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PARA EL CAMINO
Dios no sólo creó el mundo con todo lo que en él hay, sino que también envió a su Hijo a vivir, morir y resucitar para que aún en las peores circunstancias de la vida podamos tener esperanza y paz… para que la vida plena y la salvación puedan ser una realidad. ¿Acaso no son esos motivos suficientes para estar agradecidos?
En los Estados Unidos, esta es la semana en que celebramos la fiesta de Acción de Gracias. Estos días los dedicamos a reflexionar sobre las bendiciones que Dios derrama sobre nuestro país y sobre el mundo en el cual vivimos.
Vivir con gratitud trae bendiciones. El conocido escritor Chesterton, dice: «Estoy convencido que la gratitud es la forma más elevada de pensamiento; y esa gratitud se convierte en felicidad que se duplica ante el asombro».
Martín Lutero nos desafía aún más al enseñarnos a rezar antes de cada comida las palabras del Salmo 147:7-11, donde dice: «Alabad al Señor, porque es bueno; porque para siempre es su misericordia. Él da alimento a todo ser viviente; a la bestia su mantenimiento, y a los pequeños cuervos que claman. No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en la agilidad del hombre. Se complace el Señor en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia.»
Los que confiamos en Jesús no nos conformamos con darle gracias a Dios en forma general por las bendiciones que él nos da. Por el contrario, cuando reconocemos todas las bendiciones que él nos da, no podemos menos que vivir en gratitud, a pesar de las circunstancias que la vida nos presenta, porque sabemos que nuestra vida está segura en las manos del Dios Trino todopoderoso. El poder de la fe, entonces, se hace visible cuando vivimos en gratitud hacia Dios y hacia el prójimo.
Por lo tanto, hay una relación entre la fe en Jesucristo y la capacidad que tenemos para estar agradecidos. Fijémonos nuevamente en el texto bíblico para el día de hoy. Allí se nos dice que diez hombres que estaban enfermos con lepra se le acercan a Jesús esperando un milagro. En medio de su situación totalmente desesperada, le ruegan a Jesús que tenga misericordia de ellos y los sane… y Jesús así lo hace. Estoy seguro que los diez estaban agradecidos por haber sido sanados. Pero sólo la gratitud de uno de ellos brotó de su fe en Jesús como su Salvador. Sólo uno comprendió el poder de la gratitud para sus necesidades temporales y eternas.
El pasaje bíblico lo dice de la siguiente manera: «Entonces uno de ellos, al ver que había sido sanado, volvió alabando a Dios a voz en cuello, y rostro en tierra se arrojó a los pies de Jesús y le dio las gracias. Este hombre era samaritano… [Jesús] le dijo: ‘Levántate y vete. Tu fe te ha salvado’.»
«Demos gracias al Señor porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia.»
¿Estás de acuerdo conmigo en decir que Dios merece nuestra gratitud y alabanza? Él no sólo creó el mundo con todo lo que en él hay y todas las bendiciones que disfrutamos, sino que además envió a su Hijo a vivir, morir y resucitar. ¿Para qué? Para que aún en las peores circunstancias de la vida podamos tener esperanza… para que aún en medio de los peores desacuerdos podamos encontrar la paz… para que aún en medio del peor de los sufrimientos pueda nacer un rayo de alegría… para que la vida plena y la salvación puedan ser una realidad para todos los que creemos en él. Entonces, ¡cómo no estarle agradecidos!
«Demos gracias al Señor porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia.»
Ahora, y en vista de todo lo que Dios ha hecho por nosotros -y no me refiero solamente a las bendiciones pasajeras de este mundo, sino también a la vida eterna que nos ha regalado- ¿cómo respondemos? El pasaje bíblico para hoy nos invita a vivir en agradecimiento, porque la fe en Jesucristo nos libera del egoísmo que hace que queramos vivir sólo para nosotros mismos.
Diez hombres fueron los que salieron al encuentro de Jesús. En Lucas 17:13 se nos dice que los diez lo llamaron ‘Maestro’. Los diez fueron sanados por Jesús en un abrir y cerrar de ojos, porque la misericordia de Dios es para todos… él hace llover sobre justos e injustos. La tragedia, en este caso, es que nueve de esos diez hombres recibieron un beneficio temporal, pero se perdieron el beneficio eterno. Es que cuando nos negamos a reconocer el regalo de amor y gracia que Dios nos da; cuando nos negamos a ver la vida misma como un regalo que Dios nos hace, y vivimos como si fuéramos dueños y señores de nuestra vida, nos perdemos la razón y el propósito eterno con que fuimos creados.
Es cierto que a veces los problemas nos abruman y se nos hace difícil darle gracias a Dios. Es probable que en estos momentos muchos de ustedes estén pensando: ‘¡Cómo voy a estar agradecido, con lo que me está pasando!» Quizás no encuentras trabajo, o has perdido tu casa, o estás en trámites de divorcio, o quizás no puedes controlar una adicción… No, hay veces en que no es fácil ser agradecido.
El problema es que cuando somos desagradecidos, desaprovechamos los dones que Dios nos da. No sólo nos perdemos de disfrutar las bendiciones de Dios, sino que de alguna forma también lastimamos a los demás. Después de todo, ¿a quién le gusta estar con una persona desagradecida?
En la película «Cuento de Navidad», basada en el libro de Charles Dickens, el personaje principal vive de manera no sólo frugal y mezquina, sino también con ingratitud y amargura. Debido a ello, no se da cuenta que todo lo que él es y tiene, es un regalo de Dios. Su avaricia y su ingratitud le cerraron el corazón al amor, a la alegría, a las amistades, y a la familia. Finalmente, la visita del Espíritu de la Navidad pasada, presente y futura, logra hacerle ver la verdadera alegría.
«Demos gracias al Señor porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia.»
Cómo sería el mundo si las parejas fueran mutuamente agradecidas, si los padres dieran gracias por sus hijos, y los hijos por sus padres? ¿Cómo serían nuestros lugares de trabajo si cada uno de nosotros apreciara a su jefe, y si los jefes apreciaran a cada uno de sus empleados? ¿Cómo sería el mundo de los negocios si cada empresa apreciara a sus clientes, y si los clientes apreciaran los servicios que les prestan las empresas? ¿Cómo serían las escuelas si los maestros y profesores apreciaran a cada uno de sus alumnos, y si los alumnos apreciaran a cada uno de sus profesores?
El problema es que para que seamos así de agradecidos en el mundo pecador en que vivimos, nuestra gratitud tiene que estar fundada en algo más profundo que en las circunstancias pasajeras del momento. Tiene que estar fundada en algo más que en la respuesta alentadora que nos da otro ser humano. El poder para vivir una vida de agradecimiento duradera tiene que provenir del mismo Dios. Es gracias a Dios que esa vida es posible para todos los que creemos en él. Una de las primeras prioridades de la fe es dar gracias, con palabras y acciones, a nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Recordemos: diez hombres fueron sanados, pero sólo uno miró más allá de la sanidad física y vio a Jesús. Para ese uno, dar gracias fue su mayor prioridad. Para ese uno, confiar en el Señor fue la respuesta a todos los problemas de su vida.
El texto bíblico nos muestra la alegría y el agradecimiento que sintió el leproso que fue sanado, pero también nos muestra la necesidad de arrepentimiento de los otros nueve que también fueron sanados. El Evangelio dice: «Entonces uno de ellos, al ver que había sido sanado, volvió alabando a Dios a voz en cuello, y rostro en tierra se arrojó a los pies de Jesús y le dio las gracias… [y Jesús] le dijo: ‘Levántate y vete. Tu fe te ha salvado’.»
Sin lugar a dudas, Jesús quería que los diez leprosos se deleitaran en la vida de agradecimiento que es posible a través de la fe y la confianza en él. Y sin lugar a dudas también quiere que todos nosotros, por la fe que tenemos en él, vivamos con corazones agradecidos… porque cuando vivimos con gratitud, estamos abiertos y dispuestos a recibir todo lo que Dios, en su gran bondad y misericordia, quiere regalarnos… su sanidad, su paz, y su salvación.
Ese día en que Jesús curó a los diez leprosos en forma milagrosa, el samaritano que regresó a agradecerle y cayó de rodillas delante de él tuvo bien en claro cuál era su lugar en este mundo: él era un ‘don nadie’… ante la sociedad era un marginado, y ante Dios era totalmente indigno. Imagínense su alegría cuando descubrió que Jesucristo, el mismo Dios hecho carne, se ocupó de él. Ese hombre comprendió que su curación no sólo había sido un milagro, sino también un acto de misericordia y amor.
«Demos gracias al Señor porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia.»
¡Cuánto contraste hay entre el leproso agradecido y el mundo en que vivimos! ¿Qué hace la mayoría de las personas cuando les sucede algo malo? Le echa la culpa a Dios. Pero cuando les sucede algo bueno dicen que es fruto de su trabajo duro, o de su buena suerte, o porque se lo merecían. Este leproso agradecido, que había sido marginado hasta por la iglesia, nos muestra otro camino. Él nos dice que recordemos siempre lo que Dios ha hecho por nosotros, y que nunca olvidemos aquello que estimula, sostiene y da poder a nuestra vida: ¡la buena noticia que Dios amó tanto al mundo, que envió a su único Hijo para que todo aquél que en él cree no se pierda, sino tenga vida eterna!
Jesús es el amor de Dios hecho carne por nosotros… aún en medio de los problemas diarios y los sufrimientos de la vida. Sólo quienes confiamos en Jesucristo nuestra vida terrenal y eterna tenemos el poder y la paz necesarias para vivir con gratitud. ¿Por qué? Porque la fe en Jesucristo nos permite ver ‘más allá de nuestras narices’, nos permite ver que esta vida no es más que una pequeña parte de algo muchísimo más grande y mejor que nos espera. La gratitud, entonces, es un resultado de la fe, y no un producto de las circunstancias.
En el mundo antiguo la lepra era un problema grave. A las personas que la contraían las calificaban de «impuras», y las expulsaban de la sociedad. Dado que la lepra es contagiosa, esas personas eran confinadas a vivir el resto de sus días alejadas de todo contacto con la sociedad, sin ayuda y sin esperanza. Hoy en día, la lepra ya no representa la misma amenaza que representaba en épocas de Jesús. Pero aún así, hay muchas otras cosas que nos confinan y nos apartan. Es que el pecado toma muchas formas, y por más que se cambie de nombre o se disfrace, sigue acechándonos y tratando de robarnos la alegría y la gratitud de la vida. Todos, por igual, somos víctimas del pecado y sus tentaciones. Todos luchamos con culpas y deficiencias que nos separan de Dios… por eso es que necesitamos la gracia y la misericordia que Dios nos da a través de la cruz y la resurrección de su Hijo.
El leproso que regresó a darle gracias a Jesús así lo entendió: entendió que Jesús vino al mundo a dar fe a los pecadores, a sanar a los enfermos, y a traernos perdón a través de su cruz y su resurrección. Entonces, si tú estás oprimido por tu pecado, no te desesperes. Piensa que Dios ve mucho más allá que las circunstancias presentes. Recuerda la muerte de Cristo en la cruz, y su resurrección triunfante sobre la muerte. Si estás pasando por problemas o enfermedades no pierdas la esperanza, porque la resurrección de Jesucristo es la promesa de Dios de que todo lo que nos sucede aquí es solamente temporal, mientras que la vida que nos aguarda con él, es eterna.
La gratitud nos da fuerza para ver el propósito eterno con que fuimos creados, en la vida, muerte y resurrección de Jesús… esa es la fuerza que nos permite superar la culpa que cargamos… es la fuerza que nos permite prevenir que la tristeza y el sufrimiento nos amarguen la vida… es la fuerza que nos permite amarnos como esposos, padres, hijos y amigos ahora, y para siempre. ¡Tan poderosa es la fuerza de la gratitud que produce en nosotros la fe!
Qué hermosa manera de vivir. Qué bendición recibir semejante vida como un regalo del amor de Dios. Qué privilegio poder compartirla con quienes tanto necesitan ser animados en este mundo ingrato en que vivimos. Quienes depositamos nuestra fe en Jesucristo recibimos inmensas bendiciones, bendiciones que pueden alcanzar a muchos más cuando en nuestras vidas se hace evidente nuestro agradecimiento a Dios.
Norman Vincent Peale, conocido pastor y escritor, cuenta el caso de William, un paciente que estaba al borde de una crisis nerviosa. La persona dinámica y vital que una vez él había sido, había desaparecido; sólo quedaba en su lugar un caparazón vacío. Un amigo le sugirió que pusiera en práctica la gratitud. Para ello, le dijo que comenzara por hacer una lista de todas las personas que lo habían ayudado en su vida, y luego diera gracias por todo lo que cada una de ellas habían hecho por él.
Luego, le dijo que pensara en alguien que había influenciado su vida de manera especial, y que le escribiera una carta de agradecimiento. William recordó una maestra que había tenido en la escuela, que a esa altura ya era anciana, así que se sentó y le escribió una carta diciéndole cuánto apreciaba todo lo que ella había hecho por él cuando era niño.
Unos días después recibió una carta escrita con letra temblorosa, que decía: «Querido Willie: a pesar de haber sido muchos los niños a los que les enseñé durante mi vida, tú eres el único que se ha tomado el tiempo de escribirme una carta para agradecerme por mi trabajo. No te imaginas lo feliz que me has hecho. Conservo tu carta al lado de mi cama. Cada noche vuelvo a leerla… y así lo haré hasta que me muera.»
Las palabras de su maestra lo animaron tanto, que decidió agradecerle por escrito a alguien más… y así lo hizo, hasta que escribió más de 500 cartas de agradecimiento. Casi sin darse cuenta, su actitud ante la vida fue cambiando: cada día se despertaba agradecido por el nuevo día, y así fue saliendo del estado en que se encontraba.
«Demos gracias al Señor porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia.»
En esta semana especialmente, tenemos la oportunidad de reflexionar sobre todas las bendiciones que hemos recibido en esta vida. Cada vez que nos tomamos el tiempo para recordar y dar gracias por todas las cosas buenas que Dios nos ha dado, somos bendecidos… no sólo nosotros, sino también quienes nos rodean.
Es por ello que te animo a que permitas que las promesas y la misericordia de Dios sean el motivo de tu gratitud hoy, y cada día de tu vida. Permite que el Señor Jesús sea la fuente de tu vida y salvación, y que sus dones, temporales y eternos, sean la razón de la alegría de tu vida.
Ese es el mensaje del leproso agradecido que buscó en Jesús no sólo sanidad temporal, sino también sanidad eterna. Jesús te invita a que participes de la misma alegría con él ahora y para siempre. Porque gracias a lo que Jesús hizo por ti y por mí, su promesa de salvación es una realidad. Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.