PARA EL CAMINO

  • No hay gloria sin esfuerzo

  • mayo 21, 2023
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • Sermon Notes
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 17:1-11
    Juan 17, Sermons: 5

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Estimado oyente. ¿Recuerdas la final del mundial de fútbol en diciembre de 2022? El estadio vibraba y la tribuna desbordaba de alegría. Cierto, había quienes lloraban, unos en secreto y otros no tanto, porque el que hasta entonces había sido campeón del mundo, había perdido. ‘Pasión de multitudes’, llamamos al fútbol en mi país. El deporte que une y divide a la gente y que siempre da que hablar. El día del partido final, las pasiones estaban en su punto más alto. Ese día, los periódicos no ahorraron espacio para publicar la noticia: «Después de varias décadas, la albiceleste volvió a coronarse campeón del mundo. La selección nacional de Argentina está en la gloria, ha podido tocar un pedacito de cielo». Semejante titular trajo lágrimas a los ojos de muchos. Es lindo cuando se alcanza aquello por lo que tenemos tanta pasión. La gloria en el fútbol es el resultado de un gran esfuerzo, de mucha concentración y de una tenaz constancia en la práctica y la conducta. Así y todo, esa gloria es efímera, es solo hasta el próximo mundial, y ahí se verá. Esa gloria tal vez llegue alto, pero no toca el cielo con las manos. Nadie entra el cielo de verdad convirtiendo un gol o atajando un penal. Secularmente hablando, muchas veces tocamos el cielo con las manos y pensamos estar en la gloria, pero eso es solamente un poco de poesía que necesitamos para expresar lo que sentimos.

    No me lo imagino a Jesús jugando al fútbol o animando a un equipo desde la tribuna, pero sí lo imagino cargado de sentimientos y de pasión. En el pasaje bíblico que estudiamos hoy, Jesús hace un corte en su largo discurso de despedida ante sus discípulos la noche del Jueves Santo y, elevando los ojos al cielo, dice: «Padre, la hora ha llegado; glorifica tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti».

    Pasión y gloria es lo que vemos en esta petición de Jesús. Pasión por el pueblo pecador, pasión por salvar y rescatar a esta creación lastimada mortalmente por el maligno, nuestro enemigo y enemigo número uno de Dios. Cuando Jesús le pide al Padre que lo glorifique, le está pidiendo que le ayude a llevar adelante esto que llamamos su pasión. Jesús estaba a solo unas pocas horas de entrar al escenario de la traición, la tortura, el abandono, la cruz y la muerte. Para decirlo en términos que podamos comprender, Jesús le estaba pidiendo al Padre que confirmara con un éxito rotundo todo lo que Jesús estaba pronto para hacer. Jesús quería triunfar y lograr la salvación del mundo que el Padre le había encargado.

    En su oración Jesús dice: «Para que también tu Hijo te glorifique a ti». Lograr con esfuerzo supremo, constancia y concentración el rescate de la humanidad pecadora, es la forma en que Jesús glorifica al Padre. Jesús daba gloria a Dios obedeciendo su voluntad y trabajando esforzadamente, hasta las últimas consecuencias, para cumplir con lo que Dios le había pedido.

    Ante sus discípulos Jesús reafirma que él ha glorificado al Padre con todo lo que hizo en su ministerio. ¡Qué increíble! Jesús vino al mundo para glorificar a Dios mediante el sufrimiento y la muerte en la cruz. Esa gloria se vio consumada con su resurrección de los muertos. Ahora, los que fuimos llamados a la fe podemos tocar el cielo con las manos, y mucho más que eso, podemos entrar al cielo porque a causa de la pasión gloriosa de Jesús, Dios nos perdonó nuestros pecados.

    Jesús comenzó su ministerio, su camino de la gloria, eligiendo los discípulos que pasaron a ser su equipo. Él los entrenó día y noche con palabras, con acciones y con el ejemplo. Con constancia y perseverancia, y siempre concentrado en la meta final, Jesús les dio a conocer a sus discípulos el nombre de Dios. Jesús sabía que él no era el dueño de esos discípulos. «Tuyos eran, y tú me los diste», dice Jesús, «y han obedecido tu palabra». Esto, la obediencia de los discípulos al llamado de Jesús y la fe de ellos en el nombre de Dios, eran señales claras de que Jesús había consumado con éxito su trabajo en la tierra.

    Cuando Jesús dice que él dio a conocer a sus seguidores el nombre de Dios, quiere decir que les dio a conocer a Dios y lo que él es y hace. Muchas veces en la Biblia el nombre de Dios está ligado al poder de Dios. Y a esto podemos agregar su voluntad, que es su buen deseo de salvar a la humanidad pecadora. El nombre de Dios es su poder para salvarnos. Es también su misericordia, su gracia, su paciencia con nosotros. Jesús les mostró a sus discípulos al Padre, a Dios mismo. Tal vez fue un Dios diferente del que los discípulos tenían en mente, porque el Dios de Jesús no era atropellador ni rencoroso ni justiciero ni intolerante ni legalista. Era un Dios que tenía cariño por la gente, que había escuchado su clamor y que estaba dispuesto a dedicarle tiempo. Jesús les mostró a los discípulos un Dios que tuvo el valor y el poder de bajar a este mundo infame, malhablado y malherido, y que estuvo dispuesto a dejarse burlar y azotar. Jesús les mostró a los discípulos un Dios que agachó la cabeza ante la vergüenza humana y los gobiernos corruptos, un Dios que decidió sacrificar a su único Hijo para salvarnos a todos nosotros, que no merecíamos que el Santo de los Santos nos tuviera compasión. Todo eso aprendieron los discípulos. Y aprendieron también a obedecer la palabra que Jesús les enseñó de parte del Padre.

    Eventualmente, cuando los discípulos salieron a cumplir la voluntad de Dios de hacer conocer Su nombre a todas las naciones, costara lo que costara, darían gloria a Dios con su sufrimiento y con su pasión de compartir el Evangelio con el prójimo.

    Estimado amigo, ¿quieres conocer a Dios? ¿Quieres saber cuál es su nombre? Mira a Jesús. Él lo da a conocer. ¿Quieres saber cómo tocar el cielo y experimentar la gloria? Mira a Jesús.

    Jesús tuvo un amor apasionado por su Padre y por nosotros, un amor limpio, sano, constante, generoso. Jesús amó a sus discípulos, y nos ama también a nosotros. Nos ama hasta la muerte. Ahora, el Señor ora por sus discípulos: «Padre santo, a los que me has dado, cuídalos en tu nombre». A solo unas horas de ser clavado a una cruz, Jesús dedica tiempo para pedir a su Padre que cuide a los que son su corona, su gloria, sus queridos discípulos perdonados, redimidos, entrenados y protegidos por el poder de Dios. Todo eso dice Jesús en las palabras: «Cuídalos en tu nombre». Si el nombre de Dios es poder, el Padre nos cuida con poder. Si el nombre de Dios es amor puro, genuino, sano, es paciencia y constancia, es misericordia y perdón de los pecados, Dios nos cuida en su misericordia y paciencia y perdón.

    ¡Gloria a Dios, entonces! La Biblia nos explica que tanto los discípulos de aquel entonces como nosotros ahora, todos los creyentes, estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Vivimos con un pie en la tierra y el otro apuntando al cielo. Y sí, a causa de la gloriosa obra de Jesús, su muerte y resurrección, nuestros pecados han sido perdonados. Ahora podemos tocar el cielo con las manos santas que Dios nos ha dado para servir al prójimo. Cuando anunciamos el nombre de Dios a quienes nos rodean, así como lo hicieron los discípulos, estamos llevándoles la pasión de Jesús y mostrándoles cuán apasionado es el amor de Dios por su humanidad perdida en pecado, cuán inmensa es su misericordia con quienes están cargados de culpa, cuán interminable es su paciencia con los obstinados que se resisten al arrepentimiento, cuán inagotable es su generosidad en perdonar, cuán simple es Dios en poner nuestros dolores y sufrimientos sobre las espaldas de su Hijo santo para que nosotros seamos aliviados.

    Cuando vamos a consolar, enseñar o llamar a otros a que reconozcan sus pecados para que puedan ser perdonados, lo hacemos en el nombre de Dios. En otras palabras, vamos con Dios y con todo lo que él tiene y significa. Así es como yo llegué a la fe, así es como todos los cristianos llegamos a la fe: por el poder de Dios que movilizó a las personas que estaban cerca de nosotros para que ellos nos hablaran de su amor y del sacrificio de Cristo por nosotros y nos llevaran al Bautismo y Dios pudiera obrar el milagro de darnos nueva vida.
    Cuando los cristianos nos reunimos en el nombre de Dios, nos reunimos bajo su cuidado, su amor y su poder. Cuando nos reunimos en adoración glorificamos el nombre de Dios, trayéndole nuestro pecado para que él lo perdone.

    Así como Dios el Padre eligió a los discípulos que Jesús después escogió, así nos ha elegido a nosotros para darnos el don de la fe, para que veamos su gloria, para que honremos su nombre y para que estemos protegidos bajo su cuidado. Las palabras de Jesús: «Cuídalos en tu nombre» nos incluyen a nosotros hoy. «Cuídalos en tu nombre, para que sean uno, como nosotros.» Ah, que meta tan alta tiene Jesús para nosotros. Él tiene una comunión íntima y santa con su Padre al punto de que son uno. Hemos aprendido que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno y el mismo Dios. Jesús ahora quiere que los cristianos tengamos una unión tan íntima en la fe y en el espíritu como la Trinidad es una. ¿Tarea imposible? Miremos solamente cuántas divisiones hay en la iglesia. Sin embargo, aunque estemos separados por muchas cosas, la oración de Jesús sigue vigente y el poder de Dios sigue vigente. Es solo por el nombre de Dios que podemos ser uno en el espíritu y en la fe. Nosotros somos muy débiles para mantener una unión externa entre todos los creyentes, pero Dios es fuerte para lograr que tengamos un mismo sentir como Jesús y el Padre tienen.

    Estimado amigo, espero y ruego que este mensaje te anime a confiar en la pasión de Jesús, que aprendas a ver que la gloria de Dios es cumplir nuestra vocación a la que hemos sido llamados. Espero que te animes, sabiendo que el Padre en los cielos te ha elegido y te ha entregado a Jesús para que ahora, redimido por su sangre, puedas tener comunión espiritual íntima con otros cristianos y puedas glorificar a Dios con tus buenas obras. Anímate sabiendo que en todo el mundo están los que el Padre en los cielos ha llamado para ser sus hijos redimidos a causa de Jesús. Todos los creyentes, en todas partes del mundo, oramos unos por otros para que el Padre nos cuide y nos mantenga en unión y en comunión con él.

    Si este tema ha despertado inquietudes en ti, o si quieres recibir más información sobre la obra de Jesús por toda la humanidad, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.