PARA EL CAMINO

  • Perdonados, perdonamos

  • septiembre 11, 2011
  • Rev. Dr. Gregory Seltz
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 18:21-35
    Mateo 18, Sermons: 3

  • Hoy se cumple otro aniversario del día en que, como resultado de un ataque terrorista, perdieron la vida miles de personas y fueron destruidas las torres gemelas de Nueva York. ¿Es justo que en un día como hoy hablemos sobre el perdón? ¿O deberíamos más bien hablar sobre la justicia?

  • Recién comenzaba a aclarar en la ciudad de Los Ángeles. Eran las 6:00 de la mañana del martes 11 de septiembre del 2001. Mi esposa, que acababa de llegar a su trabajo, me llamó por teléfono y me dijo que prendiera el televisor. Su tono de voz denotaba tal urgencia, que enseguida supe que algo no estaba bien. Bajé corriendo las escaleras, prendí el televisor, y las imágenes que vi me dejaron horrorizado: una de las torres gemelas de Nueva York estaba incendiándose, luego de haber sido embestida por un avión comercial. La gente miraba desde la calle, preguntándose qué había pasado, cuando de pronto, delante de sus ojos, y de los míos, de la nada apareció otro avión que embistió contra la otra torre. Un grupo terrorista había atacado las torres gemelas y el Pentágono con aviones de línea llenos de víctimas inocentes, con la intención de hacer estragos en el país, y la esperanza de crear caos en todo el mundo occidental.

    Los sucesos de ese día todavía están frescos en mi memoria. A mi familia y a mí nos tocaron muy de cerca, porque hacía muy poco que nos habíamos mudado de Nueva York a California. Cuando servíamos en una iglesia de Nueva York, todos los martes, como ese martes, teníamos estudios bíblicos en Wall Street. Muchos de mis amigos y miembros de la iglesia trabajaban en la zona de las torres. Nueva York es una ciudad ruidosa y ajetreada.

    Pero, según me dijeron, ese día quedó envuelta en un silencio como nunca antes. Ese día, el terror acalló el ajetreo de la vida normal, e hizo que nos preguntáramos si habría un ‘mañana’.

    En la lectura para hoy, Jesús instruye a Pedro sobre el perdón. Pero, ¿deberíamos hablar del perdón un 11 de septiembre? ¿No deberíamos más bien hablar de justicia? Los cristianos sabemos muy bien que la Biblia enseña que los seres humanos somos pecadores por naturaleza, y que sólo podemos ser salvos por la gracia que Dios obró a través de Jesucristo. El perdón de Dios para este mundo es justo… es el perdón que Jesús logró en la cruz y que nos ofrece a todos por medio de su gracia. Por lo tanto, aún un 11 de septiembre, la respuesta de Dios a los problemas de este mundo sigue siendo su gracia, su amor, y su perdón. Es por ello que me atrevo a decir que, lo que el mundo necesita hoy, es lo mismo que siempre necesitó: que quienes hemos sido perdonados, perdonemos.

    Pedro se acercó a Jesús, y le dijo: ‘Señor, si mi hermano peca contra mí, ¿cuántas veces debo perdonarlo? ¿Hasta siete veces?’ Jesús le dijo: ‘No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.’ Lo que caracteriza al perdón, la vida, y la salvación que Jesús ofrece al mundo, es que no es algo trivial o banal, sino que es algo bien concreto que ataca en forma directa al pecado y al mal.

    Cada persona tiene su propia idea de lo que significan las palabras perdón, misericordia y amor. Lamentablemente, la mayoría de las veces sus ideas son superficiales, pues las forman basándose en letras de canciones o en creencias populares. Yo no estoy hablando de un perdón y un amor superficial. De lo que estoy hablando es del perdón que Jesús justamente ganó en la cruz y misericordiosamente derramó sobre todos nosotros con el poder de su resurrección… un perdón que es nuestro a través de la fe, sólo por la gracia de Dios. Ese perdón, puesto en práctica por quienes hemos sido perdonados, es la única esperanza para el mundo.

    Es más: la fuerza del amor, la misericordia y el perdón de Dios son más necesarios que cualquier otro tipo de fuerza. Con esto no quiero decir que no necesitamos soldados que nos protejan de los terroristas, o policías que nos protejan de los ladrones o malhechores. Todos ellos también son bendiciones que Dios provee para nuestra protección. Pero no son la solución FINAL de Dios para el mundo. Si para tener vida abundante y alcanzar la salvación y la vida eterna todo lo que hiciera falta fueran ejércitos fuertes y bien organizados, entonces estaríamos en paz, porque los armamentos, las tácticas y los ejércitos que tenemos hoy superan todo lo que ha existido hasta ahora. Lamentablemente, seguimos necesitando de ellos porque hay personas a quienes sólo un ejército puede frenar o vencer. Pero tal fuerza no es la solución, ni nunca trató de serlo.

    El pecado es demasiado poderoso, incluso hasta para los soldados más valientes y fuertes. El pecado está enraizado en cada corazón humano, y ninguno de nosotros podemos desenraizarlo por nosotros mismos. Lo único que puede hacerlo es la gracia de Dios en Jesús. Cuando quienes hemos sido perdonados perdonamos, nos convertimos en extensiones de la gracia de Dios de tal manera que otros pueden ser cambiados por el poder de su amor. De eso es de lo que Jesús nos está hablando hoy. Pedro se acercó a Jesús, y le dijo: ‘Señor, si mi hermano peca contra mí, ¿cuántas veces debo perdonarlo? ¿Hasta siete veces?’ Jesús le dijo: ‘No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’.

    En general, todas las personas consideran que el amor, el perdón y la misericordia, son cosas muy importantes. ¿Qué sería del mundo sin ellas? ¿Cómo sería el mundo si entre nosotros no nos amáramos, no nos perdonáramos, o no nos tratáramos misericordiosamente? Sin lugar a dudas sería un lugar despiadado, brutal, y oscuro. Así es que sabemos que tales cosas son necesarias, pero la pregunta sigue siendo la misma: ‘¿Cómo hacemos para llevarlas a la práctica de la manera que Dios desea que lo hagamos?’ En el texto para hoy, Pedro está tratando de descifrarlo, por ello es que se le acerca a Jesús, y le pregunta si es suficiente con perdonar siete veces al hermano que peca contra él.

    El problema con la pregunta de Pedro es que es una pregunta legalista. En otras palabras, Pedro está diciendo: ‘Dios, ¿cuánto TENGO que perdonar?’ Al igual que muchos de nosotros, Pedro sabía muy bien que el amor, el perdón y la misericordia son cosas no sólo importantes, sino también necesarias. Pero su pregunta implica un deber: ‘Jesús, tú dime lo que TENGO que hacer (así lo hago bien), y yo me encargo del resto’.

    Y una vez más, Jesús lo sorprendió con su respuesta. Porque el amor y el perdón que nuestro mundo necesita superan aún nuestros mejores esfuerzos e intenciones. Jesús trata de ayudarle a Pedro a comprender que la vida, la salvación, y el perdón, son regalos poderosos que Dios nos da para que podamos vencer el pecado y el mal en este mundo, y que lo que más importa es nuestra relación con Dios. En otras palabras: Jesús trata de mostrarle a Pedro cómo vivir en la gracia de Dios. Porque una de las cosas más difíciles en la vida es aceptar el perdón de Dios… y otra de las cosas más difíciles es perdonar a quienes nos han hecho mal. ¡Y estas dos cosas son las que Jesús nos está proponiendo!

    Jesús continúa su conversación, hablando sobre el siervo que le debía dinero al rey. Su deuda era tan grande, que la vida no le alcanzaba para pagarla. En realidad no sólo le debía al rey, sino a todos los habitantes del reinado que, de una forma u otra, dependían de los recursos que ese dinero debía proveer. Por lo tanto, para que el rey le pudiera perdonar semejante deuda, debía pagarla de su propio bolsillo.

    Para entender mejor la magnitud de lo que esto significa, vamos a tratar de aplicarlo a nuestra vida haciendo un pequeño ejercicio. Primero suma todas las deudas que tengas: la hipoteca de la casa, préstamos en el banco, tarjetas de crédito, la cuota del auto y de otras cosas que hayas comprado en cuotas, las cuentas que tengas que pagar cada mes, etc. Una vez que tengas ese número, multiplícalo por mil, o incluso por diez mil. Da miedo, ¿no? Ahora supongamos que te llaman del banco y te dicen que tienes plazo hasta mañana para cancelar toda esa deuda. ¿Qué haces? Vas al banco inmediatamente, te reúnes con el gerente y, por más que sabes muy bien que no tienes cómo pagar todo lo que le debes, le suplicas que te tenga misericordia y le prometes que, si te extiende el plazo, se la vas a pagar toda. El gerente, por su parte, te explica que el banco necesita ese dinero, por lo que debes pagarlo todo en ese momento. Cuando te está diciendo esto, se acerca el gerente general del banco y te dice que tu deuda ha sido cancelada… que estás libre de toda deuda… que puedes irte a tu casa tranquilo.

    ¡Increíble! ¡En un abrir y cerrar de ojos, tu vida cambió completamente! Te vas de regreso a tu casa cantando y bailando por la calle, lleno de alegría, disfrutando de la nueva vida sin deudas que acabas de comenzar, cuando te encuentras con un compañero de trabajo que te debe cien dólares. ¿Cuántas veces perdonas una deuda tan ínfima, después que te han regalado miles de millones? ¿Cuántas veces le extiendes el plazo para pagar una deuda que sí puede pagar? Dicho en otras palabras: ¿qué clase de persona, luego de haber recibido el perdón de todas sus deudas, hace arrestar y encarcelar a alguien que le debe unos pocos pesos?

    Ese es el punto de las palabras de Jesús: Dios espera que tratemos a los demás con la misma misericordia con que él nos ha tratado a nosotros. Cuando tomamos en serio nuestra relación con Dios, cuando nos damos cuenta que lo único que merecemos es su condenación y su juicio, pero que lo que en realidad recibimos es su perdón, en nuestro corazón se produce un cambio que nos permite perdonar tanto a amigos como a enemigos… TANTAS VECES COMO SEA NECESARIO. Porque la fe cristiana es mucho más que cumplir la ley de Dios y hacer obras de caridad. La fe cristiana implica una relación del hombre con Dios… una relación que sólo es posible por medio de su gracia.

    Pero, como ya dijimos, si una de las cosas más difíciles de la vida es recibir el perdón de Dios, la otra cosa que le sigue en dificultad es el compartirlo. Quienes creemos en Jesús, sabemos que la fe es un regalo que recibimos de Dios por medio de su Espíritu Santo, y que la vida de fe supera nuestra capacidad natural. La vida cristiana es propulsada por el Espíritu Santo y alimentada por la Palabra de Dios. Por lo tanto, el desafío de Jesús a que perdonemos hasta «setenta veces siete», no debe sorprendernos. Porque, en otras palabras, él nos está diciendo: ‘¡Hagan lo mismo que yo hice por ustedes!’

    Los cristianos perdonamos a los demás porque Dios nos perdonó primero a nosotros, y nos reunimos con hermanos perdonados que también perdonan para practicar el perdón que hemos recibido. El perdón de Dios es la única solución para la humanidad pecadora. Sólo la gracia que él nos regala puede ablandar los corazones arrogantes y endurecidos. La justicia de Dios puede mantener al diablo a raya; pero sólo su gracia puede vencer el pecado y reconciliar enemigos. El perdón inmerecido, tanto el recibido como el compartido, es el poder de Dios para vida y salvación ahora y para siempre.

    Alberto Tomei es Juez de la Corte Suprema del Estado de Nueva York. Un joven estaba siendo juzgado en su tribunal por haber cometido un asesinato. El asesino, que ya tenía un largo récord de delitos, miró enojado y desafiante al jurado cuando fue leído su veredicto de culpable.

    La familia de la víctima había estado presente cada día de las dos semanas que había llevado el juicio. El día en que fue dictada la sentencia, su madre y su abuela pidieron para hablar. Cuando lo hicieron, ninguna de las dos se dirigió al jurado, sino directamente al asesino. Ambas lo perdonaron, diciendo: «Tú desobedeciste la regla de oro: ‘Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente’. Desobedeciste la ley que dice: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Yo soy tu prójimo.», le dijo la mayor de ellas. «Tú sabes mi dirección. Si quieres escribirme, te contestaré. Estuve aquí, en este juicio, durante quince días, y en los últimos dieciséis meses traté de odiarte. Pero, ¿sabes qué? No pude. En vez de odiarte te tengo pena, porque hiciste una muy mala elección.»

    El Juez Tomei escribe: «Por primera vez desde que había comenzado el juicio, la mirada del acusado había perdido la intensidad y agresividad que la caracterizaba, y se había entregado a una fuerza vital, a un amor edificante e incondicional que sólo esa madre y abuela pudieron generar. Luego que la abuela terminó de hablar, miré al acusado: tenía la cabeza caída; ya no quedaban rastros de arrogancia y desafío. Las fuerzas diabólicas y destructivas que antes lo dominaban se habían desplomado ante tan extraordinario despliegue de humanidad y misericordia».

    Esa abuela no rechazó la justicia temporal del momento, sino que enfocó la mirada del joven hacia algo aún más grande: la misericordia de Dios. Al hacerlo, liberó el poder que finalmente desafió al joven a ver lo que su vida todavía podía llegar a ser ante los ojos de Dios.

    A eso somos llamados los cristianos: a perdonar y a amar a los demás de la misma forma en que Dios, en Cristo, nos perdona y nos ama a nosotros. Este es el mensaje para todos los que de veras quieren saber si hay solución para el pecado y el mal que hay en el mundo. Eso es la misericordia y la gracia en acción, es la respuesta de Dios para el mundo lograda a través de la cruz y la tumba vacía de Cristo.

    Un 11 de septiembre como hoy nos recuerda que, a veces, es necesario usar la fuerza para mantener el orden en este mundo. Y por ello damos gracias. Pero esa no es la respuesta ni la solución para el mal y el pecado que viven en el corazón de cada ser humano. La verdadera respuesta y solución llama a los pecadores a la fe en Cristo, y los envía, ya perdonados, a servir a los demás en el nombre del Señor.

    Es mi oración que cada uno de ustedes sea capacitado para hacer la obra que Dios le ha encomendado hoy y siempre. Y que la paz de Dios reine en nuestro país en este día. Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén