiera comprendido. Ese hombre había estado tan ocupado toda su vida, que no había tenido tiempo de ir a ver al recién nacido Niño Jesús. Siempre había tenido tanto para hacer, que nunca se había hecho tiempo para ir a ver cómo Jesús consolaba a los que sufrían y curaba a los enfermos, ni tampoco para escucharle decir cómo su Padre bendice a los que aman la paz, a los que le son fieles, y a los que son perseguidos por causa de su fe en él. El granjero no se hizo tiempo para levantar los ojos y mirar a Jesús en la cruz; por eso no vio cómo Jesús, el Hijo inocente de Dios, murió por él. Ese granjero había estado demasiado ocupado para acompañar a las mujeres a la tumba de Jesús en la mañana del domingo de su resurrección, y por eso no escuchó el anuncio de victoria dado por el ángel. Él no tuvo tiempo para estar con los discípulos cuando el Señor Jesús se les apareció vivo, ni se unió a Tomás para tocar a Jesús y ver si era cierto que el pecado, el diablo, y ahora la muerte, habían sido vencidos. El granjero se perdió todo eso y, de acuerdo a la historia, se perdió de ir al cielo. Es por ello que Dios le dice: «¡Necio!»

    Cuando mis hermanos y yo éramos chicos, no se nos permitía decir ciertas palabras. Al contrario, nuestros padres nos enseñaron a respetarnos, y así lo hacíamos… casi siempre. Nos enseñaron a no insultarnos, y no lo hacíamos… al menos cuando mamá nos escuchaba. El otro día me encontré con una madre que estaba tratando de enseñarles lo mismo a sus hijos. El hijo menor había hecho algo malo, y la hermana mayor se lo estaba contando a su mamá. «Mamá, Jeremías hizo algo estúpido», le dijo. La madre le contestó: «Querida, sabes bien que no debes llamar de ‘estúpido’ a Jeremías». «Bueno. Jeremías hizo una idiotez.» «Tampoco utilizamos la palabra idiota, y tú lo sabes muy bien.» «Sí, ya lo sé», le dijo la niña, «pero es que Jeremías hizo algo idiota y estúpido». Cuando el granjero hizo lo que hizo, cuando ignoró su alma, su pecado, su salvación, y su Salvador, hizo algo idiota y estúpido. Tanto, que hasta el mismo Dios se lo dice: «¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la vida. ¿Y quién se quedará con lo que has acumulado?»

    Si uno busca en la Biblia, encontrará que Dios no utiliza la palabra «necio» muy a menudo. Lo que quiere decir que, si Dios dice que uno es un necio, por seguro lo es. Aclaremos un poco esto. Hay otras formas en que uno puede ser ‘necio’ delante de Dios. Aquí va una lista: por ejemplo, si después de ver la magnificencia y complejidad de nuestro universo usted todavía cree que todo sucedió por accidente, sin la intervención de un Creador, Dios dice que usted es un necio. Dice el Salmo 14:1: «Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios'», y Proverbios 1:7: «El temor del Señor es el principio del conocimiento; los necios desprecian la sabiduría y la disciplina». Otro ejemplo: si usted cree que es más inteligente que Dios, y está convencido que en realidad no lo necesita para nada, también califica para la lista de necios. En Proverbios 12:15 Dios dice: «Al necio le parece bien lo que emprende, pero el sabio atiende el consejo». Tiene sentido, ¿no? El necio de entrada se niega a creer que haya un Dios, por lo que cierra sus oídos a cualquier mensaje que el Señor trate de darle, y luego se siente bien por haberse comportado de esa manera.

    La mayoría de las personas tiene que esforzarse mucho para mantenerse en la lista de necios de Dios. No es algo fácil de lograr. Fíjese lo que dice Proverbios 14:9: «Los necios hacen mofa de sus propias faltas, pero los íntegros cuentan con el favor de Dios». Este versículo nos dice que Dios ha puesto en nosotros la capacidad de diferenciar entre el bien y el mal. Pero aún así, hay hombres y mujeres que piensan que el mal y el bien no existen, como tampoco existen -dicen- el cielo y el infierno, la salvación y la condenación. No es para nada agradable tener que decir que va a llegar el día en que se darán cuenta de cuán necios fueron. Ese día finalmente van a comprender. En ese día van a recordar las muchas veces que Dios se les acercó y trató de llamarles la atención… y van a darse cuenta de cómo el cielo se les escapó de las manos. ¡Qué tragedia terrible y, gracias al sufrimiento, muerte, y resurrección de Jesús, totalmente innecesaria!

    Al comienzo de este mensaje dije que tenía ciertas ventajas el hecho que no pueda ver a las personas a quienes les predico. Sin embargo, éste es uno de esos momentos en los cuales el no poder mirarle a sus ojos es una gran contra. En estos momentos desearía de todo corazón poder mirar su rostro para ver qué es lo que muestra. Desearía poder estar a su lado para aclararle sus dudas, para ayudarle con sus pensamientos, para contestarle sus preguntas. Porque así como hay preguntas, también hay buenas respuestas. Dios tiene respuestas para sus preguntas y sus problemas, y también tiene perdón para sus pecados y salvación para su alma. Y todo esto a través de Jesucristo, su único Hijo, nuestro Salvador.

    Dios lo está invitando, Jesucristo lo está esperando, el Espíritu Santo lo está llamando. Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.