PARA EL CAMINO

  • Promesa y cumplimiento

  • abril 12, 2020
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 28:1-10
    Mateo 28, Sermons: 4

  • Los seres humanos siempre queremos dar un cierre a las situaciones que nos afectan. Pero con la muerte de Jesús Dios no estaba cerrando nada. Justo cuando todo parece acabar, Dios abre una puerta al correr la piedra del sepulcro para que el ángel pueda mostrar, fehacientemente, que Jesús no está entre los muertos. La resurrección de Jesús fue nada más y nada menos que el cumplimiento de una promesa que vino de sus propios labios.

  • Admiro profundamente a estas mujeres que se movilizaron el domingo a la mañana para ir a ungir el cuerpo de Jesús. Si tenían miedo a las autoridades, no se les notaba. Estaba todavía oscuro cuando fueron cargadas con varios kilos de especias aromáticas para hacer el cierre a esta situación. Todo había sucedido a pasos agigantados. Apenas una semana antes Jesús había entrado en Jerusalén entre aclamaciones de alegría. Pero, de repente, los acontecimientos se precipitan: aparecen soldados acompañados por un traidor, se llevan a Jesús y le hacen un juicio que ya tiene decidido el resultado. Las autoridades no tienen horario para esta farsa, sino que trabajan toda la noche: enjuician a Jesús, lo condenan, lo mandan a crucificar, y Jesús muere ese mismo día. Todo terminó, demasiado rápido. Los desbandados discípulos se reúnen en medio del miedo y la conmoción. Las mujeres también permanecen juntas. Pero el domingo a la mañana toman acción.

    Era costumbre en esa época ungir los cuerpos de los muertos con hierbas aromáticas y envolverlos en lienzos antes de sepultarlos. Pero como no hubo tiempo para que Jesús recibiera ese tratamiento, las mujeres decidieron finalizar el acto fúnebre ni bien terminara el día de reposo. De esa manera, darían por concluida una etapa en sus vidas. De esa manera, cerrarían la vida y la obra de Jesús con un poco de dignidad.

    Salvando las distancias, hoy nos pasa algo parecido. Nos sobrevino, de improvisto, un acontecimiento que no nos dio tiempo a reaccionar con inteligencia. Sin previo aviso apareció una enfermedad altamente contagiosa que ya llegó prácticamente a todas partes del mundo y que alteró nuestra rutina por completo. Esta Pascua es diferente, porque no nos reuniremos en el templo para celebrar la alegría de la resurrección. Nuestros planes cambiaron de un día para otro. Como las mujeres camino al sepulcro, los seres humanos siempre queremos hacer un cierre a las situaciones que nos afectan. Eso es lo que hacemos, por ejemplo, en los funerales, donde nos reunimos para honrar a quien falleció con nuestra presencia y acompañar a los deudos. Allí hablamos de los logros del fallecido y nos lamentamos por no tenerlo más entre nosotros. Nos quedará el recuerdo.

    En el caso de los discípulos, puede ser que el recuerdo que les quedara de Jesús no fueran sus grandes milagros, como cuando los hizo entrar a todos en pánico al caminar sobre el agua o cuando resucitó a Lázaro apenas unos días atrás. Tal vez no podían recordar nada de su magistral sermón, cuando estaban en el monte rodeados por una multitud. Es que sus conciencias atribuladas no los dejaban en paz. Habían abandonado a su maestro y se habían ido corriendo como cobardes, dejando a Jesús a la merced de los inescrupulosos que tenían planes de muerte. ¿Cómo iban a cerrar ahora esa situación? ¿Qué iban a decir en el funeral de Jesús? Pero no pudieron hacerlo, y ahora tienen demasiado tiempo para pensar en lo que pasó. Y cuando lo hacen les duele y no saben cómo van a seguir viviendo con ese peso en la conciencia.

    Pero Dios no estaba cerrando nada. Los capítulos finales de los evangelios concluyen la historia de Jesús sobre la tierra. Pero justo cuando todo parece acabar, Dios abre una puerta al correr la piedra del sepulcro para que el ángel pueda mostrar, fehacientemente, que Jesús no está entre los muertos.

    La resurrección de Jesús no debió haber sido una sorpresa para sus seguidores. Jesús había anunciado estos acontecimientos después de celebrar la última cena y antes de salir al monte de los olivos, donde sería arrestado. Mateo registra las palabras de Jesús en el capítulo 26 (v 32) de su evangelio, donde dice: «Después que yo haya resucitado, iré delante de ustedes a Galilea.» ¿Pero quién se acordaba ahora de esa promesa? ¿Será que esas palabras eran una promesa de Jesús? ¡Por supuesto! La crucifixión y muerte de Jesús cerraba una puerta que Dios iría a abrir la mañana del domingo. La resurrección de Jesús fue nada más y nada menos que el cumplimiento de una promesa que vino de sus propios labios, cuando dijo: «Después que yo haya resucitado, iré delante de ustedes a Galilea

    El ángel de Dios que encontraron las mujeres en el cementerio no hizo otra cosa que recordarles las promesas de Jesús: «Ha resucitado, como él dijo», nos dice el versículo 6 de Mateo 28 y, por su parte, Marcos 16:7 dice: «Allí le verán, tal y como él les dijo«. No hay tiempo que perder: «Vayan pronto y digan a sus discípulos que él ha resucitado de los muertos», les dice el ángel en el versículo 7 de Mateo 28. Es cierto que Jesús estaba muerto y que fue sepultado entre los muertos. Pero esa no es la conclusión del ministerio de Jesús. Ahí no termina su obra ni su mensaje. Dios abre una puerta a la vida, una puerta a la eternidad, una puerta a la paz, a la alegría y a un nuevo ministerio: «Vayan pronto y digan… que él ha resucitado de los Muertos«, les dice el ángel a las mujeres, enviándolas para que vayan de prisa a anunciar la buena noticia. No hay tiempo que perder: hay que ir y llevar consuelo y esperanza a los discípulos encerrados detrás de una puerta por sus miedos y remordimientos.

    La resurrección de Jesús nos abrió la puerta a una nueva vida. Jesús resucitado transforma nuestros miedos y remordimientos en alegría y esperanza. A veces buscamos a Dios donde no está, en algún «sepulcro» oscuro. Hay quienes lo buscan en el horóscopo o en creencias populares y religiones que pregonan paz y amor para que vivamos en un mundo sin odios ni guerras. La verdad es que el odio y las guerras no declinarán, y sin intención de ser pesimista, tenemos que ver la realidad y el futuro de la humanidad no con ojos facilistas que ponen su esperanza en nuestra propia capacidad humana, sino con los ojos de la fe que nos recuerdan las crudas palabras de Jesús. En Mateo 24:6-8, leemos: «Ustedes oirán hablar de guerras y de rumores de guerras; pero no se angustien, porque es necesario que todo esto suceda; pero aún no será el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino, y habrá hambre y terremotos en distintos lugares. Todo esto será sólo el comienzo de los dolores«.

    La resurrección de Jesús no cambió este mundo, ni lo cambiará en el futuro. En esta vida estaremos expuestos a las consecuencias que el pecado ha traído al mundo. A través de la historia, diferentes plagas y enfermedades han afectado a la humanidad, y en los últimos meses el mundo entero ha estado siendo abatido por el coronavirus. ¿Cuándo terminará? ¿Qué vendrá después? No lo sabemos. Pero sí sabemos que la resurrección de Jesús nos creó otro mundo que, aunque esté ubicado aquí en esta tierra corrupta y condenada, es un mundo donde el amor de Jesús es buena noticia para todos, tanto para el recién nacido como para el moribundo. Todos necesitamos escuchar esa buena noticia de la resurrección de Jesús, porque ella nos abre la puerta al perdón de los pecados, a la paz interior, a la vida en compañía con nuestro Creador y a la reconciliación con nuestro prójimo. La resurrección de Jesús es la prueba de que Dios cumple sus promesas. «Ha resucitado, como él dijo«, nos recuerda el ángel. La resurrección de Jesús es una prueba por adelantado de la promesa de que también nosotros resucitaremos en un mundo nuevo, donde ya no habrá más sufrimiento ni nación que se levante contra nación, donde ya no escucharemos más hablar de guerras ni tendremos que lidiar con relaciones rotas o enfermedades terminales.

    Pero, ¿dónde encontramos a Dios? ¿Dónde encontramos ese mundo nuevo? Lo encontramos en Jesucristo. Dios ya no nos envía ángeles para hablarnos directamente. Las promesas divinas y sus cumplimientos están en las Sagradas Escrituras. Desde allí Dios nos habla, nos recuerda el porqué de los acontecimientos de la Semana Santa y el porqué de la resurrección de Jesús. Las palabras divinas en las Sagradas Escrituras abren nuestro corazón, abren el lugar donde nos encerramos con nuestros miedos y remordimientos, así como se habían encerrado los discípulos. Ellas nos muestran nuestro pecado y nuestra perdición con el solo propósito de hacernos ver nuestra necesidad de Jesús.

    Es a través del mensaje de las Sagradas Escrituras que el Espíritu Santo nos muestra a Jesús, vencedor del pecado y de la muerte, quien perdona nuestro pecado sin pedir nada a cambio, solo porque nos ama. El mensaje de la nueva vida en Cristo que nos trae la Escritura Sagrada es tan bueno como el mensaje que les transmitió el ángel a las aterrorizadas mujeres cuando les dijo: ¡Cristo está vivo! Y las mujeres salieron corriendo a contarles a los discípulos lo que habían vivido, sin haber visto… todavía, a Jesús resucitado. ¡Eso hace la fe! Me imagino que, al salir corriendo, las mujeres dejaron caer las hierbas aromáticas al suelo y salieron de prisa de regreso al lugar donde pernoctaban en Jerusalén llevando un nuevo aroma, un aroma de consuelo y de esperanza, un aroma de vida.

    Y mientras corrían, Jesús les salió al encuentro con más buenas noticias. Él no solo estaba vivo, sino que quería encontrarse con sus seguidores. Esta es la noticia más sublime que nos afecta también a nosotros. Jesús nos dice dónde está (aunque él jamás está lejos de nosotros) y nos espera allí. Mientras estamos de camino, como las mujeres, nos sale al encuentro para decirnos: «No teman. Vayan y den la noticia a mis hermanos» (v 10). Seguramente las mujeres siguieron corriendo. Pero no eran ya las mismas personas que un momento antes iban cargadas de hierbas al cementerio a visitar un muerto. ¡La noticia del ángel y el encuentro con Jesús resucitado les cambió la vida!

    Jesús nos sale al encuentro en las palabras de las Sagradas Escrituras. Pero también lo hace a través de quienes alguna vez se encontraron con él y fueron transformados por él. Si nosotros escuchamos de Jesús, seguramente no fue porque un ángel vino a vernos, sino por alguien quien, conociendo esta buena noticia de la resurrección de Jesús, fue enviado a compartirla con nosotros.

    Damos gracias a Dios por el mensaje de la Escritura que nos muestra su amor en Cristo. Damos gracias a Dios por las personas que nos hablaron de Jesús, ahuyentando nuestros miedos e instalando serenidad y confianza en el perdón de los pecados.

    Si de alguna manera podemos ayudarte a salir de prisa a contarle a otros lo que sabes del Cristo resucitado, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.