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PARA EL CAMINO
Cada vez que comemos su cuerpo y bebemos su sangre, Cristo viene a morar con y en nosotros. Por eso, cuando muramos, el Cristo vivo dentro de nosotros nos levantará de los muertos: porque él no muere más, y porque su poder para resucitar sigue y seguirá intacto. En el sacramento de la Santa Cena Cristo nos provee pan, carne y un lugar adónde ir. Su propio pan, su propio cuerpo, su propia casa.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
El ser humano es, de entre todas las criaturas, el único ser que experimenta con religiones. Los árboles y los animales, las estrellas y el viento, no son religiosos. Solo el hombre es religioso, en la mayoría de los casos. Hoy en día hay información suficiente para reconocer al menos 4200 religiones alrededor del mundo. Muchas reconocen a un dios, a quien le dan nombre y a veces una forma. Algunas de esas religiones son muy tolerantes y reconocen a todas las religiones en el mundo como válidas, porque las consideran una expresión de la espiritualidad de ciertas culturas. Otras son más estrictas, y pretenden que solo su religión es la única verdadera. Y también están las que no tienen un dios con un nombre ni una forma, pero reconocen que hay una fuerza superior en algún lugar.
Me arriesgo a pensar que si tú, estimado oyente, estás escuchando o leyendo este mensaje, es porque eres religioso, y seguramente profesas la religión cristiana. Si es así, entonces quiero afirmarte en la única religión verdadera, la que no fue creada por ninguna persona inspirada o por algún estudioso de las artes religiosas, ni tampoco fue creada estudiando las estrellas o intentando comunicarse con el más allá a través de los muertos. Digo esto porque, entre las 4200 religiones actuales, hay cosas que nos pueden volar la imaginación. He tenido algunas experiencias de estas cosas en países donde el cristianismo es la religión de menos del uno por ciento de la población.
¿Qué tiene de particular la religión cristiana como para reclamar el derecho de ser la única religión verdadera en esta época y siempre? Al cristianismo no lo fundó ningún hombre inspirado o dotado espiritualmente, sino que es una religión que fue planificada desde la eternidad por Dios creador de todo el mundo, incluida la raza humana. EL cristianismo es una religión revelada por el único ser eterno que existe, y que tiene una historia que comenzó con Adán y Eva, que pasó por muchos países y personajes como Abrahán, Moisés, y el rey David. En algún momento de la historia del mundo, lo que fue anunciado por Dios desde el principio mismo en el libro de Génesis, vio la luz en Belén. Allí, el Dios de nuestra religión cristiana se hizo carne, tomó forma humana y rompió todos los estereotipos de lo que la gente piensa que es un dios.
Por lo general, cuando pensamos en Dios, seamos cristianos o de cualquier otra religión, pensamos en espiritualidad. Para muchos Dios es invisible, es espíritu, es inteligente. Todo eso es cierto respecto al único Dios verdadero. Pero ese Dios verdadero y eterno es mucho más. En Cristo, Dios se metió en el mundo, caminó, lloró, cantó con sus seguidores e hizo lo que nadie jamás se imaginaba que un Dios pudiera hacer: derramó sangre. ¿Desde cuándo Dios tiene sangre? Desde que nació en Belén de la virgen María. Jesucristo tenía sangre y la derramó en una cruz para lavar los pecados de todas las personas del mundo. Nuestro Dios hizo algo por nosotros, se mostró en persona, nos habló y nos trajo el mensaje de reconciliación y perdón. ¿Era necesario? ¿Tenía Dios que sacrificar a su propio Hijo eterno nacido como hombre para reconciliarnos con él? Sí, era absolutamente necesario. ¿Era necesario ese derramamiento de sangre santa? Otra vez la respuesta es sí, era necesario, porque Dios había declarado que todo pecador debía ser castigado por su pecado, por su desobediencia y por haberse alejado de su creador y de sus leyes divinas.
Con esto en mente, vamos a descubrir la enseñanza que nos trae el evangelista Juan en el pasaje que estudiamos hoy. Ya hemos visto en otra oportunidad que San Juan no registra la institución de la Santa Cena o del Bautismo, pero señala ambas ceremonias en forma enigmática. Este es el caso que tenemos aquí. Estas palabras de Jesús no fueron comprendidas a cabalidad por sus discípulos sino hasta más tarde, cuando celebraron la primera Santa Cena durante la última pascua. Estas palabras de Jesús fueron confirmadas en los discípulos días después, cuando recibieron el Espíritu Santo.
Jesús habla de comer su carne y beber su sangre. Eso fue un escándalo en el mundo antiguo y lo sigue siendo todavía hoy. Los que no fueron tocados por la gracia divina por medio del Espíritu Santo no pueden entender nada de lo que Jesús dijo aquí, ni nada de lo que Jesús hizo. ¿Qué es eso de dejarse crucificar? ¿Qué es ese hecho sangriento en la cruz? ¿Cómo puede algo así hablar de un Dios bueno que trae paz y que condena la violencia? El Cristo sangriento en la cruz habla a los gritos de lo que nuestros pecados merecían. El juicio de Dios cayó sobre su inocente Hijo para evitar ponernos a nosotros bajo su juicio. El Cristo ensangrentado nos habla a los gritos del amor de Dios por su criatura. La cruz, la sangre, y la corona de espinas son un escándalo para quienes no creen.
¿Sabes qué? Este escándalo fue profetizado. Isaías dice en su capítulo 28, verso 16 «Dios el Señor dice así: ‘Miren esto: yo he puesto en Sión, por fundamento, una hermosa piedra angular, probada y de cimiento firme; quien se apoye en ella, no se tambaleará’.» Sin embargo, esta piedra, este cimiento firme para edificar la fe y la vida se convirtió en un escándalo. Isaías ya lo había predicho con estas palabras en el capítulo 8, versos 13 a 15, donde leemos: «Santifiquen al Señor de los ejércitos. Hagan de él su santuario. Pero para las dos casas de Israel será una piedra de tropiezo, que los hará caer; y para los habitantes de Jerusalén les será una trampa, una red. Muchos de ellos tropezarán; y caerán y serán destrozados; y se enredarán y quedarán apresados». Tropiezo y escándalo significan lo mismo en las Sagradas Escrituras. Para los incrédulos, para los que rechazan la gracia de Dios, Cristo es un escándalo. Pero para los que nos beneficiamos con el perdón gratuito de todos nuestros pecados por la sangre derramada por el Hijo de Dios, Cristo es nuestro Salvador.
La espiritualidad de Dios y de los cristianos es una espiritualidad que tiene cruz, carne, y sangre. ¿Qué es lo tan ‘escandaloso’ del sacrificio de Jesús? Que Dios se entrega a sí mismo. Cristo, Dios encarnado desde su concepción en la virgen María, es Dios y hombre viniendo a estar con nosotros en sumisión, obediencia, humildad, y mortalidad. Reconocemos que es totalmente extraño comer carne y beber sangre de un ser humano, ¡mucho más extraño es en cuanto Cristo fue humano y divino! A Dios lo escuchamos, lo leemos, pero ¿comerlo? Aquí tenemos uno de los dichos enigmáticos de Juan. Cuando se trató del Bautismo y de la Santa Cena, la iglesia antigua los llamó los misterios de Dios. Porque en realidad son misterios. Pasado el tiempo, cuando el Nuevo Testamento fue traducido al latín, el traductor usó el término latino sacramento para traducir el término griego mysterion. Para explicar el misterio de la acción salvífica de Dios mostrado en el Bautismo y la Santa Cena, la iglesia se quedó con la palabra ‘sacramento’ para designar los misterios de Dios que vienen a nosotros en agua, carne y sangre.
Los sacramentos son regalos de Dios para el creyente. Jesús lo dice así en nuestro texto: «De cierto, de cierto les digo: Si no comen la carne del Hijo del Hombre, y beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él». ¿Nos damos cuenta de la profundidad de estas palabras? ¿Nos damos cuenta de la espiritualidad de estas palabras? Lo que Jesús ofrece es comida santa gratuita que nos alimenta, porque nuestra fe debe crecer, hacerse fuerte y permanecer activa ayudando al prójimo. Esta comida nos alimenta no solo para esta breve vida temporal, sino para vida eterna. Jesús nos está preparando para que entremos firmes en la fe a la eternidad. La comida de Cristo incluye su sangre derramada por la cual Dios perdona nuestros pecados y nos resucita en el día final.
Cada vez que comemos el cuerpo de Cristo y bebemos su sangre en la Santa Cena, Cristo viene una vez más a morar en nosotros, se queda con y en nosotros. Por eso, cuando muramos, el Cristo vivo dentro de nosotros nos levantará de los muertos: porque él no muere nunca más, y porque su poder para resucitar sigue y seguirá intacto. ¡Qué notable! En el sacramento de la Santa Cena Cristo nos provee, pan, carne y un lugar adónde ir. Su propio pan, su propio cuerpo, su propia casa. Todo lo hizo por nosotros y para nosotros. Es una lástima ver que algunos no creen, que se escandalizan con lo que Dios ofrece gratuitamente, y como resultado se van, ya no siguen a Jesús, abandonan, se quedan frustrados y deprimidos en su incredulidad, en su falta de esperanza. Oremos por ellos.
A partir del versículo 67, Jesús se enfoca en los que quedaron a su lado, en los doce, los que él había llamado, y les pregunta: «¿También ustedes quieren irse?» Me admira Jesús. Yo no les hubiera preguntado a mis seguidores. Yo les hubiera dicho: ¡Espero que ustedes no se vayan! Pero Jesús respeta a sus discípulos, no les exige, no los coacciona. Jesús no obliga a nadie a seguirle.
Los discípulos más cercanos escucharon las mismas palabras de Jesús que provocó la salida de muchos de su grupo de seguidores. Pero ellos prefirieron quedarse. Pedro toma la palabra en nombre de todos y dice: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos, que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». ¿Fueron más inteligentes? ¿Fueron más espirituales? De ninguna manera. No fueron más inteligentes sino que fueron bendecidos por Dios mientras estaban con Jesús. En una oportunidad Jesús les preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen ustedes que soy yo? «Simón Pedro respondió: «¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!» Entonces Jesús le dijo: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en los cielos» (Mateo 16:16-17). Dios mismo les dio a los discípulos el don de la fe, la convicción de quién es Cristo.
¿Quién es Cristo para ti, estimado oyente? Para ti, para mí y para todo el mundo, Cristo es la expresión más genuina de la espiritualidad cristiana. Su cruz, su sangre derramada y su resurrección, fueron sus obras de amor por nosotros para perdonar nuestros pecados y cuidarnos hasta la vida eterna.
Si aún dudas del amor de Jesús por ti, o si quisieras aprender más sobre el Señor Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.