PARA EL CAMINO

  • Ni todas las piedras del mundo podrán matar a Dios

  • junio 12, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 8:48-59
    Juan 8, Sermons: 4

  • No hay piedra en el universo que pueda tapar el amor de Dios por su criatura. Ni siquiera la enorme piedra que habían puesto para cerrar la tumba, y que sellaron y rodearon de guardias, pudo contener al Cristo glorificado que venció la muerte, al diablo y al infierno para siempre. No hay piedra que pueda aplastar la gracia de Dios.

  • DOMINGO DE CELEBRACIÓN DE LA SANTA TRINIDAD

    Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    ¿Alguna vez has ido a un río o arroyo y has tirado piedras para que rebotaran sobre el agua? Yo recuerdo que cuando iba con mis amigos, competíamos a ver quién lograba que la piedra rebotara más veces sobre la superficie antes de hundirse en el agua. Una de las cosas más importantes para lograr buenos resultados era saber elegir las piedras: cuanto más lisas y planas, mejor; ni muy livianas, ni muy pesadas. Lo tomábamos tan en serio, que terminábamos convirtiéndonos en expertos en elegir y tirar piedras al río.

    Un día, hace muchos años atrás, un joven pastorcito en Israel fue a elegir cinco piedras al arroyo, y con una de ellas hirió de muerte al gigante Goliat. Me imagino que conoces la historia. Las piedras en Palestina han servido mucho más que para entretenimiento de niños: fueron usadas para construir casas, sinagogas y hasta un templo. En el campo las usaban para construir corrales y cercas, para marcar caminos y hasta para hacer altares para la adoración y el sacrificio. No debemos olvidar que las piedras eran también el único elemento de ejecución. Cierto, es una figura horrible. El solo pensar que una multitud podía elegir piedras pesadas para tirárselas a una persona hasta matarla me hace erizar la piel. Pero así era como se castigaba a los criminales. Así estaba escrito en la Torá. A veces a los judíos se les iba la mano, y no necesitaban pasar por el tribunal mayor para lapidar a alguien. Eso fue lo que hicieron con Esteban, el primer mártir de la fe cristiana, cuyo único crimen había sido anunciar a Jesucristo como Hijo de Dios y Salvador del mundo.

    Nuestra historia bíblica hoy termina diciendo que los judíos tomaron piedras para arrojárselas a Jesús. En otras palabras: ¡lo querían muerto! Los judíos hostiles a Jesús no podían soportar que dijera que él era Dios, Hijo legítimo del Padre celestial. Ellos se creían hijos de Dios porque seguían al pie de la letra la ley que se les había dado… y que ellos habían ampliado con más leyes de su propio entender. Ellos estaban orgullosos de ser descendiente de Abrahán, el patriarca al que Dios había llamado para formar el pueblo del que ahora eran parte. Para esos judíos hostiles Jesús no era más que un hijo ilegítimo de una judía nazarena que no había sabido cumplir la ley de Moisés. Acusaban también a Jesús de ser un samaritano, un judío mezclado con otra raza, y lo trataban de mestizo ¡como si eso fuera un pecado! Y aquí es donde se descubren. Jesús se los dice claramente unos versículos antes de nuestro texto, en Juan 8:44: «Ustedes son de su padre el diablo». Pero parece que esta afirmación no les molestó tanto como el hecho de que Jesús declarara que él era Dios. Así que los judíos ya estaban comenzando a elegir piedras, y no para tirarlas al río precisamente.

    Pero ni todas las piedras del mundo podrían matar a Jesús. No hay piedra en el universo que pueda tapar el amor de Dios por su criatura. Ni siquiera la enorme piedra que habían puesto para cerrar la tumba, y que sellaron y rodearon de guardias, pudo contener al Cristo glorificado que venció la muerte, al diablo y al infierno para siempre. No hay piedra que pueda aplastar la gracia de Dios.

    El encuentro de Jesús con algunos de los judíos que se oponían a él, le da a nuestro Señor una oportunidad para dejarnos un mensaje que cambia nuestra vida para siempre. Abrahán fue ciertamente un personaje importante porque, en obediencia a Dios, dejó su tierra y su parentela y se fue a un territorio que muchos años más tarde sería el escenario de la crucifixión y muerte del Salvador del mundo. Abrahán era tenido en alta estima pues era considerado el padre del pueblo hebreo. Ser hijo de Abrahán era muy importante en la religión de los israelitas. Y entonces aparece Jesús y dice que antes de que Abrahán existiera, él ya existía. Que él no era solamente descendiente legítimo de Abrahán, sino el Creador de Abrahán y su Salvador personal.

    Si bien Jesús nació en Belén unos años antes de este encuentro con los judíos, el Cristo, el Hijo de Dios, ya existía junto con su Padre y el Espíritu Santo desde la eternidad. No tenemos palabras ni inteligencia mental para entender esa preexistencia del Cristo. Pero, así como Abrahán vio y confió en su Salvador por fe, y por esa misma fe recibió el perdón de sus pecados y fue justificado, así también nosotros, por fe, confiamos en él. No podemos ver con nuestros ojos físicos a Jesús de Nazaret. No podemos escuchar de sus labios sus palabras de perdón, de consuelo y esperanza, pero podemos ver y recibir sus bendiciones por medio de la fe.

    Esa es la promesa de Jesús. «De cierto, de cierto les digo que, el que obedece mi palabra, nunca verá la muerte» (v 51). Los ojos de la fe pueden ver al Cristo quien a pesar del dolor fue obediente a la voluntad de su Padre celestial, y por esa obediencia llevó nuestro pecado a la cruz. Ya conocemos esa historia. Por fe lo hemos visto sufrir la traición, el abandono, los azotes, las burlas, su último suspiro, la tumba y la piedra que lo tapó. Los judíos hostiles querían sacarse de en medio a Jesús apedreándolo hasta matarlo. Pero como eso no les fue posible, lo llevaron a las autoridades romanas para que ellos se encargaran. La cruz era una buena opción si no podían usar las piedras. Igual, después le hicieron poner una piedra grande a la tumba para tenerlo enterrado para siempre.

    El Cristo, Hijo de Dios, segunda persona de la Santa Trinidad, le habló a Abrahán y le prometió que él siempre sería su Dios. El Cristo que estuvo en la cruz y en la tumba fue el Creador de aquellos que hicieron esa gran piedra que algunos rodaron para intentar dejarlo sepultado para siempre. Pero la gracia de Dios es más fuerte que todas las piedras del mundo. Y Jesucristo está hoy entre nosotros. Los que gracias a la generosa obra del Espíritu Santo recibimos el don de la fe, podemos ver la obra que Jesús hizo en el pasado para perdonar nuestros pecados. Podemos ver cómo resucitó victorioso de la tumba para vencer el pecado que nos condenaba. Gracias a la fe podemos ver al Cristo ascendiendo para ir a la casa del Padre celestial a prepararnos un lugar para que podamos estar con él para siempre.

    El cielo no está oculto tras una enorme piedra: por fe lo podemos ver. De la misma manera, por el don de la fe Jesucristo puede estar presente hoy en nuestra vida. Jesús sigue acercándose a nosotros cada vez que bautizamos a un pecador, por más pequeño que este sea, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Jesús sigue estando presente cuando leemos o escuchamos su Palabra, como lo estamos haciendo en este momento. Él viene para reafirmarnos de que él murió y resucitó por nosotros para darnos el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Él está presente en la Santa Comunión cuando comulgamos comemos su propio cuerpo y bebemos su propia sangre como garantía del perdón de nuestros pecados.

    Estimado oyente, tal vez, tu experiencia con piedras sea diferente a la que nos narra el pasaje bíblico de hoy. Tal vez nunca has juntado piedras para tirarle a otros, al menos no piedras físicas. Hoy tal vez usamos otras piedras, como palabras que cuando caen en los oídos de los demás aplastan y destruyen, o al menos estorban el camino de la vida convirtiéndose en piedras de tropiezo. Tal vez nos cargamos a nosotros mismos con piedras de culpa y vergüenza que pesan toneladas y que nos sacan la sonrisa, los buenos modales, la tranquilidad de conciencia. Con piedras así en nuestras conciencias, todo camino se hace cuesta arriba.

    ¿Te ha lastimado alguien en el pasado? ¿Hay alguien que te está tirando piedras en este momento de tu vida? ¿O has lastimado tú a alguien con palabras hirientes o actitudes arrogantes? Es posible que contestes a todas estas preguntas en forma afirmativa, simplemente porque vivimos en un mundo caído en pecado donde lo que más abunda es el rencor, el odio, la envidia y toda la gama de pecados que queramos mencionar. Pero aplastar a otros con el peso de nuestra soberbia o nuestro rencor o con nuestra obstinada negación a perdonar a quienes nos ofendieron, solo agrega piedras en el alma de los demás y amontona piedras de estorbo en el camino hacia la reconciliación.

    Las Sagradas Escrituras nos muestran que Jesús hizo algo al respecto. Jesús, quien no conoció el pecado, nunca levantó una piedra para arrojársela a su prójimo. Al contrario: Jesús nos limpió el camino para que nosotros podamos recibir sus bendiciones temporales y eternas. Su primer paso fue remover la piedra de la tumba que lo quiso ocultar para siempre. Su segundo paso fue reencontrarse con quienes lo abandonaron y, sin decir una sola palabra de recriminación, los bendijo con la paz que solo Dios puede dar. Su otro paso fue enviar a los suyos el poder de lo alto, el Espíritu Santo, para animarlos, guiarlos y darles el poder de anunciar la gracia de Dios a todas las personas del mundo. Y su paso siguiente es venir para estar con su iglesia hoy.

    Estimado oyente, Jesús deja claramente establecido en el pasaje bíblico de hoy que él es Dios. Por eso, más allá de lo que tengas y sientas en tu corazón, y más allá de lo que suceda en tu familia y en tu grupo social, él sigue viniendo a ti como Dios, con toda su gracia y con todo su poder. Seguramente habrá piedras en el camino que intentarán impedir que vivas con el gozo que da el Espíritu Santo. Seguramente habrá aflicciones que buscarán desanimarte de la fe. Cuando así sea, recuerda que Jesús ya no está en la cruz, ni en la tumba. Dios sabe quitar las piedras de tu vida para darte perdón, alegría, consuelo y la esperanza de la vida eterna.

    Si de alguna manera podemos ayudarte a ver el amor de Jesús por ti, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.