PARA EL CAMINO

  • Señales del cielo en la tierra

  • enero 19, 2025
  • Dr. Leopoldo Sánchez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 2:1-11
    Juan 2, Sermons: 4

  • En las bodas de Caná, Jesús realiza su primer milagro transformando el agua en buen vino. Esta obra es el principio de sus señales que tienen como fin manifestar la gloria de Dios y llevar a muchos a creer y tener vida eterna en él. El milagro de Caná nos muestra la generosidad y provisión del Hijo, y nos prepara para beneficiarnos de sus señales mayores, es decir, su muerte y resurrección. Jesús es la gran señal de Dios en la tierra. Es lluvia de bendición.

  • ¡Viene la lluvia! ¡Métanse a la casa rápido que viene la tormenta! Así les decía la mamá a sus hijos cuando, desde la ventana de la sala, veía relámpagos en los cielos y escuchaba los truenos que los acompañaban. Eran señales celestiales que anunciaban las peligrosas lluvias que venían. Mamá quería proteger a sus hijos del vendaval.

    Hoy en día casi todos los canales de televisión tienen sus noticieros con meteorólogos que predicen con bastante exactitud el clima del día y la semana. Estos meteorólogos tienen a su disposición radares que identifican patrones atmosféricos, como variaciones de temperatura y corrientes de viento, y les permite predecir la llegada de tormentas, vientos huracanados, sequías y cambios súbitos de clima. En una ocasión me encontraba visitando una universidad. Era un día en que se estaba pronosticando la llegada de un temible tornado. Me di cuenta de que los estudiantes de meteorología del recinto educativo andaban por todo el campus con sus computadoras y radares dándole seguimiento a la travesía del tornado. Interpretaban entre sí las señales del cielo y anunciaban a todos sus efectos en la tierra con seriedad, pero también con el agrado de alguien que disfruta de su profesión. Sus compañeros de clase los escuchaban con atención y ponían su confianza en sus palabras porque sus vidas dependían de ello.

    El Evangelio según San Juan nos habla de otro tipo de señales celestiales que se manifiestan en la tierra, señales que revelan la gloria de Dios en el mundo, entre los seres humanos. La gran señal del cielo que Dios ha enviado al mundo es una persona, su Hijo Jesucristo. San Juan nos señala que el Hijo de Dios, quien es Dios con el Padre celestial y el Creador de todas las cosas, descendió de los cielos, se hizo carne (es decir, se hizo humano), habitó e hizo morada entre nosotros, y «hemos visto su gloria» (Juan 1:14). Jesús es el Dios hecho carne, la presencia de Dios que mora entre su pueblo. En los tiempos del Antiguo Testamento, el tabernáculo del templo era el lugar en la tierra en el que la gloria del Dios celestial se hacía presente de una forma tangible entre su pueblo. En el Nuevo Testamento, el Hijo de Dios, sin dejar de ser divino, tomó sobre sí nuestra naturaleza humana en lo que llamamos el misterio de su encarnación, para así hacerse nuestro tabernáculo, nuestro templo, la presencia santa de Dios en la tierra. Por eso Juan, al contemplar a Jesús como el Verbo encarnado de Dios, resalta que «hemos visto su gloria, la del unigénito de Dios Padre, lleno de gracia y verdad» (v. 14). Jesús es el cielo en la tierra, es decir, la presencia misma de Dios en el mundo.

    Desde la perspectiva de Dios, Jesús es la gran señal del cielo en la tierra. No hay acceso a la gloria de Dios, ni a su gracia y verdad, sino mediante su Hijo encarnado. ¿Quieres contemplar la gloria, gracia y verdad de Dios? Entonces pon la mirada en aquel que Dios envió al mundo, pon los ojos de la fe en su Hijo Jesucristo. Porque solo Jesús es el camino, la verdad y la vida, y nadie puede conocer al Padre sino es por medio de él (Juan 14:6). Por eso también dice Juan que «a Dios nadie lo vio jamás; quien lo ha dado a conocer es el Hijo unigénito» (Juan 1:18).

    ¿Pero cómo entonces nos revela Jesús la gloria y la gracia de Dios Padre? Lo hace por medio de señales poderosas de su bondad para con la raza humana. Ciertamente, son señales milagrosas, obras de poder, pero más que nada son obras que nos revelan y anuncian la gran generosidad divina de Jesús para con nosotros. ¡Jesús es nuestro cielo en la tierra, nuestra lluvia de bendiciones! Sus señales dan testimonio de su identidad divina. Nos llaman a ponerle mucha atención a Jesús, a escuchar lo que tiene que decirnos (sus palabras) y a contemplar lo que hace por nuestro bien. Sus señales celestiales en la tierra nos llaman a creer en él, a poner nuestra confianza en él como el enviado de Dios que nos proclama y otorga la vida eterna. Como bien lo dice Juan, «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16). Dice Juan además hacia el final de su Evangelio: «Jesús hizo muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, al creer, tengan vida en su nombre» (Juan 20:30-31). Vemos que el propósito de las señales de Cristo es llevarnos a la fe y la vida eterna en él.

    ¿Cuáles son entonces estas señales que nos revelan a Jesús como el enviado de Dios y que nos hace partícipes o beneficiarios de la gracia de Dios, de la promesa de vida eterna? En el texto de Juan 2, tenemos la primera de tales señales. Se trata de un evento bastante familiar, las bodas de Caná, lugar en la región de Galilea donde Jesús se había criado. Jesús había sido invitado al festejo con su madre y sus discípulos. Y en tales fiestas no podía faltar el vino. Cuando éste se acabó, su madre se lo hizo saber a Jesús para que éste hiciera algo al respecto, y al fin vemos cómo Jesús convierte milagrosamente seis tinajas de agua en buen vino. Esta es la primera señal de Jesús, o el principio de sus señales en su ministerio. Nos explica Juan que por medio de esta señal Jesús «manifestó la gloria de Dios; y sus discípulos creyeron en él» (Juan 2:11). Vemos que el propósito de las señales de Jesús no es simplemente que quedemos sorprendidos con el poder de estas, con lo maravillosas que son. Los milagros no son un fin en sí mismo. Las señales nos hacen ver la bondad de Dios encarnada en la persona de su Hijo, quien se nos revela en las bodas de Caná como un generoso proveedor, como aquel que suple nuestras necesidades-no solo nuestra sed física, sino también nuestra sed espiritual. Deben llevarnos las señales a Jesús mismo, quien nos revela la gloria de un Dios bondadoso y lleno de gracia. Recalcamos que las obras de Jesús nos dirigen a su persona y a la fe y vida eterna en él.

    La señal de la transformación del agua en buen vino en Caná fue la primera, pero no la única ni la última señal de Jesús en la tierra. Esta fue una de muchas manifestaciones del cielo en la tierra que vendrían. Lo que hizo Jesús en Caná nos pone a la expectativa, a la espera de las señales más contundentes que vendrían más adelante en su ministerio. El mismo capítulo en el que Juan nos presenta esta primera señal introduce otras dos grandes señales a las que todas las otras señales de Jesús en el Evangelio nos dirigen. Estas señales son, respectivamente, su muerte en la cruz y su resurrección.

    En su Evangelio, San Juan nos dice que el Hijo enviado de Dios nos revela su gloria. Luego el apóstol nos introduce a la figura de Juan el Bautista que anuncia, «Éste es el Cordero de Dios» (Juan 1:36), señalando que el Hijo de Dios por su sacrificio en la cruz salvaría al mundo de sus pecados. La Cruz también muestra la gloria del Hijo de Dios. Es la señal que nos revela de gran manera la generosidad divina, pues es en la Cruz que el Hijo de Dios da su vida por nosotros para darnos la vida eterna. Este gran acto de gracia divina lo anticipa y anuncia Jesús mismo cuando en las bodas de Caná le dice a su madre, «Mi hora aún no ha llegado» (Juan 2:4) Le dijo esto cuando ella le notificó que el vino se había terminado. La palabra «hora» se refiere a la hora de su pasión, su sufrimiento y muerte en la Cruz. Cuando Jesús le dice a su madre, «Mi hora aún no ha llegado», no quería que su milagro de transformar el agua en vino fuera un acto que apresurara su muerte. Jesús todavía tenía que cumplir su misión. No era el tiempo todavía en el plan de Dios para que Jesús diera su vida por nosotros. Tampoco quería Jesús que la gente confundiera su misión con su primer milagro, sino que viera este primer acto de generosidad como un preludio al gran acto de bondad que llevaría a cabo en la cruz como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

    Después de las bodas en Caná, Jesús purificó el templo en Jerusalén. Expulsa del templo a todo tipo de vendedores, diciéndoles «no conviertan la casa de mi Padre en un mercado» (Juan 2:16). Queriendo saber con qué autoridad Jesús hacía esto, los judíos le preguntaron: «Ya que haces esto, ¿qué señal nos das?» (v. 18). Vemos nuevamente el uso del término «señal». Jesús les responde que lo crucificarán, pero resucitará al tercer día. Refiriéndose a su cuerpo, les dice: «Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré» (v. 19). Y luego el evangelista Juan nos explica que «cuando [Jesús] resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había dicho» (v. 22). Aprendemos nuevamente que todas las señales de Jesús, como la de cambiar el agua en vino en Caná, nos llevan en fin a ver su gloria y gracia en las grandes señales de su muerte y su resurrección. En estas grandes obras, estas señales mayores, Jesús nos revela que, en su persona y obra, es nuestro cielo en la tierra, nuestra lluvia de bendiciones.

    Aquellos estudiantes meteorólogos que mencioné anteriormente estudiaban con seriedad, pero también con agrado, las señales del cielo y sus efectos en la tierra. También tomaban muy en serio mantener al público informado acerca de los cambios de clima para proteger y salvar vidas en caso de que llegaran los tornados. De manera similar, los discípulos de Jesús en todo tiempo y lugar se gozan de sus señales en sus vidas, y también proclaman a viva voz sus señales celestiales en la tierra –sobre todo su muerte y resurrección– para llevar a muchos a la fe y la vida eterna en él. Demos gracias a Dios Padre por enviarnos a su Hijo Jesús, nuestro cielo en la tierra, para así salvarnos de pecado y darnos vida eterna con él por medio de las grandes señales de su muerte y resurrección.

    Estimado amigo, si el tema de hoy ha despertado tu interés y quieres saber más sobre el Señor Jesús y su promesa de vida eterna, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.