PARA EL CAMINO

  • Reaccionar con gracia cambia la desgracia

  • febrero 20, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 6:27-38
    Lucas 6, Sermons: 2

  • Jesús no respondió a la agresión humana en su contra con desdén e indiferencia. Él es la muestra palpable de la gracia de Dios que no nos trata como merecemos, sino de acuerdo con su gracia. Jesús no se defendió a sí mismo porque había venido a defendernos a nosotros. Con su actitud, Jesús nos mostró la gracia de Dios.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    Tenía un compañero en la escuela al que le habíamos dado el apodo de «Inyección». Es que ese muchacho se metía en todo. No había conversación en la que no tuviera algo que opinar ni situación en la que no tuviera algo que ver. Por eso, alguien comenzó a llamarlo «Inyección», porque como una inyección, se metía a la fuerza en el cuerpo ajeno. Tal vez tú conozcas personas así.

    A otro de nuestros compañeros de escuela, y siempre ejercitando nuestra maligna creatividad, lo llamábamos «Chispita», porque muchas veces su reacción era como que se encendía interiormente y soltaba chispas de palabritas que no siempre se podían repetir ante nuestros mayores. Tal vez tú conozcas personas así. Jesús conocía a algunos que bien podían haber sido apodados «Chispitas». Cuando Jesús y sus seguidores no fueron recibidos en un pueblo en Samaria, dos de sus discípulos reaccionaron como si les hubieran prendido una mecha, y le dijeron a Jesús: «Señor, ¿quieres que mandemos que caiga fuego del cielo, como hizo Elías, para que los destruya?» (Lucas 9:54). Jacobo y Juan, como algunos de los demás discípulos, muchas veces reaccionaron con un fervor pecaminoso, ejercitando su creatividad humana no redimida.

    De esto se trata el mensaje que Jesús les predica a sus discípulos en el texto que estudiamos hoy. Cristo estimula y ordena a los discípulos quienes, por ser sus seguidores, tendrán que cambiar su forma de reaccionar, sobre todo ante la oposición de la gente. El mensaje de Jesús es imposible de digerir para una persona que no ha conocido la gracia de Dios. ¿Qué razón da Jesús para que amemos a nuestros enemigos, para que bendigamos a los que nos maldicen, para que oremos por los que nos denigran y nos deshonran? Lo que Jesús pide a sus seguidores va totalmente en contra de nuestra naturaleza. Nosotros queremos pagarle al otro con la misma moneda. Es natural en nosotros reaccionar como si alguien nos encendiera una mecha que nos hace estallar y echar chispas de odio y destrucción. Orar por alguien que nos hace daño, que nos estafa, que usurpa nuestro lugar, no es darle su merecido. ¿Por qué hacerlo?

    Releyendo este pasaje bíblico varias veces, nos damos cuenta de que hay una respuesta asombrosa a estas preguntas que nos hacemos. Una respuesta que nos invita a vivir de una forma muy diferente a lo que nuestra propia voluntad quiere. ¿Cómo debemos entender este mensaje de Jesús? Cuando el Señor dice: «Si ustedes aman solo a quienes los aman, ¿qué mérito tienen?», en nuestro lenguaje popular está diciendo: «Si ustedes aman solo a quienes los aman, ¿qué gracia tiene?» En realidad, esta es la mejor traducción al castellano de las palabras escritas originalmente en el Evangelio de Lucas. Si le devolvemos al otro el maltrato, ¿dónde está la gracia? La gracia brilla por su ausencia. Y esto es lo que Jesús quiere que aprendamos: a tratar a todas las personas de acuerdo con la gracia de Dios.

    En el pasaje de hoy Jesús es el centro. Él no respondió a la agresión humana en su contra con desdén e indiferencia. Jesús es la muestra palpable de la gracia de Dios que no nos trata como merecemos sino de acuerdo con su gracia. Eso es imposible de entender a menos que el Espíritu Santo abra nuestros corazones y nos ayude a ver cómo fue que Dios reaccionó a nuestra desobediencia. Por causa del pecado, nos convertimos en sus enemigos. Literalmente somos enemigos de Dios y preferimos huir de su presencia antes que escuchar su sentencia. Si Dios fuera justo a la manera humana pecaminosa, nos trataría como a nosotros nos gusta tratar a nuestros enemigos, y nos atacaría con las mismas agresiones con que nosotros atacamos a nuestro prójimo y aun a Dios mismo.

    Pero Dios hizo algo diferente: Él ejercitó la gracia y nos miró con compasión. Y a pesar de que éramos sus enemigos, criaturas desagradecidas y desgraciadas que a duras penas podíamos con la vida, nos trató como lo más querido en el mundo. Y esa es justamente la razón por la que la gracia de Dios se hizo carne en Cristo Jesús.

    Todo este pasaje del Lucas nos muestra cómo funciona la gracia de Dios en Cristo. Jesús vino al mundo y juntó un grupo de seguidores. Cuando ellos reaccionaron como «Chispitas» no los castigó, sino que les enseñó a canalizar su fervor y pasión de otra forma. Cuando los soldados lo arrestaron, lo golpearon y azotaron con látigo y lo escupieron, Jesús podría haber agarrado una cuerda cualquiera para darle a esos desgraciados su merecido. ¡Cómo se atreven a meterse así con el mismísimo Hijo de Dios! ¿Cómo se les ocurre escupirle en la cara al Santo Dios que había venido a hacerles bien, a rescatarlos de la perdición eterna? ¡Qué increíble que Jesús no los escupió de vuelta! Y lo llevaron ante las autoridades romanas y le quitaron la ropa, ¡su única posesión terrenal! Y no les reclamó. Y con rabia le dieron bofetadas porque Jesús no respondía a sus preguntas. Los soldados querían que Jesús reaccionara, que dijera algo, que se defendiera. En cambio, esto es lo que Jesús hizo: respondió con un silencio santo, sin agredir a nadie; no los abofeteó, aunque tenía a disposición algunos miles de ángeles que bien sabían usar una mano dura. Ni siquiera los miró con odio, sino que, desde la cruz, oró por quienes lo habían agredido, diciendo en su agonía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34).

    Jesús no se defendió a sí mismo porque había venido a defendernos a nosotros. Así nos mostró su gracia. Si Jesús hubiera derrotado a los romanos y puesto en su lugar a los líderes religiosos judíos, les hubiera pagado con la misma moneda, pero ¿qué gracia tenía eso? ¿Dónde estaba la gracia? Nadie hubiera podido verla. Si Jesús se hubiera defendido a sí mismo y odiado a quienes lo odiaron y por envidia lo entregaron, si hubiera respondido como ser humano pecador, no habría ejercitado la gracia divina. Pero él es Dios, es pura gracia, y en realidad, no quiere obrar de otra manera con sus hijos, sino en forma misericordiosa.

    Con su actitud, Jesús nos mostró la gracia de Dios. No devolvió mal por mal, no se defendió a sí mismo para poder defendernos a nosotros. Tal vez te preguntes: ¿Y de qué nos defendió? ¿Quién nos estaba atacando? Nos estaba atacando el acusador, el diablo. Esa es la obra principal de Satanás, quien después de tentarnos nos acusa constantemente de que no merecemos más que castigo, que lo que hicimos y hacemos cada día es malo ante los ojos de Dios. El diablo se encarga de retorcernos la conciencia y recordarnos constantemente de culpas pasadas, de todas las veces que saltamos como «Chispita» y lastimamos a alguien, de todas las veces que miramos con desdén y aun odio a quienes no nos tratan como pensamos que nos merecemos. Satanás es el gran acusador que no nos deja dormir en paz.

    Pero la gracia de Dios cambió las cosas. Así dice el evangelista y apóstol Juan cuando, en el capítulo 12 de Apocalipsis, describe el resultado de la gran batalla que hubo en el cielo: «Así fue expulsado el gran dragón, que es la serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña a todo el mundo… ¡Ya ha sido expulsado el que día y noche acusaba a nuestros hermanos delante de nuestro Dios!» (vs 9-10). El que nos acusaba constantemente haciéndonos sentir culpables fue vencido con el poder de Dios. Porque Jesús obró con nosotros de acuerdo con su gracia, expulsó la desgracia. Porque Jesús se acercó a nosotros no con fuego consumidor, sino con misericordia, el acusador ya no tiene poder sobre nosotros. El apóstol Pablo afirma rotundamente en el capítulo 8 de su carta a los Romanos: «Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la derecha de Dios e intercede por nosotros» (vs 33-34).

    Porque Dios nos trató de acuerdo con su gracia, recibimos el perdón de nuestros pecados. Ahora somos agentes de la gracia de Dios. Nosotros, por el poder del Espíritu Santo y la obra de Jesús, hemos visto la gracia de Dios en acción. ¿Cómo ven los demás esa obra de Dios en nosotros? ¿Cómo descubren quienes nos rodean que hemos sido tocados por la gracia de Dios? Cuando, en vez de reaccionar como «Chispita», reaccionamos sin odio. Cuando cambiamos la indiferencia por amor, cuando no devolvemos mal por mal, cuando reaccionamos ante el improperio, el ataque, el pecado, como Dios reaccionó con nosotros. Dios no nos condenó, sino que, por causa de Cristo, nos trató de acuerdo con su gracia.

    Tal vez tienes tanto enojo dentro de ti, que encuentras hasta repulsivo el mandamiento de amar a tu enemigo. Tal vez tienes guardados muchos rencores y resentimientos contra aquellos que no te trataron bien, que se abusaron de tu amabilidad, que malinterpretaron a propósito tus palabras para hacerte daño y para que ellos puedan sobresalir. Estas son situaciones muy comunes, porque el acusador Satanás sigue aún presente en este mundo. Así es, vencido y todo, el diablo sigue causando daño; pero la gracia de Jesús es más fuerte y nos libera de él. Ya no hay quien nos condene. ¿Entonces? Si ya no hay quien nos condene, ¿por qué habríamos nosotros, los elegidos por Dios, los perdonados por pura gracia divina, condenar a otros con nuestras respuestas y reacciones desprovistas de gracia? No estamos llamados a ponernos por encima de Dios, sino a ponernos a la altura del Cristo crucificado que lo entregó todo para poder darnos lo que no podíamos conseguir por nosotros mismos: que Dios, en Cristo se hiciera nuestro amigo.

    Jesús nos manda a que pongamos su gracia en acción y oremos por nuestros enemigos. Quién sabe, tal vez un día, por gracia divina, esa enemistad se convierta en amistad. Quién sabe, tal vez un día, por gracia divina, nuestra reacción amorosa salga victoriosa en la lucha que alguien tiene con nosotros. Y aun, si no vemos en los demás los resultados del ejercicio de la gracia de Dios en nuestra vida, tengamos presente esta promesa de Jesús: «Alégrense y llénense de gozo, porque grande será el galardón que recibirán en los cielos» (v 23).

    La obediencia de Jesús al Padre celestial fue recompensada con la victoriosa resurrección de los muertos. Seguir las directivas de Jesús para ejercitar su gracia en nuestra vida tendrá también su recompensa, porque las promesas divinas siempre se cumplen.

    Estimado oyente, si de alguna manera podemos ayudarte a vivir en la gracia de Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.