PARA EL CAMINO

  • Sentimientos encontrados en Navidad

  • diciembre 26, 2010
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Gálatas 4:4-5
    Gálatas 4, Sermons: 1

  • Los sentimientos encontrados parecen aumentar en la época de la Navidad. Pero, ¿es necesario que sea así?

  • ¡Dios ha enviado su Hijo al mundo! Ésta es una noticia tan vieja, que ya lleva más de dos mil años. Sin embargo, aún sigue estando vigente. Todavía hoy es una gran noticia que Dios haya enviado a su Hijo al mundo, porque en este mundo nos encontramos usted y yo, lo que quiere decir que Dios envió a su Hijo para estar con nosotros. Que por el poder del Espíritu Santo, todos los que escuchan este mensaje puedan alegrarse en este gran anuncio: ¡Dios ha venido a nosotros en la persona de Jesús! Concédenos esto, Señor, a todos nosotros. Amén.

    En You-Tube (en Internet) hay un video de una persona que refleja la situación de nuestro tiempo presente. Dicho video está hecho con un poco de humor, con otro poco de sarcasmo, y con mucho sentido de la realidad. El título del video es: «Vivimos en una época alucinante, pero nadie es feliz». Para comprobar que su título es cierto, el video nos muestra dos ejemplos. El primero es de una persona que está en un aeropuerto quejándose acaloradamente porque su vuelo se retrasó 20 minutos. Ese pasajero no sólo no tiene paciencia, sino que tampoco tiene la más mínima idea del esfuerzo que lleva ponerlo a él en un asiento en el cielo, a 10.000 metros de altura.

    El segundo ejemplo es de dos jóvenes amigos que están chateando a través de la computadora, y se disgustan porque los mensajes instantáneos no son tan instantáneos como ellos quisieran, sino que cada mensaje que se envían le llega al otro con algunos segundos de retraso. Estos dos jóvenes no tienen la más mínima idea -o evidentemente no les importa- que sus mensajes van desde su computadora a un servidor, y del servidor salen al espacio -a mucho más de 10.000 metros de altura- donde un satélite los recibe, los procesa, los manda nuevamente a la tierra, y los hace llegar otra vez a sus computadoras. ¡Vivimos en un tiempo fascinante, especialmente en lo que se refiere al mundo de las comunicaciones, pero no lo estamos disfrutando!

    La Navidad también es una época fascinante. En realidad, ¡es la época más fascinante y linda del año! Pero esto no quiere decir que todo el mundo sea feliz y la disfrute. La última vez que visité mi país de nacimiento fue justamente unas semanas antes de la Navidad del año pasado. Cuando estaba allí me enteré que Humberto, uno de los líderes de la Iglesia Luterana en Argentina, había muerto trágicamente en un accidente de auto junto con su esposa, y otras cuatro personas más. La única sobreviviente del accidente había sido una nieta suya de 12 años de edad. Me imagino que esa niña, y su familia, tuvieron sentimientos encontrados en esa época de Navidad. Todos los miembros de esa familia son cristianos que se alegran en la resurrección del cuerpo que nuestro querido Salvador Jesús nos prometió a todos; pero sin lugar a dudas también extrañan intensamente a aquéllos que ya no están más con ellos en estos momentos.

    Durante la Navidad tenemos sentimientos encontrados debido a las fatalidades que nos sorprenden, a las angustias que nos embargan, a las necesidades insatisfechas, y a nuestra propia incapacidad de tener las cosas bajo control. Tal vez usted, estimado oyente, está entre aquéllos que tienen sentimientos encontrados a causa de las dificultades en su vida. Quizás usted esté extrañando la presencia de alguien muy importante que por alguna razón no puede estar con usted en esta época de Navidad.

    Esta época del año es cuando los hospitales siquiátricos están más ocupados que nunca. Pareciera que el diablo aprovecha especialmente esta época, en que los cristianos recordamos y celebramos la llegada del Salvador del mundo, para encargarse de sembrar e inspirar tristeza y desaliento en algunas personas. Algunas personas me han dicho: «¡No puedo esperar a que se terminen las Navidades!»

    Es mi deseo y oración que para usted, estimado oyente, la Navidad sea la época más hermosa del año. Es mi deseo y oración que, de ahora en más, cada vez que piensa en la Navidad, o cada vez que se acerque la época de la Navidad, a usted se le dibuje una sonrisa en el rostro. ¿Por qué digo esto? Porque en medio de todas las cosas que nos suceden y que nos van a seguir sucediendo; en medio de todos los sufrimientos, los recuerdos dolorosos, las realidades que lastiman, y los pensamientos que queremos evitar, en medio de toda guerra y miseria humana, «cuando se cumplió el plazo», Jesús vino para estar con nosotros.

    Me pregunto qué habrá sentido el Padre celestial en esa primera Navidad, cuando nació su primer hijo. Muchos de ustedes que están escuchando tienen hijos. ¿Se acuerdan de lo emocionante que fue cuando les nació su primer hijo? ¿Se acuerdan de los sentimientos intensos que tuvieron? ¿Se acuerdan de las expectativas e ilusiones que tuvieron con respecto a ese bebé recién nacido? Me imagino que nadie, en su sano juicio, puede tener expectativas malas o feas para con sus hijos. Ninguno de nosotros criamos a nuestros hijos para que se conviertan en criminales, ni para enviarlos a los peligros y monstruosidad de la guerra. ¡Todo lo contrario! ¡Siempre queremos lo mejor para ellos! En este sentido tenemos una ventaja sobre Dios el Padre: cuando nacieron nuestros hijos, no teníamos ni idea de cómo sería el futuro de ellos.

    ¡Qué diferentes son nuestros pensamientos, nuestras expectativas, y nuestra experiencia a la de nuestro Padre Dios! Fíjense que nuestro Padre celestial sabía perfectamente para qué estaba enviando a su único Hijo, su Hijo amado, al mundo. Él tenía muy en claro para qué estaba naciendo Jesús. El Padre en los cielos envió a Jesús a nacer en un mundo de pecado, corrupción, y guerra. El Padre celestial envió a Jesús para que naciera y viviera en un mundo donde las relaciones se rompen constantemente, donde la desesperación apabulla a la gente, y donde la confianza prácticamente ya no existe. En lo íntimo de su corazón, Dios el Padre no podía separar el nacimiento de Jesús de su ministerio, de su sufrimiento, de su crucifixión, de su muerte, y de su resurrección. Dios el Padre sabía que debía criar a su Hijo para la guerra y la muerte.

    ¡Es fácil imaginar cuántos sentimientos encontrados debe haber habido en el corazón de Dios el Padre en esa primera Navidad! Necesitamos hacer una pausa, y reflexionar en esto para poder entender mejor cuán grande es el amor de Dios por nosotros.

    Puede ser que el Padre en los cielos haya tenido sentimientos encontrados cuando Jesús nació en medio de un mundo hostil, torcido, y corrupto, ¡tan diferente del cielo! Sin embargo, la Biblia es sumamente clara cuando afirma que el Padre en los cielos no tuvo sentimientos encontrados con respecto a nuestra salvación. El Padre celestial no tuvo ni sentimientos encontrados, ni dudas, ni se sintió indeciso cuando envió a Jesús a este mundo por cada uno de nosotros. ¡No titubeó ni un instante! No tuvo sentimientos encontrados cuando se trató de amarnos y de aceptarnos así como somos. El apóstol Pablo lo afirma categóricamente en su Carta a los Gálatas: «Cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos» (Gálatas 4:4-5).

    Miremos con un poco más de detenimiento las afirmaciones de estos versículos bíblicos. «Cuando se cumplió el plazo.» Un estudioso de la Biblia hace un comentario muy significativo de esta afirmación. Él dice: «La frase, ‘Cuando se cumplió el plazo’, muestra un gran recipiente siendo llenado sin prisa ni pausa con el paso del tiempo». Este es un detalle muy importante, porque muestra que, cuando se trata de nuestra salvación, Dios no obra al azar, en forma desorganizada y despreocupada, ni reacciona a último momento, como muchas veces hacemos nosotros. Al contrario, desde el comienzo de los tiempos, Dios el Padre tenía un plan específico. Él hizo promesas (en este caso la que se cita en la Carta de Pablo a los Gálatas), promesas a Abraham, y por extensión a todos nosotros.

    Y también estableció un tiempo para cumplir dichas promesas. Aquí no hay titubeos. Dios no está siendo motivado ni dirigido por sentimientos encontrados cuando se trata de amarnos a usted y a mí, y de aceptarnos así como somos. Si hay una razón por la cual la Navidad es la época más linda del año, ésta es esa razón.

    La siguiente afirmación de San Pablo es: «Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley». Aquí hay algo único y muy particular, aunque a primera vista no pareciera que estuviéramos ante algo extraordinario o espectacular. Miles de niños nacen cada día, y todos ellos vienen al mundo a través de una mujer. Tanto usted como yo hemos nacido de una mujer, y todos hemos nacido también bajo la ley de nuestro país. En otras palabras, nacimos en un espacio específico, dentro de una familia específica, en una cultura específica, y también dentro del marco de la ley nacional. Pero también hemos nacido, según el apóstol Pablo, bajo la ley de Dios. Y es justamente porque nacemos bajo la ley de Dios, que usted y yo encontramos nuestros propios problemas y nuestros sentimientos encontrados: porque aunque fuimos educados para cumplir la ley, reconocemos que no podemos hacerlo. Queremos cumplir la ley porque sabemos que la ley es buena y que es para nuestro beneficio, pero nos damos cuenta que no podemos cumplirla de la forma en que Dios nos ordena que lo hagamos. Y, como si esto fuera poco, el no cumplir la ley tiene un precio muy alto: la condenación.

    ¿Tiene usted sentimientos encontrados con respecto a la ley de Dios? Nos podemos unir al mismo apóstol San Pablo, quien dice en su Carta a los Romanos: «Estoy vendido como esclavo al pecado. No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. Ahora bien, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo en que la ley es buena; pero, en ese caso, ya no soy yo quien lo lleva a cabo sino el pecado que habita en mí. Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace sino el pecado que habita en mí. Así que», sigue diciendo Pablo, «descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios; pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo. ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?» (Romanos 7:14-24). ¡Cuántos sentimientos encontrados en la mente del apóstol Pablo!

    Si hubo algo espectacular esa primera Navidad, fue el hecho que Jesús nació bajo la ley, nació de una mujer, en una cultura específica, pero nació sin pecado, sin sentimientos encontrados acerca de la ley de Dios, acerca de su ministerio aquí en la tierra, o acerca de su sacrificio por nosotros.

    San Pablo continúa diciendo: «[Jesús nació] para rescatar a los que estaban bajo la ley». O para decirlo más claramente: [Jesús nació] «para rescatar a los que estaban condenados por la ley.» Esto quiere decir que Jesús nació para quitarnos el pecado a usted y a mí, para quitarnos la culpa, para quitarnos los miedos, para darnos un lugar en el cielo, para curar nuestros quebrantos, para calmar nuestras ansiedades, para sanar nuestras emociones, ¡y para hacernos hijos de Dios! Dios es un arriesgado: ¡Lo adoptó a usted, y me adoptó a mí! San Pablo termina este gran anuncio con las palabras: «[Jesús nació] a fin de que fuéramos adoptados como hijos». Ésta es la mejor parte. Aquí es donde la Navidad se encuentra con usted y conmigo. Jesús nace, y usted y yo somos adoptados como hijos de Dios. Esto no es poca cosa.

    Ahora somos hijos de Dios, hijos de un Dios que se toma muy en serio nuestra vida. Él no tiene sentimientos encontrados acerca de nosotros, ni siquiera a pesar de nuestro mal comportamiento, ni a pesar de nuestros malos pensamientos. Cuando reconocemos la vida pecaminosa que llevamos, Dios está dispuesto a perdonarnos. ¿Por qué lo hace? Simplemente porque le encanta tener una buena relación con sus hijos. Éste es el mejor regalo de Navidad: que somos adoptados por el Dios Padre todopoderoso, el Creador del universo, para ser parte de su familia. Tenemos un Padre amoroso y un hermano mayor, Jesús.

    No tengo cómo saber qué clase de padre usted tiene o tuvo; tampoco puedo saber si usted tiene un hermano mayor con quien puede contar en las buenas y en las malas. No sé qué tipo de familia tiene usted, ni cuáles han sido los desafíos por los que usted y los miembros de su familia han pasado. Pero me arriesgo a decir que a veces su vida no ha sido fácil. Y digo esto porque yo también crecí en una familia con hermanos, tíos, sobrinos y primos, y ahora tengo mi propia familia con hijos y nietos, y cada uno de los miembros de mi familia tiene su propio mundo, con sus alegrías, sus desafíos, y sus dificultades. A veces hemos pasado por circunstancias sumamente difíciles; pero siempre hemos contado con la compañía y comprensión del Padre en los cielos. Siempre hemos tenido su apoyo en nuestras debilidades, hemos recibido su perdón por nuestra negligencia y altanería, y su dirección en nuestros momentos de desorientación.

    Mi familia no es perfecta. La familia cristiana en la cual el Padre en los cielos nos ha puesto gracias al perdón de los pecados, tampoco es perfecta. Es cierto que cada creyente tiene su propio mundo, con sus alegrías y sus dificultades, sus logros y sus frustraciones. Pero también es cierto que ningún creyente está solo, pues cada creyente tiene en Dios a un Padre amoroso y a un hermano poderoso que se preocupan por todos y cada uno de los miembros de su familia.

    Ese mismo Dios, que envió a su Hijo Jesús para morir en nuestro lugar, obrará en nosotros mediante el poder del Espíritu Santo para que nuestros sentimientos encontrados con respecto a él se atenúen. Muchas veces no entendemos lo que sucede en este mundo y nos preguntamos por qué hay tantas injusticias, tanto sufrimiento, y tantas tristezas. Nos preguntamos por qué, si Dios es tan poderoso y tan lleno de amor, permite que suframos tanto, por qué no soluciona las cosas de manera mágica, por qué no borra de un plumazo todo lo que está tan mal. Lo cierto es que él no lo hace porque, si lo hiciera, también tendría que borrarnos a nosotros de la faz de la tierra.

    En vez de hacer eso, el Dios de los cielos prefirió enviar a su Hijo amado para, por medio de él, santificar nuestra vida en la tierra y prepararnos un lugar para siempre en el cielo. Escuchemos las palabras con las que el mismo Jesús consoló a sus discípulos. Jesús les dijo: «No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté» (Juan 14:1-3).

    En la eternidad, la familia de Dios será perfecta. Ya no habrá más sentimientos encontrados, pues viviremos una época alucinante que disfrutaremos minuto a minuto. Será una época que no se acabará nunca, porque el santo Hijo de Dios habrá cambiado nuestra tristeza temporal en alegría eterna.

    Estimado oyente, es nuestro mayor deseo y oración que Jesús cambie su tristeza en alegría, y que disipe con su amor los sentimientos encontrados que a veces trae consigo la Navidad. Si de alguna manera podemos ayudarle a ser parte de esta gran familia de Dios en la tierra y en el cielo, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.