PARA EL CAMINO

  • Sabiduría o locura

  • febrero 20, 2011
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 1 Corintios 3:19-20
    1 Corintios 3, Sermons: 2

  • Sin serlo a veces nos creemos sabios. El apóstol Pablo tampoco fue siempre sabio. El mismísimo Salvador tuvo que intervenir para convencerlo de que la sabiduría de este mundo  es locura para Dios.

  • ¿Se puede diferenciar la sabiduría de la insensatez? Una vez, cuando fuimos de visita a la casa de unos amigos a orillas de un lago, llevamos con nosotros a nuestra perra blanca. Caminamos hasta el muelle, y desde allí miramos el agua. Alrededor de la costa estaba lleno de algas, y el agua estaba verde como una sopa de guisantes. De pronto vimos asombrados cómo nuestra perra blanca, que habrá creído que las algas solamente eran parte de un césped bien cortado, sin más ni más, siguió caminando más allá del muelle, cayendo de lleno en el agua «verde». No sé si los perros tienen vergüenza, pero mientras la lavábamos para sacarle todo el verde de encima, sus ojos parecían decir: ‘perdón, por lo general no soy tan tonta’. Lo que esa perra pensó que era sabiduría, en realidad fue insensatez.

    ¿Será que se puede discernir entre ambos? En mi último viaje a Egipto, un mendigo con un niño se acercó a uno de mis compañeros de viaje. El niño tenía un billete de cien dólares en la mano y dijo que el banco no le cambiaría el dinero a alguien que lucía tan desaliñado, por lo que quería saber si un amable turista norteamericano se lo cambiaría por cinco billetes de veinte. Por más que nuestro compañero había sido advertido, la tentación de demostrar al niño que no todos los estadounidenses son malos era grande, así que se lo cambió… y terminó con un excelente billete falso de cien dólares. Hasta el día de hoy mi amigo tiene ese billete falso en un cuadro colgado sobre la chimenea de su casa, como un recuerdo del día en que su sabiduría no fue más que insensatez.

    ¿Logra ver la diferencia entre ambos? En el año 1951, un comediante y un grupo de amigos viajaron a Europa. Al volar sobre los Alpes, tres motores del avión dejaron de funcionar. Los pasajeros, en pánico, comenzaron a rezar. Cuando ya habían perdido todas las esperanzas, el piloto vio un campo y logró aterrizar sin mayores contratiempos. El comediante, entonces, rompió el silencio diciendo: «Ahora, damas y caballeros, pueden regresar a los malos hábitos que dejaron hace veinte minutos». Si esas personas regresaron a sus malos hábitos, reemplazaron su sabiduría con insensatez.

    Hay veces en que la mayoría de nosotros tomamos algunas decisiones tontas. En los Estados Unidos, cuando los adolescentes toman clases para aprender a conducir, se les muestran películas sobre lo que puede sucederles si conducen a alta velocidad, o si conducen luego de haber bebido alcohol. Aún así, cuando esos mismos adolescentes están por su cuenta, sin el control de un mayor, les resulta difícil resistir la tentación de demostrar que son la excepción a la regla y que, por más que hayan bebido algo de alcohol, igual pueden tomar decisiones sensatas.

    Sabiduría versus insensatez. Algunas veces sólo podemos ver la diferencia cuando miramos a nuestro pasado. Una joven estudiante de secundaria no sabe si aceptar la primera invitación que recibe para el baile de graduación, o si esperar para ver si la invita el joven que a ella le interesa. Si acepta la primera invitación que recibe, por más que el otro joven la invite luego, ya no podrá aceptar. Por otro lado, si espera por el joven que a ella le interesa y este la invita, su decisión habrá sido sabia. Pero si él nunca la invita se quedará sola en casa, y su decisión habrá sido tonta.

    El apóstol Pablo trató de alentar a los creyentes para que abrazaran la sabiduría de Dios y rechazaran la insensatez del mundo. En el tercer capítulo de su primera carta a la iglesia en Corinto, él escribió: «Porque a los ojos de Dios la sabiduría de este mundo es locura. Como está escrito: ‘Él (el Señor) atrapa a los sabios en su propia astucia'». Pablo escribió basándose en su propia experiencia, ya que él no siempre fue sabio. Pablo era un fariseo, miembro de la elite del judaísmo, que había invertido mucho tiempo estudiando con uno de los mayores rabinos (o maestros) de la época. Pablo era muy inteligente… pero ser inteligente no es lo mismo que ser sabio, y esa fue una verdad que él tuvo que aprender de una manera dura. La primera vez que las Escrituras mencionan al apóstol, dicen que él se dedicaba a perseguir y matar a personas para la gloria de Dios. Fue necesario que el mismísimo Salvador interviniera para convencer a Pablo que el Dios Trino prefiere el amor antes que la muerte.

    Habiendo sido encargado por los líderes judíos de exterminar a la nueva secta de personas que seguían al Cristo crucificado y resucitado, Pablo iba camino a la ciudad de Damasco cuando se le apareció Jesús y le preguntó: ‘Pablo, ¿por qué me persigues?’. Pablo no supo qué responder. Frente a la realidad del encuentro y la visión que tuvo, terminó convirtiéndose en uno de los más grandes misioneros. Con gozo y alegría fue de pueblo en pueblo, proclamando la gracia de Dios revelada en el Salvador que se entregó a sí mismo en sacrificio para salvar a los pecadores. Pablo les contaba a las personas cómo Jesús, de acuerdo a lo que habían dicho los profetas del Antiguo Testamento, había nacido de una virgen en Belén… Les hablaba sobre los milagros de Jesús, los cuales sólo podían ser hechos por el Hijo de Dios… Les repetía las maravillosas verdades predicadas por él. Pero lo más importante que Pablo hizo fue decirles que Jesús había venido al mundo para tomar su lugar: Jesús había ocupado su lugar al cumplir la ley, al resistir la tentación, al cargar con la culpa de los pecados, y al morir en la cruz. Y cuando al tercer día resucitó de entre los muertos, le aseguró al mundo que su intervención e intercesión estaba completa.

    Tanto Pablo como Isaías admitieron que todos los actos de justicia que hicieron, en un intento por agradar a Dios, no fueron más que «trapos de inmundicia» (Isaías 64:6). Gracias a Dios Pablo, con humildad, se regocijó en el Dios Trino, quien lo limpió de toda su necedad anterior y lo hizo verdaderamente sabio… sabio para seguir al Salvador, que es el único que nos ofrece la vida eterna. Creyentes y no creyentes, nobles, caballeros, plebeyos y esclavos, todos escucharon la confesión de Pablo sobre la gracia de Dios y su llamado a la fe: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo…». Eso fue lo que Pablo le dijo a un carcelero suicida en la ciudad de Filipos. A la iglesia en Roma, Pablo escribió: «Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). A los cristianos en Éfeso les proclamó: «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte» (Efesios 2:8). Y a los cristianos en Galacia les escribió: «Nadie es justificado por las obras que demanda la ley sino por la fe en Jesucristo…» (Gálatas 2:16). Tanto era lo que Dios había hecho por él, que Pablo no podía dejar de compartir las buenas nuevas del Evangelio, la verdadera sabiduría del Señor que dice: «Jesucristo es el Salvador del mundo. No hay otro». Esa es la misma buena nueva que Dios quiere que escuchemos y creamos.

    Dios quiere que sepamos que su Hijo vino a vivir una vida perfecta y a cumplir con las leyes dadas a la humanidad. Quiere que sepamos que Jesús dedicó su vida cumpliendo el plan de su Padre para salvarnos. Quiere que sepamos que Jesús predicó palabras de amor, sanó enfermedades, y alivió los problemas de las personas. Y luego, siempre movido por su increíble amor, y a pesar de haber sido traicionado por uno de sus más cercanos discípulos, abandonado por sus amigos, y rechazado por su iglesia y su gobierno, el Salvador se entregó a sí mismo para ser clavado en una cruz. Ninguna persona, al ver la agonía del inocente Hijo de Dios, pudo pensar que eso era algo bueno, algo sabio, una bendición. Pero la Escritura es clara: Dios utilizó la tragedia de la crucifixión de su Hijo y la gloria de su resurrección, para darnos las buenas nuevas, la mejor noticia que alguien pudo escuchar.

    Lamentablemente, el diablo, nuestro duro corazón y la supuesta sabiduría del mundo, no quieren que escuchemos ni creamos que Jesús es nuestro Salvador. En todos los tiempos, estos archí- enemigos ponen piedras en el camino de la fe para impedirnos llegar a Cristo. La primera de esas piedras es la ignorancia. Gracias a Dios, hoy día hay más Biblias impresas que nunca antes. Desafortunadamente, muchas personas saben poco o nada sobre las verdades de las Escrituras, porque Satanás puso la piedra de tropiezo de la ‘ignorancia’ en nuestro camino. El diablo sabe que, si no leemos la Biblia, no la podemos entender, y si no la entendemos no podemos creer sus verdades, y si no creemos en Cristo, seremos juzgados y condenados.

    Algunos años atrás se les hizo una prueba sobre la Biblia a algunos estudiantes de secundaria. La mayoría de ellos reprobaron el examen. Algunos dijeron, por ejemplo, que Sodoma y Gomorra eran marido y mujer; otros, que los Evangelios fueron escritos por Mateo, Marcos, Lutero y Juan. Algunos dijeron que Eva fue creada de una manzana, y otros llamaron de ‘parodias’ (en vez de ‘parábolas’) a las historias que Jesús utilizaba para enseñar. Más del 80% de los alumnos no pudo completar citas muy conocidas de la Biblia, como: «Muchos son los invitados, pero pocos los escogidos». Esa es una de las razones por las cuales este programa ha estado proclamando al Salvador por más de ochenta años, y los Ministerios de la Hora Luterana y Cristo Para Todas Las Naciones proclaman al Salvador alrededor del mundo. De acuerdo con el mandato de Cristo, y con el deseo de ver a nuestros amigos, seres queridos, y a todo el mundo, con nosotros en el cielo, seguimos enseñando acerca del Cristo crucificado y resucitado… porque sabemos que la sabiduría de Dios es mucho mejor que la ignorancia humana.

    La segunda piedra que Satanás puso en el camino de los no creyentes son los pecados visibles y permanentes de los seguidores del Salvador. La gente mira a los cristianos y cree que de alguna manera, en algún lugar, el mensaje de la salvación debe hacer una diferencia en sus vidas. Es por ello que, cuando nos ven cometer un error, asumen que la falla está en Cristo. Los escándalos sexuales por parte de clérigos, los divorcios que devastan los hogares cristianos, las iglesias que se pelean entre ellas, los cristianos que son ambiciosos, que tienen prejuicios, o que son indiferentes como el resto de las personas, todo eso convence al no creyente que la fe en Jesucristo no vale la pena. No es de extrañar que una encuesta recientemente hecha a personas que se criaron en la iglesia pero que luego se alejaron de ella, revele que la principal razón por la que se alejaron fue por la hipocresía. Esta piedra de tropiezo colocada por Satanás es una que no podemos ignorar. Muchos de nosotros debemos pedir perdón y confesar: «es verdad, seguimos siendo pecadores.

    Pecadores perdonados, pero aún así, pecadores». Aún así, le pido que no juzgue la perfección del Maestro por nuestras transgresiones. No desprecie el amor que el Salvador tiene para con usted porque nosotros hemos mostrado falta de amor. No piense que el Salvador ha fallado, porque en realidad somos nosotros, y solamente nosotros, los que hemos fallado. Y, lo más importante, no deje que el diablo utilice nuestros errores para nublarle la visión y no ver el perfecto amor de Jesús y el sacrificio que él ha hecho para salvarle.

    La última piedra de Satanás que quiero mencionar es el hecho que muchos incrédulos concluyen que el cristianismo es anticuado y no es pertinente a su estilo de vida. Es natural que piensen así, ya que viven en un mundo donde lo nuevo es bueno, y lo de ayer ya no tiene valor. Quien no tiene un televisor de alta definición está viviendo en la edad de piedra.

    Si usted tiene un teléfono regular, y no uno de última generación, que sea capaz de pasear al perro y cambiar los pañales del bebé, está pasado de moda. Vivimos en un mundo donde lo nuevo es sinónimo de primera clase, y lo viejo es anticuado. Nadie niega que el progreso puede ser bueno. Si bien me encantan los caballos, no quisiera tener que viajar en un carruaje a caballos para ver a mis hijos que están a cientos de kilómetros de mi casa. Prefiero un mundo con microondas, calefacción, e Internet. Pero las cosas que realmente importan, las que dan mayor satisfacción, no son producto de la tecnología ni pasan de moda, y no cambian a través de los años.

    Por ejemplo, es maravilloso ver a una pareja de ancianos caminando tomados de la mano. Sus rostros muestran que han visto lo mejor y lo peor que la vida tiene para ofrecer, pero también que lo han superado, y que están felices por estar juntos. Es maravilloso ver el increíble orgullo que un padre y una madre sienten cuando su hijo es capaz de atarse los zapatos o abotonarse la camisa por primera vez. Es maravilloso ver la enorme alegría y emoción que se ve reflejada en el rostro de una abuela cuando ve a su nieta entrar en la iglesia vestida de novia. O la ansiedad que siente una madre mientras espera que su hijo regrese del primer día de escuela, o los inolvidables momentos que se viven con los amigos, o la alegría que siente una familia cuando un hijo regresa a casa después de estar mucho tiempo lejos.

    Todas esas cosas maravillosas de la vida, y muchas otras más, son cosas tan antiguas como la vida misma, pero no cambiarán nunca. Ni el paso del tiempo, ni los avances de la tecnología, ni los diferentes gobiernos las afectan. Estas cosas son parte de la vida, apreciadas por todos, disfrutadas por pocos, y añoradas por muchos. Y en esta categoría está la fe en la protección de Dios. Me refiero al creer total y absolutamente en la protección de Dios, en sus intenciones, y en su gran amor hacia nosotros. Esa es la clase de fe que muchos cristianos tienen.

    Muchas veces escuchamos sobre escándalos horribles y pecados sórdidos, porque esas son las cosas que hacen noticia. Pero hay muchos, en realidad millones de creyentes que, aun cuando sufren cargas muy pesadas, problemas que parecen no tener fin, se mantienen firmes en su fe porque saben que Jesucristo, el inmaculado Hijo de Dios, no sólo les ha redimido y concedido el perdón y la vida eterna, sino que también está a su lado ayudándolos, confortándolos, escuchándolos y aconsejándolos. Esos son los cristianos cuya fe los lleva a orar diciendo: «no se cumpla mi voluntad, sino la tuya», y por ello son bendecidos.

    Ante tal fe, la sabiduría y el poder de este malvado mundo se hacen a un lado. Ante una fe tan grande, los dictadores y déspotas de las grandes naciones deben temblar y los más seguros de sí mismos deben sentirse inseguros. En el último siglo, siguiendo los pasos de los emperadores romanos paganos, Adolfo Hitler trató de crear una iglesia nacional. Uno de los artículos de su nueva Iglesia, dice: «En el día de su fundación, la cruz cristiana debe ser removida de todas las iglesias, catedrales y capillas… y deberá ser sustituida por el símbolo invencible de la cruz esvástica». Si bien Hitler no logró su cometido, otros líderes comunistas ateos lo lograron por él al convertir miles de hermosas iglesias en centros nocturnos, restaurantes, museos, country clubs y almacenes para semillas, desterrando de ellas la cruz de Cristo.

    Hoy Hitler ya hace mucho que está muerto, el comunismo está en ruinas, y muchos estados de Rusia permiten la enseñanza del cristianismo en las escuelas. Esto confirma, una vez más, la veracidad de las palabras que escribió el apóstol San Pablo: «a los ojos de Dios la sabiduría de este mundo es locura».

    Por este motivo lo invito hoy a seguir al Salvador, quien es el cumplimiento del plan que Dios, en su sabiduría, ideó para salvarnos, y nuestra única esperanza para la vida eterna. Y si podemos ayudarle a dar los primeros pasos en este camino que lleva a esa vida, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.