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PARA EL CAMINO
Dios nos invita a que sigamos a Jesús, permitiendo que la semilla de su Palabra produzca frutos en fe en nuestro corazón. También nos exhorta a llevar su reino a otros, a invertir tiempo ayudando en las necesidades de nuestra comunidad, a caminar entre ellos animándolos con el amor y la gracia de Cristo.
La historia nos da cuenta de grandes duetos. Parejas que revolucionaron la pintura, el cine o la ciencia. Cómo olvidar, por ejemplo, a la pareja formada por Sonny y Cher que en la década de los 70 ‘s fueron un fenómeno de la música pop y vendieron millones de discos con sus canciones alrededor del mundo. Y qué decir de la pareja formada por Diego Rivera y Frida Kahlo, ambos artistas mexicanos cuyas pinturas y murales supieron retratar la cultura hispana no solo de América Latina, sino también la de nuestros hermanos asentados en los Estados Unidos en toda su complejidad. Ambos tienen un lugar especial en la historia de la pintura mundial y sus trabajos forman parte del patrimonio artístico para la posteridad. Qué podríamos decir de Pierre y Marie Curie, una pareja de físicos que en 1903 recibieron el Premio Nobel por sus aportaciones al mundo científico por sus investigaciones sobre nuevos elementos químicos y el estudio de la radioactividad. Sin duda todos ellos fueron personajes célebres que alcanzaron el reconocimiento dentro de su ámbito de a dos. Y hay razones que explican por qué el esfuerzo de dos personas es más efectivo. No en balde las Escrituras nos dicen en Eclesiastés 11: «Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero.»
Dios es sabio en su Palabra y este pasaje nos sirve como entrada al estudio de nuestra lectura del día de hoy. Recordemos que el Señor Jesucristo había reunido y enviado a sus doce discípulos. Marcos seis nos dice que fueron enviados de dos en dos a las aldeas lejanas y que les fue dado poder y autoridad para expulsar demonios y para sanar enfermos. Qué asombroso es observar el amor de Jesús quien, a pesar de ser el creador y sustentador de todas las cosas, se toma la molestia de elegir y enviar discípulos como instrumentos escogidos para llevar adelante su misión de anunciar que el Reino de los Cielos se había acercado a este mundo.
El capítulo diez de Lucas nos dice que, después de que los primeros doce regresaron, Jesús eligió a otros setenta y dos y les dio instrucciones para ir en grupos de dos a todas las ciudades. La pregunta que nos surge ¿por qué envió Jesús a más personas? ¿Acaso no eran suficientes los doce originales que habían caminado con él por un tiempo y que lo conocían bien? ¿No valía la «antigüedad» que tenían esos primeros con Jesús? Gracias a Dios, el Señor ve más allá de nuestras humanas y a veces egoístas intenciones.
La misión de anunciar que Jesús vino al mundo, murió en la cruz y después resucitó para salvarnos, proviene del amor y la gracia de Dios por la pobre humanidad. Por esta razón, la mayor parte de los teólogos afirman que Jesús envió a más discípulos en grupos de dos para poder ir a más ciudades, aun las más alejadas. Ciudades que incluyeron no solo a los judíos, sino a los no judíos, es decir los gentiles. En Mateo 28 nos dice: «Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.» En el corazón de Dios estamos las personas de toda lengua, tribu y nación.
Esta es una tarea grande para el ser humano, pero no imposible para Dios. Dios ha preparado el terreno como un sembrador con paciencia prepara el campo para sembrar la semilla. Él ha enviado a Jesús a este mundo a sembrar la semilla de su Palabra en el corazón de cada persona. El Espíritu Santo ha regado esa semilla en los corazones y él mismo está convenciendo a cada persona de su verdadera condición espiritual. Dios muestra a cada persona su propio pecado, su necesidad de ser justo y la inminencia del juicio venidero. En medio de un mundo roto y sin esperanza, hermanos… la cosecha está lista para escuchar el mensaje del amor de Dios en la cruz. Por eso, con humildad infinita Jesús nos envía ahora a nosotros de dos en dos como sus mensajeros. El Señor sigue levantando hombres y mujeres como testigos de su Evangelio y nos convida a esta hermosa misión diciendo: «Ciertamente, es mucha la mies, pero son pocos los segadores. Por tanto, pidan al Señor de la mies que envíe segadores a cosechar la mies. Y ustedes, pónganse en camino» (vv 2-3a).
Dios, como dueño y Señor de este gran campo de cosecha, instruye a sus trabajadores a comenzar la siega de dos en dos y les advierte de los peligros y resistencia que van a enfrentar: «… tengan en cuenta que yo los envío como a corderos en medio de lobos» (v 3b). Cualquier persona podría pensar cómo se le ocurre al Señor enviar a sus trabajadores como tiernos corderos en medio del peligro de los depredadores. Sin embargo, hay que notar que el Señor usa dos palabras en el original griego. La primera palabra utilizada es «arnas» que significa corderos (diferente a ovejas). La segunda palabra es «apostello» la cual nos describe la acción de comisionar personalmente a alguien para ir en su representación. Aquí, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo nos está diciendo que sus servidores irán también como corderos comisionados que van en su nombre y representación, dispuestos a amar y servir sacrificialmente. El Señor no puede abandonar a sus trabajadores, ya que cada acto realizado por ellos, es un acto hecho por Jesús a través de ellos. Jesús mismo es, entonces, su principal protector.
¿Pero qué vamos a encontrar allá en «la cosecha»? y ¿qué es lo que vamos a decir o hacer? Seguramente se preguntaron los setenta y dos. A partir del verso cuatro, Jesús les pide: «No lleven bolsa, ni alforja, ni calzado; ni se detengan en el camino a saludar a nadie… Quédense en esa misma casa, y coman y beban lo que les den… Pero si llegan a alguna ciudad y no los reciben, salgan a la calle y digan: «Hasta el polvo de su ciudad, que se ha pegado a nuestros pies, lo sacudimos contra ustedes» (vv 4, 7a, 10-11a). El Señor de la cosecha los anima a viajar ligeros de carga, concentrados en las tareas y sin distraerse. En algunas casas estarán listos para escucharlos, los recibirán y hasta les ofrecerán de comer. Pero en otras los rechazarán, los criticarán y hasta los perseguirán.
En 1994 fuimos invitados por nuestra iglesia local a hacer un viaje misionero a la sierra de Oaxaca en México. Tenía entonces dieciséis años y todavía recuerdo la emoción de todo el equipo. Fuimos asignados en grupos de dos en pequeños poblados donde los accesos y los caminos eran complicados: en algunos casos no había carretera y había que completar el viaje en terracería o caminando, donde pequeñas iglesias locales nos darían albergue. Pero no sabíamos con certeza qué nos podía esperar. La tarea consistía en organizar, con recursos limitados, dos semanas de escuela bíblica para los niños de la comunidad.
Fuimos sorprendidos por Dios con la hermosura del paisaje de las montañas, pero después nos sorprendieron aún más la calidez y humildad con la que los niños respondieron a nuestra invitación para asistir a la escuelita bíblica. A pesar de que esto ocurrió en el verano, y a pesar de que todos estaban pendientes de la copa mundial de fútbol en los Estados Unidos, el ánimo y el entusiasmo de las personas era mayor por esta invitación. Era como si nos estuvieran esperando. En este lugar hablaban chinanteco, uno de los once idiomas que se habla en las diferentes regiones del estado de Oaxaca. Algunos niños sabían también español, pero sus padres solamente chinanteco. Por esa razón tuvimos que aprender algunas frases. Fue hermoso aprender a saludar, a decir gracias y por favor y hasta cantar en Chinanteco. No fue fácil, pero la experiencia fue llevadera al animarnos mutuamente en grupos de a dos. Sin duda fue una inmersión cultural completa convivir con ellos todos los días, lo que nos permitió experimentar y extender las palabras de paz, amor y perdón del evangelio de Jesús a estos niños y familias en su propio contexto. Aún atesoro en mis recuerdos esa inolvidable experiencia que me permite recordar y llevar adelante la misión diaria a la que Dios nos ha llamado en su nombre y por su gracia.
Regresando al texto de Lucas 10, leemos que los discípulos fueron advertidos de que no siempre la gente recibirá estas buenas noticias con los brazos abiertos. El apóstol Juan nos dice que: «La Palabra vino a lo suyo, pero los suyos no la recibieron…» (Jn 1:11). Si la Palabra viva de Dios vino a ellos y la rechazaron, ¿qué podemos esperar nosotros? Es triste, sí, sin duda, pero con humildad debemos reconocer que cada persona tiene su propio camino. Es posible que a quienes rechazan activamente la gracia de Dios, aún no les haya llegado el día de su arrepentimiento. Sin embargo, así como lo hizo a sus discípulos, el Señor nos exhorta a no perder el ánimo, así como Pablo exhorta a su discípulo Timoteo: «Te encargo delante de Dios y del Señor Jesucristo, quien juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina» (2 Ti 4.1-2).
No debemos desesperarnos si alguien no recibe el mensaje o no responde a nuestra invitación. Y si en algún momento tropezamos en el camino siendo criticados, acusados o perseguidos por causa del nombre de Cristo, solo debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y continuar caminando. Entiendo que puede ser intimidante leer acerca del juicio a las ciudades que rechazaron la gracia y el amor de Jesús en Corazín, Betsaida, Tiro, Sidón y Cafarnaún. Ahí habitaron personas que se llenaron de un orgullo tan grande, que no les permitió ver que la gloria del unigénito del Padre habitó entre ellos.
Esta es una oportunidad para reflexionar y rendir cuentas unos a otros también sobre nuestro propio camino. ¿Será que con nuestros hechos estamos rechazando el mensaje de gracia y perdón de Dios? ¿Hemos sido indiferentes en nuestra manera de pensar, actuando con egoísmo y asumiéndonos como personas correctas o perfectas? Amigos, es tiempo de arrepentirnos. Jesús viene de nuevo y es un hecho que todos compareceremos ante el gran tribunal de Cristo para dar cuenta de nuestras obras. La buena noticia es que el Dios de amor y misericordia que vendrá de nuevo por su rebaño, «no se tarda para cumplir su promesa, como algunos piensan, sino que nos tiene paciencia y no quiere que ninguno se pierda, sino que todos se vuelvan a él» (2 Pedro 3.9).
Amigo que nos escuchas: Dios te hace esta invitación también a ti. Es una invitación para que sigas a Jesús, permitiendo que la semilla de su Palabra produzca frutos de fe en tu corazón. Este mensaje es también un recordatorio para la misión que Dios nos ha encomendado a quienes hemos creído en Jesús y hemos sido bautizados en su muerte y resurrección. Dios nos exhorta a seguir llevando su reino a otros, a invertir tiempo ayudando en las necesidades de nuestra comunidad, a caminar entre ellos con el amor y la gracia de Cristo animándonos unos a otros.
El dueño del campo nos envía a la misión de dos en dos sin importar la profesión a la que te dediques, y te pide que confíes en su provisión divina en todo momento. Nuestra oración es que, aun entre los que entre sollozos esparcen la semilla, pronto volvamos alegres trayendo la cosecha. No desmayemos en compartir este mensaje de esperanza que el reino de Dios se ha acercado a nosotros en la persona de Jesús.
Para la gloria de Dios el Padre y Dios El Hijo y Dios el Espíritu Santo. Amén.
Estimado oyente, si de alguna manera podemos ayudarte a compartir el reino de Dios con quienes te rodean, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.