PARA EL CAMINO

  • Perdonar generosamente

  • septiembre 24, 2023
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Isaías 55:6-9
    Isaías 55, Sermons: 4

  • A través de Isaías, Dios nos llama a que no caigamos en la tentación de apagar la luz del Evangelio para encajar en una sociedad que vive en la oscuridad, sino que nos volvamos a Él. Las iglesias están abiertas. La Biblia está a mano para mostrarnos el camino de Dios. La Santa Cena se celebra en las reuniones de los cristianos y los muchos hijos de Dios que mantienen su luz encendida en la sociedad oscura están dispuestos a escuchar, recibir y acompañar a quienes vuelven.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Quizás te sorprenda, estimado oyente, pero estas palabras de Isaías escritas hace más de dos mil quinientos años son más actuales de lo que quisiéramos. ¡Es como que algunas cosas nunca cambian! El mal sigue estando en el mundo destruyendo, matando, lastimando y engañando a las personas. Las repercusiones del pecado las vemos en la sociedad donde vivimos. La violencia en nuestras ciudades, los robos y las mentiras son simples muestras groseras de lo que sucede en la cultura en la que estamos inmersos. El apóstol Pablo lo sabía muy bien. Por eso, y para mantener a los cristianos en la fe y el gozo del Señor, les dice en su carta a los Romanos: «No adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto» (Romanos 12:2).

    Los cristianos que vivían en Roma corrían el riesgo de encandilarse por las «luces» de la gran ciudad y salirse del camino de la fe cristiana que habían aprendido de los misioneros, siguiendo en cambio el paso de los paganos. ¿Suena parecido a lo que nos pasa hoy? En nuestro mundo súper moderno y ultra comunicado, nos dejamos llevar por las costumbres de la sociedad donde vivimos. Somos tentados a seguir la corriente de quienes no conocen a Dios, y en vez de priorizar el nutrirnos y alentarnos con la Palabra de Dios junto con otros cristianos, nos tomamos los fines de semana para hacer otras cosas o ir a algún lugar favorito. Formamos familia sin necesidad de formar un matrimonio legal, total todo el mundo lo hace. Y si mi compañero de trabajo roba alguna cosa de la oficina o de la construcción o de la casa del vecino porque «nadie lo ve», tal vez yo puedo hacer lo mismo. Y si alguien me grita, yo le grito en respuesta y si alguien se venga de mí, yo buscaré la forma de vengarme de él. Y así, antes de que nos demos cuenta, nos salimos del camino de la fe que hemos aprendido. Hemos apagado la luz. Pasamos desapercibidos como cristianos. No denunciamos el mal ni alumbramos con la luz de Cristo, porque eso nos pone incómodos. Más vale nos acomodamos a la sociedad que, en definitiva, nos lleva por delante.

    «Busquen a Dios», dice Isaías. Qué, ¿acaso Dios se escondió? ¡Por supuesto que no! Los que se escondieron, confundiéndose con la sociedad pagana de su tiempo, fueron muchos judíos que vivían en Babilonia luego de haber sido deportados de Israel. Les resultó más cómodo ambientarse a la cultura pagana que seguir el camino de la fe. Se habían endurecido por su largo exilio fuera de su querida tierra y no creían que Dios pudiera hacerlos volver a su patria mediante la ayuda y el generoso apoyo de Ciro, el rey pagano. Para ellos es este mensaje.

    Isaías reclama con insistencia que estos judíos busquen a Dios, ¡mientras todavía hay tiempo! Dios todavía puede ser hallado, y los judíos sabían dónde encontrarlo: en su Palabra. «Que dejen los impíos su camino, y los malvados sus malos pensamientos», dice Isaías. Esos impíos no son los incrédulos, los paganos que no conocieron a Dios, sino los creyentes que habían abandonado el camino de la fe. Los paganos no pueden volver a dónde nunca estuvieron. Solo los que conocieron el amor y la misericordia de Dios conocieron al Dios verdadero. Ellos son los que están llamados a volver.

    Este llamado es el que, a través de los siglos, nos extiende Isaías a todas las generaciones de cristianos que sufrimos la tentación de apagar la luz del Evangelio para pasar desapercibidos y encajar en una sociedad que vive en la oscuridad, que no ha conocido el amor y la misericordia de Dios.

    Tal vez la excusa de los judíos que se habían acomodado a la sociedad incrédula haya sido que no entendían a Dios. Si Dios los había llamado a ser su pueblo, ¿por qué los sacaba ahora de su tierra y los plantaba en una sociedad extraña y altamente pecaminosa? ¿Por qué trataba así a los que Él mismo había llamado a ser sus hijos?

    Quizás tú, estimado oyente, tengas preguntas similares. Quizás te hayas preguntado: ¿Por qué Dios permite que me pasen estas cosas? ¿No es acaso un Dios de amor? ¿Por qué, entonces, no me alivia el sufrimiento? Yo lo he hecho, sin obtener respuesta. Pero con el tiempo aprendí que es mejor que no me responda. ¿Te imaginas qué haríamos si Dios nos explicara sus planes y cómo los lleva a cabo? ¡Armaríamos un escándalo! No los entenderíamos, no querríamos entenderlos. Imagínate que Dios te dijera el día en que vas a morir. ¿Cómo vivirías los días que te quedan?

    Los planes de Dios son maravillosos. El profeta Jeremías lo pone de esta manera: «Solo yo sé los planes que tengo para ustedes [dice el Señor], son planes para su bien, y no para su mal, para que tengan un futuro lleno de esperanza» (Jeremías 29:11). Pero Dios no nos dice cómo ejecutará sus planes, y eso es lo que nos molesta: que no entendemos sus planes. El discípulo Pedro se molestó mucho con Jesús porque no entendió ni le gustó que Jesús le dijera que iba a ser entregado a la justicia de los gentiles, crucificado, muerto y sepultado, pero que al tercer día Él resucitaría. «No», dijo Pedro, «no permitas que eso te pase». ¡Como si Pedro supiera más que Dios! Pedro tomó a Jesús aparte y trató de convencerlo de que así no se hacía, y todavía trató de hacer como él pensaba que había que hacer, y la noche en que Jesús fue arrestado, Pedro sacó la espada y lastimó un soldado. Por la fuerza Pedro quiso hacer del reino de Dios un reino a su manera. Pedro se había conformado a la sociedad de su tiempo, y no podía pensar diferente (ver Mateo 16:21-23 y 26:51).

    ¿Entendemos ahora por qué Dios dice: «Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni son sus caminos mis caminos»? A Dios no hay que entenderlo, a Dios hay que creerle. Al momento en que creemos saber cómo es Dios y cómo obra, él deja de ser Dios. Convertimos al Dios todopoderoso, creador del cielo y la tierra, creador del universo y todo cuanto en él existe, en un diosito al que nosotros le adivinamos el pensamiento y queremos controlar. Cuando la Sagrada Escritura dice en Deuteronomio 32:39 «Reconozcan ahora que yo soy Dios… Yo doy la vida, y yo la quito; yo hiero de muerte, y yo devuelvo la vida, y no hay nadie que pueda evitarlo», nos está pidiendo que reconozcamos su poder y su autoridad, y no que indaguemos cómo piensa.

    Dios nos llama hoy a todos los creyentes, incluyendo a los creyentes que se han escondido de Él acomodándose a nuestra sociedad pecaminosa y altamente dañina. Vuélvanse. Den media vuelta. El Nuevo Testamento usa para esta figura la palabra arrepentimiento. Arrepiéntanse, den la vuelta. Dios todavía puede ser hallado. Las iglesias están abiertas, la Biblia está a mano para transmitirnos la Palabra de Dios. La Santa Cena se celebra en las reuniones de los cristianos y los muchos hijos de Dios que mantienen su luz encendida en la sociedad oscura están dispuestos a escuchar, recibir y acompañar a los que vuelven.

    Tal vez hay alguno entre ustedes que está escuchando este mensaje que piensa, «pero, es que hice algo tan malo que no merezco el perdón de Dios ni de nadie. No me da la cara para volver. Tengo vergüenza, ¿qué van a decir aquellos de la iglesia que me conocen?» Ellos dirán: bienvenido. Ellos todavía están en la iglesia porque saben, como tú, que no se merecen nada de parte de Dios. Los cristianos hemos aprendido que nuestros pensamientos no son los pensamientos de Dios. Sus caminos no son los nuestros. Nosotros pensamos en venganza, ajuste de cuentas, invertimos nuestro tiempo en rencores y rabias que maquinan formas de buscar la paz a los gritos y hasta con violencia. No, de ninguna manera esos son los caminos de Dios. Toda la violencia y toda la rabia del mundo fue puesta sobre los hombros de Cristo, quien los llevó a la cruz para ajustar cuentas con el Padre en los cielos y declararnos libres de culpa. En ese momento una nueva sociedad comenzaba, la sociedad de los del Camino. Así fue como fueron llamados al principio los seguidores de Jesús. Se los conocía como «los del Camino» (ver Hechos 9:2; 19:9; 24:14). No es de extrañar que a la iglesia se los identificara con un camino nuevo porque los testigos del Cristo resucitado presentaban al Hijo de Dios, el salvador del mundo, como «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6).

    Ese camino era totalmente diferente a la sociedad pagana de ese tiempo, porque presentaba los pensamientos de Dios en forma de gracia, amor y compasión. Para eso Dios nos llama al arrepentimiento: para que veamos que nuestros caminos son demasiado peligrosos para nuestra fe y nuestro futuro eterno. El pecado todavía sigue insistiendo en apartarnos del camino, de Cristo y su buena voluntad de protegernos, amarnos, perdonarnos y acompañarnos hasta el fin de nuestros días.

    El llamado a volverse, el llamado al arrepentimiento es un llamado a mirar por dónde estamos caminando. Es un llamado a que reconozcamos nuestro pecado y nuestra necesidad de Dios. ¿Te has dado cuenta de que en su llamado Dios nos dice qué es lo que tiene para nosotros? ¿Qué encontramos cuando venimos a Dios? Isaías nos recuerda esto: «¡Que se vuelvan al Señor, nuestro Dios, y él tendrá misericordia de ellos, pues él sabe perdonar con generosidad!». No pasemos por alto esta invitación que promete tanto. Dios perdona a todos los arrepentidos, y lo hace con generosidad. Dios nunca pone condiciones. Él nunca dice: «Te perdono por esta vez». No, el perdón de Dios es generoso, cubre todas aquellas cosas que pensamos en la oscuridad de nuestra mente, aquellas cosas agresivas que hicimos sin querer, o queriendo. Dios es tan generoso que ha cubierto el pecado que heredamos de nacimiento lavándonos en las aguas del Bautismo, donde él promete: «El que crea y sea bautizado, se salvará» (Marcos 16:16).

    Mira a tu Padre celestial que te espera con los brazos abiertos. Mira a Cristo, el camino, que va a tu lado, llevándote de la mano en medio de las oscuras sendas de esta sociedad perdida. Mira al Espíritu Santo, quien con la generosidad propia de Dios te trae a la fe, te llama sin cesar, te consuela mostrándote a Cristo y te recuerda las promesas de resurrección y vida eterna que Dios nos dejó en su Palabra santa.

    Estimado oyente, puedes estar firmemente seguro de que el llamado que Dios hace mediante el profeta Isaías es también para ti. Dios está cerca y te está esperando con los brazos abiertos para compartir generosamente contigo los dones del perdón y la salvación eterna. Si aún tienes preguntas o si quieres ampliar tu conocimiento de la Palabra de Dios, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.