PARA EL CAMINO

  • ¿Quién lo dice?

  • agosto 23, 2009
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 7:5-7
    Marcos 7, Sermons: 7

  • Hay veces en que los cristianos hablamos cuando el Señor calla, y veces en las que creamos reglas aun cuando el Señor no haya dado ninguna… hay veces en que los cristianos no nos comportamos «como cristianos».

  • Se supone que los cristianos debemos comportarnos ‘como cristianos’. Pero a veces no lo hacemos, sino que cometemos errores. Recuerdo hace años, cuando servía en una parroquia, había una familia que asistía a la iglesia muy de vez en cuando. El papá, la mamá y los dos hijos de 4 y 7 años, asistían un domingo, y luego dejaban de venir por uno o dos años. Un domingo en particular en que estaban en la iglesia, y debido a que no estaban seguros de las prácticas comunes durante el servicio de adoración y a que no querían llamar la atención, decidieron sentarse en uno de los últimos bancos, en el que había una placa que decía: «RESERVADO PARA PADRES CON NIÑOS PEQUEÑOS.» Vale aclarar que los niños ya no eran tan pequeños como para necesitar sentarse en ese banco, pero como su presencia era tan esporádica nadie dijo nada, pues todos se alegraron que estuvieran presentes en el servicio de adoración.

    Hacía tanto que habían estado en la iglesia la última vez, que para los muchachos la experiencia era totalmente nueva. Antes de que comenzara el servicio saludaron en voz alta a todos los que entraban. Conversaron con los ujieres, se dieron vuelta cada vez que el órgano de tubos comenzaba a interpretar un himno. Cuanto más alta la música, más la disfrutaban, y hasta se movían siguiendo su ritmo. El menor de los muchachos se puso muy contento al ver que una niña de su edad estaba sentada en la fila de atrás, por lo que no dejaba de pararse, voltearse y sonreírle tratando de iniciar conversación. Cuando finalmente la conversación se convirtió en risas, la madre trató de poner orden con una de esas miradas que dicen: «Pórtate bien.» Pero el niño ni se dio cuenta de lo que la madre le estaba tratando de decir con su mirada, lo cual fue un gran error.

    El servicio ya se había iniciado y yo me encontraba al frente, por lo que no pude ver lo que estaba ocurriendo, así es que el resto de la historia que les voy a contar está basada en lo que me dijeron quienes presenciaron los acontecimientos. Al darse cuenta que la mirada no había producido los resultados esperados, la madre pellizcó al pequeño en el trasero. En menos de un segundo, el niño se volteó y se sentó en total estado de sorpresa y casi llorando, mirando a su madre en busca de una explicación… una explicación que nunca llegó.

    Con un simple pellizco, la madre le había enseñado al niño no sólo el significado de la mirada, sino también que en la iglesia uno no se para, no se voltea, no baila, no habla y no sonríe, sino que se queda sentado quieto. Pero también aprendió que los cristianos no siempre reaccionan de la mejor manera. En definitiva, fue una gran lección para el pequeño de cuatro años de edad.

    Se supone que los cristianos debemos actuar como cristianos, por lo que el no hacerlo proporciona una gran excusa a los que miran de afuera, quienes al vernos actuar así, dicen: «la iglesia está formada por un montón de hipócritas que critican demasiado.» Eso es lo que con toda seguridad habrían dicho de esa madre que pellizcó a su niño sintiendo que era su obligación hacerle cumplir órdenes que en realidad el Señor nunca impuso a su pueblo. Si bien aplaudo a los padres que educan a sus hijos, ya sea dentro o fuera de la iglesia, creo que la enseñanza basada en el amor es mejor que un pellizco en el trasero, y que una suave explicación es mejor que una de esas ‘miradas que matan’, que puede hacer que el ir a la iglesia se convierta en una experiencia ingrata.

    ‘Los cristianos deben comportarse como cristianos’. Esa ha sido siempre la crítica dirigida a nosotros por las personas de afuera. Cuando hace dos mil años Jesús nuestro Salvador enseñaba, predicaba y hacía milagros, un grupo de fariseos lo puso a prueba para ver si sus discípulos eran buenos ejemplos, y si estaban obedeciendo todas las leyes y tradiciones. Se puede imaginar a estos fariseos parados detrás de la multitud, sin sonreír, sólo observando y esperando a que alguien cometiera un error. No tuvieron que esperar mucho hasta que los discípulos de Jesús cometieron un error al no cumplir una de las leyes de Dios. Pero no se asombre, eso era bastante común.

    Cuando le pidieron a Jesús que condensara y comprimiera toda la ley de Dios, él lo hizo con mucha facilidad, respondiendo: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente«. Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: «Ama a tu prójimo como a ti mismo.» (Mateo 22:37-40). Entonces, para que a nadie le quedara ninguna duda, Jesús agregó: «De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.» Para Jesús, el amor fue la base de todo lo que Dios hizo por la humanidad, por lo que el amor debe ser reflejado en todo lo que el hombre hace para Dios y sus semejantes.

    La posición de Jesús era bastante distinta a la de quienes habían ido a examinarlo. En contraste a los dos mandamientos dados por Jesús, los fariseos habían elaborado una inmensa lista de normas y reglas. A través de los años habían creado un sistema compuesto por 613 leyes, 365 cosas que las personas no debían hacer, y 248 cosas que estaban obligadas a hacer. ¿Qué clase de leyes? Leyes rebuscadas como por ejemplo que en el día de reposo, la mujer no podía mirarse en un espejo, no sea cosa que se encontrara una cana y se la arrancara, lo cual sería considerado como trabajo. Esas leyes de los fariseos eran cambiadas, modificadas, y ampliadas continuamente, según lo que demandaban las circunstancias y preferencias personales. Para los fariseos, esas 613 leyes eran su orgullo; para el común de la gente, eran una pesadilla.

    Por esta razón, no tomó mucho tiempo para que los discípulos de Jesús transgredieran alguno de esos 613 mandatos, dando pie a los fariseos para que se quejaran, diciendo: «Jesús, se supone que tus discípulos deben actuar como buenos seguidores tuyos, pero no lo han estado haciendo. No se han lavado las manos antes de comer. Han quebrantado nuestras leyes. No se comportan como corresponde, ni son un buen ejemplo.» Eso fue básicamente lo que los fariseos dijeron.

    ¿Qué respuesta dio Jesús a todas esas acusaciones? ¿Acaso se disculpó, o trató de suavizar las cosas, o expresó arrepentimiento tratando de calmar a sus críticos? No. Al contrario, el Salvador salió al contraataque. Citando a Isaías, el profeta del Antiguo Testamento, Jesús dijo: ‘Miren muchachos, ustedes rinden honor al Señor de la boca para fuera, porque la verdad es que sus corazones están endurecidos. El culto que hacen no es más que una broma, porque están reemplazando los mandamientos de Dios con las enseñanzas que ustedes mismos han fabricado.’ En otras palabras, Jesús les dijo: ‘Ustedes hablan cosas buenas, pero eso es lo único que hacen: hablar…’ Y Jesús estaba en lo cierto. ¿Cómo podría no estarlo, si era el Hijo inocente de Dios? A Jesús no le molestaba que los fariseos quisieran seguir sus leyes y reglas, pero no podía permitir que ignoraran las partes realmente importantes de la fe ni que sustituyeran con sus deseos los deseos de Dios y demandaran que los demás los obedecieran.

    Sería magnífico si pudiéramos decir que aquellos fariseos entendieron de corazón las palabras de Jesús, pero lamentablemente no fue así. Ellos no podían aceptar los hechos, pues en sus mentes ya estaban convencidos de que Jesús estaba equivocado, de que sus enseñanzas estaban erradas, y de que sus discípulos también estaban equivocados, ya que él no era el Mesías enviado del cielo a este mundo que daría su vida para pagar el precio de nuestro pecado y rescatar las almas perdidas de la condenación. No, esos fariseos no escucharon. Al contrario, se mantuvieron firmes en sus convicciones, e hicieron todo lo que pudieron para asegurarse de que Jesús y su misión de salvación fueran borrados y olvidados.

    Durante el resto del ministerio de Jesús trataron de silenciarlo conspirando en su contra, tendiéndole trampas, y tratando de que la gente se volviera contra él. Tan grande era el odio que le tenían, que estuvieron presentes cuando Jesús fue arrestado y algunos de ellos asistieron a los juicios donde el inocente Hijo de Dios fue sentenciado a muerte. Después de su crucifixión, los fariseos fueron parte de los que pidieron a Poncio Pilatos que se asegurara que la tumba de Jesús estuviera protegida de los discípulos u otras personas que podrían intentar robar el cuerpo de Jesús para hacer creer que Jesús había resucitado de la muerte.

    ¡Gracias a Dios que hicieron todo eso! Si los fariseos no hubieran puesto una guardia y sellado la tumba de Jesús; si no hubieran presenciado, sin querer, el misericordioso plan de redención, hubiera sido posible que durante 20 siglos, los escépticos y los críticos negaran la resurrección del Salvador. Pero los mismísimos guardias de los fariseos fueron quienes vieron el ángel hacer rodar la piedra que cubría la entrada de la tumba vacía de Jesús. Fueron los fariseos quienes estuvieron entre los primeros en recibir la noticia de que Jesús estaba vivo, y que la peor de sus pesadillas y el mayor de sus temores se había hecho realidad.

    Exactamente así como lo había prometido y como las Escrituras lo habían anunciado, Jesucristo resucitó de la tumba. Esa fue la prueba máxima, inexpugnable, e innegable de que el Redentor había concluido su obra. Gracias a la vida de Jesús, perfecta de principio a fin, la condenación de la ley fue eliminada para todos los que creen en él como su sustituto enviado del cielo. Gracias a que Jesús resistió toda y cada una de las tentaciones que Satanás puso en su camino, todos los que confiamos en él a través de la fe que da el Espíritu Santo, sabemos que el pecado ya no se interpone más entre esta vida y la vida eterna en el cielo. Gracias a que Jesús ha vencido al último enemigo de la humanidad y la muerte misma, permanecemos en la seguridad del conocimiento que la tumba no será nuestro lugar de descanso final, y las lágrimas de los que están de duelo, en el día del Juicio serán reemplazadas por las buenas nuevas de la vida eterna.

    La resurrección del Redentor son las buenas nuevas de Dios que cambian nuestra vida terrenal y nuestro destino eterno. Si usted aún no ha experimentado el consuelo y la guía que trae el tener a Jesús como Señor y Salvador, le aseguro que en este mismo momento Dios le ofrece sus regalos de perdón, esperanza y salvación. Gracias a la vida, muerte, y resurrección de Jesús, su vida puede ser cambiada. Los pecados que le acosan y las dudas sobre la vida después de la muerte que parecen no tener explicación, todo puede ser olvidado. El Espíritu Santo puede llevarle al arrepentimiento y a una paz que quizás a usted en estos momentos le parezca imposible de obtener.

    Sí. La victoria de Jesús sobre el pecado, la muerte y el diablo cambia muchas cosas. Pero debo reconocer que hay algo que no cambia: cuando el mundo se fija en el pueblo de Dios, sigue decepcionándose. Cuando el mundo nos examina y nos analiza como hacían los fariseos con Jesús, dice: ‘¿No se supone que los cristianos deberían comportarse como cristianos?’ Cada pecado cometido por un pastor o sacerdote; cada incidente; cada acto de avaricia, de codicia, o de inmoralidad, está en los titulares y primeras planas de los periódicos, son constantemente repetidos en los noticieros, y se convierten en el tema de discusión más popular. El mundo sabe que ‘los cristianos deberíamos comportarnos como cristianos’, por lo que, cuando no lo hacemos, nos critican a diestra y siniestra, y piensan cada vez peor del Salvador.

    Hay veces en que los cristianos ponemos trabas a los creyentes y a los cristianos potenciales, que el Señor no ha puesto. Hay momentos en los que hablamos cuando el Señor calla, y ocasiones en las que creamos reglas aun cuando el Señor no haya dado ninguna. Por ejemplo, cuando se inventaron los anteojos, hubo doctores que se opusieron a su uso aduciendo que podían causar daño a la vista, y algunos predicadores llegaron a decir que el uso de anteojos era un desafío a la voluntad de Dios de que la persona tuviera mala visión. A principios del siglo veinte, en una ciudad de Illinois algunos cristianos decidieron que la efervescencia de las bebidas carbonadas hacía mal a los jóvenes, por lo que se creó una ley que prohibía su venta los días domingo.

    Puede ser que usted no recuerde aquellos días, pero muchos podrán rememorar que antes, ‘santificar el día de reposo’ significaba no jugar, no divertirse, no reírse… no nada. ¿Cómo es que el día que Dios dio para el descanso y la restauración llegó a convertirse en lo que es hoy? Puede que hayamos tenido la mejor de las intenciones, pero la verdad es que inventamos leyes donde Dios sólo había dicho: ‘Santifica el día de reposo’.

    Quizás sea esa la razón por la que muchos de ustedes ven a la Iglesia cristiana como una organización gobernada más que nada por una gran lista compuesta por un sin fin de prohibiciones… ‘no debes hacer esto’, ‘no debes hacer aquello’, y piensan que somos censuradores, terriblemente intolerantes y críticos, e inusualmente crueles. Es por ello que muchos de ustedes han llegado a la conclusión que tanto la iglesia, como nuestra adoración, no son una celebración. Pero en realidad no es así en todas partes. Hay muchas iglesias y muchos predicadores que creen que nuestro cometido es amar al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

    Hay muchas iglesias que saben que no hay nada que puedan agregar para mejorar el plan de salvación de Dios. Hay muchos que reconocen que (parafraseo de Isaías 55:8-9): ‘Los pensamientos de Dios no son los de ellos y sus caminos tampoco son los de ellos.’ Muchas iglesias saben que no pueden mejorar la Palabra de Dios agregándole o quitándole cosas, por lo que la predican lo mejor que pueden. En muchas iglesias se animan mutuamente con el amor del Señor, y tratan de reflejar ese amor a los demás tan bien como pueden. Le puedo asegurar que hay cristianos en el mundo que tratan de creer, hablar, y comportarse como cristianos.

    Es por ello que quiero decirle que, aun cuando en el pasado los cristianos lo hayan decepcionado; o aun cuando alguna vez se haya unido a una iglesia con el corazón herido y no haya encontrado el alivio que esperaba, no piense que el Salvador es un hipócrita que no se interesa por usted. Nada de eso es cierto. Jesús es real, su amor es real, y su salvación es real. Por favor, no juzgue al Salvador por lo que hace su pueblo pecador.

    Había una vez un granjero que siempre ofrecía a su vecino a que probara sus manzanas, pero éste siempre se negaba. Finalmente, un día el granjero le preguntó: «¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué ni siquiera quieres probarla?» A lo que el vecino contestó: «La verdad es que ya he probado tus manzanas, y son demasiado agrias.» «¿De dónde sacaste las manzanas?», le volvió a preguntar. «Encontré algunas a lo largo del camino.» A lo que el granjero dijo: «Es cierto, esas manzanas son agrias, porque los árboles con manzanas agrias los planté a propósito a lo largo del camino a fin de mantener a los ladrones alejados. Pero si comes de las del medio del huerto, verás que el sabor es diferente.»

    En otras palabras: cuanto más cerca esté usted del Salvador, más dulce será la alegría que Él le proveerá.

    Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.