PARA EL CAMINO

  • ¿Quién es el más importante?

  • septiembre 22, 2024
  • Dr. Leopoldo Sánchez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 9:30-37
    Marcos 9, Sermons: 7

  • Los discípulos ven las grandes obras de Jesús y quieren ser como él. Pero no entienden que el más importante en el reino de los cielos no son las personas poderosas que imponen su autoridad sobre otros. Jesús tiene que enseñarles a sus discípulos que los primeros son los siervos de todos. La obra más grande de Jesús es su servicio hasta la cruz, donde da su vida para el perdón de nuestros pecados. Jesús nos da su Espíritu Santo para hacernos discípulos que sirven al prójimo, compartiendo con ellos sus buenas nuevas de salvación y toda buena obra.

  • ¿Quién es el más importante? En nuestra sociedad, la gente muchas veces asocia la importancia de alguna persona con el nivel de autoridad o poder con el que ejerce su cargo o la función que desempeña. En los tiempos de Jesús, la gente pensaba de manera similar. Asociaba la importancia de alguna persona con el ejercicio del poder y el despliegue de autoridad. No debe sorprendernos que los discípulos de Jesús pensaran igual. De hecho, al pasar tiempo con Jesús, lo vieron hablar con autoridad y manifestar su poder. Reconocían su gran importancia.

    Al leer el evangelio según San Marcos, y en particular sus primeros ocho capítulos, uno se da cuenta de que la autoridad de Jesús es evidente en todo lo que dice y todo lo que hace. Por ejemplo, cuando Jesús llama a sus discípulos, ellos de una vez lo dejan todo para seguirle. Su palabra tiene poder de convocatoria. Jesús también muestra su gran poder cuando expulsa demonios y sana a los enfermos. Está por encima de estas realidades que afligen a los seres humanos. Además, Jesús tiene la autoridad de perdonar pecados–una obra que solo puede tener su origen en Dios. También se pone Jesús por encima de las restricciones del sábado, día en el que no se debía laborar, sanando a una persona ese día, porque según su enseñanza el sábado se hizo para bien del hombre y no el hombre para bien del sábado. Aquí Jesús habla con la autoridad de Dios, y su enseñanza lo pone por encima de los líderes religiosos de aquel tiempo. Además, Jesús tiene poder sobre la muerte porque puede revivir a los muertos, resucitarlos. Jesús también despliega su señorío sobre la naturaleza y toda la creación cuando calma una tormenta, o cuando camina sobre el agua, o cuando multiplica los panes y peces para alimentar milagrosamente a cinco mil y luego a cuatro mil personas.

    En fin, cuando uno lee sobre todo los primeros ocho capítulos del evangelio según San Marcos, y considera lo que dijo e hizo Jesús ante los ojos de sus discípulos y otros, no cabe la menor duda de que la imagen que nos llevamos de Jesús es la de un poderoso heraldo que habla con la autoridad de Dios y que por sus grandes obras de poder establece el reino misericordioso de Dios en la tierra. El señorío de Jesús sobre todas las cosas, sobre todos los poderes en el cielo o en la tierra o debajo de la tierra, se resalta de forma contundente en todas sus obras. No cabe duda de que, si alguien les preguntara a los discípulos de Jesús, ¿quién es el más importante?, ellos de seguro dirían, «¡Jesús es el más importante!»

    Cuando Jesús les pregunta a sus discípulos, «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?» (8:29), Pedro le contesta, «Tú eres el Cristo» (8:29). Pero Pedro, quien habla por todos los discípulos, asocia la palabra «Cristo» con el poder de Jesús sobre todas las cosas. Esto tiene sentido porque los discípulos de Jesús se habían acostumbrado a ver sus grandezas. Asociaban la importancia de Jesús con sus despliegues de autoridad. Y esta idea acerca de la identidad de Jesús empezó a influir en la forma en que ellos querían pensar acerca de sí mismos. Se habían acostumbrado a ser discípulos de un Jesús poderoso, y por lo tanto empezaron a pensar que seguir a Jesús significaba tener algo de su poder, ser tan importantes como él. Por eso no debe sorprendernos que en una ocasión los discípulos de Jesús disputaban entre ellos quién era el más importante. Querían establecer entre ellos mismos quién era el primero entre todos y de todos. Querían discernir quién era el discípulo que más se parecía a Jesús, que más reflejaba su grandeza.

    Jesús tiene que hacerle ver a sus discípulos que ellos no han entendido plenamente quién es él. Tiene que mostrarles qué significa plenamente confesar que él es el Cristo, y lo que esto significa para sus discípulos. En la segunda parte del Evangelio según San Marcos que empieza con la confesión de Pedro, Jesús les hace ver a sus discípulos otro aspecto muy importante de su identidad y misión. Empezó a enseñarles «que era necesario que el Hijo del hombre sufriera mucho y fuera desechado … y que tenía que morir y resucitar después de tres días» (8:31). Este fue el primer anuncio de su muerte.

    Su discípulo Pedro lo llevó aparte y lo reprendió por haber dicho semejante cosa. Quería seguir al Jesús poderoso, pero no al sufriente. Quería a un Cristo glorioso, pero no a un Cristo cuyo destino era ir a la cruz. Pensaba Pedro como los seres humanos que creen que mientras más poder tienen son mayores que los demás, y no como el Cristo que muestra su poder para salvarnos mediante su sufrimiento y muerte. Jesús les enseña a Pedro y a los demás que ser su discípulo incluye no solo participar en su gloria sino también en su sufrimiento. Les dijo: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame» (8:34).

    Les cuesta a los discípulos comprender que Jesús es el Hijo del hombre que tenía que morir y luego resucitar. Cuando tres de los discípulos ven la gloriosa manifestación de Jesús en su Transfiguración quieren quedarse con él en la montaña. La voz del Padre en el cielo, sin embargo, les dice: «Éste es mi Hijo amado. ¡Escúchenlo!» (9:7). En otras palabras, el Padre les está diciendo, «escuchen lo que mi Hijo Jesús les ha enseñado, que tiene que morir y ser resucitado.» No se pueden quedar en la montaña. Hay que bajar de allí y seguir con Jesús camino a la cruz. Después de ese incidente, Jesús anuncia su muerte por segunda vez. Les dice a sus discípulos: «El Hijo del Hombre será entregado a los poderes de este mundo, y lo matarán. Pero, después de muerto, al tercer día resucitará» (9:31).

    Sin embargo, a pesar de haber escuchado a Jesús anunciar su muerte por segunda vez, los discípulos seguían «discutiendo quién de ellos era el más importante» (9:34), quién era el discípulo que más reflejaba la gloria de Jesús. Pero Jesús les enseña que, según la forma en que Dios ve las cosas, los primeros no son los que se ponen por encima de otros y los someten a su autoridad. Todo lo contrario. Jesús les dice: «Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y el servidor de todos» (9:35). Ser discípulo de Jesús es reflejar su identidad como el Siervo que no «vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (10:45).

    ¿Quién es el más importante? Es muy fácil asociar las obras de Jesús con sus grandezas, su poder y gloria, y al igual que sus primeros discípulos, a veces no nos percatamos de cómo Jesús muestra su señorío de forma más plena y profunda por medio de su servicio, por el amor que nos muestra en su humildad, en los sufrimientos por los que pasa en su camino a la cruz, para así salvarnos de nuestros pecados. En última instancia, en el Evangelio según San Marcos, Jesús nos muestra su grandeza mediante una vida de servicio y sacrificio que lo lleva a la cruz. Jesús muestra su autoridad, poder y gloria sobre todas las cosas en su pasión y muerte, y luego también en su resurrección. Jesús se da por nosotros hasta la muerte para salvarnos del poder del pecado, el diablo y la muerte. Así nos muestra su grandeza.

    ¿Qué más aprendemos de Jesús? Que todo discípulo de Jesús es, ante todo, un siervo. Como lo dice el Señor Jesús, el gran Siervo de Dios, el primero en el reino de Dios es en fin «el servidor de todos» (9:35). Nos llama Jesús en su palabra a morir a nosotros mismos para así dar lugar al prójimo en nuestras vidas. Y al llamarnos por su palabra Jesús nos da a la vez el poder de su Espíritu Santo para morir a nuestros pecados–aquellos pecados que nos llevan a la soberbia, a pensar que somos más importantes que los demás–para luego ser renovados en nuestras mentes y corazones por el poder del mismo Espíritu con el fin de servir a nuestros prójimos en sus necesidades cotidianas, ya sean temporales o espirituales.

    Finalmente, Jesús les enseña a sus discípulos que ellos son como niños que él envía al mundo para ser sus representantes, sus servidores en un mundo que necesita recibir su amor, el perdón de sus pecados. Así pues, nosotros también somos como niños porque dependemos completamente de aquel que nos envía al mundo en su nombre. Un niño o una niña no tiene la capacidad, ya sea mental o física, para representar a su padre o madre, sino que recibe toda su fuerza, poder o autoridad única y exclusivamente de aquel que lo envía para proclamar en su nombre las buenas nuevas de su perdón, vida y salvación. Demos gracias al Señor Jesús que por su sufrimiento, muerte y resurrección nos ha servido para rescatarnos del pecado, el diablo y la muerte, y nos ha dado también el privilegio y la fuerza de su Espíritu Santo para ser sus siervos en un mundo que tanto necesita su amor, compasión y perdón. Amén.