PARA EL CAMINO

  • ¿Por qué has venido, Jesús?

  • marzo 28, 2021
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • Notas del sermón
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 12:20-33
    Juan 12, Sermons: 1

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    Para todos los cristianos se inicia hoy la celebración de la semana más significativa en la historia del mundo. Tal vez celebremos este día con ramas y palmas, como ha sido la costumbre durante siglos en la iglesia cristiana. Hoy recordamos con admiración que el Rey de Reyes entra en Jerusalén montado en un burrito, acompañado por una gran multitud. Celebramos este día también como el Domingo de la Pasión, marcando así el comienzo de la semana donde suceden los hechos más trágicos en la vida de Jesús, que terminan con su victoriosa resurrección.

    Hoy es también un día muy especial para mí y para mis hermanos, porque se cumplen cien años del nacimiento de nuestra madre. Hoy ella ya no está con nosotros, sino con la compañía de salvados que esperan la segunda resurrección. Comento esto porque tanto mi madre como mi padre me enseñaron más de la fe y de la obra de Cristo con su forma de vida, que con discursos. Sin lugar a duda, todo lo que me dijeron acerca de Dios fue importante, pero sus actitudes y su estilo de vida fueron el sello que afirmó mi fe. Estoy profundamente agradecido por ellos.

    De la misma manera, los discursos del Señor Jesús enseñaron mucho. Los evangelios registran que asombraba a las multitudes con su enseñanza y con la autoridad con la que impartía la sabiduría de Dios. Los apóstoles y evangelistas pusieron mucho cuidado en escribir al pie de la letra lo que escucharon de su Señor. Jesús, además, afirmó sus enseñanzas haciendo muchos milagros, los cuales sirvieron como señales para apuntarlo a él como el Mesías prometido y el Salvador del mundo. Cuántas cosas más hizo Jesús, no lo sabemos, posiblemente más de las que nos imaginamos. Al final de su evangelio, en el capítulo 21 versículo 25, el evangelista Juan dice que «Jesús también hizo muchas otras cosas, las cuales, si se escribieran una por una, pienso que ni aún en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir».

    Jesús hizo muchas cosas para salvarnos y para traernos a la fe. Hoy recordamos la más importante: su Pasión. Durante esta semana, Jesús decidió escribir su amor por nosotros en forma diferente. El Señor usó su cuerpo como su mano, su sangre como la tinta y la cruz como el cuaderno donde escribir la historia más importante del mundo. Su sufrimiento, crucifixión y muerte nos hablan más fuerte que cualquier palabra que él haya expresado. Esa acción de Jesús es un testimonio de su amor por la humanidad perdida. Si le preguntáramos: «¿A qué has venido, Jesús?» Nos respondería: «He venido a mostrarles cuánto los amo».

    Los evangelios relatan que Jesús entró a Jerusalén entre gritos de alegría y alabanzas. Ahora está en el templo, donde hay algunos griegos que lo quieren ver. Estos griegos fueron a Jerusalén como simpatizantes de la religión hebrea, ya que muchos de su etnia estaban desilusionados de sus muchos dioses y sentían admiración de que el pueblo hebreo solo tuviera un Dios y una moral y una ética a toda prueba. Ahora tenían la oportunidad de ver a aquel de quien todos hablaban, y quien, por lo que habían escuchado, seguramente tendría algo que ver con el Dios de los hebreos.

    Felipe y Andrés son los únicos dos discípulos que tienen un nombre griego. Ambos eran oriundos de Betsaida, una ciudad multicultural donde se hablaba arameo y griego. Ellos sirvieron de nexo entre los gentiles, que estaban en las inmediaciones del templo, y Jesús. Observemos el cambio de ambiente. Momentos antes Jesús entra a Jerusalén, la ciudad de David, aclamado con alabanzas de parte del pueblo hebreo. En esas aclamaciones sale a relucir la religiosidad del pueblo de Dios, quienes se conectan en forma natural con Jesús porque saben que el Mesías iba a venir de su propio pueblo. Pero de pronto aparecen gentiles interesados en Jesús. Y la reacción de Jesús es sorprendente ante esta aparición. Solo dice: «Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado.»

    No me cabe duda de que Felipe y Andrés lo miraron con asombro, como tantas veces cuando no entendían las palabras de su maestro. Por eso Jesús les explica lo que significa que tenga que ser glorificado: «De cierto les digo», les dice Jesús, «que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, se queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.» La glorificación es algo bien concreto. No es ni laureles ni fiesta, sino traición, abandono, sufrimiento, muerte por crucifixión y sepultura. Pero la glorificación incluye también su levantamiento. Jesús fue levantado en una cruz como si fuera un criminal vergonzoso, pero luego Dios lo levantó de la tumba como el héroe que, por su obediencia a la voluntad del Padre, venció a Satanás y a la muerte. Y luego de su resurrección Jesús fue llevado a los cielos, desde donde reina exaltado sobre todos los reinos de la tierra.

    Nada de eso comprendieron sus discípulos cuando Jesús dijo que tenía que ser glorificado. Solo entendieron su glorificación cuando el Espíritu Santo vino en Pentecostés y les abrió el corazón y la mente. Mientras tanto, Jesús sigue hablando y abre su corazón ante sus discípulos, reconociendo algo que nadie se hubiera imaginado. Jesús les dice: «Ahora mi alma está turbada. ¿Y acaso diré: ‘Padre, sálvame de esa hora’? ¡Si para esto he venido!» Con cuanto temor y temblor Jesús nos dice para qué ha venido: para salvarnos a nosotros. Pero ¿por qué la turbación? Porque todos nuestros pecados se le van a venir encima y lo van a llevar a la cruz, como si él mismo estuviera en falta ante su querido y santo Padre. ¡Cuánta vergüenza! ¡El santo Hijo de Dios es crucificado para lograrnos el perdón completo de todos nuestros pecados!

    ¡Y cuánto amor! Jesús se ofreció voluntariamente, asumiendo el costo de nuestra liberación. Se puso como meta romper la barrera que nos separaba de Dios y edificar el camino de la reconciliación con Dios, sin quitar la vista de esa meta. Se ponía en la mente la imagen de nosotros siendo salvados y entrando en las mansiones celestiales que él mismo prepararía. El escritor de la carta a los Hebreos resume esto en forma magistral. Al comienzo del capítulo 12 nos dice: «Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios.»

    El Señor Jesús usó la tan conocida actividad agrícola de sembrar y cosechar para explica que con su muerte él produjo muchos frutos, entre los que nos encontramos tú y yo. Todos los cristianos somos el fruto de esa semilla que fue sembrada después de la crucifixión. La muerte de Jesús produjo frutos de vida eterna. No hay otro camino. Solamente cuando la semilla muere puede producir frutos. Y esto Jesús lo aplica también a nosotros. Sus palabras parecen incongruentes porque si Dios es el autor de la vida, ¿por qué nos pide que aborrezcamos la vida en este mundo para poder tener vida eterna? Porque la vida en este mundo está cargada de pecado y de egoísmo. En nuestro idioma castellano, cabe mejor traducir el versículo 25 de la siguiente manera: «El que ama esta vida física y terrenal, perderá la vida eterna, pero el que le da prioridad a la vida espiritual la guardará para vida eterna.»

    En forma práctica, Jesús nos pide que no le prestemos tanta atención a las cosas de este mundo, porque nos distraen de la voluntad del Padre celestial. Porque hemos resucitado en nuestro bautismo junto con Cristo a una nueva vida, nuestro enfoque cambia y se imprime en nuestra mente la imagen de la vida eterna junto a todos los salvados y a los ángeles en el cielo y a Dios mismo estando en medio de nosotros. San Pablo lo explica en forma muy esperanzadora en 1 Corintios 15:42-44, donde dice: «En la resurrección de los muertos, lo que se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción; lo que se siembra en deshonra, resucitará en gloria; lo que se siembra en debilidad, resucitará en poder.» Nosotros resucitaremos con forma incorruptible porque Jesús comparte con nosotros su glorificación. Esa fue su muestra de amor por nosotros que sin mezquindad nos ofrece el fruto de su muerte. Su muestra de amor se hace todavía más evidente cuando nos damos cuenta de que Jesús nos ahorró a nosotros ir a la cruz. Él se ofreció para ir en nuestro lugar. Después de todo, para eso vino a la tierra.

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a recibir todos los beneficios de la glorificación de Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.