PARA EL CAMINO

  • Primero lo primero

  • agosto 8, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 12:29-31
    Lucas 12, Sermons: 6

  • La mayoría de las personas han dejado de lado las prioridades del Creador para aceptar las sugerencias pecaminosas de Satanás. A pesar de la desobediencia, el Dios Trino continúa amándonos y sus prioridades incluyen perdonarnos y salvarnos.

  • Margarita conducía muy bien; en realidad, era una excelente conductora. Cuando se sentaba al volante se concentraba tanto, que a lo único que le prestaba atención era al tráfico… lo que quiere decir que ni se daba cuenta cuando se le prendían luces en el tablero. Y así fue que un día, mientras iba por una autopista, el automóvil se le paró. Como iba por la línea de la derecha, logró salir de la autopista y detenerse en la banquina. Allí se quedó, dentro del auto, hasta que, pasados unos diez minutos, apareció un patrullero. El oficial le pregunto: «¿Se encuentra bien? ¿Qué sucede?» Margarita le dijo que sí, que se encontraba bien, pero que el automóvil no quería andar. El oficial levantó el capó y comprobó que no había nada fuera de lugar, así que se sentó en el auto y trató de hacerlo arrancar, pero sin suerte (cosa que a Margarita la dejó aliviada, pues no quería hacer un papelón delante del oficial). Entonces le preguntó: «¿Cuándo fue la última vez que le puso gasolina?». Ella no se acordaba, pero sí se acordaba ahora que el esposo le había dicho hacía unos días que parara en la estación de servicio para llenar el tanque, pero ella había decidido dejarlo para otro día, y después se había olvidado. Por supuesto que no tenía ninguna intención de decirle eso al oficial, por lo que le contestó: «No sé». Entonces el oficial le dijo: «Hasta donde yo sé, lo que sucede es que se ha quedado sin gasolina». «¿Qué no tengo gasolina?», le respondió. «Entonces, ¿le va a hacer algo al motor si manejo así hasta mi casa?» Disfrutando de antemano el momento en que contaría esa historia a sus compañeros, el oficial, muy seriamente, le dijo: «Señora, estoy completamente seguro de que, si usted puede manejarlo así hasta su casa, no le va a hacer nada al motor».

    Ahora, no se enojen conmigo, porque no me estoy burlando de las mujeres. Estoy seguro que, si Margarita se hubiera dado cuenta de lo que dijo, hubiera elegido sus palabras con más cuidado. Pero, como estaba ofuscada por lo que le estaba sucediendo, no se dio cuenta de nada. Además, me sirve de ilustración para el tema del mensaje de hoy. ¿Cuál es el tema del mensaje de hoy? Algo muy simple: primero lo primero; debemos tener bien en claro nuestras prioridades. De lo contrario, los resultados pueden ser catastróficos.

    No hace muchos años una chica, sin quererlo, dejó encerrada dentro de su automóvil a su sobrina de 10 meses, con las llaves adentro. Tanto ella como la madre de la criatura entraron en desesperación al ver que no tenían cómo abrir el coche. Un vecino trató de hacer saltar la cerradura con una percha de alambre, pero no lo logró. A medida que iba pasando el tiempo la temperatura en el interior del automóvil subía cada vez más, y la pequeña se iba poniendo más aletargada. La situación ya se había convertido en una de vida o muerte cuando apareció un hombre en un camión de grúa. En un segundo buscó un martillo y rompió el vidrio trasero del automóvil, por donde pudieron rescatar al infante. Un poco más tarde, cuando alguien le preguntó qué le había dicho la madre del bebé, este hombre contestó: «La mujer estaba enojada conmigo porque le había roto el vidrio del automóvil. Yo pensé, ¿qué es más importante, el bebé, o el vidrio?». Primero lo primero; debemos tener en claro nuestras prioridades.

    Primero lo primero. A eso se refería Jesús en el texto del Evangelio de Lucas que hemos leído al comienzo de este mensaje. Y, ahora que lo pienso, de una u otra forma Jesús siempre hablaba de tener en claro las prioridades. Y tenía una razón para ello: él había visto con cuánta frecuencia las personas se equivocaban en el orden de sus prioridades. Jesús, el Hijo perfecto de Dios, había participado en la creación del mundo, por lo que conocía la perfección completa con que el mundo había sido entregado a nuestros primeros antepasados, y también sabía cómo Adán y Eva habían dejado de lado las prioridades del Creador para aceptar las sugerencias pecaminosas de Satanás. Ese acto de desobediencia cambió prácticamente todo. La armonía y la felicidad que Dios había instaurado fueron reemplazadas por la tristeza y el dolor del pecado. El puente que había entre el cielo y la tierra fue destruido, y en su lugar surgió un abismo imposible de sortear. La vida sin fin que Dios había dado fue estropeada y lastimada para siempre. Por no tener en claro las prioridades es que la muerte, tanto temporal como eterna, se convirtió en el fin para el hombre, la mujer, y el niño. Sí, el pecado ha destruido casi todo.

    Digo ‘casi todo’, porque hay algo que nuestro pecado no ha cambiado. A pesar de la desobediencia, la falta de respeto y el desprecio de la humanidad, contra toda lógica y razonamiento, el Dios Trino continuó amándonos. Por qué lo hizo, no lo sé. Si alguien me escupiera a mí en la cara, daría media vuelta y me alejaría; quizás, si pudiera, me vengaría; y con toda seguridad que no me olvidaría del insulto. Pero Dios eligió un camino diferente: un camino de perdón, de liberación, y de restauración que lo ofreció, por medio de su gracia, a este mundo solitario y perdido. Sabiendo que ninguno de nosotros íbamos a ser capaces de desprendernos del pecado que permea nuestros cuerpos, almas, y mentes, poco después de que la primera transgresión fuera cometida, el Señor prometió que su Hijo, su ÚNICO Hijo, vendría a este mundo para arreglar las cosas. Es que nuestra salvación fue la prioridad número UNO de Dios.

    Dios había mantenido primero lo primero, y Jesús estaba comprometido a ser el precio del rescate que habría de redimirnos, cumpliendo así la promesa del Padre de salvarnos. Jesús sabía que, si bien las personas caen con facilidad en las tentaciones del mundo y de Satanás, él iba a tener que resistir todas y cada una de las tentaciones que el diablo le hiciera. Como cumplimiento que era de la promesa de su Padre, Jesús sabía que cada palabra que saliera de su boca y cada acción que realizara, debía estar en armonía con la voluntad de su Padre en los cielos. No había espacio para fallar. Jesús sabía que, para que nosotros pudiéramos ser salvos, él tenía que vivir su vida de forma intachable y cumplir la Ley de Dios al pie de la letra. Jesús sabía que, si él mantenía claras sus prioridades, las prioridades de su Padre, sería condenado y moriría por las almas que había venido a salvar.

    Todo lo que Jesús sabía, el profeta Isaías, bajo la dirección del Espíritu Santo, ya lo había dicho. En el capítulo 53, Isaías dice acerca de Jesús: «Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos. Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz» (v. 3-5). Jesús sabía que su castigo nos traería paz, y que sus heridas nos traerían salud. Jesús sabía que la cruz del Calvario lo arrancaría de la tierra de los vivientes. Jesús sabía que, para que nosotros pudiéramos ser salvos, él iba a tener que ser clavado en una cruz donde ofrecería su vida como el sacrificio perfecto enviado del cielo para salvar a la humanidad. Sí, nuestra salvación fue la prioridad número UNO de Dios.

    ¿Comprende usted lo que esto significa? Con su muerte Jesús venció la muerte, que era el último y más temible de los enemigos de la humanidad. Tres días después que el cuerpo frío y sin vida de Jesús fuera enterrado; tres días después que el diablo y sus demonios hubieran bailado ante la noticia de la muerte del Hijo de Dios, el Señor viviente salió de la oscuridad de la tumba prestada. Para que no hubiera ninguna duda de que las cadenas de la muerte habían sido rotas para siempre, el Señor Jesús ofreció su cuerpo para que lo inspeccionaran: «Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo» (Lucas 24:39). Al resucitar Jesús de entre los muertos, todo el mundo pudo ver que el sacrificio del Salvador había sido aceptado. Las prioridades del Padre se habían mantenido, y su promesa dada a Adán y Eva al comienzo de los tiempos había sido cumplida. El infierno había sido reemplazado por el cielo; la condenación había sido sustituida por la salvación, y la muerte había sido vencida con la vida. La resurrección de Jesús de entre los muertos cambia todo… o al menos debería cambiar algo.

    Debería cambiar algo, pero demasiado a menudo no lo hace. Lo que sucede es que, como somos pecadores, nos sentimos cómodos en nuestros pecados y con nuestras prioridades de siempre. Muchas veces preferimos hacer de cuenta que Jesús nunca nació, vivió, murió o resucitó. La resurrección de Jesús debería cambiar las cosas, pero muchas personas siguen prefiriendo sus propias prioridades antes que las del Señor. Hace algunos años, una joven vino a decirme que se iba a casar con alguien que yo conocía. Si bien el muchacho era buen mozo, yo sabía que tenía un temperamento fuerte y que no era confiable. La felicité por la noticia del compromiso, aunque no aprobaba para nada la elección que había hecho. Me sentí mejor cuando me dijo que todavía no estaban comprometidos. Le pregunté cuándo esperaba comprometerse, a lo que me respondió que no lo sabía. Entonces le pregunté cuánto hacía que estaban de novios, y me dijo que no eran novios, y que nunca habían salido juntos todavía.

    Como a esa altura yo estaba totalmente confundido, traté de resumir lo que había escuchado, diciéndole: «Entonces, ¿me estás diciendo que te vas a casar con un joven con quien ni siquiera estás aún de novia?» A lo que me contestó que sí. Todavía sin poder comprenderla, le volví a decir lo mismo de otra forma: «Y, ¿cómo sabes que te vas a casar con ese joven que aún no es tu novio?» Entonces me miró como si fuera un extraterrestre, y me dijo: «Pastor, sé que me voy a casar porque estuve rezando por ello». «¿Estuviste rezando por ello?», le pregunté. «Sí, sé que me voy a casar con Roberto porque eso es lo que Dios quiere, y sé que eso es lo que Dios quiere porque he estado rezando acerca de ello.» Cuidando bien mis palabras para no parecer tonto, le pregunté: «¿Me puedes decir qué dijiste en tu oración para estar tan segura que esto es ‘lo que Dios quiere’?» Me dijo que su oración fue algo así como: «Querido Señor, quiero casarme con Roberto, pero él no es cristiano. Sé que tú dices que no es bueno para un creyente casarse con un incrédulo, pero Roberto es tan buen mozo y tiene una sonrisa tan linda, que creo que en el fondo debe ser cristiano. Sí, sé que no hace las cosas que los cristianos hacemos: no va a la iglesia, los fines de semana toma demasiado, y su lenguaje deja bastante que desear, aunque se cuida cuando está delante de mujeres y niños. Señor, creo que puedo enseñarle a vivir de una manera diferente. Te pido que hagas que él me ame tanto como yo lo amo a él. Tú has dicho que podemos tener todo lo que queremos cuando te lo pedimos en oración, por eso te estoy pidiendo esto. Sé que mis padres y mis amigos piensan que él no es bueno, pero seguramente están equivocados. Sé que sólo tratan de protegerme, pero preferiría que ellos también oraran por él. Si todos lo hiciéramos, sé que él cambiaría. Ya no gastaría todo su dinero – y el de su madre – en su camioneta. Señor, esto es lo único que te he pedido en mucho tiempo, así que necesitas escucharme. Esta vez sí que no puedo decir ‘que se haga tu voluntad’.»

    Si usted prestó atención, estará de acuerdo conmigo en que la oración de esa novia se puede resumir en una frase: «que se haga MI voluntad, y no la tuya». También habrá notado cómo esa joven dejó de lado la opinión y el consejo de sus amigos, de sus padres, de su iglesia y, más importante aún, del mismísimo Dios, y en vez de acercarse a él para pedir su bendición, se le acercó como un dictador haciendo demandas. ¿Recuerda lo que le dijo al Señor? «… necesitas escucharme.» Al Creador del Universo lo transformó en un simple genio mágico que debía aceptar sus órdenes y prioridades.

    Es claro que esa no fue la primera vez que Dios escuchó a alguien decirle «mi voluntad, no la tuya». Adán y Eva ya lo habían dicho cuando comieron del fruto del árbol prohibido (Génesis 3). Los Hijos de Israel lo dijeron cuando demandaron que Aarón les hiciera un becerro de oro (Éxodo 32), y cada vez que reemplazaron al Dios Trino con un dios fabricado por ellos mismos. Ananías y Safira lo dijeron cuando le mintieron a Dios sobre la cantidad de sus ofrendas para la iglesia (Hechos 5).

    La mayoría de las personas tienen sus prioridades, y lo que les importa es lograrlas, sin tener en cuenta lo que Dios diga. Esa es la razón por la cual, a través de la historia, encontramos a tan pocas personas que estuvieron dispuestas a permitir que se hiciera la voluntad de Dios. Una y otra vez, los seres humanos hemos elegido creer que nuestras prioridades son mejores para nuestra vida y nuestro mundo. Y así hemos provocado daños irreparables en la flora y la fauna, para nombrar sólo un ejemplo. Una y otra vez la humanidad llega a la conclusión que somos nosotros, y no Dios, los dueños de nuestras almas y destinos. Y así hemos creado el consumo de drogas, la esclavitud, la separación de las familias, los niños que crecen sin padres, el aborto, las pandillas, el prejuicio, el odio, etc., etc., etc. Una y otra vez la humanidad ha elegido lo mundano en vez de lo celestial, y lo temporal en vez de lo eterno. Queremos cosas, pero no sabemos lo que queremos. Necesitamos cosas, pero no encontramos nada que satisfaga esas necesidades. Queremos tener esperanza, pero no nos dejamos convencer de que haya una razón para tenerla. «Mi voluntad, y no la tuya» nos deja insatisfechos y frustrados.

    Es aquí cuando el Señor Jesús, el Hijo de Dios, nuestro Salvador, nos interrumpe, y nos dice algo así como: «No se esfuercen tanto por tratar de lograr las cosas que ustedes creen que son importantes. No traten de controlar ni siquiera las necesidades más básicas de la vida, como comer y beber. Mis amigos, ¿no se dan cuenta? Ustedes están en las manos de Dios. Siempre han estado en sus manos. El Padre en el cielo, Aquél que los hizo y que los salvó de sus pecados a través de mi vida, mi muerte y mi resurrección, sabe muy bien lo que ustedes necesitan. No, no se preocupen por todas esas cosas; antes bien, preocúpense por buscar su Reino, porque todas esas cosas él se las dará por su cuenta». Mateo 6:33 lo dice bien claro: «busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas». En otras palabras: si las prioridades de Dios son sus prioridades, sus vidas van a ser mucho mejor, más radiantes, más simples, más tranquilas, y serán salvos.

    Busque primero el reino de Dios. Y si se está preguntando dónde encontrarlo, permítame darle una sugerencia: vaya a Belén. Fíjese en el pesebre, y verá al Hijo de Dios que dedicó toda su vida a salvarle a usted. Mírele las manos, y piense en los clavos que habrían de traspasarlas para que usted no tenga que morir eternamente. ¿Dónde buscar el reino de Dios? Fíjese en los lugares desolados donde viven los enfermos y marginados, y verá a Jesús sanándolos y consolándolos. Ese mismo Jesús está dispuesto a ayudarle a usted con sus problemas. ¿Dónde buscar el reino de Dios? Mire a la cruz del Gólgota, y escuche a Cristo perdonar a los que lo clavaron a ella. Vaya a la tumba vacía, y vea al ángel anunciar que el Salvador resucitó, venciendo así a la muerte.

    Si Jesús es su prioridad, ¡dele gracias! Si aún no lo es, es mi oración que el Señor le conceda un corazón nuevo. Y si de alguna manera podemos ayudarle, por favor comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.