PARA EL CAMINO

  • ¿Para qué ocurren cosas malas?

  • marzo 23, 2025
  • Rev. Germán Novelli Oliveros
  • Sermon Notes
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 13:1-5
    Lucas 13, Sermons: 7

  • ¡Dios mío! ¡¿Por qué a mí?! ¡¿Qué he hecho yo para merecer esto?!

    Ustedes quizás no tienen idea de todas las veces que he escuchado expresiones como estas durante mi ministerio y mi andar por este mundo de predicar el Evangelio de Jesucristo. Mejor aún, ustedes no se imaginan cuántas veces he sido yo el que las he terminado diciendo, y he reprochado injustamente a Dios por las cosas difíciles que me ha tocado vivir. Creo que muchos hemos cometido este error o hemos pasado por situaciones adversas que han puesto a prueba la fe y la relación con Dios.

    Uno de los libros más interesantes que tiene la Biblia para entender esto de cómo interpretar las tragedias que ocurren en el mundo, especialmente cuando las adversidades recaen sobre los creyentes, es el libro de Job, en el Antiguo Testamento.

    La Biblia dice que Job era un hombre justo y bueno, que amaba a Dios y lo honraba (Job 1:1), pero que un día el sufrimiento tocó su puerta. No quiero adentrarme mucho en todos los detalles y en la propia historia de Job, de la cual podríamos pasar mucho rato aprendiendo, sino que quisiera detenerme en un solo punto de este relato bíblico, el cual por supuesto te animo a leer.

    Durante sus tragedias y dificultades, los amigos de Job se acercaron a él y de maneras muy particulares reprocharon que quizás el pobre Job tenía pecados ocultos que estaba pagando a través de dichos martirios. Es decir, para los amigos de Job todo lo malo que le pasaba era culpa de algo específico que él estaba haciendo, y que Dios lo estaba castigando por eso.

    Esto es una conclusión muy humana. Muchos saben que en física toda acción trae una reacción, y nos enseñan desde niños que nuestras decisiones acarrean consecuencias.

    Pero esto no es toda la verdad. Vivimos en un mundo caído por el pecado, atribulado por Satanás y sus huestes, y donde las personas -creyentes o no- tienen que pasar por el terrible camino del sufrimiento y el dolor. No tiene nada que ver lo bueno o lo malo que seas, lo piadoso y justo o lo necio y terrible que puedes llegar a ser. Así como la lluvia cae sobre buenos y malos, pasa lo mismo con las tragedias: Nadie está exento de vivirlas.

    Para que entendamos esto mejor, en el evangelio de este Tercer Domingo de Cuaresma, Jesús reflexiona sobre dos episodios trágicos, y nos regala además una invitación que pudiera ayudarnos a cambiar el ¿Por qué ocurren cosas malas? -que a menudo muchos nos preguntamos- por un poderoso: ¿Para qué ocurren cosas malas?

    ¿Qué tal si leemos el texto de nuevo? Dice San Lucas, capítulo 13 (1-5):

    En ese momento estaban allí algunos que le contaron a Jesús el caso de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios que ellos ofrecían. Jesús les dijo: «¿Y creen ustedes que esos galileos eran más pecadores que el resto de los galileos, sólo porque padecieron así? ¡Pues yo les digo que no! Y si ustedes no se arrepienten, también morirán como ellos. Y en el caso de los dieciocho, que murieron aplastados al derrumbarse la torre de Siloé, ¿creen ustedes que ellos eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén? ¡Pues yo les digo que no! Y si ustedes no se arrepienten, también morirán como ellos.»

    En este momento, Jesús era seguido por miles de personas. La multitud quería estar cerca de Él, y se intrigaba más y más por este Maestro de la fe, a quien todavía muchos no reconocían como el Hijo de Dios. Jesús había aprovechado una pausa en su travesía para enseñar a las personas, contar algunas parábolas, y responder a algunas inquietudes de la multitud.

    Entre esas inquietudes alguien trajo el tema de Pilato, el gobernador romano que tiempo más tarde enjuiciaría a Jesús, y que al parecer había asesinado a un grupo de galileos para luego usar su sangre en sacrificios religiosos. ¿Acaso estas personas fueron peores pecadores que aquellos que no fueron asesinados?, preguntó Jesús.

    Igual pasó con aquellos que murieron cuando cayó la torre de Siloé en Jerusalén. ¿Acaso los que estuvieron allí y no murieron eran menos pecadores que aquellos que murieron?

    Jesús aclara que no es así, y que de una u otra manera el destino de todos es la muerte, independientemente de que llegue tarde o temprano, de forma trágica o no.

    Dice la Biblia que «la paga del pecado es la muerte» (Romanos 6:23). Es decir, que por culpa del pecado todos vamos a morir. Es lo que merecemos. San Pablo le dice a los Romanos que no hay justos, que «todos pecaron» (Romanos 3:23), y por lo tanto todos estamos destituidos de la gloria de Dios.

    Sin embargo, ni Jesús -ni tampoco San Pablo- nos dejan solos con esta terrible verdad. El Señor agrega algo clave aquí: «…Y si ustedes no se arrepienten, también morirán como ellos».

    Al parecer el problema aquí no son las adversidades de esta vida o la irremediable muerte física, sino la muerte eterna que es lo que les espera a aquellos que no se arrepienten, que no creen en Dios, y que no confiesan a Cristo.

    He allí el punto. No lo mucho o poco que sufren las personas. Ni tampoco la forma en la que unos y otros atraviesan por las dificultades. El tema aquí es el arrepentimiento.

    En un sentido etimológico, el arrepentimiento no es más que un cambio de dirección en el rumbo de nuestras vidas. Es decir, dejar de hacer lo malo para comenzar a vivir de una manera diferente, o tomar otro camino. Para algunos expertos bíblicos es también la conversión entera de una persona. En una perspectiva más espiritual, es sentirse mal por nuestros pecados, pedir perdón a Dios, y pedir también Su ayuda, para confiar más en Él que en nuestra nula capacidad de salvarnos a nosotros mismos, y entonces –en el poder de Dios y no en el nuestro– comenzar a vivir y actuar de una manera mejor.

    El arrepentimiento es la obra de Dios en nosotros, que nace de la fe que por gracia hemos recibido, y que nos lleva a confiar y vivir en el perdón que Cristo ha ganado por nosotros. Aquellos que se mantienen fieles a la Palabra de Dios, que reciben con fe y gozo los sacramentos, que confiesan sus pecados y reciben agradecidos el perdón, son los que experimentan el arrepentimiento que Dios quiere obrar en nosotros.

    Ante las inquietudes sobre las tragedias y el dolor, Jesús invita a las personas a la reflexión, a la autoevaluación honesta de sus vidas, y a caminar con Él el proceso del arrepentimiento.

    Es por eso que cambiamos el «Por qué pasan cosas malas,» por un «Para qué pasan cosas malas».
    Pasan para que confiemos más en Dios que en nosotros mismos… pasan para que podamos ver nuestra pequeñez ante la inmensidad de Cristo… pasan para que podamos evaluar nuestras vidas, arrepentirnos, y vivir confiados en el perdón de Jesús que nos da vida eterna y salvación.

    De eso se trata la Cuaresma, el tiempo en el que nos encontramos ahora. En evaluar nuestras vidas, en pensar en lo que hacemos, y en tener una perspectiva clara cuando atravesamos momentos difíciles.

    Dice Philip Bickel, en el folleto de Cristo Para Todas las Naciones titulado « ¿Por qué suceden cosas malas?» [Disponible en nuestra tienda virtual: https://shoplhm.org/por-que-suceden-cosas-malas-why-do-bad-things-happen/] que el dolor es el megáfono de Dios, que nos despierta para que podamos arrepentirnos, y con el que el Señor nos mantiene alerta a través de las adversidades.

    Es en la prueba donde nuestra fe se perfecciona y se fortalece nuestro espíritu.

    Muchos cometen el error de creer que Dios nos da batallas a la medida de nuestras capacidades, y la verdad es que hay muchas batallas que nos superan, que nos duelen, que nos rompen el corazón, pero que nos llevan a confiar en Dios y no en nosotros mismos.

    Yo no sé el tamaño de tus luchas, ni lo amargo de tus dolores, o el peso de tus cargas. Jesús decía que para seguirle había que cargar una cruz (Mateo 16:24), y estoy seguro de que usted conoce su cruz mejor que yo. Sin embargo, quiero que sepas que esa cruz no es tu castigo, y que Dios no está de brazos cruzados mientras sufres, porque Él no solamente sufre contigo, sino que también sufrió por ti.

    Esa cruz que hoy llevas sobre tu espalda, llámese necesidad, enfermedad, problemas en casa o en el trabajo, todo eso difícil que hoy pudieras estar viviendo es parte de nuestra conexión con Jesús y sus sufrimientos. Créeme cuando te digo que esa cruz no es el plan de Dios para tu eternidad, que esa cruz y esos dolores son parte de nuestro andar por este mundo temporal, pero que nuestro destino eterno es el gozo de vivir para siempre en la presencia del Señor.

    Más que Job, Jesús también tuvo que vivir la tragedia de perderlo todo pues la ira de Dios recayó sobre Él, para que no recayera sobre nosotros. Más que los asesinados por Pilato, Jesús tuvo que aguantar en silencio y ser condenado por el propio Pilato para que se cumpliera el plan de Dios para salvarnos, en el que se sacrificaba al justo a cambio de los injustos. En la Cruz del Calvario, Jesús fue aplastado en su propio cuerpo, como también lo fueron aquellos en Siloé.

    Y la muerte siempre será un tema incómodo, que muchos querrán ignorar o del que a nadie le guste hablar.
    Pero debes saber que la muerte de Jesús te conecta, y nos conecta, con nuestra propia mortalidad, con nuestro pecado, con nuestra necesidad de arrepentirnos y darle un nuevo rumbo a nuestras vidas, así como Su resurrección nos lleva a recibir lo que el propio Dios ha dispuesto para aquellos que se arrepienten y creen. Dice San Pablo a los Tesalonicenses: «Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él» (1 Tesalonicenses 4:14).

    ¿Sabes qué dijo Job en algún momento de su duro sufrir, cuando más lo reprochaban por seguir confiando en Dios a pesar de todo lo que le estaba pasando? Job se detuvo un instante y dijo: «Yo sé que mi Redentor vive, y que al final se levantará del polvo. También sé que he de contemplar a Dios, aun cuando el sepulcro destruya mi cuerpo» (Job 19:25-26).

    Que, en esta temporada de Cuaresma, espero y oro al Señor que ni los sufrimientos, ni las adversidades o el dolor te separen del amor de Dios, sino que más bien te lleven al arrepentimiento verdadero, y a vivir confiado en que todo esto que hoy nos pasa llegará a su fin, y nosotros veremos la gloria de Dios y a Jesús nuestro Salvador venciendo a la muerte en su resurrección. El plan de Dios no es la muerte, sino la vida eterna que alcanzamos cuando tenemos a Jesucristo en nuestros corazones. Amén.

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