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PARA EL CAMINO
Una de las cosas más importantes en la vida es aprender a establecer prioridades. A veces son tantas las cosas que queremos hacer, que establecer una prioridad nos pone ansiosos. Y esto es justamente lo que Jesús quiere revertir en nosotros, los creyentes.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
«Pero no estoy ansioso; me pongo ansioso porque no me animo a estar tranquilo y despreocupado. Cuando empiezo a sentirme libre de preocupaciones pienso que algo está mal, o que algo va a salir mal, y comienzo a preocuparme y me pongo ansioso.» Así me describía un amigo su estado emocional.
Es tan común ponerse ansioso, que casi aprendemos a vivir con ansiedades. Digo «casi», porque esto es algo que no vamos a aprender nunca. Porque no creo que haya nadie en el mundo que viva tranquilo con sus ansiedades y preocupaciones, ya que las ansiedades y preocupaciones no dejan tranquilo a nadie.
La mayoría de nuestras preocupaciones vienen de nuestras propias tormentas mentales, todas por temor «a lo que pueda pasar». Has notado cuántas veces decimos: «¿Y si pasa tal cosa? ¿Y si no pasa tal otra? ¿Y qué pasa si…?» Y así podríamos seguir con una larga lista de cuestionamientos que hacen justamente eso: cuestionan nuestro futuro. ¿Qué pasa si pierdo mi trabajo? ¿Qué pasa si no apruebo el examen? ¿Y si mi cónyuge tiene dudas de nuestra relación? Nuestra mente tiene esa particularidad maliciosa de sembrarnos dudas respecto de nuestro futuro. ¿Y qué si pierdo mi trabajo? ¿Y qué si no apruebo ese examen? En algún momento nos va a pasar algo que no nos gusta. Simplemente mira a tu historia, estimado amigo, y verás cuántas cosas por las que te has preocupado no sucedieron, y cuántas cosas te sucedieron que nunca te habías siquiera imaginado.
Pero a nuestra mente le gusta mantener una conversación con nosotros mismos con respecto a cosas sobre las cuales no tenemos ningún control ni ningún poder para cambiarlas, ya que el futuro no está en nuestras manos.
Este es el tema que ocupa a Jesús, los discípulos y la multitud en el pasaje bíblico para hoy. En los versículos anteriores a los que hemos leído, un hombre sale de la multitud y se acerca a Jesús para pedirle que intervenga en un conflicto familiar. Él quería una porción de la herencia y su hermano no quería dársela. Me hubiera gustado verle la cara a Jesús. «¿En serio? Yo vengo a poner mi vida para salvar al mundo de la condenación eterna, para liberar a la humanidad de sus pecados y preocupaciones ¿y tú vienes a pedirme que haga de juez entre tú y tu hermano?» Jesús entonces cuenta una parábola sobre un campesino rico que no sabía dónde guardar la abundancia de su cosecha. Como tenía tanto en sus graneros, el hombre no quiso ocuparse de los años venideros sino solo disfrutar de la vida a su manera. Pero esa noche se murió y todo lo cosechado fue para quienes quedaron vivos a su alrededor.
Jesús nos llama a no preocuparnos en construir nuestro futuro, porque el futuro no está en nuestras manos. Hay cosas que debemos hacer y cosas que solo Dios puede hacer. Nuestras preocupaciones comienzan cuando no confiamos en que Dios hará lo mejor para nosotros. Si nuestras preocupaciones nacen porque tenemos una conversación con nosotros mismos acerca de las cosas sobre las que no tenemos ningún control, mejor pensemos en hablar con Dios, ya que la oración es hablar con el Padre celestial acerca de esas cosas sobre las que no tenemos control.
Después de contar esa parábola, Jesús se dirige a los discípulos para enseñarles los peligros de la preocupación por las cosas materiales. La palabra preocupación ya es reveladora en sí misma. En vez de ocuparnos de las cosas, nos preocupamos por ellas. O sea, nos ocupamos de antemano. Sin embargo, no hace falta ocuparse antemano porque no sabemos qué pasará mañana. Solo sabemos que hoy y mañana están bajo el control de Dios. ¿Significa esto que no tenemos que hacer planes para nuestro futuro? ¡De ninguna manera! Planificar está muy bien. Y está mejor aún cuando después de planificar hacemos nuestra parte y dejamos el resto en las manos de Dios. Él sabrá darnos los frutos de nuestros esfuerzos diarios.
Pero ¿de veras podemos confiar en que Dios nos dará todo lo necesario para la vida? ¡Por supuesto que sí! Este es el centro de la enseñanza de Jesús hoy. Miren las flores del campo, no hacen nada, no se sembraron a sí mismas, no se buscan el agua para regarse, no abren el día para que el sol las alumbre. Nada. Solo dejan que el viento las acaricie, que la lluvia las riegue, que el sol les dé sus colores. Las flores no hacen nada porque el Padre celestial lo hace todo por ellas. Las flores no dudan ni se preocupan, y se visten mejor que los reyes con sus ropas más finas.
Jesús nos enseña que si Dios cuida de esas flores que a veces duran un día o una semana solamente y luego sirven solo para ser quemadas, cuánto más nos cuidará a nosotros. La diferencia entre una flor y el ser humano es evidente. La flor no tiene promesa de vida eterna. Simplemente al final de su ciclo no existe más. Los seres humanos fuimos creados por Dios a su imagen y semejanza. Quienes hemos recibido el perdón de los pecados gracias a la obra de Cristo, tenemos la promesa de la resurrección. Las flores no. Cuánto más, entonces, Dios se encargará de alimentarnos y vestirnos hoy, mañana y por toda la eternidad.
No tiene ningún sentido que hagamos esfuerzos por cambiar situaciones que no nos gustan o que nos incomodan, y que definitivamente no pueden ser cambiadas por nuestro propio poder, sabiduría o esfuerzo. El ejemplo de Jesús es frontal. Una persona de baja estatura no logra crecer por más que se ponga zapatos de taco alto. Así que, aceptándonos como somos, hacemos lo mejor que podemos con eso. No tenemos ningún poder para agregarnos un día de vida. Esa es la obra de Dios. ¿Has notado, estimado amigo, cuánta energía gastamos en querer conseguir más de lo que Dios nos da y en preocuparnos en cosas que solo Dios puede manejar?
Dios creador y redentor se encargó de nuestro pasado y limpió con su perdón todas, absolutamente todas aquellas cosas de las que sentimos vergüenza. Nos perdonó nuestras actitudes agresivas, nuestra desobediencia, nuestras dudas, nuestra avaricia y nuestra indiferencia hacia nuestro prójimo. Esto es solo un ejemplo de las cosas que Dios, en Cristo, nos perdonó. Nuestros pecados pasados ya no pesan en nosotros. Nuestro futuro está en las manos del ser más inteligente, sabio, benigno y amoroso que existe: el Dios creador.
Si Dios se encarga de darnos día a día lo que necesitamos, y si se encarga definitivamente de nuestro futuro inmediato y aun eterno, ¿dónde crees que espera Dios que pongamos nuestra atención? En el versículo 31, Jesús nos instruye diciendo: «Busquen ustedes el reino de Dios, y todas estas cosas les serán añadidas«.
Tal vez una de las cosas más importantes en la vida es aprender a establecer prioridades. ¿Qué es lo que tenemos que buscar primero? Por experiencia sabrás, estimado amigo, que hay momentos en el día a día de nuestras ocupaciones en que hacemos una crisis. Es como que nos encontramos en una encrucijada y no sabemos qué camino seguir. ¿Qué es lo más importante? ¿Terminar de estudiar para el examen de matemáticas mañana, o completar la tarea de geografía para pasado mañana? ¿Quedarme dos horas más en el trabajo para terminar el trabajo que me pidieron, o volver a casa para ayudar a mis hijos con sus tareas? ¿Llevar a mi hijo a la práctica de fútbol el domingo, o traerlo conmigo a la escuela dominical? A veces son tantas las cosas que queremos hacer, que establecer una prioridad nos pone ansiosos. Y esto es justamente lo que Jesús quiere revertir en nosotros, los creyentes. Por un lado, no hay necesidad de hacer tantas cosas. Solo hay unas pocas horas en el día y mañana no sabemos qué sucederá. Por otro lado, justamente porque queremos hacer o tener tantas cosas, nos ponemos ansiosos y nos preocupamos. Por lo tanto, sin dejar de hacer lo que tenemos que hacer por nosotros mismos y por nuestras familias, tengamos como prioritario el reino de Dios. Después de todo tenemos la gran promesa de Jesús: «Todas las cosas les serán añadidas.»
Entonces, ¿sabes por dónde empezar? Para mí y para muchos creyentes, el reino de Dios comenzó en nuestro bautismo. En ese acto de Dios, el Padre celestial nos reclamó como suyos y nos perdonó todos nuestros pecados, aun cuando nosotros ni sabíamos que éramos pecadores. En nuestro bautismo Dios prometió ser nuestro Padre y cuidarnos mediante la familia de la fe. En el reino de Dios no cualquiera es rey. Dios estableció a su propio Hijo Jesucristo para ser el rey del universo. Citando una profecía de Isaías, el apóstol Pablo repite estas palabras que se refieren a Cristo y que encontramos en Romanos 14:11: «Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios«.
Fue a los pies de la cruz cuando, en lugar de arrodillarse delante del Cristo coronado con espinas, en Marcos 15:32 leemos que los líderes religiosos decían: «¡Que baje ahora de la cruz el Cristo, el Rey de Israel, para que podamos ver y creer!» Qué poco sabían estos del Rey y del reino de Dios. El Rey del universo fue bajado a las pocas horas y llevado a la tumba. Jesús descendió al mundo de los muertos, pero solo para resucitar glorioso y triunfante sobre el pecado, el diablo y la condenación eterna.
Hoy Cristo sigue siendo Señor y Rey de nuestra historia y perdonándonos por nuestra vida pasada; sigue siendo el Rey y Señor de nuestro presente guiándonos con su Palabra y bajando a nosotros una y otra vez en su mesa, donde nos entrega su cuerpo y sangre. Jesús sigue siendo el Rey y Señor de nuestro futuro, y aun de nuestro futuro eterno.
En este reino en el que Dios espera que nos ocupemos, tenemos muchos prójimos que necesitan ser consolados, animados y apoyados. De eso también se trata el reino de Dios en la tierra: del trabajo de amor que los cristianos hacemos por los demás. Eso tiene prioridad. Sin preocuparnos por el día de mañana, nos ocupamos del prójimo que no conoce a Jesús y le transmitimos su amor. Nos ocupamos del prójimo a quien aprendiendo a amarlo, así como Dios nos ama a nosotros. Dejando nuestras ansiedades de lado nos ocupamos del prójimo que ansiosamente está necesitando un abrazo o está buscando la forma de escapar de su vergüenza y de sus angustias. El reino de Dios es un reino donde la actividad no cesa, donde todavía hay lugar para todos aquellos por los cuales el Señor Jesús murió.
Estimado oyente, si aún tienes preguntas o inquietudes acerca del reino de Dios, o si podemos ayudarte a encontrar una iglesia donde puedes comenzar a poner en primer lugar ese reino de Cristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.