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PARA EL CAMINO
Comenzamos nuestra reflexión invocando el nombre de nuestro Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo, Amén.
¡El Señor ha resucitado! ¡Ha resucitado en verdad, aleluya! No dejes que el miedo te arruine la fiesta de la vida y la resurrección. De eso trata nuestro mensaje el día de hoy.
Mi esposa y yo compartimos gustos similares en muchas cosas, pero el que más disfruto, me llena de gozo, me renueva, me hace feliz, es el gusto por los viajes. Todos los años, con los niños y a veces sin ellos, ella y yo hacemos tiempo para viajar, conocer lugares, y descansar. Es algo que nos encanta hacer y que renueva nuestra relación matrimonial, nuestra amistad, y nuestra unión.
Pero, así como compartimos el gusto por los viajes, paradójicamente también tenemos algo en común a la hora de viajar: a los dos nos aterran los aviones. Y es terrible porque casi siempre que viajamos nos toca tomar uno, dos, tres, o quizás más vuelos. ¡No nos queda más remedio!
A veces, para disfrutar algo que nos gusta tenemos que pasar por situaciones que no nos gustan. Así que antes de un gusto, viene un susto. Y por más que nos digan que los aviones son la forma más segura de viajar, que es muy raro que pase algo trágico en un vuelo, que no hay nada de qué preocuparse, el miedo está allí para nosotros.
Lo curioso es cómo los dos manejamos la situación, y cómo los dos nos enfrentamos a nuestros miedos a los aviones. Ella se agita, se pone de mal humor, se llena de ansiedad. Y yo la entiendo, porque ante el miedo cada quién reacciona como puede, o como le toca. Entonces ella lo que hace es que se toma una pastilla de estas para el mareo, que le dan sueño, y pasa todo el vuelo durmiendo.
Yo, por mi parte, que tengo tanto o más miedo que ella, pero que no me gusta tomar pastillas, trato de distraer mis fobias. Entonces de ser posible me pongo a ver una película, leer un libro, jugar algo en mi teléfono, y trato de engañar la mente, pensar en otra cosa, intentando que el tiempo en el avión se me pase lo más rápido posible ocupado en otra actividad. Como ves, cada uno gestiona sus miedos como mejor le parezca.
El miedo es algo que todos los seres experimentan, una emoción natural que aflora en nosotros en circunstancias donde nos sentimos amenazados y que, según los expertos de la psicología, a veces nos viene ante situaciones reales o inclusive imaginarias. Hay gente que le tiene miedo a cosas palpables como las cucarachas, las serpientes, los lugares oscuros, los sitios encerrados, etc. Mientras que hay miedos más profundos, que también son comunes, como el miedo a la muerte, a la soledad, al fracaso, al dolor.
Y quería comenzar trayendo el tema del miedo a nuestro mensaje de esta semana, porque es lo que había en la mente de los discípulos de Jesús después que lo arrestaron, lo crucificaron, e incluso —como vemos en el Evangelio de esta semana— había miedo en ellos el día de la resurrección.
Dice Juan:
La noche de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban reunidos a puerta cerrada en un lugar, por miedo a los judíos…
El “a puerta cerrada” del que habla el Evangelio es la clarísima medida de protección usada por los discípulos de Jesús, y es también una reacción frecuente al miedo.
Cuando las personas tienen temor a algo lo primero que hacen es poner muros, o hacerse corazas de protección, para defenderse de eso que tanto temen. Por eso los conquistadores construían murallas alrededor de sus asentamientos y así protegerse ante ataques eventuales que podrían ocurrir. Es como cuando alguien te traiciona o te miente, ¿verdad que te cuesta volver a confiar o creer en alguien después de este tipo de experiencias? Entonces te haces una muralla de protección ante la gente. Igual pasa cuando te quemas o te cortas estando en la cocina: Seguimos cocinando, pero estando más alertas a que no nos pase otra vez… por miedo.
Entonces los discípulos, tras ver todo lo que le habían hecho a Jesús, ellos prefirieron protegerse, esconderse, y encerrarse.
¿Saben algo? Hay gente que no tiene una relación con Dios, personas que no escuchan la Palabra ni abren sus Biblias, que no hacen tiempo para participar en los Sacramentos, o para orar en familia, porque tienen miedo. Miedo a renunciar a una vida acomodada al pecado, miedo a tener que arrepentirse y hacer cambios profundos en sus vidas, miedo a lo que los demás dirán de ellos… todo esto en la vida espiritual o de fe.
Lo mismo pasa en la vida cotidiana. Hay gente que deja que el miedo los encierre, los oprima, los lleve a vivir sin tomar riesgos, sin vivir experiencias, sin disfrutar las bendiciones que Dios quiere para nosotros, sus hijos.
Y en este contexto, en esta realidad, la de los discípulos que temían por los judíos, o en la de nosotros que a menudo vivimos encerrados en nuestros miedos y pecados… a esta realidad llega Jesús.
Dice el texto:
…En eso llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: «La paz sea con ustedes.»
Jesús atraviesa nuestros muros, y le importa poco cuán cerrada esté la puerta.
Fíjense que lo primero que hace es compartir un saludo hebreo muy común entre los judíos: «La paz sea con ustedes.»
Esto tiene muchísimo significado porque Jesús es el Príncipe de Paz del que hablaban los profetas. Él trajo paz cuando anduvo con sus discípulos enfrentando la tormenta en el mar, y además —unas noches atrás— les había dicho durante la última cena pascual que celebró con ellos: “La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo” (Juan 14:27).
El otro día escuchaba a un pastor diciendo que la gente cree que la solución para el miedo es la valentía, y que no es así. La solución para el miedo está en la fe, la fe en Jesucristo que, ante nuestros miedos, trae la paz de Dios, la paz que sobrepasa todo entendimiento.
Lo siguiente que hizo Jesús con sus temerosos discípulos fue darle muestra de Su poder. Continúa Juan en el versículo 20:
Y mientras les decía esto, les mostró sus manos y su costado. Y los discípulos se regocijaron al ver al Señor.
Los discípulos no estaban viendo a un fantasma o a un espíritu. Los discípulos no estaban viendo en Jesús una alucinación, las cuales nunca son colectivas. Los discípulos tenían frente a ellos al mismo Jesús, al Dios encarnado, al Señor que ellos habían visto morir en la Cruz, y que ahora regresaba a ellos, mostrándoles sus heridas como prueba de que Él tiene el poder para vencer la muerte.
Más de una vez, en mi trabajo como pastor, un miedo frecuente que veo en muchas personas, creyentes o no, es el temor a morir, o lo que los expertos llaman la tanatofobia. Mucha gente le tiene un miedo inmenso a morir, y cuando sienten que este momento se acerca, muchos se aterran, y vienen las dudas, el desánimo, la incertidumbre. San Pablo, hablando de la muerte, la define como nuestra última enemiga, la cual Cristo también venció (1 Corintios 15:26).
Es por ello que Jesús viene encarnado a nosotros en Su Palabra, a recordarnos en el Evangelio que Él venció a la muerte en nuestro lugar y por nosotros; es también por esto que Jesús viene hecho carne a nuestro mundo, y en el Sacramento de la Eucaristía, Su verdadero cuerpo y Su verdadera sangre, nos recuerdan que Él ha vencido a la muerte, y que en la Santa Cena recibimos vida eterna en lugar de muerte, y perdón en lugar de condenación.
Jesús vino a los discípulos, así como viene a nosotros, a traernos Su paz, y a recordarnos que Él ha vencido a la muerte, así que porque Él vive ya no debe haber temor.
Y finalmente, y con esto quisiera que terminemos esta reflexión, Jesús viene para equiparnos con el Espíritu Santo, y a enviarnos a un mundo que desesperadamente necesita escuchar esta verdad.
Entonces Jesús les dijo una vez más: «La paz sea con ustedes. Así como el Padre me envió, también yo los envío a ustedes.» Y habiendo dicho esto, sopló y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les serán perdonados; y a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados.»
Más allá de los dogmas y las tradiciones, la misión de la Iglesia es todo sobre Jesús, es llevar Su mensaje a las naciones, es enseñar Su Palabra a todos los pueblos, es predicar a Cristo y administrar los Sacramentos de perdón a todos, grandes y chicos.
Jesús les dio a sus discípulos la paz para vencer al miedo, les dio la certeza de Su resurrección para darles seguridad, y ahora los equipa con el Espíritu Santo para la misión. Él sopló sobre ellos el Espíritu Santo para darles vida, así como en el principio el Creador soplaba sobre el primer hombre para que éste tuviera vida (Génesis 2:7).
A estos discípulos, Jesús les encargó el ministerio de la reconciliación, les dio el poder de perdonar pecados a aquellos que crean en Jesús y se arrepientan de sus faltas, pues como bien dice Martín Lutero en el Catecismo: “… donde hay perdón de pecados, allí hay vida y salvación”.
La Biblia nos repite cientos de veces una frase: “No tengas miedo”.
Los cristianos pueden pasar por momentos difíciles, llenos de terror, ansiedad, y temor. La vida en este mundo no es fácil. A menudo lidiamos con las consecuencias de un mundo caído por el pecado, con los problemas que nosotros mismos causamos por culpa de nuestras faltas, y con el diablo y la muerte siempre persiguiéndonos de cerca.
Pero la invitación que hace Dios en Su Palabra, a no tener miedo, no es para que confíes en ti, sino para que pongamos nuestra mirada, nuestra confianza, y nuestra paz en manos de Jesucristo. Él vencerá tus miedos y los míos, y nos dará la vida eterna y la salvación por medio de Su sacrificio en la Cruz.
Él no regresó a sus discípulos para regañarlos o condenarlos por su falta de fe ni por sus miedos. Él volvió a ellos para darles paz, para mostrarles las heridas que la Cruz causó, y para darles al Espíritu Santo y equiparlos para la misión de la Iglesia.
El texto de hoy comenzaba diciendo que los discípulos estaban reunidos y juntos, el primer día de la semana, una práctica que se hizo frecuente desde la resurrección, y que también nos recuerda que los creyentes nos reunimos el primer día de la semana en las iglesias de todo el mundo para celebrar que a una realidad llena de miedos, de pecado, de muerte, Jesús —en Su Palabra y Sacramentos— trae la paz que echa fuera los temores, trae perdón de pecados para que hallemos vida y salvación, y nos equipa con el Espíritu Santo para proclamar el arrepentimiento y el perdón de pecados.
Yo no conozco tus miedos… pero si los tienes hoy te invito a ponerlos en manos de Jesucristo, y créeme cuando te digo que Él te dará paz. Amén.
Queridos amigos, si les ha gustado este mensaje, recuerden que pueden compartirlo con otros. Además, ya sabes que, para conocer más de Jesús, y de la paz que Él nos da y que echa fuera nuestros temores, puedes ponerte en contacto con nosotros aquí en Cristo Para Todas las Naciones. ¡Dios te bendiga!