PARA EL CAMINO

  • Puro tilín, tilín, y nada de paleta

  • octubre 1, 2023
  • Dr. Leopoldo Sánchez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 21:23-32
    Mateo 21, Sermons: 4

  • Jesús nos enseña que no llegamos a ser hijos de Dios por lo que decimos o hacemos, en base a nuestra propia justicia o rectitud, nuestra propia santidad o pureza. Los líderes de Israel creían el favor de Dios porque eran personas buenas, justas y rectas. Pero confiaron tanto en su poder, justicia y autoridad, que no reconocieron sus pecados y su necesidad de Dios.

  • «Tilín tilín, tilín tilín. ¡Paleta, paleta, paleta!» Así cantaba el paletero cuando pasaba por mi barrio, haciéndole saber a los niños del vecindario que las deliciosas paletas de crema y de frutas habían llegado. En aquella época, eso era un gran evento. El toque de las campanitas anunciaba la llegada de alguien importante. El paletero sabía que los niños lo esperaban con gran expectativa, porque los helados que traía prometían deleitar el dulce paladar de los niños. La llegada del paletero con su tilín tilín siempre causaba gran sensación.

    En una ocasión, un niño que llegó listo para comprar su paleta favorita se topó con un paletero que andaba muy apurado. «¿Tiene de fresa? Me da una de fresa, por favor», le dijo. El paletero metió la mano en el refrigerador de su carrito, pero no se tomó el tiempo de buscar hasta el fondo, y simplemente le dijo al niño: «No hay de fresa. Se me acabó. Pero tengo una de banana». Cabizbajo, el niño le dijo: «Bueno, deme la de banana». Viendo al pequeño cliente triste, el paletero se conmovió y se arrepintió de haberle dicho al niño que no tenía su paleta favorita. Entonces metió la mano hasta el fondo del carrito y de repente, debajo de la paleta de banana, encontró una de fresa que estaba escondida entre las demás. Miró al niño con una sonrisa y le dio la buena nueva: «¡Perdona que te dije que no había de fresa. No busqué bien. Pero mira, ya encontré una!»

    Así pasa muchas veces en la vida. Alguien primero dice que no, que no hay, que no puede, que no quiere. Pero luego, de forma repentina, la persona recapacita y cambia de parecer y su «no» se convierte en un «sí». De pronto lo que parecía imposible se hace realidad.

    En el reino de Dios, según la manera en que Él hace las cosas, vemos algo similar. Algunos primero le dicen que no a Dios, pero luego se arrepienten, creen en Él y hacen su voluntad. Pasan del no al sí.

    Para explicar esta realidad del reino de Dios, Jesús les cuenta una parábola a los líderes religiosos de Israel, es decir, a los principales sacerdotes y ancianos del pueblo. Eran líderes que tenían un alto concepto de sí mismos, de su santidad, de su rectitud o justicia, de su fidelidad a Dios. Pero esa forma elevada de pensar acerca de sí mismos los llevó a confiarse en su propia religiosidad y a criticar a todos los que a su parecer tenían una espiritualidad inferior a la de ellos. Esa falta de humildad y actitud arrogante no les permitió ver las maravillosas obras de Dios en la vida de los pecadores. En particular, su actitud no los dejó ver cómo Dios, por medio de su profeta Juan el Bautista y de su Hijo Jesús, cuya venida Juan anunció, tiene la autoridad y el poder de llamar a los pecadores a su reino. Su duro corazón e incredulidad no les permitió ver que Dios tiene el poder de llevar a los que le dicen que no al arrepentimiento y de perdonarles sus pecados.

    En la parábola para hoy, Jesús le presenta a los líderes religiosos un contraste entre dos hijos cuyo padre les pide que trabajen en su viña. Un hijo le dice que no, pero luego recapacita, se arrepiente, y hace la voluntad de su padre. Seguramente el padre estuvo triste al escuchar ese primer no de su hijo. Pero luego su tristeza se transformó en gozo porque su hijo al fin le dijo que sí e hizo su voluntad. Así también, hay pecadores que no quieren hacer la voluntad de Dios. Dicen que no. Parece que ese es el fin y no hay más nada que decir o hacer. Según Jesús estos «pecadores» incluyen a gente como los cobradores de impuestos y las rameras–personas a las que se les asociaba con la inmoralidad. Son aquellos que, según los líderes religiosos de Israel, no pueden cambiar, no merecen ser parte de la familia de Dios, de su reino de gracia. Son desahuciados espirituales. Están destinados a ser castigados por Dios, a ser objetos de su ira. Sin embargo, aquí Jesús les muestra a los líderes religiosos que, por su gracia, Dios tiene el poder de mover los corazones de pecadores, de llevarlos a un cambio de parecer, de transformar sus mentes, y hacerlos hijos suyos. Son los que dicen que no al comienzo. Pero luego se arrepienten de sus pecados. Son los que gozosamente reciben la gracia de Dios, ponen su confianza en Él y viven según su voluntad. Le dicen que sí a Dios. Y el Padre los recibe en su reino como hijos amados. Dios sonríe. Está contento con ellos.

    Ahora bien, también encontramos en el mundo a personas que al principio dicen que sí, pero al fin terminan diciendo que no. Anuncian a todos su gran capacidad de hacer lo que dicen que van a hacer, pero luego son incapaces de cumplir con lo prometido. Se echan para atrás y no hacen nada.

    En Panamá existe un dicho para referirse a las personas que tienen un concepto tan alto de sí mismos que uno piensa que puede contar con ellos, personas que hacen grandes promesas, pero luego no las cumplen, no le dan seguimiento a lo que prometen. Hablan y hablan, pero no hacen nada. En Panamá dicen que esa persona es «puro tilín, tilín, y nada de paleta». Cantan que tienen paleta, pero solo tienen campanita. Dicen que tienen paletas de todos los sabores, y luego te das cuenta de que nunca tienen los sabores que quieres. Pregonan y anuncian a todo el mundo que son lo mejor que existe, los mejores paleteros del barrio, pero en realidad son pura bulla. «Puro tilín, tilín, y nada de paleta».

    Así también ocurre en el reino de Dios. Aquí Jesús nos habla de un segundo hijo que primero le dice a su padre que puede contar con él. Le dice que sí, que sí va a trabajar en su viña, seguir su mandato y voluntad. ¿Pero qué pasa? Cuando el padre llega a la viña, el segundo hijo no aparece por ningún lado. El hijo que era supuestamente el mejor de todos, el más confiable, el más obediente, el más justo y santo, termina siendo el peor de los pecadores, el hijo infiel, el que no hace lo que su padre le pide. «Puro tilín, tilín, y nada de paleta». Jesús les dice a los líderes religiosos que ellos son como el segundo hijo porque cuando Dios les mandó a su profeta Juan el Bautista, quien proclamó la llegada de su reino de gracia a pecadores por medio de Jesús, ellos no le creyeron ni lo siguieron. Y el que le dice que no al profeta, le dice que no al Dios que lo envió. Por eso Jesús les dice a estos sacerdotes y ancianos religiosos de Israel estas palabras duras: «De cierto les digo, que los cobradores de impuestos y las rameras les llevan la delantera hacia el reino de Dios. Porque Juan se acercó a ustedes para encaminarlos en la justicia, y no le creyeron; mientras que los cobradores de impuestos y las rameras sí le creyeron. Pero ustedes, aunque vieron esto, no se arrepintieron ni le creyeron» (vv. 31-32).

    Por medio de la parábola de los dos hijos, Jesús nos enseña que no llegamos a ser hijos de Dios por nuestras palabras o acciones, por lo que decimos o hacemos. Dios no nos hace sus hijos en base a nuestra propia justicia o rectitud, nuestra propia santidad o pureza. Los líderes de Israel pensaban que tenían el favor de Dios y que actuaban por autoridad divina porque eran personas buenas, justas y rectas. Se enfocaron tanto en su propio poder, justicia y autoridad, que no reconocieron sus pecados, injusticias y falta de misericordia con personas como los cobradores de impuestos y las rameras. Y por enfocarse en sus obras de justicia, no reconocieron su necesidad de Dios, de recibir el mensaje de su profeta Juan el Bautista, porque Juan los llamó a arrepentirse de sus pecados y sin embargo no reconocieron la autoridad que Dios le dio para anunciarles su mensaje de salvación. No creyeron que el Bautista fue enviado del cielo, es decir, enviado por Dios, a su pueblo. Por creer en sí mismos y en sus virtudes no pudieron creer y poner su confianza en el Hijo de Dios, a quien el Padre envió para salvarlos de sus pecados. No pudieron recibir con gozo la llegada del reino de Dios a sus vidas. No aceptaron la autoridad de Jesús de perdonarle sus pecados. La parábola nos advierte a no ser como el segundo hijo que se jacta de ser el hijo fiel del padre y termina siendo el hijo infiel, a no caer en la arrogancia de pensar que nuestra justicia, pureza o santidad nos hace hijos del Padre.

    Jesús también nos dice que nosotros somos como el primer hijo que primero le dijo no a su padre. Nos llama a vernos al espejo con honestidad, a reconocer que somos pecadores, que por nuestras propias fuerzas no podemos ser hijos fieles al Padre. Nos enseña que somos como los cobradores de impuestos y las rameras de su tiempo, es decir, pecadores que necesitan la intervención misericordiosa de Dios en sus vidas. Jesús nos llama a confesar nuestras injusticias, nuestros pecados. Nos llama al arrepentimiento. Pero Jesús también nos anuncia el evangelio, la buena nueva. Nos dice que Dios tiene misericordia de todos los que reconocen sus pecados e injusticias. Nos dice que el reino de Dios no es para los que creen que son justos, sino para los que están enfermos y necesitan al gran médico de las almas. El reino de Dios no es para los que ponen su confianza en sí mismos, sino para los que con humildad ponen su confianza en él, los que creen que él tiene el poder y la autoridad de perdonarles sus pecados y darles vida eterna.

    Hoy en día Dios sigue enviando al mundo a personas que, como Juan el Bautista, proclaman que el reinado misericordioso de Dios ha llegado al mundo en la persona y obra de su Hijo Jesús. Juan el Bautista fue el paletero de Dios que anunció a campanadas la llegada de Jesús y de su dulce reino de gracia. El Dios del cielo también nos envía pastores, evangelistas y maestros que, por el poder del Espíritu Santo, proclaman el nombre de Jesús. Estos siervos que anuncian la gracia de Dios en todo vecindario y barrio del mundo también son los paleteros de Dios. Suenan las campanitas del evangelio: «Tilín, tilín, tilín». Traen dulces palabras del cielo a todos. Llaman a todos a probar la dulzura del evangelio, del perdón de sus pecados. Convocan a pecadores a saborear las paletas de Dios, a probar la dulce miel de sus promesas divinas de salvación del poder del pecado, el diablo y la muerte. «¡Tilín, tilín, tilín. Paleta, paleta, paleta. Vengan y prueben la bondad del Señor!» «Vengan y saboreen que el Señor es bueno y para siempre es su misericordia».

    Si quieres profundizar en las Buenas Nuevas de Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.