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PARA EL CAMINO
Todas las personas creen en algo, incluyendo los incrédulos. Para creer que Jesús es nuestro Salvador, tenemos que creer que somos pecadores y que necesitamos ser salvados. ¿No es tan simple, no?
En el año 1716, Richard Phelps construyó la campana que todavía hoy cuelga en la torre suroeste de la Catedral San Pablo en Londres. Esta campana es usada únicamente para marcar la hora, y para los funerales de los miembros de la familia real, del Obispo de Londres, del Decano de la Catedral, y del Lord Mayor… si es que muere mientras está en el cargo.
Hace varios siglos había un centinela que trabajaba a la noche en el Castillo de Windsor. Una noche, el guardia que había ido a relevarlo le acusó de haberlo encontrado dormido en su puesto. El centinela fue llevado ante una corte marcial que lo declaró culpable, y lo sentenció a muerte.
Pero antes de llevar a cabo la sentencia, el tribunal le dio una última oportunidad de probar su inocencia. Sabiendo que iba a ser difícil convencer de su inocencia a los oficiales que escucharían su caso, con bastante temor comenzó diciendo: ‘ Yo estaba despierto. Es más, yo sé que estaba despierto, porque escuché a la gran campana de la Catedral de San Pablo dar la hora’. A lo que los oficiales le contestaron: ‘El que haya sonado la campana no es ninguna prueba, ya que la campana suena a cada hora. Además, la Catedral está a cinco millas de donde usted debía estar vigilando, por lo que el sonido nunca podría llegar tan lejos. ¿Tiene algo más que decir en su defensa?’ A lo que el soldado respondió: ‘Esa noche, cuando debían haber sonado las doce, yo la escuché sonar trece veces’.
Por supuesto que nadie creyó que fuera verdad lo que dijo, así que la muerte la tenía asegurada. Pero aún así, sabiendo que se trataba de una vida humana, los oficiales decidieron investigar. La primer parte fue fácil de comprobar: muchas personas que trabajaban en el Castillo dijeron que en el silencio de la noche se podía escuchar el sonido de la campana de la Catedral. Tratar de comprobar la segunda parte no fue tan fácil. El tribunal llamó a los encargados de las campanas y de los relojes, y les preguntaron: ‘¿Recuerdan si en los últimos días el reloj alguna vez sonó trece veces en lugar de doce?’ A lo que ambos, un poco avergonzados, respondieron: ‘Señor juez, eso nunca debería haber pasado, y estamos avergonzados de tener que admitirlo, pero sí, sucedió una vez. El reloj falló, y la campana sonó trece veces en vez de doce.’
De más está decir que la prueba fue aceptada, y el prisionero fue liberado. Vale agregar que ese soldado vivió casi hasta los 100 años de edad, y cada vez que escuchaba el sonido de la campana de la Catedral de San Pablo, la campana que le había devuelto la vida y el honor, se le dibujaba una sonrisa en el rostro.
Pruebas. Vivimos en una época en que todos queremos ver pruebas. Muy pocas son las personas que aceptan sin cuestionar lo que yo u otro predicador dice en este programa.
Un grupo de políticos iba viajando a la noche en un bus por un lugar remoto, cuando este sufrió un accidente tan violento, que terminó estrellándose contra un árbol. Al día siguiente, el dueño del campo los encontró, y los sepultó. Esa misma tarde, el comisario del condado, que había visto el bus accidentado, se apareció en la casa del granjero para preguntarle si sabía algo de los políticos. El granjero le dijo que los había sepultado, e incluso llevó al comisario al lugar de la sepultura. Parado frente a la tumba, el comisario le preguntó: «¿Estaban todos muertos?» A lo que el granjero contestó: «Bueno, algunos dijeron que no, pero a los políticos no se les puede creer, ¿no?»
Y así es. Nos cuesta mucho creer en alguien o en algo. Cada cosa tiene muchas interpretaciones. Cuando de políticos se trata, sabemos que les resulta muy fácil hacer promesas pero no tanto cumplirlas, por lo que esperamos ver pruebas. Pero no dudamos sólo de los políticos. Junte al azar a un grupo de veinte personas y pregúnteles: «¿Es real el calentamiento global?» Verá que muy difícilmente todos lleguen a un acuerdo. ¿Recuerda el asesinato del Presidente Kennedy? Hasta el día de hoy se sigue discutiendo si fue el acto de un solo hombre. Parece mentira que, en un lugar lleno de personas y de agentes de seguridad, no se pueda determinar cuántos disparos fueron hechos. Las comunicaciones instantáneas han sido una bendición, pero también dan lugar a rumores instantáneos y verdades a medias que circulan velozmente por el mundo, produciendo una confusión y desconfianza generalizada. Cuando tenemos dudas, queremos pruebas. Y aún cuando todas nuestras dudas han sido disipadas y ya no tenemos nada más para cuestionar, aún entonces no somos capaces de rendirnos. Es que hemos visto a demasiadas personas ser engañadas, y nosotros mismos hemos sido ignorados y defraudados por demasiadas mentiras.
Pero no somos los primeros en dudar, cuestionar, y demandar pruebas para poder creer en algo. En el capítulo seis del Evangelio de Juan se nos dice que la gente pedía pruebas. Ellos querían saber exactamente quién era Jesús, y por qué debían creer en Él. Por eso dijeron: ‘Cuando Moisés guiaba al pueblo por el desierto, probó ser el profeta de Dios al asegurarse que todos tuvieran alimento milagroso del cielo. Y tú, Jesús, ¿qué prueba nos puedes dar acerca de quién eres?’ Le hicieron esa pregunta porque esperaban que Jesús les dijera: ‘¿Moisés? Moisés les dio el mismo alimento todos los días, pero yo les voy a dar delicias que ni siquiera pueden imaginar. Moisés alimentó a su pueblo por casi cuarenta años, pero yo los alimentaré mientras vivan.’
Eso era lo que seguramente esperaban que Jesús dijera. Sin embargo, Jesús les habló de sí mismo como el Mesías que bajó del cielo para darles el alimento vivo que habría de aplacar su hambre para siempre. Y al decir eso, los confundió. Porque ellos sabían quién era Jesús: Jesús no era más que el hijo del carpintero del pueblo, uno como ellos. Por eso no podían aceptar ni creer que había bajado del cielo. Y por eso fue que le pidieron pruebas.
Jesús les dijo que había venido en una misión divina para salvar a la humanidad de la condenación y muerte eterna que nuestra desobediencia había provocado. Él estaba haciendo todo lo que su Padre le había pedido, viviendo una vida perfecta, resistiendo toda tentación y pecado, y finalmente triunfando sobre la muerte. Él debía hacer todo lo que el Padre le había pedido; ellos debían creer en Él como su Salvador.
Lo dijo muy claramente: «esto es lo que mi Padre desea, que todo el que busque al Hijo y cree en Él, tendrá vida eterna». Si hacen esto, Jesús agregó: «los resucitaré en el último día.»
Todos hemos visto comerciales que anuncian que pueden ayudarnos a comprar una casa sin cuota de entrega; cuchillos que pueden cortar hasta ladrillos y clavos; aparatos de gimnasia que pueden hacer que nuestros cuerpos sean esbeltos y atractivos… Todo lo cual es difícil de creer. Sin embargo, ningún vendedor se ha atrevido nunca a decir que puede hacer lo que hizo Jesús, ni ningún político ha anunciado tener el poder de resucitar a los muertos.
¿Se imagina qué hubiera hecho la prensa con Jesús si les hubiera permitido entrevistarlo? ¿Y las sociedades médicas? Con toda seguridad lo hubieran calificado de ingenuo y extravagante.
Pero como no estuvieron allí, no puedo decir cómo habrían reaccionado, ni qué clase de pruebas habrían reclamado. Lo que sí puedo decir es lo que realmente ocurrió: algunos estaban confundidos, otros contrariados, y la mayoría de quienes lo apoyaban terminaron abandonándolo. No es que fueran tontos, no. Ellos más o menos podían creer que Jesús fuera capaz de alimentarlos para siempre. Pero eso de que fuera capaz de resucitar a los muertos ya no tenía sentido. ¿Dónde estaba la prueba?
¿Dónde está la prueba? Eso es lo que la gente de hoy pregunta sobre Jesús, pues quieren tener prueba de que él es lo que dice ser. Las mentes curiosas quieren saber. Después de todo, para creer que Jesús es nuestro Salvador, tenemos que creer que somos pecadores, que necesitamos ser salvados, y que él es la Persona enviada por Dios para salvarnos. Si creemos que Dios envió a Jesús a salvarnos, debemos creer en el Dios de los cristianos, y rechazar a todos los otros. Y si creemos en el Dios de los cristianos, tenemos que creer en la Biblia cristiana. ¿No es tan simple, no?
No espere que le dé una explicación lógica, porque no lo voy a hacer. Usted, al igual que todas las personas que dudan, tiene derecho a pedir una prueba. Así es que hablemos acerca de la prueba. Partamos de la base que todas las personas creen en algo, incluyendo los incrédulos que creen en su propia capacidad de tomar decisiones correctas. El siguiente punto es: lo más importante del creer no es la calidad de la fe. Usted puede estar convencido que comer veneno no le causará daño, pero si lo hace, se morirá. Usted podrá creer firmemente que puede cruzar a nado el Océano Pacífico, pero a pesar de su fe, se ahogará. Lo más importante del creer es creer en lo correcto. Eso es lo que tiene que ser válido y verdadero. Por ejemplo, Jesús no es el Salvador porque yo así lo digo, o porque él dijo serlo. Miles de personas han dicho ser el Mesías. Si Jesús es el Salvador, es porque él realmente es el Hijo de Dios. Si él es el Salvador (y lo es) está demostrado por las pruebas que dio… pruebas que son innegables, inexpugnables, e incuestionables.
Sí, sabemos que hay quienes, sin importar qué pruebas se provean, lo negarán, lo cual, aunque suene rudo, no es correcto. Jesús no deja de ser el Salvador sólo porque usted lo dice o porque yo creo. Jesús es el Salvador si hace lo que un Salvador se supone debe hacer. ¿Es Jesús el Salvador? Eso es lo que los escribas y fariseos querían saber cuando Jesús perdonó los pecados de un paralítico como sólo Dios puede hacerlo (Lucas 5:17-21).
Ante el desafío, Jesús mostró su poder divino curando al enfermo. ¿Convencidos? Probablemente no. Ustedes incrédulos piensan: ‘Quizás el hombre tenía alguna enfermedad psicosomática, y Jesús sólo lo influenció a creer que estaba curado. No se necesita ser el Mesías para hacer eso.’
¿Es Jesús el Salvador? Esa fue la pregunta que Juan el Bautista hizo desde la prisión. En otras palabras Juan estaba preguntando: ‘Jesús, ¿cómo puedo estar seguro que tú eres el Redentor?’ ¿No cree que esa fue una pregunta directa y sin rodeos? La respuesta de Jesús, como la encontramos en el capítulo 7 del Evangelio de Lucas a partir del versículo 22, fue igualmente directa: «Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas.»
Esa parte acerca de resucitar a los muertos no es fácil de dejar de lado. Si Jesús pudo resucitar a una persona muerta, una realmente muerta, es para inquietarse. Esa fue la conclusión del jefe de los sacerdotes de los judíos. Cuando Jesús resucitó a su amigo Lázaro, cuyo cuerpo ya había comenzado a descomponerse, nadie lo pudo negar. Y como no podían negarlo, decidieron matar a Jesús. ¿Recuerda que la muchedumbre incrédula dejó a Jesús en parte debido a que no podían aceptar que hubiera resucitado a su amigo muerto? Si hubieran podido negar a Jesús lo habrían hecho; pero no pudieron. De la misma forma, tampoco pudieron negar la resurrección del mismo Jesús. Todos sabían que había muerto. Los romanos se aseguraron de ello cuando lo crucificaron, y también se encargaron de cuidar la tumba con su propia guardia y sello para que nadie pudiera robar su cuerpo.
La verdad es que Jesús resucitó de entre los muertos. Resucitó a otros, y resucitó él mismo. ¿Es Jesús el Salvador? Para que sepa, los discípulos nunca hicieron lo que yo acabo de hacer: ellos nunca señalaron la tumba vacía de Jesús como primera prueba de su resurrección. ¿Por qué? Porque varias veces vieron a Jesús resucitado. Es más, no sólo lo vieron, sino que también comieron y hablaron con él, lo tocaron, y sintieron su respiración. Los discípulos lo vieron, y porque vieron, sus bien fundadas dudas, dudas iguales a las suyas, se disiparon. Jesús resucitó; Él vive; Él es el salvador. Es así de simple.
Usted puede seguir dudando, pero, ¿por qué? ¿Acaso sus dudas le tranquilizan la mente y el corazón? ¿O le dan esperanza para el futuro y consuelo por lo que le sucederá cuando llegue al fin de sus días en este mundo? ¿Acaso sus dudas le dan seguridad? No tengo nada en contra de las dudas, siempre y cuando sean dudas justas y legítimas. Con lo que no estoy de acuerdo es con dudar por el simple hecho de dudar. Le invito a que disipe todo rastro de duda que lo mantiene alejado del Salvador, del perdón y de la salvación.
Cuando los hermanos Wright trabajaban en su primer aeroplano, en su pueblo natal se corrió el rumor de que estaban tratando de construir una máquina que ayudaría al hombre a volar. Alguien puso palabras a lo que todos pensaban, diciendo: «Ningún hombre va a volar, pero si algún hombre logra volar, no será alguien de este pueblo, ni tampoco uno de los hermanos Wright.» De más está decir que las dos predicciones probaron ser equivocadas.
De la misma forma, a todos los que digan: «Ningún hombre resucitará de entre los muertos, y si alguien lo hace no será de Nazaret, y si es de Nazaret, no será Jesús…», quiero decirles que Jesús ha resucitado, y que las dudas que tienen pueden ser puestas a descansar.
Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.