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PARA EL CAMINO
TEXTO: Mateo 14:29-31
En el mundo destrozado y lleno de pecado en que vivimos, los problemas nos llegan como las tormentas y hacen que el temor se apodere de nosotros. ¿En qué o en quién depositas tu confianza en esos momentos?
¿Alguna vez has estado en medio de una tormenta que realmente te asustó? En un mundo destrozado y lleno de pecado, los problemas nos llegan como las tormentas, y hacen que el temor se apodere de nosotros. Recordemos algunas tragedias de las que fuimos testigos en estos últimos tiempos… el tsunami de Japón, los tornados e incendios en los Estados Unidos, las hambrunas en África… y la lista sigue.
Tarde o temprano sufrimos problemas, desgracias, o temores. Quizás no sean visibles a los demás, pero igual son dolorosos. Tal vez tú tengas un problema personal o una enfermedad, o quizás estés sintiendo la presión de esta economía, o perdiste el empleo en el momento en que más necesitabas de él. Los problemas y los temores llegan, y a menudo nos dejan sin aliento y sin fuerzas, como un barco a la deriva maltratado por las olas. Cuando eso nos sucede, nos sentimos tentados a creer que estamos completamente solos y sin esperanza.
Posiblemente eso sea lo que Pedro estaba pensando ese día en la barca. Allí estaba él con sus compañeros, siendo azotados por el viento y las olas. El éxito de la alimentación de casi quince mil personas con unos pocos panes y peces, pronto se ve opacado por el terror de una tormenta en medio del mar. Y tristemente en un primer momento, cuando él y sus compañeros ven a Jesús venir caminando sobre el agua, ni siquiera lo reconocieron. ¡Tanto era el miedo que tenían! Sí, tuvieron que haberse sentido realmente mal en ese momento en que estaban completamente a merced de las olas, sabiendo que en cualquier momento podían hundirse.
¿Qué haces tú cuando sientes que estás por hundirte en los problemas de la vida? ¿En qué o en quién confías en esos momentos?
Phyllis, una escritora cristiana, dice que cuando se encontró con la terrible realidad de un cáncer de mama recurrente, y el miedo trató de apoderarse de ella, lo primero que hizo fue tratar de encontrar consuelo en las estadísticas. Esto es lo que escribió en un libro:
«‘Estarás bien’, me dijo la enfermera que me llevaba por el pasillo del hospital, ‘el ochenta por ciento de los bultos no son cáncer’. Yo suspiré. Hasta ahora, las estadísticas no estaban a mi favor. El bulto en mi pecho, que era lo suficientemente grande para ser visto a simple vista, no había aparecido en una mamografía. La predicción de la enfermera tampoco fue acertada: tenía cáncer de mama.
¿Cómo es posible que, años después de sobrevivir a una mastectomía y tratamiento para el cáncer, siguiera aferrándome a las estadísticas de sobrevivientes como un mosquito se aferra a una lámpara de luz? El tamaño de mi bulto, más cinco nódulos positivos, hacían que mi promedio de vida de cinco años fuera de menos del 25 por ciento. Como dijo un médico: ‘Sólo quizás el 10 por ciento de los pacientes con este tipo y en esta etapa de cáncer se curan, pero dentro de ese 10 por ciento, sus probabilidades son 0 ó 100 por ciento’.
Entonces, ¿por qué me aferré a las estadísticas? ¡Por miedo! Porque el cáncer nos atropella y nos tira al piso, y lo único que se nos ocurre hacer es aferrarnos a las estadísticas, o a los médicos que las citan, para aliviar nuestros temores.»
Entonces, ¿qué hacer cuando estamos realmente asustados?
El mensaje del texto elegido para hoy es bien claro: quienes tenían miedo eran los discípulos que estaban en la barca en medio de la tormenta, pero quien se acercó a rescatarlos fue Jesús. Dicho de otra manera: no se trata de si en medio de tus temores puedes llegar a Jesús, sino de si Jesús puede llegar a ti. Jesús se acercó a sus discípulos en medio del viento y las olas, llamando a Pedro a que se bajara de la barca y fuera caminando a su encuentro. Cuando sientas que te estás hundiendo, cree en las palabras más poderosas de este texto. Pedro dijo: «- ¡Señor, sálvame! – En seguida Jesús (quien estaba parado sobre el agua, en medio de las olas) lo sujetó».
¿Qué podemos aprender de esta lectura? En primer lugar, que cuando pasamos por problemas que nos atemorizan, lo primero que hacemos es confiar en nosotros mismos para solucionarlos. Nuestra primera intención parece ser siempre: ‘me haré cargo de esto’, o bien: ‘hablaré con algunas personas para que me ayuden, y juntos lo vamos a solucionar’. Si bien no estoy en contra de la «autosuficiencia», incluso a Dios mismo le gusta ver a sus hijos «remangarse la camisa y ponerse a trabajar», nuestra primera intensión debería ser acudir a Aquél que nos creó y nos redimió. Pero, lamentablemente, la mayoría de las personas casi nunca llega a dirigirse a Dios.
De alguna manera, los seres humanos hemos concluido erróneamente que todos los problemas que tenemos están relacionados con la falta de dinero. En otras palabras, creemos que todos nuestros problemas se resolverían si tenemos todos los recursos que creemos que necesitamos.
El ‘Titanic’ fue, en su momento, el barco de pasajeros más grande y lujoso del mundo, y una de las grandes maravillas de la industria moderna. Su historia se convirtió en una historia épica moderna sobre la valentía y extralimitación de la humanidad. Se lo construyó y consideró como el «buque imposible de hundir», un testimonio flotante del ingenio y la habilidad de la humanidad para superar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. ¿Quién podía imaginar un edificio enorme y lujoso flotando con tanta gracia y fuerza en medio del inmenso y vasto océano? ¿A quién se le iba a ocurrir que un simple témpano, flotando perezosamente en el océano, sería capaz de romper la coraza de semejante buque en su viaje inaugural, como si no fuera más que una endeble lata de aluminio?
De la misma manera, ¿qué nos sucede a nosotros cuando lo que nos sostiene no es suficientemente grande o seguro? ¿Qué te sucede a ti cuando estás en medio de una poderosa tormenta y ya ni un barco, ni tu fuerza física, emocional o mental, es capaz de ayudarte a superarla? ¿Qué haces cuando lo único que sientes es miedo? Lamentablemente, recién cuando nos damos cuenta que estamos totalmente derrotados y desvalidos, es cuando nos dirigimos a Dios. Y aún así, al igual que Pedro, no estamos recurriendo a Dios por fe, sino por miedo. Es como si dijéramos: «Disculpa Dios, pero ¿acaso no ves el viento y las olas que están por hundirme? Ya hice todo lo que pude. ¿Cuándo vas a ayudarme?» Esto también es una comprensión equivocada de quién es Dios, y de todo lo que su bendición y poder significan para nosotros.
En Romanos 5:8, el apóstol Pablo dice que «cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros», o sea que la provisión de Dios para nuestra vida y salvación viene a través de lo que Cristo hizo, como un regalo de su gracia. Por lo tanto, la fe cree en la bondad y misericordia de Dios antes, durante e incluso después de las tormentas de la vida.
Pero los problemas y los temores llegan, y con ellos somos tentados a desviar la mirada de Aquél que camina sobre el agua por nosotros. Hoy Jesús nos llama, así como llamó a Pedro, a confiarle a él nuestros miedos, y a recordar, una vez más, quién tiene el control y el dominio sobre todas las cosas. Entonces:
Dice la lectura para hoy: «Pero al sentir el viento fuerte tuvo miedo, y comenzó a hundirse. Entonces gritó: ‘¡Señor, sálvame!’ Enseguida Jesús le tendió la mano y, sujetándolo, lo reprendió: ‘¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?'»
«‘¡Señor, sálvame!’ Enseguida Jesús le tendió la mano y lo sujetó'».
Todos los que están pasando por alguna tragedia, crisis, o dificultad, y tienen miedo, ¡escuchen! Todos los que están preocupados por las cosas que suceden en nuestras comunidades, y por lo que pueda suceder en el futuro, ¡escuchen! Todos los que luchan con problemas y enfermedades en sus mentes y corazones, ¡escuchen!: Dios actúa aún en medio de todos los miedos que nos paralizan.
Quisiera poder decirles que otra lección importante del texto de hoy es hacer como Pedro, y mirar a Jesús en cuanto uno siente miedo. Pero lamentablemente eso no es lo que él hizo. Por el contrario, cuando Pedro sintió miedo, quitó su mirada de Jesús… y comenzó a hundirse. En ese momento, todo lo que pudo hacer fue gritar: «¡Señor, sálvame!»
Aquí podemos aprender una lección importante: la mayoría de las personas cree que lo que hace actuar a Dios es nuestra fe. Pero en realidad es al revés: Dios actúa para que tengamos fe.
Navidad, Pascua… Dios actúa. Jesús se aparece a los discípulos que estaban en la barca… Dios actúa. Jesús viene a nosotros en su Palabra, a través del Bautismo y de la Santa Cena… Dios actúa. Dios está siempre actuando para que tengamos fe en él.
Esta lección nos enseña que Jesús puede rescatar a quien se está hundiendo… por lo que también puede rescatarnos a ti y a mí. Jesús nos rescata y nos sujeta con su gracia, con su perdón, y con su misericordia. Nos sujeta con la firme promesa de que Dios está de nuestro lado. Nunca hubo duda en esta lección, ni en ninguna otra parte de la Biblia, acerca de quién está cuidando a quien.
Me pregunto por qué tantas personas no comprenden el increíble mensaje de este texto. Jesucristo, Dios hecho carne, vino a salvarte, a ayudarte con los problemas de tu vida, a capacitarte para ayudar a otros con los problemas de sus vidas, a hacerte suyo en este mundo y por la eternidad. Pero, pensándolo bien, creo que sé por qué tantas personas no pueden ver más allá de la imagen del milagro de Jesús caminando sobre el agua.
Tengo un amigo que es un brillante profesor de ciencia en la Universidad Concordia en California. Además, es una de las personas más espirituales que conozco. Esto es lo que él dice: «El hombre moderno se muestra escéptico a los milagros, pero yo sostengo que ese escepticismo es injustificable. Basta con mirar a Jesús caminando sobre el agua. En los últimos cien años, nuestra comprensión científica sobre la naturaleza del agua se ha incrementado de una manera increíble. Hoy sabemos que, porque el agua líquida es más densa que el hielo, el hielo flota en el agua líquida. También sabemos por qué los copos de nieve tienen las formas que los caracterizan. No solamente conocemos la fórmula química del agua, H2O, sino que sabemos exactamente la longitud, la fuerza, y el ángulo de enlace de la molécula de agua. Conocemos una cantidad increíble de cosas sobre los átomos de hidrógeno y oxígeno que componen el agua. Sabemos que hay más de doce formas de hielo, y sabemos cómo obtener cada una de esas formas utilizando alta presión. Basándonos en nuestro conocimiento del agua y en los instrumentos y la tecnología científica que está a nuestra disposición, tenemos el poder de hacer cosas con el agua que para un científico de hace ciento cincuenta años habrían parecido casi un milagro.»
Ahora pensemos en Jesucristo, Dios y Creador, cuyo conocimiento, entendimiento y poder sobrepasa todos los aspectos de su creación, incluyendo esas moléculas de agua que estaban debajo de sus pies en el mar de Galilea, y supera por lejos cualquier cosa que los mejores científicos del mundo conocen y pueden hacer con el agua en la actualidad. ¿Es de sorprendernos que Dios pudiera caminar sobre el agua? Por lo tanto, el escepticismo del hombre moderno con respecto a los milagros de Jesucristo se debe a dos fracasos: primero, el fracaso en poner en práctica la imaginación científica; segundo, el fracaso de la lógica.
Ahora, entonces, utilicemos nuestra imaginación, y pensemos que el mismo Jesús que creó y redimió al mundo y que hizo que las moléculas del agua obraran a su favor, es quien nos dice: «No me des sólo tus miedos; dame también tu fe, tu vida, tus posesiones, tus talentos y habilidades, y luego entra en las tormentas de los demás, para que puedan ver que mi gracia también es para ellos… Y no temas, pues yo estaré contigo todo el tiempo».
¿Recuerdan a Phyllis, la paciente con cáncer que se afanaba por encontrar consuelo en las estadísticas? Escuchen a la conclusión que llegó. Escribe: «¿Qué hizo que me aferrara a las estadísticas? El miedo, la cruda realidad del cáncer. Sin embargo, en vez de aferrarnos a las estadísticas para aliviar nuestros temores, debemos aferrarnos a nuestro amoroso Padre celestial, que es el único que sabe cuánto tiempo vamos a vivir».
Tarde o temprano todos experimentamos problemas y sufrimos miedos, porque así es el mundo en que nos toca vivir. Pero el mensaje de la cruz y la tumba vacía nos dice que hasta la más terrible de las tormentas es pasajera para quienes confían en aquél que los cubre con su gracia, misericordia y paz. De hecho, la alegría de este lado del cielo no es solamente porque nuestros problemas personales son superados por la fe en Jesús, sino porque somos como extensiones de Dios que, a través nuestro, derrama su gracia a otros que están pasando por luchas y tormentas.
La Biblia no dice si Pedro volvió a caminar sobre el agua otra vez. Pero, ¿será que cuando su vida estaba en peligro en vez de asustarse por la fuerza de la tormenta mantuvo su mirada en Cristo? Si así fue, ¿podemos decir, en sentido figurado, que volvió a caminar sobre el agua nuevamente? Yo creo que sí. ¿Cuándo?
*En Pentecostés, luego que el Señor había resucitado y ascendido al cielo, Pedro, como en otras ocasiones, pudo haberse sentido solo. Pero en vez de eso, se paró y predicó. Advirtió a los presentes acerca del juicio y llamó a sus amigos y compatriotas a tener fe solamente en Cristo. ¡Pedro caminó sobre el agua!
* Cuando Pedro se paró frente los gobernantes de la época, tanto los que odiaban a Jesús como los creyentes, valientemente proclamó a Jesús como su Señor y Salvador, sabiendo que al hacerlo se estaba arriesgando a morir. ¡Pedro caminó sobre el agua!
* Finalmente, Pedro dio su vida por la fe y nunca dejó de predicar, de tal manera que incluso nosotros hoy en día sabemos que es Dios quien realmente se ocupa de nosotros y nos sostiene. ¡Pedro caminó sobre el agua!
Yo sé que habrá momentos en mi vida en los que tendré miedo; sé que muchas cosas no saldrán de acuerdo a mis planes. Pero estoy empezando a darme cuenta de quién es el que me sostiene, aún en medio de mis miedos. El Salmo 23 dice: «Aunque deba yo pasar por el valle más sombrío, no temo sufrir daño alguno, porque tú estás conmigo». A ti y a mí Jesús nos da su bendición, su paz, y su perdón, aun cuando para hacerlo tenga que caminar sobre el agua. Y esto ciertamente nos desafía a arriesgarnos a amar y vivir la vida bajo sus términos, a ser su iglesia y su pueblo por fe para los demás aquí y ahora.
Su amor me sostiene cuando me estoy hundiendo, y ni siquiera me preocupo cuando me pregunta: «¿Por qué no confías más en mí?» Porque sé que incluso con esa pregunta está fortaleciendo mi fe en él. Tenga o no tenga miedo, conozco a Jesucristo, que es mi fuerza y mi fuente de vida y salvación. Oro para que hoy él sea también tu fortaleza. Deja que tus temores sean conquistados por una fe que confía en Jesucristo, hoy y por siempre. Amén.
Si de alguna manera podemos ayudarte a depositar tu confianza en Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.