PARA EL CAMINO

  • ¿Quién lo entiende?

  • agosto 15, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 12:51
    Lucas 12, Sermons: 6

  • Las personas no siempre son lo que parecen ser, y esto incluye a Jesús. ¿Le parece que Jesús fue un hombre manso y tranquilo, y que sus palabras siempre fueron dulces y consideradas? Jesús piensa en forma diferente sobre sí mismo.

  • Rara vez las personas son lo que parecen ser. Recuerdo a una señora, ya mayor, de mi congregación. Tenía buena posición económica, era educada, y sumamente activa en la iglesia. Cada vez que la veía estaba muy bien vestida, demostraba muy buenos modales, y siempre estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para el Reino de Dios. Un día, mientras estaba haciendo comentarios positivos acerca de ella a los diáconos y líderes de la iglesia, vi que de pronto entre ellos se miraban de reojo y se hacían muecas, por lo que comprendí que había una parte de la historia que yo no conocía. Así es que dejé de hablar, y les dije: «¿Qué pasa? ¿Qué es lo que no sé?» Finalmente, uno de ellos se aclaró la garganta, y dijo: «Pastor, primero que nada, usted sabe que no nos gusta andar con chismes. Usted tiene razón cuando dice que ella está bien económicamente, pero eso es porque logró que su madre, que sufría de demencia, cambiara el testamento y le dejara todo a ella, en vez de repartirlo entre todos los hijos. Y también tiene razón cuando dice que es educada porque habla bien, pero eso lo hace sólo cuando está en la iglesia, porque a cualquier otro lugar donde va su vocabulario deja mucho que desear. Y siempre está dispuesta a trabajar para la iglesia porque en ningún otro lado la quieren ni siquiera como voluntaria. La iglesia es el único lugar donde se la deja hacer cosas.» Después de decir todo eso, medio avergonzado por haberlo dicho, agregó: «Pastor, rara vez las personas son lo que parecen ser».

    Esta afirmación también incluye a Jesús. Sí, ya sé que muchos no estarán de acuerdo conmigo; después de todo, en el capítulo 13 del libro de Hebreos dice: «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos» (v. 8), por lo que, si esto es cierto, no puede ser tan difícil comprender a alguien que nunca cambia. Pero, por otro lado, también es posible que las personas no siempre comprendan al Salvador, o que lo vean como él realmente es. Por ejemplo, cuando Jesús nació los pastores fueron a adorarlo, pero un poco después el Rey trató de matarlo. Jesús sanó a un hombre que había nacido ciego, pero en vez de alegrarse ante la obra del Salvador, los líderes de la sinagoga echaron al hombre fuera de la iglesia. Jesús resucitó de la muerte a su amigo Lázaro, lo que dio mucha alegría a quienes lo querían. Pero la Escritura dice que también hubo otros que inmediatamente comenzaron a tramar complots para deshacerse de Jesús y de Lázaro. Poco antes de su muerte, Jesús entró en la ciudad de Jerusalén. Grandes multitudes le dieron la bienvenida, proclamándolo como Hijo de David, lo cual era todo un halago. Sin embargo, cinco días después también eran multitudes las que pedían a gritos que lo crucificaran. Los 12 discípulos, que eran los amigos más íntimos de Jesús, estuvieron con él durante tres años, por lo que lo conocían muy bien. Sin embargo, cuando Jesús hizo calmar la tormenta, se preguntaron: ‘¿Quién es este hombre, que hasta el viento y las olas le obedecen?’

    Rara vez las personas son lo que parecen ser. Jesús es el mismo ayer y hoy y por los siglos, pero eso no quiere decir que las personas no traten de cambiarlo. La historia nos lo dice. En los primeros siglos de la iglesia, Jesús era el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre, el amigo de las almas sufrientes, el que daba luz a quienes vivían en la oscuridad, y sanaba el corazón enfermo y afligido por el pecado.

    Pero alrededor del año 500, la iglesia se había convertido en la religión oficial del Imperio Romano, y la persona de Jesús había sido cambiada. Aquél que en un tiempo no había tenido dónde recostar su cabeza, ahora tenía iglesias y catedrales relucientes de oro. Jesús se había convertido en un engranaje más del sistema. Antes de que el calendario pasara al año 1.000, Jesús había sido cambiado otra vez. En el segundo milenio, las personas creyeron que el Príncipe de Paz quería que tomaran sus espadas y marcharan hacia Israel para tratar de volver a poseer la Tierra Santa que las fuerzas musulmanas habían conquistado y convertido a la fuerza.

    500 años después, la imagen pública del Jesús ‘que nunca cambia’ fue una vez más manipulada por el hombre. La Escritura nos muestra al Señor acercándose a los enfermos, a los pecadores, a los que sufren, a los perdidos, a los leprosos. Sin embargo, alrededor del 1.500, Jesús fue presentado como alguien que estaba tan enojado con la humanidad que, si alguien se le acercaba en oración, lo hacía con miedo. Jesús había dicho: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mateo 11:27-29), pero al hombre común se le enseñó que era mucho mejor, más seguro y más sabio ir a través de un intermediario, alguien como un santo de la iglesia, o la misma María, su propia madre.

    Rara vez las personas son lo que parecen ser. Después de ver todas las diferentes manifestaciones del Cristo ‘que no cambia’, seríamos tontos si pensáramos que Jesús ha permanecido inalterado en los últimos 500 años. En la actualidad, la deidad de Jesús es minimizada, y su humanidad es maximizada. Sus milagros son explicados o desechados, y su compromiso con la salvación de la humanidad es dejado de lado u olvidado. Para muchos, el Jesús que no cambia ha sido reemplazado por una deidad particular que cada uno hace o deshace de acuerdo a sus propias especificaciones.

    Cuando algunas personas escuchan el nombre de Jesús, pierden la paciencia y preguntan: «¿Jesús? ¿Acaso Jesús existió de verdad?» Otros dicen: «Sí, estoy de acuerdo en que Jesús vivió, pero eso es todo. Ningún hombre es capaz de hacer las cosas que la Biblia dice que él hizo». O: «Sí, estoy de acuerdo en que fue un gran maestro, porque supo decir las cosas con palabras que la gente de la época podía entender».

    Y después están los otros, algunos de los cristianos actuales que, cuando piensan en Jesús, se sienten más cómodos imaginándolo como un Jesús tranquilo, manso, suave; un Jesús que ama a todo el mundo, que nunca juzga, y que no le niega nada a nadie. Este Jesús que se han inventado es una persona agradable, un tipo bueno con un corazón tan grande, que no es capaz de negarle nada a nadie. Es por ello que, un Jesús así, no sería capaz de mandar a nadie al infierno, un lugar tan malo, sino que se sentiría casi obligado a dejar que todo el mundo entre en el cielo. ¿Cómo podría ser de otra manera? Eso es lo que nuestra generación ha hecho de Jesús; lo ha convertido en un alguien bueno que no pide ni exige nada, sino que está aquí sólo para servirnos.

    Rara vez las personas son lo que parecen ser, y esto incluye a Jesús. Con esto quiero decir que Jesús no es la persona que la mayoría de la gente cree que es. No lo es ahora, y tampoco lo fue antes. Nosotros decimos que Jesús es bueno. Sin embargo, los líderes religiosos y políticos de su época lo crucificaron porque dijeron que era demasiado peligroso para dejarlo vivo. Repito: Jesús era demasiado peligroso para dejarlo vivo. ¿Alguna vez usted pensó así de Jesús? Cuando Jesús dijo: «Denle al césar lo que es de césar y a Dios lo que es de Dios» (Mateo 22:21), los líderes temblaron… y todavía lo hacen. Cuando Jesús dijo: «Nadie llega al Padre sino por mí» (Juan 14:6), las religiones antiguas se sacudieron, y todavía se sacuden. Las ideas de Jesús no eran fáciles de recibir. Las cosas que él dijo eran revolucionarias y causaban divisiones; eran el tipo de cosas sobre las que la gente discutía… y aún discute.

    ¿Le parece que Jesús fue un hombre manso y tranquilo? Recuerde que echó a los cambiadores de dinero y a los que hacían negocios en el templo. ¿Fueron sus palabras siempre dulces y consideradas? El capítulo 23 de Mateo registra las advertencias que Jesús les hace a los fariseos. En una parte, les dice: «¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Les cierran a los demás el reino de los cielos, y ni entran ustedes ni dejan entrar a los que intentan hacerlo… ¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre.» He escuchado predicar a muchos pastores, pero nunca ninguno en su sermón utilizó palabras tan fuertes como las de Jesús.

    Rara vez las personas son lo que parecen ser. Las Escrituras se refieren a Jesús como el Buen Pastor que busca y salva al pecador perdido (Juan 11). A muchísimas personas les gusta esa imagen, porque creen que Jesús está esperando pacientemente hasta que a ellos se les ocurra ir a él. Se sienten cómodos posponiendo indefinidamente su arrepentimiento, bautismo, compromiso, perdón, y fe. Piensan que Jesús es el Buen Pastor que debe esperar por ellos, por lo que creen que pueden arrepentirse y ser salvos cuando a ellos se les ocurra. Pero, ¿acaso es eso lo que dice la Escritura, que el Salvador espera eternamente por nuestras migajas? Si eso es lo que usted cree, veamos lo que dice el capítulo 6 de Juan. Allí se habla del día en que grandes multitudes abandonaron a Jesús por algo que él había dicho. ¿Sabe que fue lo que él hizo? No salió corriendo detrás de ellos, ni les rogó que no se fueran, ni se retractó de lo que les había dicho. No. El texto dice que Jesús miró cómo la multitud se iba, y luego se volvió a sus discípulos y les dijo: «¿También ustedes quieren marcharse» (Juan 6:67).

    Rara vez las personas son lo que parecen ser. Y esto también se aplica a Jesús. Aun cuando uno lo quiera pensar como alguien manso, tranquilo, benigno, benevolente, tímido, y agradecido por cualquier cosa que hagamos para él, Jesús piensa en forma diferente sobre sí mismo. En el capítulo 12 del Evangelio de Lucas, él mismo dice: «¿Creen ustedes que vine a traer paz a la tierra?» Muchas personas piensan eso, porque los ángeles que anunciaron su nacimiento dijeron que a eso había venido. Pero Jesús dice: «¡Les digo que no, sino división! De ahora en adelante estarán divididos cinco en una familia, tres contra dos, y dos contra tres» (Lucas 12:51-52).

    Muchos de ustedes pueden dar testimonio de la verdad de las palabras de Jesús, porque lo viven en sus propios hogares. Los padres se preocupan cuando ven que sus hijos poco a poco se van apartando del Salvador. Los cónyuges agonizan cuando piensan que quizás no van a reencontrarse en el cielo. Muchos encuentros familiares terminan en discusiones y divisiones por causa de la fe, o simplemente el tema no se toca para evitar problemas y mantener la paz.

    Si esto le suena familiar, quizás se esté preguntando si hay alguna respuesta para sus preocupaciones y preguntas. Me alegra poder decirle que sí, que hay respuesta. Hay respuesta si dejamos de lado las emociones, las críticas, la testarudez, y vemos a Jesús como él realmente es. Yo creo que es posible encontrar una respuesta. Para ello, debemos volver atrás 2.000 años e ir a una tumba prestada, sellada, y vigilada por soldados, donde yació el cuerpo sin vida de Jesús de Nazaret.

    Todos los hombres nacen, viven, y mueren. Pero Jesús es la excepción. Es que Jesús había prometido que iba a resucitar de entre los muertos. Y para prevenir que esa promesa se cumpliera es que había soldados que vigilaban su tumba, y la piedra que la cerraba había sido sellada con el sello del gobernador romano.

    A esa tumba es a donde le invito a que vaya y vea. ¿Ver qué? Fíjese bien en esa piedra que pusieron para sellar la entrada. Si esa piedra permanece en su lugar y Jesús queda cautivo en las garras de la muerte, entonces no tenemos más remedio que concluir que Jesús de Nazaret no fue más que un charlatán, un mentiroso, una broma de mal gusto que el destino nos jugó no sólo a nosotros, sino también a sus amigos y seguidores. Pero, si en cambio esa piedra que cerraba la entrada a su tumba está corrida, y la tumba está vacía, entonces tenemos todo el derecho a concluir que Jesús era todo lo que los profetas habían dicho que habría de ser, y todo lo que él mismo dijo que era.

    Los Evangelios registran lo que sucedió antes del amanecer del día más espectacular que este mundo ha conocido. La tierra se sacudió, los guardias se desmayaron, el sello se rompió, y la piedra que tapaba la tumba fue quitada. Permítame aclararle algo: la piedra no fue quitada para que el Señor Jesús pudiera salir… fue quitada para que usted y yo pudiéramos mirar adentro de la tumba. ¿No lo cree? No se preocupe, usted no es el primero en dudar. A las mujeres que llegaron a la tumba de Jesús para terminar su funeral les costó creerlo. Cuando fueron a decirles a los discípulos lo que había sucedido algunos dudaron tanto, que salieron corriendo hacia la tumba para verlo por ellos mismos. Algunos incluso se negaron a creerlo, aun cuando sus propios amigos se lo dijeron.

    Pero ese primer domingo de resurrección sucedió algo maravilloso: Jesús resucitó de entre los muertos. Como prueba de ello tenemos sus apariciones. Una y otra vez, el Señor resucitado se mostró a quienes más podían reconocerlo, hablando y comiendo con ellos. Para ayudarles a disipar toda duda, los invitó a que lo tocaran: «Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado» (Juan 20:27). ¿Era Jesús real? Eran tan real, que sus discípulos y los cientos de personas que lo vieron estuvieron dispuestos a morir antes que negar lo que habían visto y oído. En años subsiguientes, los discípulos de Jesús serían amenazados, torturados, quemados y despellejados vivos. Pero ni aun así se retractarían del acontecimiento que había cambiado sus vidas y sus eternidades. Ellos sabían.

    ¿Qué sabían? Sabían que Jesús era el Hijo de Dios, porque sólo el Hijo de Dios podía hacer los milagros que Jesús había hecho, y sólo el Hijo de Dios podía conquistar la tumba y la muerte. Pero sabían más aún. Sabían que Jesús no era solamente una persona buena, sino que era una persona perfecta. Siglos antes, un hombre había traído el pecado y la muerte al mundo; ahora otro hombre, Jesús, había vivido una vida perfecta que traía la promesa de vida para todos nosotros. Sabían que Jesús no era un dios imaginario, intercambiable con todos los demás dioses inventados por el hombre. Sabían que Jesús era el Hijo de Dios enviado para salvar a los pecadores. Que para lograrlo Jesús había cargado con los pecados de cada hombre, cada mujer, y cada niño, y que todo lo había hecho por la gracia y el amor de Dios. Sabían que, por ese acto de amor, todos los que creen en el Cristo como su Salvador son perdonados y reciben la vida eterna. ¿Quién era Jesús? Jesús era el Hijo de Dios que vivió, sufrió, y murió por usted. Su sacrificio y su dolor fueron inmensos. No los minimice ni los niegue. Crea en él, y será salvo.

    Rara vez las personas son lo que parecen ser. Una niña de seis años aprendió de memoria el versículo bíblico que dice: «Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo» (Mateo 5:16). La madre le explicó lo que quería decir: ‘los cristianos debemos ser buenos y amables, y todas las demás cosas que hacen que la luz de Jesús brille a través nuestro’. La niña le dijo que había comprendido. El domingo siguiente, la niña se puso a discutir a gritos con otra compañerita, por lo que llamaron a las dos mamás para que las calmaran. La mamá, entonces, le preguntó: ‘¿qué pasó con hacer brillar nuestra luz?’ A lo que la niña le contestó: ‘me parece que yo misma la apagué’. La mayoría de nosotros cambiamos de un día para el otro… un día la luz brilla… al día siguiente la apagamos.

    Pero con Jesús no sucede así. Él es el mismo ayer y hoy y por los siglos. Él quiere que seamos salvos, por lo que ha hecho todo lo que era necesario para que así sea. Y eso no cambia. Lo que tampoco cambia es el castigo que les espera a quienes ignoran al Salvador, niegan al Cristo, tratan de escribir de nuevo el plan de salvación de Dios. Le animo a que lo vea a Jesús como él realmente es. Véalo como el Salvador del mundo, su propio Redentor. Véalo como él es. Él es mucho más de lo que usted jamás hubiera podido esperar o imaginar.

    Y si necesita saber más acerca de él, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.